A Marcos Fidel, paipano orgulloso de su tierra,
que la cuenta, contándose a sí mismo.
1.
Después de una larga ausencia, cuando el mundo cambia en muchas regiones y ciudades de mi país, Villa de Leyva se mantiene firme en el tiempo, aferrada a sus convicciones y tradiciones, en la amabilidad de su gente y ese gesto de confianza, que se respira en los días soleados y el frío acogedor de las noches en la Plaza Central. Los pasos resuenan en las calles empedradas y emergen con voz propia las historias susurradas que se cuentan en los libros a los turistas que la recorren en medio del silencio y la melancolía de sus habitantes. Por las mañanas, los perros callejeros, algunos abandonados y los que gozan de la libertad que le permiten amos, suben a la zona hotelera, alrededor de la plaza. No ladran, simplemente se hacen cómplices del silencio a la espera de la mano amiga que los alimenta; después, desaparecen y regresan cuando el instinto del hambre es anunciado por su condicionamiento animal. Villa de Leyva se resiste a la modernidad consumista, haciendo de esa obsesión su atractivo turístico, conservando su arquitectura intacta: el blanco de las casas y la madera negra y caoba en las puertas, ventanas y balcones. El viento, el silencio, el sonido moderado que permite conversar, la sonrisa ingenua de sus pobladores. Las corrientes de agua palpitan con su melodía subterránea y dan una sensación de paz y bienestar.
2.
Marco Fidel es nuestro guía. Septuagenario acostumbrado a la topografía del eje cundiboyacense, no necesita de ningún GPS, con la geografía en mi memoria es suficiente y me basta, nos dice. En su actitud de servicio deja traslucir la amabilidad y la riqueza del conocimiento de la historia que posee de cada población visitada; su puntualidad y exactitud con el tiempo es coherente con su mente topográfica. No deja nada al azar. Es el típico boyacense honesto, recatado, de conversación agradable y buen genio, que se da a conocer con el paso de los días. Su resistencia detrás del volante es asombrosa y su concentración se mantiene fija en medio de curvas y precipicios, que conoce como la palma de su mano. Marcos Fidel es un tesoro encubierto y una memoria cultural prodigiosa que no puede perderse. No es un hombre común y corriente, aunque su modestia lo hace padecer la comodidad del anonimato. Escucharlo es evocar de nuevo las lecturas de los Viajes de Marco Polo; en su cabeza está la magia de la geografía de los andes, que recorrió desde niño en compañía de su padre y hermanos.
3.
Tibasosa es un municipio boyacense, rodeado de montañas, donde la vida transcurre en un remanso de paz. Las mujeres han tenido una participación ganada por su espíritu emprendedor y su carácter, que las hace dignas. En la historia cinco mujeres han sido alcaldes del municipio y ejercido su gobernabilidad ante la admiración y aceptación de los hombres; en las paredes del palacio municipal, en el centro de la plaza, rodeada de casas blancas, techos rojos y balcones negros, están dibujadas las mujeres que han ejercido sus gobiernos. Tibasosa es un jardín en cada calle, todas pulcras y dignas, y el aroma de las flores esparcido por el viento fresco, le da la bienvenida al turista. Tibasosa, la tierra de la feijoa, una fruta hibrida donde se mezcla los sabores de la guayaba y el limón; todos los años, a finales de junio se celebra el Festival de la Feijoa, considerado patrimonio cultural del municipio. Este año, 2024, la celebración fue del 29 de junio al 1 de julio. Los tibasoseños se enorgullecen de su terruño y reconocen el carácter de sus mujeres. “En Tibasosa mandan las mujeres y lo hacen muy bien; si el hombre se pierde de la casa dos o tres días, mejor que no regrese”, dice don Diego, un tibasoseño de hablar mesurado y buen sentido del humor, que en su negocio exhibe la feijoa en sus múltiples variantes de dulces, licores, arequipes y helados.
4.
Son las doce del día y hemos llegado a una altura de más tres mil metros sobre el nivel del mar, en la cordillera oriental. Sin aplausos nos recibe el viento frío del Lago de Tota, considerado por el guía como un mar interior en esta tierra de contrastes. La fuerza del viento reduce el impacto de las inclemencias del sol fuerte y alegre. Vegetación, aguas azules y oscuras montañas; un pájaro veloz nos recibe con su canto y su vuelo. Las aguas del lago tienen consigo los murmullos de un mar en calma. Diez grados es la temperatura que nos envuelve. 57 km. cuadrado es la superficie del lago, quince km. de largo por ocho de ancho, su profundidad es de 60 metros. Eucaliptos y pinos altísimos rodean este paraíso, cuyas aguas besan los pies de las montañas; las corrientes del lago, tímidas, imitan el mar con su oleaje yendo y viniendo, empujadas por el susurro intermitente del viento, elevándose en medio del silencio. Una playa blanca y desnuda se tiende en la orilla, esperando que las minúsculas olas le bañen sus pies y el sol queme su piel.
5.
Iza, Nido verde de Boyacá, famoso por sus postres, así se le conoce. El verde es una constante en los caminos, la calle, el parque central, en las montañas que circundan la región. El Divino Salvador es el patrón del municipio y personaje central con una enriquecida historia de milagros recibidos por la población. La iglesia es un bello monumento, apuntando al cielo, cuya estructura y mantenimiento se conserva por el esfuerzo de sus habitantes y el sentido religioso apreciado en sus pobladores, sobresale como un estandarte en medio de la plaza. Iza es un remanso de paz y tranquilidad, alejada de los ruidos de las grandes ciudades, constituye un sitio de descanso y disfrute del silencio. El silencio es una continuación de esa constante de los municipios boyacense; los radios a medio volumen así lo confirman y los murmullos íntimos de los parroquianos, que observan a los turistas ruidosos que profanan el silencio. Se le considera un pueblo seguro, donde la gente muere sin escándalos y sin violencia.
6.
Nobsa, es uno de los municipios ubicado en el área metropolitana del Alto Chicamocha. Es Centro Artesanal, caracterizado por sus trabajos en tejidos de lana de oveja, herencia de la época precolombina, de reconocimiento en el ámbito nacional. Ruanas, cobijas y accesorios, son tejidos a manos por mujeres y hombres. Cerca de Nobsa, la vereda de Ucuenga, a 4 kilómetros, se constituye en un lugar donde se diseñan y elaboran campanas, mezclando el cobre, bronce y el estaño. Este sonido medieval con más de cien años de vida se ha llevado a muchas iglesias del país. En una de las tiendas, sobre la plaza, una mujer teje una ruana con extraordinaria habilidad y precisión, y se me antoja pensar, que teje para esperar u olvidar.
“En Tibasosa mandan las mujeres y lo hacen muy bien; si el hombre se pierde de la casa dos o tres días, mejor que no regrese”, dice don Diego, un tibasoseño de hablar mesurado y buen sentido del humor, que en su negocio exhibe la feijoa en sus múltiples variantes de dulces, licores, arequipes y helados.
7.
Entramos a Tunja, capital del departamento de Boyacá. Coexisten dos ciudades en su interior, la Tunja antigua y la moderna. La antigua es una ciudad de cuestas empinadas para los conductores y peatones que la recorren de un lado a otro. El turista jadea y los resuellos le obligan a detenerse. La primera impresión es la de una ciudad fría, triste y sucia, sobre la que hombres y mujeres transitan a la universidad, a los rituales de las iglesias, o a la Plaza de Bolívar donde se cuenta parte de la historia del país y se respira el aire colonial, apreciándose la vista de las edificaciones blancas y los oscuros balcones. La ciudad moderna, vista desde las alturas se desborda en edificios, avenidas y puentes; incansable, continua agresiva, derribando bosques, en la búsqueda de la fantasía del desarrollo. Con ella desaparecen mucho de la cultura y la tradición, que tanto admiran los turistas.
8.
El pueblito boyacense es una réplica comprimida de municipios insignes del departamento de Boyacá, que cuentan sus historias a través de sus arquitecturas, artesanías, comidas y bebidas, que los caracteriza. Pozos Azules en medio del desierto cercano a Villa de Leyva con sus aguas azules y verdes brotando del fondo de la tierra; es un lugar lleno de contrastes: las frías y escépticas montañas; la tierra seca y árida; la vegetación osada de los pinos y orgullosos eucaliptos que persisten sin dejar de crecer hacia los cielos; las aguas que brotan y se mantienen, exhibiendo la energía del subsuelo mineral; el viento frío corriendo libre en el campo abierto del desierto, en zigzag por entre las rocas diseminadas, esquivándolas.
9.
La Granja de los avestruces, cerca de Villa de Leyva, es un atractivo turístico visitado por familias enteras que gozan de la contemplación de estas aves. Cabezas pequeñas, pescuezos largos, grandes ojos, patas largas, picos cortos. Muestran su inquietud ante los turistas que les dan de comer, con las manos extendidas; unos exhiben la precisión ojo – pico con el picoteo suave de su experiencia y otros con la torpeza de la juventud, sin hacer daño a quien les brinda comida.
10.
Rafael Antonio Niño, nace en Cucaita, Boyacá, a más de 2.600 metros sobre el nivel del mar. Inicio su carrera ciclística, con bicicleta alquilada, en las montañas de su municipio y se convirtió en leyenda con seis vueltas a Colombia ganada y cinco clásicos RCN. En la Plaza Central de Cucaita puede verse un monumento en su honor, que lo distingue como un cucaitense ilustre. Por su parte, Nairo Quintana nacido en Tunja vive su infancia y adolescencia en el municipio de Combita, en Vereda La Concepción. Naironman, como se le apoda, desde muy niño anduvo en bicicleta para la escuela, situación que le permitió descubrir su potencial y contar con el apoyo de sus padres. Boyacenses de origen campesinos, transitando desde niños sobre una topografía de cuestas y bajadas, además de la altura, que les configuró una capacidad cardiopulmonar apta para las exigencias de su desempeño como como escaladores y protagonistas de las montañas de Colombia y el mundo. El hombre y la mujer boyacenses sienten orgullo de sus héroes y no se agotan en la conversación, situación que se asombra por su parquedad y los largos e íntimos silencios.
11.
Raquira, lugar de las ollas, según la cultura muisca. Municipio de artesanías expendidas en cada casa. La arcilla es el insumo esencial de las artesanías. Observamos al artesano en su hábitat, exponiendo la arcilla a la intemperie, recogiéndola y realizando un proceso de lavado y enviarlas por mangueras a unos tanques, aprovechando sus conocimientos físico – químicos, hasta alcanzar una arcilla que pueda moldearse y someterla a altas temperaturas; finalmente, la creación humana, una combinación de torno y habilidad manual, pasa por un proceso de pulimiento y color. El artesano autoevalúa su trabajo y evalúa el de sus trabajadores, con espíritu paciente corrige, consciente que el arte que profesa requiere de la mesura y el equilibrio emocional para detenerse en los detalles. Los artesanos que han aprendido este arte se muestran preocupados: por un lado, está la sociedad de consumo atrayendo a los jóvenes a las ciudades, y por otra, sienten que la tradición y el legado de familia pueda perderse; también hay quienes desean que sus hijos se vayan a estudiar a la universidad.
Después de observar al artesano en su proceso de creación artesanal, le pregunto, ¿qué tal si presenta un proyecto al SENA, enfocado en mantener la tradición artesanal, y que se convierta al mismo tiempo en un proyecto de emprendimiento, ya que usted posee en su taller todos los recursos tecnológicos? La idea le suena al artesano y el brillo de sus ojos refleja un entusiasmo, indicando que la esperanza es una posibilidad.
12.
Nos despedimos de Marco Fidel, nuestro guía, en el aeropuerto El Dorado. Incansable y vital, serio y presto a acompañarnos hasta la zona de cheking. Se despide y su alta figura se pierde entre la gente que va y viene, confundiéndose, anónimo. Además de un guía sentimos que ganamos un amigo en Paipa, bello municipio donde se nota el orgullo de la gente y el sentido de pertenencia por los valores culturales que tanto defienden y hacen parte de la tradición boyacense.
Carajo, wensen, hay en ti una pasión por el viaje y la escritura, no tanto por lo que describes como por la escritura. Te imagino saboreando cada vocablo, cada sustantivo, cada frase y párrafo. Te veo sentado frente al computador y tecleando en medio de la fiebre escritural, feliz como un condenado a vivir en medio de libros y letras.
Disfruté tu viaje.