Proverbios que datan del periodo 509- 494 AC escritos en las tablillas de un mural encontrado en las ruinas de Persépolis, ciudad del antiguo imperio persa, desenterrados por investigadores de la Universidad de Chicago entre 1933 – 1934, guardadas en el Museo Vaticano, son virales en las redes sociales. Un distinguido colega y amigo me invitó a que le expusiera mi “punto de vista filosófico” al respecto.
Me limitaré, en este primer intento, a hacer una breve reflexión sobre el primer proverbio.
“No digas todo lo que sabes. Porque el que dice todo lo que sabe. Muchas veces dice. Lo que no conviene”.
REFLEXIÓN
¿Cuál es todo el saber que no hay que decir? Que no conviene.
¿Cuál es todo el saber, entonces, que hay que decir…? Que no se debe callar. Porque es conveniente.
Con los dos interrogantes en que formulo mi reflexión deduzco, que ante todo un saber que no hay que decir, existe la sana alternativa de todo un saber que si hay obligación de comunicar. Suponiendo que todo lo que hay que decir o callar corresponde a un ejercicio de la libertad individual, de la autonomía de la persona para considerar lo que es conveniente o no, decir o callar.
Exactamente, lo que está en juego, es la verdad o certidumbre de ese saber. Es decir, sobre la verdad necesaria o la verdad útil que hay que comunicar.
¿O es que estamos obligados a decir siempre la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? Cuando la consigna en estudio nos invita “a que no digas todo lo que sabes”. En una especie de invitación a decir, solo, una verdad a medias.
Una verdad que en vez de beneficio produzca daño, que destruya, no es conveniente. Es imprescindible una verdad que construya, que no perjudique.
No existen verdades absolutas. Porque nadie es dueño de la verdad. La verdad es de todos. Los que se creen dueño de la verdad habitan en el reino del fanatismo, de los dogmáticos. La historia ensena que han sido creadores de terror y muerte, es decir: destructivas. Es muy conocida la sentencia, de que la primera gran derrotada en una guerra es la verdad.
La disyuntiva que planteo en esta reflexión se podría resolver con una postura moderada, fundamentada en la virtud de la prudencia. Para establecer el punto medio de conveniencia sobre todo lo que hay que decir, versus, todo lo que hay que callar. Es, en este punto medio, donde hay que definir la condición del sujeto que dice, que habla. Determinante en últimas de la correcta aplicación de este proverbio; inaplicable de manera universal, en tanto los sujetos son diferentes y las circunstancias pueden llegar a ser variables.
Decir del sabio versus decir del necio. Para entrar en contexto, no es lo mismo todo el decir del sabio frente a todo el decir del necio. Decires en correspondencia con saberes desiguales y porque no decirlo con virtudes predominantes en uno y escasas en el otro.
Contra lo que propone el viejo proverbio persa, lo ideal es que el sabio diga, comunique, enseñe todo lo que sabe, en cuanto su verdad es constructiva, dignifica, induce a la grandeza. Es conveniente. La palabra del sabio se caracteriza por la prudencia. “La sabiduría se halla en labios del prudente… el que es prudente refrena sus labios… Los labios del sabio dicen palabras gratas”, enseña el libro de los proverbios en el capítulo 10.
Lo mejor que puede hacer el necio es callarse. No decir el montón de sandeces que salen de su boca. Imprudente como es, no construye, no enseña, su saber es indigno, conduce a la bajeza.
Del necio, igualmente nos advierte el texto bíblico en el mismo capítulo 10: “La boca del necio es calamidad cercana…la boca de los necios arroja perversidades… los necios mueren por falta de cordura”
A palabras necias oídos sordos, proclama la sabiduría popular.
El decir del médico. En el caso particular de los médicos habría necesidad de distinguir entre su estimulante labor académica y su sanadora actividad asistencial. Como docente, el profesional de la medicina asume, ni más ni menos, el papel del sabio. Docente es el que enseña. La palabra doctor tiene el mismo origen etimológico de docente. Docere en latín.
No existen verdades absolutas. Porque nadie es dueño de la verdad. La verdad es de todos. Los que se creen dueño de la verdad habitan en el reino del fanatismo, de los dogmáticos. La historia ensena que han sido creadores de terror y muerte, es decir: destructivas. Es muy conocida la sentencia, de que la primera gran derrotada en una guerra es la verdad.
En este sentido, es preciso señalar que el médico – maestro tiene el imperativo moral de decir, de exhibir todo su saber, sin mezquindades, sin egoísmos. Comunicar todo lo que sabe es lo más beneficioso para sus alumnos. La cátedra es el sitio privilegiado de la palabra magistral, del magisterio que al mismo tiempo que enseña, enseña a dudar.
En la relación médico paciente, epicentro de su acción sanitaria, está impelido, en cumplimiento de la ética profesional, a la guarda de la confidencialidad. A no revelar las confidencias del paciente, por respeto a su inviolable derecho a la intimidad y en base a la confianza depositada en él. A callar lo relacionado con su intimidad afectiva como interioridad (sentimientos), como también su intimidad corporal como exterioridad (pudor). Confidencialidad codificada, ética y legalmente, como “Secreto profesional”.
Ley 23 de Ética Médica. “El médico está obligado a guardar el secreto profesional en todo aquello que por razón del ejercicio de su profesión haya visto, oído o comprendido, salvo en los casos contemplados por disposiciones legales. Teniendo en cuenta los consejos que dicte la prudencia, la revelación del secreto profesional se podrá hacer:
a) Al enfermo en aquello que estrictamente le concierne y convenga.
b) A los familiares del enfermo, si la revelación es útil al tratamiento.
c) A los responsables del paciente, cuando se trate de menores de edad o de personas mentalmente incapaces.
d) A las autoridades judiciales o de higiene y salud, en los casos previstos por la ley.
e) A los interesados, cuando por defectos físicos irremediables o enfermedades graves infectocontagiosas o hereditarias. (Artículos 37 y 38).
La actitud del médico, en la comunicación de la verdad a su paciente sobre el mal que lo aqueja, debe estar sustentada en una verdad promotora de sanación y no en una verdad demoledora de su ánimo y esperanzas de curación. Tarea no siempre fácil.
Es mucha la riqueza doctrinaria que soporta este primer proverbio para indicarnos la indispensable prudencia al hablar, en lo que tenemos que decir, para no hacer parte de la milicia de charlatanes que nada aportan al buen suceso de las relaciones sociales, a una saludable convivencia.
Así, tenemos mensajes memorables que confirman este postulado como:
“Tenemos dos oídos para oír más, y una boca para hablar menos”.
Sagrada Biblia.
“Somos esclavos de nuestras palabra y amos de nuestro silencio”.
Winston Churchill.
“Si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio, mejor quédate callado”. Sócrates.
Conclusión
Este proverbio, al fin y al cabo, nos hace saludable invitación a ser amigos del silencio, tanto a los sabios, como a los que son necios. A todos. Con el compromiso moral de no enmudecer, de denunciar todo aquello que vaya en contra de la verdad, la que proclama la indispensable solidaridad social contra las injusticias. De ser voz de los que no tienen voz. “Lo que más me preocupa, no es el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos. Lo que más me preocupa, es el silencio de los pacíficos, de los honestos, de los buenos”. Martín Luther King.
Excelente disertación has realizado, que revela la “juventud” neurológica que posees, y el ánimo siempre joven y positivo que te caracteriza. Felicitaciones apreciado maestro y colega.
Un abrazo.
Octavio