La expresión “todos tenemos nuestro sambenito” se origina durante la Inquisición Española, una institución religiosa que desempeñó un papel central en la persecución de los judíos, especialmente de aquellos que, tras convertirse al cristianismo, eran sospechosos de continuar practicando su antigua fe. Esta persecución no se limitó únicamente a la labor inquisitorial, sino que culminó con la expulsión de los judíos de España en 1492, ordenada por los Reyes Católicos con el objetivo de homogeneizar a la población en torno a una sola religión: el cristianismo.
El traje de San Benito, o sambenito, era una prenda distintiva utilizada por la Inquisición española para señalar públicamente a los condenados por el tribunal, convirtiéndose así en un símbolo de infamia y arrepentimiento. Su origen se remonta a las vestimentas penitenciales que los fieles católicos usaban para manifestar su arrepentimiento por los pecados, práctica que luego fue adoptada por la Inquisición con fines punitivos y ejemplarizantes. Inicialmente, el sambenito consistía en un saco de lana bendecido por el sacerdote —de ahí su nombre original, “saco bendito”—, el cual, por asimilación fonética, derivó en la palabra “sambenito”, asociándose finalmente con la figura de San Benito.
El sambenito es mencionado en el Manual de Inquisidores (1378), donde Nicolás Aymerich lo describe como una túnica compuesta por dos faldones de tela, uno por delante y otro por detrás, a modo de escapulario, sobre los cuales se cosían cruces rojas. En la Inquisición española, el sambenito era una especie de gran escapulario con forma de poncho, confeccionado con una tela rectangular que tenía un agujero para pasar la cabeza y que, una vez colocado, llegaba al condenado hasta un poco más abajo de la cintura tanto por el frente como por la espalda. Su diseño y decoración variaban según el delito cometido y la sentencia impuesta.
Durante la Inquisición, una vez que un acusado era declarado culpable de herejía u otra infracción religiosa, la Iglesia podía “relajarlo al brazo secular”, es decir, entregarlo a las autoridades civiles para que ejecutaran la pena correspondiente. Los condenados vestían un sambenito negro decorado con llamas y, en ocasiones, con figuras de demonios, dragones o serpientes, símbolos del Infierno, además de una coroza roja.
Por su parte, los reconciliados con la Iglesia católica —aquellos que reconocían su herejía y se arrepentían— llevaban un sambenito amarillo con una o dos cruces rojas de San Andrés y llamas orientadas hacia abajo, lo que, según el investigador Henry Kamen, simbolizaba que se habían salvado de la hoguera. Los condenados a recibir azotes, como los impostores o bígamos, portaban una soga atada al cuello con nudos que indicaban el número de latigazos que debían recibir.
En su obra Historia de los judíos de España y Portugal, José Amador de los Ríos describe diversos tipos de sambenitos y corozas, algunos aspectos se pueden observar en el siguiente relato sobre la procesión de la Cruz Blanca, que dio inicio al auto de fe celebrado en Madrid en 1680:
Tras ellos vinieron doce hombres y mujeres, con cuerdas alrededor de sus cuellos y velas en las manos, con caperuzas de cartón de tres pies de altura, en las cuales se habían escrito sus delitos, o representados de diversas maneras. Iban seguidos por otros 50, que también llevaban velas en sus manos, vestidos con un sambenito amarillo o una casaca verde sin mangas, con una gran cruz roja de San Andrés delante y otra detrás. Muchas veces llevaban escrito el nombre del condenado, como en el caso de los famosos sambenitos de la iglesia de Santo Domingo de Palma de Mallorca, que originaron el asunto de los chuetas, los cuales eran personas marginadas debido a que tenían lazos familiares con los condenados. Los reos eran paseados por la ciudad descalzos, vistiendo el sambenito y con un gran cirio en la mano Los reconciliados estaban obligados a llevar el sambenito siempre durante todo el tiempo que durara la condena como señal de su infamia y sólo podían quitárselo dentro de su casa. Cumplida la sentencia, sus sambenitos eran colgados en la iglesia parroquial ad perpetuam rei memoriam para que no se olvidara su crimen, así como los sambenitos de los quemados en la hoguera. La Inquisición consideraba que había que perpetuar el recuerdo de la infamia de un hereje, por lo que el castigo se proyectaba sobre sus familias y descendientes.
El propósito de perpetuar la infamia de los condenados, extendiéndola de generación en generación y castigando así a familias enteras por los pecados de sus antepasados, llegó al extremo de que, cuando los sambenitos se deterioraban con el tiempo, eran reemplazados por mantetas que contenían los nombres y datos de los herejes.
José Amador de los Ríos, en su Historia de los judíos de España y Portugal, señala que la costumbre de colgar los sambenitos en las iglesias una vez cumplida la condena comenzó a principios del siglo XVI y se volvió obligatoria a partir de las Instrucciones dictadas en 1561 por el inquisidor general Fernando de Valdés y Salas, en las que se decía:
Todos los sambenitos de los condenados vivos y difuntos, presentes o ausentes, se ponen en las iglesias donde fueron vecinos… porque siempre habrá memoria de la infamia de los herejes y de su descendencia…
El propósito de perpetuar la infamia de los condenados, extendiéndola de generación en generación y castigando así a familias enteras por los pecados de sus antepasados, llegó al extremo de que, cuando los sambenitos se deterioraban con el tiempo, eran reemplazados por mantetas que contenían los nombres y datos de los herejes.
La manteta era un lienzo de forma cuadrada o rectangular, en cuya mitad inferior se inscribían en letras mayúsculas el nombre, apellido, oficio y delito de la persona condenada por la Inquisición, mientras que en la parte superior se pintaban las aspas del sambenito o llamas acompañadas de la efigie del reo. Esta práctica de colgar los sambenitos fue objeto de críticas no solo por parte de los familiares —que quedaban inhabilitados para ocupar cargos públicos a causa de la deshonra—, sino también por los feligreses y los religiosos de las iglesias en donde eran expuestos, dado que la infamia se trasladaba también a esos templos.
Sin embargo, la Inquisición no modificó esta disposición y la mantuvo vigente hasta finales del siglo XVIII. Los historiadores Emilio La Parra y María Ángeles Casado sitúan la desaparición de la costumbre de colocar los sambenitos en las iglesias hacia mediados de ese siglo. El sacerdote Juan Antonio Llorente, uno de los principales especialistas en el estudio de la Inquisición durante el siglo XIX, señala que en ocasiones las mantetas son mencionadas como sambenitos, ya que originalmente se colgaban los sambenitos auténticos, los cuales fueron posteriormente reemplazados por estas telas en los templos.
El Museo Diocesano de Tui (Pontevedra-España) conserva una colección de sambenitos y mantetas del siglo XVII, descubiertos hace algunos años. Tras ser restaurados fueron montados sobre bastidores para garantizar su adecuada conservación, actualmente se exhiben al público en una de las salas de la segunda planta del museo. Las personas mencionadas en estas telas pertenecen a distintas ramas de las familias Méndez y Coronel, que entre 1617 y 1621 fueron sentenciadas y reconciliadas por el Tribunal del Santo Oficio de Galicia, acusadas de herejía y de practicar ritos judaizantes.
En la actualidad, expresiones como «llevar un sambenito», «colgarle a alguien un sambenito» o «cargar con un sambenito» se utilizan en el lenguaje coloquial para referirse a la carga de una culpa o deshonra, especialmente cuando esta es injusta o inmerecida. Estas frases conservan a través de los tiempos, el eco del castigo simbólico impuesto por la Inquisición, cuando los condenados debían portar el sambenito como una marca visible de infamia, incluso después de haber cumplido su sentencia.
En el uso moderno, estas expresiones aluden a situaciones en las que una persona es estigmatizada, etiquetada o marginada socialmente por un error pasado, una acusación infundada o una reputación difícil de revertir. Así, el «sambenito» se convierte en una metáfora de la deshonra persistente y del juicio social que, al igual que en tiempos de la Inquisición, puede perseguir a alguien durante toda su vida, incluso cuando ya ha sido absuelto o rehabilitado. En alguna medida “todos tenemos nuestro sambenito“.
Sin lugar a dudas todos llevamos con nosotros nuestro sambenito. La cotidianidad es el escenario donde a diario la tragedia es más que la vida feliz. La pobreza de la educación, la economía injusta, las amplias desigualdades, son sambenitos muy particulares, que cargamos a cuesta, según las circunstancias de cada cual, muy particulares. Pero hay un sambenito COLECTIVO que nos corroe por dentro y nos entrega al miedo y la desesperanza de un país intolerante y politizado hasta el extremo por una intolerancia dolorosa, convirtiéndonos en una masa caótica que sufre y calla en silencio, a veces influenciada por los medios de comunicación. Si en la inquisición se llevaba el estigma visible (vestidos y frases), hoy día, se lleva en la conciencia, causándonos un profundo desasosiego y un malestar que no se dice, pero se siente en el silencio de las voces guardadas. Interesante esa descripción dl Sambenito, estimado.
Todos tenemos nuestro Sambenito, somos humanos imperfectos, pero tenemos un ayudante, me refiero a la palabra de Dios, esta nos ofrece una guía para sobrellevar y enfrentar los problemas que tenemos y padecemos, hagamos uso de este regalo y asi podemos resistir las situaciones que nos afectan.
Algunos de nuestros Sambenitos están en la inmediatez de nuestro hacer y decir.
1. La mentira. La mentira parece una cosa muy pequeña, pero es muy destructiva. …
2. La indiferencia. En medio del ajetreo de la vida, es muy fácil caer en la indiferencia. …
3. El egoísmo. …
4. La rebeldía. …
5. La idolatría.