La instrucción y la educación en el modelo pedagógico configuracional

José Martí solía decir que la educación está relacionada con la dirección de los sentimientos y la instrucción tiene que ver con el desarrollo del pensamiento. Según Maturana, como observadores, hemos identificado, distinguido y diferenciado el holos, que es el ser humano, de su entorno, y lo hemos relacionado con una configuración determinada. De esta manera distinguimos dos configuraciones que son operacionalmente independientes y diferentes una de la otra: ser humano y entorno configurante, y entre las cuales se da una articulación configuracional ineludible, o el ser humano deja de existir, muere. Sin embargo, en su ensayo Sobre Pedagogía, Kant afirma que en la educación se da una paradoja: por un lado se pide que las escuelas formen a seres humanos libres y autónomos, pero por el otro lado se les impone a los estudiantes un rígido y riguroso plan de estu­dios, la asistencia es obligatoria, los fracasos escolares son sancionados y las reclamaciones o exigencias son reprimidas. Por lo tanto, según Kant, en la pedagogía necesariamente se da una contradicción entre el fin y los medios. Humberto Maturana no estaba de acuerdo con esta mirada kantiana. Por lo tanto, según la opinión de Maturana, no existe la tensión o paradoja descrita por Kant, sino que es la forma de vida y el modo de relacionarse, lo que transforma al ser humano. Quien quiera formar para la autono­mía y la libertad, no puede sustentarse en la restricción como método, sino que debe crear un espacio abierto y flexible para la reflexión y la actuación autónoma y en libertad. En la educación no puede haber una con­tradicción entre el fin y los medios. “La educación es un proceso de transformación en la convivencia. En este proceso el alumno o alumna se transforma en coherencia con el profesor o profesora, según como sea ese convivir” (Maturana)

Como se aprecia, Maturana pensaba que el arte de educar, consiste en configurar espacios armónicos y coherentes de convivencia en los que los niños y niñas se transforman en su biopraxis en el convivir con los profesores de tal manera que las actitudes relacionales de esa forma convivencial se configuran en la configuración operacional subconsciente desde donde se genera su biopraxis cotidiana. En fin, la experiencia de Maturana sobre la educación, le llevaron a entender que el educar es convivir y, por tanto, un acceder a convivir en un espacio relacional de aceptación recíproca en el que se transforman el emocionar y el actuar de los que conviven según las conversaciones que configuran esa biopraxis convivencial. Es por ello que Maturana llegó a entender que si el niño o la niña logran crecer como seres que entran en la vida adulta en decoro, responsabilidad y seriedad, es decir, con respeto por sí mismo y por los demás, estos niños serán adultos socialmente responsables.

El fundamento de lo que decía y proponía Maturana para la educación está precisamente en la comprensión biológica de lo humano y de lo que lo hace posible. Estos autores consideran que el propósito de la educación no es el de preparar ciudadanos útiles a la comunidad, sino que deben resultar así de su crecer naturalmente integrados en ella. Es por ello que los valores no se deben enseñar, sino que hay que vivenciarlos desde el vivir en la biología del amor, no hay que enseñar cooperación o responsabilidad, sino que hay que vivirlas desde el respeto por sí mismo que surge en las biopraxis responsables y respetuosas.

Para Maturana, educar implicaba posibilitar una transformación configuracional circunstancial al convivir, con el fin de que las personas aprendan a vivir de acuerdo a la configuración de la comunidad en la que viven. Además, la educación entendida como sistema educativo, configura un mundo de tal manera que los educandos van confirmando lo que vivieron en su educación, a través de su vivir cotidiano, es decir de su biopraxis. Esto se adapta con una notoria y diáfana pertinencia a la teoría del conocimiento que propuso Maturana.

En nuestra opinión, el fin esencial de la educación es orientar la auto-configuración humana, atender, estimular y potenciar a los niños y niñas en su crecimiento como seres humanos amorosos e inteligentes, responsables, honestos y solidarios, conscientes del respeto a sí mismos y a los demás, estimulando y potenciando la auto-configuración de un pensamiento crítico, reflexivo, creativo, sistémico, analógico, integrador y configuracional. Los valores no deben ser enseñados, sino que deben ser vivenciados y vividos en todos los momentos del proceso formativo. En consecuencia, no debemos enseñar amor sino vivenciar el amor, disfrutarlo, vivirlo.

Maturana afirmaba que todos los seres humanos somos expertos en la biología del amor, y en la educación, “la biología del amor consiste precisamente en que el profesor o profesora acepte la legitimidad de sus alumnos como seres validos en el presente, corrigiendo solo su hacer y no su ser” (Maturana). En estas circunstancias, educar es un proceso mediante el cual se configura un espacio de convivencia adulta en el que los niños y niñas configuran su ser transformándose según como convivan con los adultos con que allí les toque convivir porque viven en dicho espacio de la misma manera que viven en el fluir de su biopraxis cotidiana.

Los valores no deben ser enseñados, sino que deben ser vivenciados y vividos en todos los momentos del proceso formativo. En consecuencia, no debemos enseñar amor sino vivenciar el amor, disfrutarlo, vivirlo.

Maturana estuvo en los Estados Unidos en 1969, en la Universidad de Illinois, y conversando con algunos de los profesores, éstos le de­cían que los mejores alumnos eran los ex combatientes de Corea, era el período después de esa guerra y los alumnos estaban allí porque querían. “No están aquí porque tienen que estar aquí, porque los padres los envían, o porque es­tán en la edad de estar en la universidad; no están aquí por nin­gún factor externo a ellos, sino por propia voluntad. Su pasión reside en lo que están” (Maturana). Sin lugar a dudas, la educación es un proceso de auto-configuración en la con­vivencia, en el cual, el adulto funge como guía y orientador en determinada circunstancia.

Necesitamos una educación que sea una invitación a la convi­vencia en el respeto, reconocimiento y legitimidad del otro, basada en el amor, en un proceso convivencial en el que el otro surja como legítimo otro en esa convivencia. Sin respeto, reconocimiento, legitimidad y amor, no es posible recuperar las dimensiones humanas.

Si analizamos las diversas acciones cotidianas que realiza un ser humano en sus relaciones con los demás, podemos distinguir al menos cinco tipos de acciones u operaciones características: aceptación, rechazo, negación, indiferencia o destrucción. El amor se basa en la aceptación del otro, y es la única emoción que garantiza una alta calidad de los procesos educativos. En un espacio de convivencia de ese tipo, siempre podremos y desearemos corregir el error relacionado con la negación del otro, lo cual es lograble viviendo ese espacio de convivencia. Se pretende enseñar a practicar la equidad y la inclusión, pero los adultos vivimos en el ardid y la hipocresía, nuestra vida es una farsa, una comedia, nuestra biopraxis es literatura. La gran paradoja y desdicha de los adolescentes es que viven en un mundo que niega, ignora o rechaza los valores que vivenciaron, vivieron y configuraron cuando niños. La convivencia es una obra artística. No se puede exigir lo que no se da, y no se puede dar lo que no se tiene. El niño aprende más de lo que vivencia y de lo que hacen los adultos que de lo que se le dice que haga. Somos su espejo. Los niños aprenden nuestros modos de actuación cotidiana, no nuestro discurso o sermón. El propósito de la educación es canalizar las emociones y los sentimientos de los niños y niñas.

Maturana (2002) observan que lo que llamamos “cambio verdadero” tiene que ver con el cambio de la configuración que uno tiene de la realidad, o sea, “no es la realidad lo que cambia, sino el modo como yo configuro esta realidad, es decir, como yo he ido cambiando las propias percepciones, los significados anteriores de la realidad. Es decir, como se vive desde un emocionar diferente esta realidad”. Para Maturana, lo que se pone en juego en el contexto educativo es que cada educando aprenda a ser un ser humano. Esto quiere decir “que sea capaz de actuar sistemáticamente teniendo como emoción subyacente el amor, y siendo, gracias a ello, capaz de reconocer en sí mismo las limitaciones y posibilidades que su biología impone a su capacidad de conocer” (Rosas & Sebastián).

Es el emocionar amoroso el que refuerza la presencia de la emoción básica de aceptación del otro como legitimo otro, la incorporación del educando al dominio de interacción propiamente humano, es decir, la tarea fundamental del quehacer educativo es la aceptación, y al mismo tiempo, es la principal finalidad de aprendizaje que el sistema educativo en general debiera asumir. Sin embargo, esta magna tarea de formación de seres humanos propios no concluye en el ámbito del emocionar, sino que avanza, bajo la guía del educador, hacia sus derivaciones en el ámbito de la racionalidad, en especial la capacidad de reflexionar. En este sentido es que se puede afirmar que el ideal de la educación es la auto-configuración de cada ser humano involucrado en ella como un observador. El sujeto se autoconfigura en su contexto configurante y fuente de perturbaciones en el dominio lingüístico en el que se encuentra en cada momento. Las características de los diversos dominios consensuales en los que cada ser humano participe, el particular emocionar en el cual esté sustentado cada uno de ellos, tiene consecuencias importantes en el fluir ontogénico de ese ser humano. “El que defiende un de­terminado modo de vida y quiere que éste se traduzca y refleje en sus relaciones, debería vivirlo sin titubeos. Esperar no sirve” (Maturana & Pörksen), es por ello que la Pedagogía como ciencia que estudia el proceso de educación, debe comprometerse con las aspiraciones más legítimas del ser humano y, por supuesto, con su formación.

Como se aprecia, el modelo pedagógico configuracional que subyace en la concepción de Maturana acerca de la Educación, se inscribe entre las propuestas de avanzada que hacen presencia en el siglo XXI, a partir de un sustento epistemológico en las nuevas teorías sistémicas y de la complejidad, como alternativas didácticas que configuran un nuevo paradigma educativo y un modelo pedagógico emergente: ¡el paradigma configuracional del pensamiento humano!, cuya bondad se valida en la misma medida en que dialogue con la pedagogía del amor.

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