El doctor Paco Borletti se encontraba en el Vestier del área de quirófanos, del Hospital Central, luego de haber dado anestesia para una histerectomía abdominal (extirpación de la matriz); como es costumbre, al terminar la intervención: “hablando paja” y tomando tinto (Café). Casi siempre los cirujanos una vez terminan la operación salen a las carreras, mientras el anestesiólogo queda atento a la recuperación postoperatoria del paciente. En esta ocasión el ginecólogo Dr. Joe Rodrigo y su ayudante Dr. Dany Lorana se quedaron viendo televisión. Jugaban Italia y Francia en el estadio Mar de Plata, de Buenos Aires, Argentina, Copa Mundial de Futbol de 1978. Italia ganó 2 contra 1. Argentina campeón.
No existían teléfonos móviles, ni el internet. Corría la década de los años 70 del siglo pasado, conocida en la costa antillana como “época marihuanera”.
I
Doctor Paco lo llaman por teléfono, es urgente le informa una enfermera.
– A la orden, contestó.
Dr. Borletti, soy Olga de la Clínica Santa Isabel. Por favor el Dr. Garrido me pidió el favor de que lo llamara. La paciente a la que puso anestesia para una cesárea se ha complicado. Doctor, vengase lo más rápido posible, la señora se encuentra bastante mal, le suplicó con la voz agitada.
Paco, con todo bajo control, se dispuso, raudo, a socorrer al colega en dificultades. No estaba tan cerca a la Clínica Santa Isabel, demoró, aproximadamente, 20 minutos en llegar desde al Hospital.
Dramático el cuadro que encontró. Una paciente en paro cardiaco y el doctor Abimael Garrido hacía esfuerzos reanimadores en forma desesperada. No la había podido intubar, administraba oxigeno con mascara. Mientras, el pediatra asistía al recién nacido, en buenas condiciones, apgar 10. Los dos obstetras que practicaron la intervención quirúrgica observaban expectantes, preocupados.
Procedió Paco, de una, a colocar un tubo endotraqueal y colaborar con la reanimación cardiorrespiratoria de un compañero ofuscado. La joven primigestante no respondió, las maniobras resultaron fallidas. Había pasado mucho tiempo desde el inicio del paro.
El doctor Garrido un joven anestesiólogo, recién llegado del exterior, su compañero en el Hospital Central, había aplicado un bloqueo peridural que se convirtió en raquídeo total al perforar la duramadre (meninge) y producir la parálisis de todo el cuerpo.
Lo que vino después de esta lamentable tragedia, para el doctor Garrido, el doctor Paco no lo supo, se despreocupo por averiguarlo. Al parecer los familiares de la difunta aceptaron resignados “el designio divino”, no interpusieron ningún tipo de acción legal.
El Dr. Abimael continúo su actividad profesional sin inconvenientes. En aquellos tiempos la “cultura del litigio”, tan en boga hoy en día, no acosaba a los profesionales de la medicina, contrario sensu a lo que sucede en la actualidad cuando no pueden tener, los médicos, el más mínimo desliz porque son demandados sin contemplaciones.
II
Abimael, un hombre apuesto, de finos gustos, alegre, descomplicado, un fiel practicante de la consigna, aquella de su tierra natal, del “cógela suave”, estaba casado con una hermosa y distinguida dama de la ciudad, con un niño de 2 años de por medio.
Pensó, alegrón, que podía, jugar a dos bandas y se juntó, al poco tiempo del trágico incidente operatorio, con adinerada amante, de padres acaudalados que le exigieron el arriesgado compromiso de abandonar a su legítima esposa para poder convivir con su hija. Cargo sus motetes y mudó a la lujosa mansión de su impertinente pretendiente, en un barrio aristocrático de la metrópolis. De origen modesto, el Dr. Abimael, su residencia estaba ubicada en un sector de clase media económica.
No había pasado ni un año de su voltereta conyugal cuando regresó a su lecho matrimonial a buscar la amorosa compañía de su esposa y su hijo que lo recibieron complacidos. Rompiendo así el peligroso pacto con la dama que lo sedujo y su rica, exigente, parentela.
III
Eran la 6 y 30 de la tarde cuando se tropiezan en el Vestier del Hospital Central, los doctores Abimael y Paco, esperando la hora de soltar el turno, a las 7.
Es irresponsable el profesional de la medicina que, sobrado, “Síndrome de especialitis” no piensa en las complicaciones de su actuar “para prevenir antes que curar”. “Bienaventurados los médicos que todo lo saben porque de ellos es el reino de la petulancia”. “Como será de tonto, que cree saberlo todo”, es decir de Ortega y Gasset.
Con el rostro descompuesto y pálido Abimael le comunica al doctor Paco, su fiel amigo, que lo estaban amenazando para matarlo. “Me acaban de llamar, ahora mismo; me van a matar le dice; ¿Qué hago’ le pregunta?
El Dr. Borletti, impresionado con semejante noticia trató de calmarlo y recomendó que no saliera del Hospital por nada del mundo, que llamara a su casa para ver las medidas a tomar con ayuda de la policía. Le insistió que no se fuera.
Paco ya se encontraba en su residencia cuando a los 7 y 20 minutos de la noche lo llama por teléfono el Dr. Rodrigo para comunicarle que al Dr. Abimael Garrido lo habían asesinado. En un momento paso por ti para ver que sucedió, le dice. Encontraron al doctor Abimael yaciente, sangrante, al pie de su automóvil, con perforaciones de bala en distintas partes del cuerpo. El Difunto médico no puso cuidado, no atendió la severa advertencia que le hiciera Paco, su dilecto amigo.
IV
Semejante homicidio conmociono a la comunidad médica y a la sociedad en general, dado el aprecio que le tenían a Abimael y a su bonita familia.
La pregunta que todo el mundo se hacía giraba en torno a quien pudo haber sido el victimario, del doctor Garrido, dado los dos incomodos eventos que precedían este vil crimen.
¿Serian, acaso, los familiares de la paciente que murió en cirugía o los parientes de la pudiente amante engañada por el doctor Garrido?
Este suceso hasta el día de hoy ha quedado en la absoluta impunidad con el ingrato recuerdo de un acontecimiento típico, como muchos más, de una temporada tenebrosa y violenta como la “marihuanera” que mantuvo en zozobra a la ciudadanía de toda la región costera.
V
El doctor Paco comenta que le ha sido difícil olvidar este doloroso episodio, sucedido hace casi 50 años, que deja dos grandes enseñanzas: una profesional y otra personal.
Profesional. No se pueden minusvalorar los riesgos que tiene la actividad asistencial. No hay acto médico que no tenga riesgos. Es irresponsable el profesional de la medicina que, sobrado, “Síndrome de especialitis” no piensa en las complicaciones de su actuar “para prevenir antes que curar”. “Bienaventurados los médicos que todo lo saben porque de ellos es el reino de la petulancia”. “Como será de tonto, que cree saberlo todo”, es decir de Ortega y Gasset.
Personal. No se puede jugar con los sentimientos de la gente. A la mujer hay que respetarla, no se le maltrata ni con el pétalo de una rosa. La familia es lo primero.
Anciano y Sabio recomienda el doctor Paco Borletti seguir el principio ético, contenido en el Juramento Hipocrático que tiene aplicación tanto desde el punto de vista médico como personal, para todo el mundo: “LO PRIMERO ES NO HACER DAÑO”, PRIMUN NON NOCERE.
Y recuerda la sentencia bíblica de: EL QUE A HIERRO MATA A HIERRO MUERE.
“51. En eso, uno de los que estaban con él extendió la mano, sacó la espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole una oreja. 52 —Guarda tu espada —le dijo Jesús—, porque los que a hierro matan, a hierro mueren”. Mateo 26:51-52.
Brillante leccion
Como relatas en esta tragedia del Doctor asesinado, en el se conjugaron los dos grandes pecados que cometió el profesional y el de la infidelidad. Cual de los dos primo en su asesinato?