La crisis de la escuela pública: Un reto para la sociedad colombiana

La escuela debe ser una preocupación latente de todos los hombres y mujeres buenos y consciente.

Gabriela Mistral, poetisa chilena.

La escuela pública, como espacio de formación de niños y jóvenes, atraviesa en este momento de la historia una profunda crisis de sentido. Es evidente el declive de la misión social y ética de esta institución que fue creada en siglos anteriores bajo el impulso de los ideales de la Ilustración con el objetivo de formar ciudadanos. Ya no garantiza una mínima movilidad social propia de sociedades inclusivas y de valores democráticos. Los niveles de conflictos entre estudiantes, educadores y padres de familia están al orden del día. Poco se fomenta el acceso al libro y, por ende, de la formación de hábitos lectores y de estímulo de competencias escriturales a temprana edad, condiciones necesarias en el desarrollo de procesos intelectuales superiores y de autonomía del pensamiento crítico en los estudiantes.

Son pocas las escuelas oficiales que cuentan con una idónea biblioteca, dotada de excelentes obras de todo género que permitan despertar curiosidad y fascinación en los niños y jóvenes que habitualmente asisten a las instituciones educativas (Se va a la escuela sin que esta permita conocer la tradición espiritual de la humanidad). Rara vez ha sido nombrado un bibliotecólogo como director de esta, funcionario clave en esta aventura que conduce al cultivo del pensamiento. Los recursos de gratuidad que envía el estado anualmente a las escuelas públicas son cada vez menos, circunstancia que se traduce en un enorme reto para las instituciones que necesitan comprar y actualizar materiales didácticos, elementos necesarios para un aprendizaje eficaz. Esto explica el porqué muchas escuelas se ven abandonadas donde predomina el desgreño en sus condiciones locativas negándoles la necesaria dimensión estética que favorece procesos de aprendizaje significativo en los niños.

Por otro lado, casi todas las escuelas públicas del país, tanto urbanas como rurales no han logrado posicionarse en comparación con las privadas, en cuanto a resultados de la Prueba SABER, reflejando con ello un rezago profundo que no deja de ser inquietante y perturbador. Hay un galopante analfabetismo funcional que se cierne como una gran barrera que dificulta y obstaculiza el desarrollo del lenguaje formal y riguroso del saber científico y humanístico sobre todo en aquellos jóvenes procedentes de los estratos más bajo de la sociedad. Que, por cierto, son quiénes más necesitan espacios de formación integral para su desarrollo como individuos autónomos.

Sobre este asunto se han adelantado en el país estudios desde la sociología de la educación que han arrojado conclusiones interesantes que ojalá los políticos que toman decisiones en el ámbito de lo público y educativo tengan en cuenta. La ONG De Justicia, con sede en Bogotá y dirigida por el distinguido profesor Rodrigo Uprimny, docente de derecho constitucional en la Universidad Nacional y articulista en el diario El Espectador, junto a su equipo de trabajo, entre ellos Mauricio García Villegas, han publicado algunos libros donde abordan tan complejo asunto. Obras tales como Separados y desiguales (2013); Educación y clases sociales en Colombia (2021) y La quinta puerta (2021) coinciden en señalar que el factor de mayor peso que explica el rezago de la escuela pública en materia de resultados de cara la Prueba Saber, son las profundas desigualdades socioeconómicas de la población que impide que los jóvenes de origen humilde tengan acceso temprano a los bienes intangibles de la cultura y de ser beneficiados con una educación de alta calidad como si ocurre con aquellos jóvenes de estratos socioeconómicos altos. Triste y complejo panorama que los autores denominan, el apartheid educativo.

Pese al panorama anterior, la escuela está llamada a ser un oasis de esperanza, un espacio dialógico donde se aprenden conocimientos académicos, científicos, humanísticos, estéticos necesarios para la formación del espíritu e ingenio humano. Un lugar donde podemos aprender a convivir en medio de nuestras diferencias animados por un sentimiento fraterno.

Sin embargo, entre otras responsabilidades que se le exige a la escuela de hoy está el de la convivencia escolar. En este asunto se refleja una constelación de situaciones que son bastante complejas en su origen, prevención y gestión; situaciones recurrentes de bullyng (acoso), violencia entre estudiantes y, en algunos casos, hacia educadores; consumo de sustancias psicoactivas, autolesión, intolerancia, uso irresponsable de las redes sociales, hurto, extorsiones, embarazos en población adolescente; abuso de todo tipo y género, violencia intrafamiliar y crisis de la institución de la familia, entre otras causas son factores que hacen de la convivencia escolar un escenario complejo de gestionar por parte de los directivos docentes, maestros y comunidad educativa en general.

No basta con promulgar un marco normativo como el de la Ley 1620 de 2013 y otros instrumentos jurídicos aprobados por el Congreso de la República para abordar estos asuntos. Es necesario acompañarlo de una educación ética que fomente la formación de virtudes públicas para una convivencia pacífica y de comportamiento decoroso al interior de las instituciones educativas. En este sentido merece destacarse los aportes teóricos, las reflexiones académicas y su ejemplo como dirigente político a Antanas Mockus, particularmente en su trabajo titulado, Convivencia como armonización de ley, moral y cultura publicado en la Revista Perspectivas de la Unesco en el 2002, donde nos habla de la necesidad de formar anfibios culturales, es decir, ciudadanos que logran adaptarse de manera flexible a situaciones sociales de cambio constante. 

Pero también otro hecho que hoy impacta a la escuela es el tema de salud mental y emocional de los miembros de la comunidad educativa. Después de la pandemia del COVID-19, los casos relacionados con salud mental han venido en aumento como también de algunas patologías psiquiátricas que merecen un manejo cuidadoso de parte de la escuela. Muchos maestros, estudiantes y padres de familia atraviesan situaciones de trastorno de ansiedad, depresión, trastornos del sueño, suicidio o tendencias suicidas, estrés laboral, nerviosismo, actitudes desafiantes ante la figura de autoridad, etc, que hacen de la convivencia escolar un escenario complejo.

Pese al panorama anterior, la escuela está llamada a ser un oasis de esperanza, un espacio dialógico donde se aprenden conocimientos académicos, científicos, humanísticos, estéticos necesarios para la formación del espíritu e ingenio humano. Un lugar donde podemos aprender a convivir en medio de nuestras diferencias animados por un sentimiento fraterno. A pesar de sus dificultades, la escuela seguirá siendo aquel árbol que nos provee de sombra y de frescura que hace posible una vida humana plena y virtuosa.

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