No estás completamente abandonado:
los espíritus de la muerte, en la vida, te buscan
y, en la muerte, te rodean.
Edgar Allan Poe. Espíritus de la noche(poema).
Llegó octubre, callado y melancólico, dispuesto a acompañar al otoño en el renacer de su ritual de vida y muerte de todos los años. Las casas de los vecindarios, lejos de la ciudad, exhiben en sus jardines fantasmas grotescos vestidos de blanco y negro; calabazas salmones, negras y blancas a un lado de los escalones a la entrada de las casas; guirnaldas de color naranja cubren los pórticos de las residencias, adornándolas. Esqueletos gigantescos se mofan de los transeúntes, que los observan divertidos; un Frankenstein esquelético cubre sus miserias con ropas de luto, exhibiendo la blancura de su risa intimidante, cubriendo su cabeza con un sombrero negro, arreando los caballos de una diligencia y azotándolos con el látigo, rompiendo con el estallido y sus gritos el silencio. El césped verde de los jardines está cubierto de cruces y lápidas con modismos breves, que llaman la atención, clamando un regreso a la vida. Let me out, es un susurro angustioso, enterrado, inaudible, escuchado por los transeúntes bajo la sospecha de una alucinación y la mirada atenta y de asombro de los gatos desde el más allá, moviendo sus orejas en íntima complicidad.
En las noches, las calles solitarias y silenciosas se iluminan con un parpadeo breve, manteniéndose escépticas e indiferentes en medio de los juegos de la penumbra entrecortada. La gente en sus casas ha iniciado el festejo mucho antes del Halloween, con su paso tenebroso y terrorífico. Se disponen a celebrar la oscuridad de las noches, los alaridos desgarradores e intempestivos, los gritos ensayados que resuenan a medida que avanza octubre. El otoño es la estación que apertura el disfrute del Halloween en cada día y noche hasta el 31 de octubre, bajo el ulular del viento y el frío, que golpea las ventanas humedecidas. Paseando en medio de la oscuridad de la noche prematura y los días acortados por la bruma, evoco a Ruy Bradbury, en su cuento El Peatón: “El señor Mead escuchaba satisfecho el débil susurro de sus zapatos blandos en las hojas otoñales, y silbaba quedamente una fría canción entre dientes, recogiendo ocasionalmente una hoja al pasar, examinando el esqueleto de su estructura en los raros faroles, oliendo su herrumbrado olor”. Así me sentí en los paseos nocturnos, como el señor Mead.
A medida que transcurre octubre el frío de otoño ocupa su lugar y el viento es más frecuente, los árboles se desnudan sin pudor y la hojarasca es un vestido amontonado a sus pies, sobre la tierra. El ambiente se contagia de un goce especial en medio del colorido de disfraces macabros, como si emergieran de los mundos narrados por Lovercraft. Están las condiciones dadas para la fiesta desbocada, los sustos sorpresivos y el asombro inesperado.
La gente se burla de la muerte y la celebra al mismo tiempo. La noche del 31 de octubre es tomada por los niños y padres alcahuetes, cargando calabazas llenas de dulces y chucherías. Los niños no temen a la noche tenebrosa, y los espasmos de terror se convierten en gritos histéricos contagiosos, incluso, en tonos burlescos. Acude a mi memoria ese pasaje de Cien años de soledad, donde el diablo hace parte de la historia de Francisco el Hombre, el juglar vallenato, que lo derrotó en un duelo de improvisación de cantos, cayendo así en total desprestigio, y visto hoy día como una criatura que no asusta a nadie, ni a los niños siquiera, que terminaron perdiéndole el respeto, nos cuenta Gabo en su artículo, La Decadencia del Diablo.
Foto 1. Descanso inicial de los restos del escritor Foto 2. Lugar actual de los restos trasladados.
Pero la última noche de octubre es esperada con ansiedad y no sorprende que un intruso lector avive con su voz cavernosa, grave y señorial el asombro de los oyentes, con la primera estrofa de El Cuervo, en palabras de Allan Poe, invitado de la noche:
En una noche pavorosa, inquieto
Releía un vetusto mamotreto
Cuando creí escuchar
Un extraño ruido, de repente,
Como si alguien tocase suavemente
A mi puerta. “Visita impertinente
Es, dije, y nada más.
O si alguien en la fiesta de disfraces lleva el peso en su conciencia de un delito cometido. El Corazón Delator, evidencia la nerviosa inquietud del victimario, del culpable, mientras el silencio otoñal y la noche establecen un pacto de complicidad alrededor de la chimenea, escuchándose la voz de ultratumba al final del cuento de Poe:
- ¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí… ahí! ¡Donde está latiendo su horrible corazón!
Para qué perder el tiempo visitando las tumbas de los difuntos si las noches encantadas del otoño son suficientes para traernos el frío lúgubre que emana del terror y el misterio de una fiesta vivida a plenitud, experimentando sensaciones de asombro y pánico brindada por un anfitrión creativo y el influjo de bacanales exóticos, o una historia que refleja la conciencia agobiada por la culpa:
Sabía que mi víctima tenía la costumbre de leer en la cama… que su habitación era pequeña y mal ventilada. Pero no necesito fatigaros con detalles impertinentes…Sustituí, en el candelero de su dormitorio, la vela que allí encontré por otra de mi fabricación. A la mañana siguiente lo hallaron muerto en su lecho, y el veredicto del coroner (forense) fue: “Muerto por la voluntad de Dios”.
Heredé su fortuna y todo anduvo bien durante varios años, Ni una sola vez cruzó por mi cerebro la idea de ser descubierto.
Y mientras los textos de Poe se leen, las máscaras macabras y perversas esconden la angustia de los presentes en una extraña paradoja de tensión y desasosiego. Detrás de las máscaras, petrificados y escondidos, está el placer del terror y el sufrimiento. En el poema La Durmiente, resuena la voz inquietante, persiguiendo el atento silencio de los convidados a la última noche de octubre, como un susurro de viento, sintiéndose el frío que sólo pueden explicar los que regresan de la muerte:
¿por qué dejar esa ventana abierta en la noche?
Los espíritus juguetones, desde lo alto de los árboles se filtran
a través de la persiana. Los seres incorpóreos,
turba de magos, revolotean a través de la cámara
y hacen flotar las cortinas del dosel,
tan fantásticamente, tan tímidamente…
Por un momento es más la curiosidad que el miedo y la voz cautivadora continúa leyendo el sufrimiento del poeta, el amor profundo por su esposa Virginia, su lamento que trajo consigo el resto de una vida de sufrimiento. ¿Quién no ha sufrido por amor? Unos más, otros menos. Atentos siguen la lectura de la voz disfrazada, una voz sensible inspirada en la sensibilidad de las emociones. Todos han interrumpido su alegría y escuchan el amor impregnado de rubor e ingenuidad, que trasciende la vida del poeta, que ama y sufre, sin dejar de cantarle al amor en su poema Canción:
Te vi en tu día nupcial, cuando un intenso
pudor invadía tu frente, aunque todo fuera
alegría alrededor de ti y que, delante tuyo, no
fuera el mundo sino Amor.
Y, finalmente, todos desean saber más sin notar que noviembre llega con un frío agudizado y los cabellos del otoño tornándose grises. La noche es larga aún, los corazones palpitan; el viento clama desesperado y toca con fuerza los ventanales. La música se apaga y el silencio de la calle invade la sala con su prudencia, sus pasos sigilosos se convierten en aliados para que la poesía aflore en la voz grave y modulada del lector que nadie conoce detrás de la máscara de muerte. ¿Acaso es la voz encarnada de Poe en el lector? Ahora la lectura prosigue y la voz cuenta otra faceta más del amor del poeta a través de su poema Anabel Lee, un amor que trasciende más allá de la muerte:
Hace ya bastantes años, en un reino más
allá de la mar vivía una niña que podéis conocer
con el nombre de Annabel Lee. Esa niña
vivía sin ningún otro pensamiento que
amarme y ser amada por mí.
Yo era un niño y ella era una niña en ese
reino más allá de la mar; pero Annabel Lee
y yo nos amábamos con un amor que era más
que el amor; un amor tan poderoso que los
serafines del cielo nos envidiaban, a ella y a mí.
El siete de octubre, la gente entra y sale del pequeño cementerio donde habita por siempre Edgar Allan Poe, en el centro de Baltimore, ubicado en el cruce de las avenidas, Greene St. y W. Fayette St. Ese día me contagié de la euforia de los estadounidenses y asistí al pequeño camposanto. Era el aniversario de su muerte. Los visitantes toman fotos y selfis, algunos leen poemas en inglés, Annabel Lee, es uno de ellos, quizás para homenajear a su esposa Virginia, enterrada junto a él. Otros llegan a la tumba y la rodean, acercan sus oídos a la lápida tratando de escuchar el despertar de un cataléptico y la angustia terrorífica de ser enterrado vivo, como lo describe el escritor – narrador en su cuento El Entierro Prematuro.
Salgo del camposanto y regreso al vecindario iluminado. Sobre los jardines resuenan las carcajadas silenciosas y el rocío de la noche deja su huella en la frente de los cráneos risueños y los cementerios de animales. Una brisa glacial se cruza en mi camino peatonal y una lápida rosada deja entrever su leyenda, escuchándose sus susurros, bajo la ironía y el sarcasmo de un cráneo huesudo, implorando: Let out me. ¿Acaso es el poeta deseando escapar de su muerte prematura, para explicar el misterio de la misma?
Bibliografía
POE, Edgar Allan. Cuentos y relatos. Obra completa. Volumen I y II. Edimat Libros. Madrid, España. 2020.
POE, Edgar Allan. Poesía completa y ensayo. Edimat Libros. Madrid, España. 2020.
Descripciones erizantes y
muy enriquecidas sobre el Halloween 🎃.
Felicitaciones
Octubre va y viene con la fiesta de la vida y la muerte a centímetros del 2 de noviembre, día de los difuntos. Rara coincidencia. Y la celebración del 31 de octubre me recuerda el festejo de la muerte y la del diablo, sin excluir la del señor Joselito carnaval. Me atrevo a hacer esas asociaciones pensando en todas las ventanas y puertas del universo humano. Nada es coincidencia. Somos humanos mi admirado escritor.