El vendedor de camisetas

Wensel Valegas

Somos porque ganamos. Si perdemos dejamos de ser.

La camiseta de la selección nacional se ha convertido en el

más indudable símbolo de identidad colectiva…”

Eduardo Galeano. Fútbol a sol y sombra. El pecado de perder.

Desde que llegó junio la venta de camisetas de la selección ha sido buena y, con la historia que traían, sin perder un partido de su preparación y eliminatorias hasta ahora, aumentaron las ganancias del negocio; y a la Copa América llegó favorita para ganarla. Bueno, hay que darle gracias a Dios que se acordó de los pobres, sí, claro, porque en estos días, hasta la final, cada triunfo cayó como una bendición. En junio comencé a vender camisetas a sesenta mil pesos a todo el que pasaba por aquí, por la 72 con 46, la gente me preguntaba ¿a cómo las tiene?, ¿hay tallas de hombre y de mujer, para niños? Regateaban los que andaban a pie; pitaban los que pasaban en carros y pagaban sin bajarse y sin pedir rebajas. Nojoda, por mi vieja, no daba abasto en ese corre, corre, de aquí para allá. Cuando comenzó la Copa y la selección comenzó a ganar, se aceleró la producción y las camisetas aumentaron de precio, aun así, la gente las compraba y yo no me cansaba de gritar. De 60.000 subieron a 100.000 pesos, nadie protestó, todos querían ostentar su nacionalismo, así sea para espantajopear ante las cámaras gigantes repartidas por los establecimientos de la ciudad y el departamento.

  • ¡Se acaban las camisetas, lleva la tuya!, ¡aquí consigues la que quieras, la de James autografiada, la de Luchito Díaz y la siete del Liverpool también, pregunta por la de tu jugador favorito, apúrate, no aplaces la compra, escoge la de tu ídolo! Se acaban, ven por la tuya, no dejes para mañana la que puedas comprar hoy – era incansable gritando, sin importar la ronquera, las ventas crecían y las ganancias aumentaban, además, eso no se veía todos los días.

Los tombos pasaban y sonreían con mis gritos y mi atrevimiento, estacionaban su moto y me servían de improvisados calanchines.

  • Vean, si no me creen, pregúntenle a los agentes, ellos compraron para sus hijos y sus esposas, ¿no es verdad?  Los miraba – sin dejar de sonreír se iban veloces en sus motos, rondando por la seguridad del lugar, tú sabes –. Me conocían, sabían que era serio y trabajador con este rebusque, me protegían cuando alguien quería ser más vivo que yo, y yo no es que fuera vivo, pero si avispado y honesto, eso lo aprendí en la escuela de la maestra Elena y la seño Rita cuando estudiaba en la escuelita paga del barrio.

Los que vivimos del fútbol, eche profe, porque también vivo del fútbol, ¿o no?, sabemos que en la victoria nos adulan y soban la chaqueta, pero cuando se pierde nos mientan la vieja y dicen hasta del mal que vamos a morir, siente uno que esa unidad que promueve la tricolor se desintegra, ahora entiendo a los entrenadores.

Mira, Abimael, me decían, pareces que vas a salir bueno para el negocio, a todo le sacas dinero o una recompensa. Y cuando terminaba las tareas me decían, Abimael, ayúdanos a barrer el patio, echarles agua a los perros y comprar el maíz en la tienda para las gallinas; enseguida lo hacía y seguro no me creerán, pero así me ganaba la merienda, agua de maíz con una mogolla, porque eso sí, me gustaban las galapitas y, a veces, en la casa la estufa se mantenía apagada. Y cuando llegaba a la tienda, el viejo Cástulo me preguntaba qué quería y le decía, dos libras de maíz para la seño Rita y la seño Elena y de ñapa me da una bola de tamarindo. Cástulo sonreía, ese man me tenía paciencia, digo paciencia, porque mi mamá decía que desde pequeño jodía mucho, era demasiado inquieto y siempre estaba buscando qué hacer. Eso sí, regresaba en un santiamén a la escuela. Fue una época en la que las calles eran de arena y los carros eran una novedad, sólo servían para jugar bola de trapo, pero también seguras, se lo juro.  A las dos seños les gustaba mi rapidez para los mandados y, así, yendo y viniendo, aprendí a sacar cuentas con tanta velocidad que el viejo Cástulo quedaba impresionado, me daba vuelto de más y le indicaba que se había equivocado, le corregía la cuenta y le decía lo que me decía mi vieja, que en la casa éramos pobres, pero honrados, y le regresaba el vuelto de más que me había dado, y sin que le pidiera la ñapa, me daba una cocada de coco que tanto me gustaba.

Bueno, pero no nos desviemos, todo iba viento en popa en esta Copa América, las ventas creciendo y el bolsillo, parecía una arepa de huevo de tanto billete, así me decía la mujé, en esta época de vacas gordas, a ella la aterrorizaban las épocas de las vacas flacas, y ¿a quién no?, dígame usted profe. El día de la final con Argentina, ese domingo 14 de julio con cipote sol, alegre y radiante, que hasta playero se veía, se vendieron todas, no quedó ni una en el puesto, hasta dio tiempo de irme a casa a ver el partido que no comenzó a la siete, sino casi dos horas después. Nojoda sabe qué, profe, hasta creo que tanta demora nos cogió cansado, ahora imagínese usted la gente que vio el partido en vivo allá en el Hard Rock Stadium, ¿lo pronuncié bien?, que llegaron desde temprano, algunos con su familia con tremendo calor en medio de tanta gente. Se me da por pensar que fue una estrategia para cansar al jugador número doce, que andábamos repartidos en vivo y en directo por televisión, allá en las gradas y aquí en la casa. Nojoda, pero se cansa uno, estando sentado frente al televisor, yendo al baño a mear, sacar una cervecita de vez en cuando, ahora que se espera de los que se encontraban en las graderías del estadio, acalorados y nerviosos, porque el partido no comenzaba. Nojoda, sabe que es lo que duele, que mientras la mayoría de la gente en el estadio pagó no sé cuántos dólares por la entrada, otros, dicen por ahí, a mí no me crea, entraron gratis, dicen que eran colombianos y pa´ rematar, barranquilleros, esperando la oportunidad de colarse, o revendiendo boletas, y algunas falsas, pa´ rematar, ahí estamos pintao nosotros, embarrándola como siempre y, sabe qué es lo más jodido, que la cagamos doble, profe, en la entrada, los vivarachos que todo lo quieren gratis, y la defecamos a la salida con disturbios y muñequera, dizque con la presencia de unos quilleros de la alta. Nojoda, disculpe si le quito tiempo, mi profe, pero la selección se cansó y nosotros, los que llevamos la camiseta doce, también nos mamamos y nos invadió un sentimiento de culpa porque creo que nos faltó gritar más, infundirles ánimos desde la distancia, pero no fue así.

Nojoda, profe, la gente si es desagradecida. Mire las camisetas que me quedaron, verlas ahí colgadas me da una tristeza, hoy es día cívico y nadie voltea a mirar pa´ acá, esta mañana incluso, unos mal nacidos me gritaron: “Métetelas por el culo, ni regalada las queremos”, qué culpa tiene un pobre vendedor de camisetas, para metérselas por donde dijeron. Los que vivimos del fútbol, eche profe, porque también vivo del fútbol, ¿o no?, sabemos que en la victoria nos adulan y soban la chaqueta, pero cuando se pierde nos mientan la vieja y dicen hasta del mal que vamos a morir, siente uno que esa unidad que promueve la tricolor se desintegra, ahora entiendo a los entrenadores. ¿Qué tal si hoy, lunes cívico, saco las camisetas de Argentina? Me linchan y me insultarán, ¡pastelero!, y me dirían no sé cuántas cosas más.

Bueno, lo que no tenemos que perder es el optimismo, ya en septiembre volvemos a las eliminatorias. Por estos días, entramos en recesión económica, profe. Ojalá las ganancias aguanten porque el barro se pondrá duro, maestro ¿usted qué opina? Esa revancha con Argentina es una pelea cazada y, al mismo tiempo, una esperanza para que el negocio prospere.       

One thought on “El vendedor de camisetas

  1. Eso mismo estaba pensando yo, qué va a pasar con los vendedores de las camisetas , muchos invirtieron su plata y no las vendieron.
    En realidad nos queda un sinsabor con este segundo lugar.

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