Se acabaron pájaros en bandada con su mañanero despertador de alegres trinos: pitirres, chirríos, papayeros, cucaracheros, colibrís, canarios y chucha frías. Repicando en lo alto del matarratón, palo de mango, ciruela y papaya, del patio de la casa, del patio que ya se evaporó. El ruido ensordecedor de la ciudad los ahuyentó
Se acabaron los juegos de niños: partidos de bola e trapo en la arenosa calle. Chequita y el bate en los playones. Carreras apostando “a la lleva”, “4, 8 y 12”, la libertad, arranca yuca, y peregrina. El juego del paseo y la olla por la pedregosa vía, tras el baile de un trompo “sedita” y correspondientes mapolas de castigo al perdedor con un trompo zarandete. Juegos de bolas de uñita de cristal: “boquita de hoyo muerto el tiro”. Dufla. Pantallas de TV y computadoras a los niños secuestró.
Se acabaron rosas multicolores en jardines y frentes de las casas: Antonia, coqueta y siete hermanos. Olorosas flores de: cayena, capacho, de la Habana, heliotropo y margaritas para la Virgen del Carmen en julio y en mayo para el día de la madre en el pecho mostrar. Una rosa roja para la madre viva y la blanca para la que en el cielo está.
Se acabaron los refrescos caseros: masato (maíz amarillo), peto caliente (maíz blanco), avena con canela o clavito, guarapo fermentado de panela y piña, el raspao de múltiples sabores, la limoná pa´ los enguayabaos y el agua fresca de la vieja tinaja que dejó la abuela en el rincón del comedor de la antigua casa.
Se acabaron en las tiendas del cachaco de la esquina: el corroncho, ladrillo, jarta pobre, la costra, pirulí, arranca muela y la consabida ñapa de un guineo bien madurito, tigrillo, de contentillo para volver a comprar. El “vale” del fíao en el cartón de una cajetilla de Marlboro o en las hojas descuadernadas de una libreta marca Norma.
Se acabaron los madrugadores ambulantes: panaderos con grande canasta sobre una bicicleta repleta de pan polaco, pan francés y mogollas con sabor a gloria. El lechero con calambucos y embudos medidores, en un viejo Willis descapotado. Mondongueros sonando cajas de madera repletas de vísceras de vaca y cerdo en su interior, sobre los costados de lentos burros andantes, para el infaltable sancocho del mediodía currambero.
Se acabaron afiladores de tijeras y cuchillos con pito característico que no alcanzo a descifrar. Peluqueros con temible navaja de afeitar que afilaban en larga penca de cuero y la refrescante alhucema para perfumar la motilada al terminar. El barbudo “turco”, fiador de telas, en su cansado y vetusto caballo, de puerta en puerta. Compradores de frascos y botellas en una vieja carretilla a cambio de cualquier golosina o fruta madura.
Se acabaron los tres toques mañaneros, 1º, 2º, y 3º, de las campanas de la iglesia parroquial llamando a sus feligreses a misa los domingos y días de guardar.
La llamativa sirena de la Cervecería Águila a las 12 am cada día del año y a la medianoche del 31 de todos los diciembres para el año nuevo celebrar.
Queda, solo, en esta otra ciudad que nos ha tocado en suerte para sobrevivir, soportar con resignada paciencia el estropicio estresante de camiones, automóviles, motocicletas, buses, mezcladoras de cemento y el tormento sin piedad de las sirenas de ambulancias, a toda prisa, sin parar de pitar
Se acabaron porros, fandangos, merecumbés, mapalés y chiquichás que animaban los sábados nocturnales, domingos de verbena, del mediodía pa bajo, y demás días de fiesta, bajo el sonido sabrosón de un pick up “con el doctor aguja” de director de orquesta.
Se acabaron pasteles trifásicos, mazamorra de plátano y de maíz, rajuñados en semana santa, sancochos de guandú y bocachico, arroz con liza y ají preparados por toda la familia con tronco de recocha, en el patio de la casa, debajo frondoso palo e níspero que el cemento aniquiló y a la familia dispersó.
Se acabaron los ¡buenos días compa! ¡buenos días vecino! El “bocaito”, por encima o entre la cerca de matarratón, de un delicioso plato entre vecinas compartir.
Las frías van y frías vienen en el bordillo de la tienda de la esquina que a la barriada congregaba, alegre, pa celebrar. El “guacharacaso carromulero” de gordolobo con limón bien temprano en la mañana. La tertulia del vecindario pereció por la inseguridad que a todos arrinconó
Se acabaron novenas al Niño Dios y sus villancicos en el atrio de la iglesia durante la navidad; rosarios de la aurora en los amaneceres de mayo para la virgen venerar; el incienso al mediodía en viernes somnolientos de cuaresma, las chalinas hediondas a naftalina de las señoras en la misa para poder participar. Curas repartiendo medallitas y estampitas a la feligresía por las calles del barrio y en el atrio de la iglesia, las iglesias qué solas se han ido quedando, qué tristeza.
Se acabaron estilógrafos de tinta marca Esterbrook y Parker. La blanca tiza, el negro tablero, mapamundis, “tablas” para aprender las cuatro operaciones aritméticas. Los libros: alegría de leer y de Bruño, caligrafía Palmer, catecismo de Astete, cívica de Posada, urbanidad de Carreño y cuadernos Titán. Una Tablet los reemplazo, el internet los desapareció.
Se acabaron amorosas cartas a escondidas, mano escritos papelitos furtivos entre enamorados, tarjetas perfumadas, pétalos de heliotropo entre los libros, serenatas en la madrugada con guitarras y bandolas. Encuentros a escondidas de novios en el parque o en la vespertina cinematográfica del teatro sin techo de la cuadra. El romanticismo sucumbió ante la inmediatez de lo carnal que no da espera.
Se acabaron solidarios velorios en las aceras de las casas, entierros de a pie por la arenosa vía, bajo un sol canicular, hasta el cementerio; las bancas de dolientes en la puerta de la calle, cuenta chistes y el tinto con toronjil durante el día y noche del velorio. La rezandera y la llorona con su lastimero espectáculo para despedir al bueno del difunto hasta el camposanto. Qué solos reposan, hoy, nuestros muertos en la funeraria.
Queda, solo, en esta otra ciudad que nos ha tocado en suerte para sobrevivir, soportar con resignada paciencia el estropicio estresante de camiones, automóviles, motocicletas, buses, mezcladoras de cemento y el tormento sin piedad de las sirenas de ambulancias, a toda prisa, sin parar de pitar. Un caos total que enloquece y la tranquilidad nos hace desear.
Toca, qué más, entretenerse con juegos cibernéticos o navegando por internet vía Facebook, WhatsApp, Twitter, Tik Tock e Instagram. Diligenciar el crucigrama o el sudoku en cualquier cafetería o plaza de comida de una atiborrada supertienda, donde el vicariato sin oficio se congrega a tomar aguas dulces, multicolores y multisabores, con nombres raros, en inglés pa descrestar. Esperar a que llegue la noche de hoy y por qué no, la noche definitiva: Inexorable e incierta.
Lo más penoso de todo, también, se han ido acabando los seres más queridos: amigos y compañeros del colegio, la universidad y el trabajo. Los vecinos y parientes, escasos que aún quedan, están enrejados en sus casas o encerrados en sus apartamentos; presos de terror y de miedo. Invisibles. Seguro estoy, con la misma nostálgica soledad mía, a la espera de una paz total que no llega.
Después de todo. ¡Qué carajo! Mientras haya vida hay esperanza Ajá… si soy afortunado superviviente de esta era virtual, que me ha tocado en suerte para disfrutar.
Lo que pasó, pasó. No comulgo con la idea de que “todo tiempo pasado fue mejor” y más bien bendigo la dicha de haber sido testigo de todo ese pasado que ya acabó y de este presente bendito que vivito y sabrosongo me tocó
Por lo pronto, me complazco garrapateando estas desordenadas añoranzas para comunicar a todo el mundo que todavía vivo estoy. Gracias a Dios. Gozoso de lo que soy, satisfecho de lo que he sido.
¡Sacúdete, viejo Teo! ¡Sacúdete burro viejo!
¡Que viva la era cibernética! y… marica el último.
Excelente comentario!!…. Las cosas tienen su principio y su final, de eso solo queda el recuerdo. El tiempo no perdona sigue velozmente tenemos q aceptar los cambios, el pasado quedó atrás. Un abrazo gigante 😙😙