INTRODUCIÓN
El estudiante, en clase de bioética, me pregunta qué ¿si es un deber la vida? Porque, según su parecer, es tan solo un derecho. Sostiene su tesis con el argumento de que nadie puede imponerle la obligación de vivir, como si estuviera cumpliendo órdenes de alguien. Es decir, a expensas de un mandato. En su juvenil rebeldía agrega que él tiene derecho a hacer con su vida lo que le dé la gana.
La vida es tanto un deber como un derecho, son las dos caras de una moneda le respondo y explico.
Derecho y deber van siempre juntos, guardan correspondencia el uno con el otro. La gran pregunta que debemos hacernos es sobre: ¿Cual es primero al momento de ser puestos en práctica?
Diría que para poder reclamar unos derechos antes debo ser celoso en el cumplimiento de los deberes. El deber de acatar el ordenamiento de la razón es un concepto a priori con relación al derecho como ganancia justa a posteriori al cumplimiento de la norma. “El deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley”. La acción personal, correspondiente a un derecho natural o adquirido, está en todo momento condicionada a la observancia de una norma escrita o al dictado de nuestra recta conciencia.
La necesidad de acatamiento a los deberes que tengo conmigo determinan, en mayor medida, la dignidad a que tengo derecho como persona, más allá del cumplimiento que pueda darles a los deberes con los otros. Si yo no me respeto, si no tengo consideración por mí mismo ¿cómo puedo exigírselos de igual manera a los demás? El amor propio fundamenta el amor hacia los demás hombres en sus expresiones de fraternidad, solidaridad y justicia.
En la práctica clínica, consigna ética general indica que, los intereses del paciente deben estar por encima de los intereses personales del médico. El trato amoroso, compasivo y responsable que el profesional de la salud, en su condición de paciente, espera para él y los suyos debe prodigarlo en actitud altruista a sus pacientes cuando estos solicitan sus servicios como un derecho.
Deber de humanidad
Es insostenible concebir un hombre desprovisto de derechos, como desligado del cumplimiento de sus deberes. En el derecho a la vida que justo yo reclamo para mi está implícito el deber que, a mi toca, de forma recíproca, por el justo respeto al derecho a la vida del otro. Deber que si no logro cumplirlo significa incalculable fracaso personal y social. El derecho a la vida me compromete igualmente con el deber de procurar no solo una buena vida sino también una vida buena. “La buena vida” en el orden biológico o material como “La vida buena” en un sentido personal o espiritual. Haber tenido el privilegio de nacer y desarrollar una vida humana me liga al conjunto de la humanidad, de todos los hombres, de tal forma que cada uno de los derechos que a estos corresponde me es otorgado a mí de manera individual. Derechos consagrados legalmente como civiles, sociales, y políticos.
La declaración universal de los derechos humanos manifiesta que: “Todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están por naturaleza de razón y conciencia, deben conducirse fraternalmente los unos con los otros”.
El “deber de humanidad”, en su acepción colectiva, precisa conducirse fraternal o solidariamente tratando a mis semejantes como hermanos, es decir, sujetos de la mayor consideración y respeto. La aceptación de “mi humanidad”, entendida como los rasgos, lo propio que hay en cada uno, que marca la diferencia con los otros, impone un sentimiento de respeto por la vida particular, dada la dignidad o el valor en ella intrínseco.
Exigir cabal cumplimiento de mis derechos amerita, por lo mismo, el reconocimiento de los derechos del resto de los hombres. Se conjugan de esta forma el cumplimiento del deber de cada uno ante la exigencia del derecho que los demás reclaman. Los derechos de cada hombre tienen un límite regulado por el Estado a través de la ley en la búsqueda de la seguridad de todos, justas exigencias del bienestar general y del pacifico desenvolvimiento social. Es lapidaria la frase del prócer mexicano Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno constituye la paz”.
La ética como ciencia del deber ser nos cuestiona sobre:
¿Quién soy yo?
¿Cuál es el sentido de mi vida?
¿Qué es lo que quiero hacer con mi vida?
Preguntas todas ávidas de respuestas que favorezcan la realización de un proyecto de vida exitoso.
¿Quién soy yo?
Jurídicamente soy un sujeto de derechos y deberes. Como sujetos, exactamente como personas, estamos impelidos a hacer o no hacer algo en acatamiento a un mandato legal de orden moral, civil o religioso en procura de un proceder correcto o bueno. La verdadera rectitud de nuestros actos se cumple en la aceptación al mandato primero de la ley natural, al dictado de la conciencia racional como seres autónomos. El imperativo de actuar correctamente trae consigo la noción de responsabilidad. Como sujetos de deberes estamos en la obligación de dar cuenta ante la sociedad de las consecuencias de las acciones que ejecutamos, más aún cuando estas ocasionen perjuicio o infrinjan la ley.
Solo yo, en uso de mi autonomía, tengo el poderío para disponer qué hago con la vida. Reflexionar si el rumbo que he dado a la existencia compensa el maravilloso patrimonio vital en mi depositado para llegar a la excelencia. Si mi vida, en verdad, tiene algún significado.
La primordial y máxima responsabilidad a la cual estamos abocados es con la vida en general, con mi vida en particular, con el deber de cuidarla, protegerla, no desperdiciarla, de conquistar una calidad de vida.
¿Cuál es el sentido de mi vida?
Hemos recibido una vida con el encargo de descubrir en ella el sentido, el sentido único e intransferible que debemos darle con la condición de explorarlo, encontrarlo, para pensar y decidir cuál ha de ser nuestro destino.
Solo yo, en uso de mi autonomía, tengo el poderío para disponer qué hago con la vida. Reflexionar si el rumbo que he dado a la existencia compensa el maravilloso patrimonio vital en mi depositado para llegar a la excelencia. Si mi vida, en verdad, tiene algún significado.
Por ser el hombre un ser social, un ser con los demás, el sentido de la vida está vinculado necesariamente a sus congéneres. La indispensable relación con los otros es factor definitivo de la vida buena por la posibilidad de realizar una dinámica altruista, impregnada de valores y principios que hagan realidad una existencia que trascienda lo estrictamente biológico y material para el alcance de una dimensión espiritual, liberadora del mundo instintivo de los placeres, que nos acerque a la meta ansiada de la felicidad.
El periplo existencial está sometido a las trasformaciones que trae consigo el movimiento propio de la vida, de allí que el sentido que damos a nuestra existencia no siempre es fácil mantenerlo en línea recta, es voluble en correspondencia con los sentimientos humanos. Urge trazar un derrotero preciso para que la dirección que esta tome soporte los inconvenientes y frustraciones del camino y superándolas colme sus mayores expectativas. La felicidad casi siempre esquiva, con propósito firme, podemos acercarla y mantenerla a nuestro lado. Los que apuntan a la felicidad como objetivo único se inscriben en la infelicidad. Nuestro mayor deseo es ser cada día mejores, sentirnos realizados por haber dado rienda suelta a nuestras potencialidades. ¡Benditos sean! los escasos momentos felices que nos depara la vida.
¿Qué es lo que quiero hacer con mi vida?
El ejercicio de la autonomía en su expresión más amplia de libertad me indica lo que yo quiero hacer con la vida en un ejercicio deliberante de mi propia voluntad para decidir lo que mejor convenga a mis intereses personales de acuerdo con unas convicciones propias. Realizo un proyecto existencial que al mismo tiempo que satisface mis deseos e inclinaciones es respetuoso del proyecto vital de los demás. Mi comportamiento en tal sentido debe estar guiado por una normatividad que sirva de ejemplo o de guía al proceder de los otros. Norma que el filósofo de la dignidad humana Immanuel Kant define en la primera fórmula del imperativo categórico: “Obra de tal manera que la máxima de tu acción pueda valer al mismo tiempo como norma universal de conducta”
Lo que yo haga con mi vida para acrecentar su valor extrínseco como persona, en una dimensión espiritual e intelectual – “Valor instrumental de la vida” según Ronald Dworkin – me dan el derecho a ocupar una posición destacada en el conglomerado social con unos privilegios con relación a otros que, con igual valor intrínseco como seres humanos, no los pueden reclamar para sí. Su falta de consagración, estudio, disciplina y trabajo no les permite el logro de una necesaria calidad de vida a la cual estamos llamados todos en cumplimiento del deber primero con uno mismo: Ser buena persona. “Al Concepto de deber, en fin, está vinculado otro esencial concepto: el concepto de personalidad. Gracias al deber se exhiben en el hombre las raíces de su noble prosapia”.
Kant M. 1995, Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, Porrúa, México, p.7