“…mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estará en tus brazos
sin salir de los míos”.
Pablo Neruda
No era el macho que todos conocían, ahora era el hombre sencillo y justo después de un largo batallar con el dilema de usar la coerción, o simplemente dejarse llevar por la corriente de las fatigas relajantes, cansado de ejercer su hombría a punta de un machismo que le había causado muchos sinsabores. Sucede que me canso de ser hombre, desde su transformación le merodea la sensación de ese verso de Neruda en el poema, Walking around. Pero le llegó el amor, esa fue la fuerza contundente en su cambio, lo tocó profundo, se le enroscó en la cabeza y el corazón. Se tomó su tiempo para razonar, evaluándose en torno a los estragos pasados, cuestionándose a través de cómo, por qué y para qué, pero siempre lo hostigaba el flash back del pasado, que lo traía al presente, al justo momento, al instantáneo relámpago que suscita el amor inesperado. Precisamente por inesperado, el hombre se desequilibra, también la mujer que lo interroga con la mirada desde su incertidumbre, a la espera de respuestas cohibidas en la psiquis del macho, que se deshiela lentamente en una lucha interior que lo inhibe y lo empuja en un dilema de largos insomnios.
Por eso el hombre que descubre el aliciente de la poesía se embarca en los derroteros trazados por los versos del poema, atreviéndose a decirle a la mujer amada, con la mirada baja, no de varón domado, sino de un hombre humanizado que ha realizado un largo viaje para reencontrarse consigo mismo, después de desalojar los monstruos que lo habitaban. Le susurra el hombre con su voz cálida y dócil, para aquellos que no lo reconocen y han estado al tanto de su historial,
Quiero que sepas
una cosa.
Titubeando el hombre se atreve a continuar, animado por la mirada ansiosa y receptiva de la mujer. Sus manos se estrujan, la piel se humedece, los ojos del hombre se encuentran con los de su amada, haciéndose ecos. Se resquebraja el estereotipo del macho, dando paso a la dulzura, corriendo el riesgo del rechazo, pero, ¿acaso todo en la vida no es riesgo? Entonces en todo lo que el hombre abarca con su mirada está la mujer deseosa de escucharle.
Tú sabes cómo es esto:
si miro
la luna de cristal, la rama roja
del lento otoño en mi ventana,
La mujer no se vanagloria de la timidez del hombre, tampoco por su mente está la aureola perversa de haber ganado un round. Sencillamente hay regocijo en ese instante de felicidad que quisieran enmarcarlo en la eternidad. La mirada de la mujer anima al hombre, que continua su periplo sobre el vasto camino de unos versos aprendidos. La única certeza que la mujer comienza a construir es que la luna, la rama roja y el otoño, conducen a ella, como las aguas de un río hacia el mar. Por eso deja que las palabras y las manos la toquen, sabiendo que en todo lo que el hombre palpa está su pasión por ella,
si toco
junto al fuego
la impalpable ceniza
o el arrugado cuerpo de la leña,
todo me lleva a ti,
El hombre en su rol de aprendiz de poeta continúa andando por los dulces versos que un bardo chileno escribió para los que se aman y están abiertos a la renuncia. Se sincera con la mujer, reconoce que en todo lo que ve y toca está siempre presente, presencia percibida con los demás sentidos. Y en todo ese acercamiento sensorial las aguas fluyen hacia cualquier parte del mundo, porque en el mundo que abarca el hombre con la mirada que indaga, que toca y palpa, que olfatea e inhala, que escucha y suena, que saborea y degusta, está la mujer esperando a ser descubierta como una isla misteriosa en medio del océano.
como si todo lo que existe,
aromas, luz, metales,
fueran pequeños barcos que navegan
hacia las islas tuyas que me aguardan.
Sería bueno entonces sellar un pacto a la comprensión y minimizar los daños del corazón. Si de pronto me olvidas no me busques,que ya te habré olvidado.
Es tanto el amor anidado en el hombre que se dispone a renunciar al anclaje del patriarcado, pero con el espíritu y disposición para afrontar los sinsabores de la extinción inesperada de la pasión. Reconocer el dolor que deja el ser amado y la paulatina vuelta a la calma y el sosiego para enrumbar hacia nuevas islas, ¿acaso no es mejor y saludable desprenderse lentamente de la pasión antes que sucumbir al caos y la violencia por intolerantes?
Ahora bien,
si poco a poco dejas de quererme
dejaré de quererte poco a poco.
Tanto el hombre como la mujer abrirán los epílogos de sus vidas, sumidos en el silencio, en la memoria, el olvido y los propósitos. Habrá sido tanta la empatía en este amor que la sincronía de los deseos perdurará durante mucho tiempo y el día que sobrevenga el olvido, ¿qué sentido tendría el regreso? Toda búsqueda será la comprobación de una pérdida de sentido. Cualquiera de los dos tiene el derecho a olvidar primero. Lo triste es que la huella dejada por la sincronía será difícil de borrar, de olvidar inclusive. Sería bueno entonces sellar un pacto a la comprensión y minimizar los daños del corazón.
Si de pronto
me olvidas
no me busques,
que ya te habré olvidado.
Cuánto ha cambiado el hombre en su proceso de aceptación, ya no es el animal avasallador que se inventa la condición de amante para amar y ser amado, aunque sea a la fuerza. Ha depuesto las armas que estereotipos milenarios le impusieron, castrándole su sensibilidad. Ha dejado de ser el cazador de fieras salvajes y regresado como todos los hombres después de la guerra, a buscar la paz y la tranquilidad del hogar. De vuelta a casa se dispone a ser lo que nunca ha sido, a vivir la vida que nadie conoce, a transigir ante su mujer, a guardar las armas y vivir el hogar, olvidándose de las batallas, así como lo hacía el troyano Héctor – cuenta Homero – que después de los combates sentaba a su hijo en el regazo para darle de comer y el viejo Fénix cuenta como crío a Aquiles, siendo niño, limpiándolo y dándole de comer. Y si después de echar raíces, la mujer se obstina en que la paz y el paraíso pueden ser aburridos, incluido él. El hombre lo comprenderá y le susurrará al oído a su mujer, ya resignado, sabiendo que el olvido es inminente,
Si consideras largo y loco
el viento de banderas
que pasa por mi vida
y te decides
a dejarme a la orilla
del corazón en que tengo raíces,
piensa
que, en ese día,
a esa hora
levantaré los brazos
y saldrán mis raíces
a buscar otra tierra.
Pero también existe la posibilidad de que una tenue luz se avive y se vuelva hoguera con el fuego empecinado de los dos, cuando el hombre con su actitud de espera se llena de esperanzas y en la compañía anhelada comprende el valor del tiempo y el noble sentimiento de que la vida ha valido la pena. Que las renuncias no tienen cabida, que después de las guerras, el sosiego y la paz es posible, que el odio ceda el paso al amor, al fuego encendido que crepita todos los días del amor, que no se apaga, que no se olvida, que el amor es ceder a la ternura de unos brazos que se cierran y unos cuerpos que palpitan con la certeza del instante, absueltos del olvido.
Pero
si cada día,
cada hora
sientes que a mí estás destinada
con dulzura implacable.
Si cada día sube
una flor a tus labios a buscarme,
ay amor mío, ay mía,
en mí todo ese fuego se repite,
en mí nada se apaga ni se olvida,
mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estará en tus brazos
sin salir de los míos.
que hermoso artículo sobre todo el valor, la valentía, que el hombre hace por amor y apesar que le rompan el corazón los recuerdos le quedan tanto como a el hombre como la mujer; eso lo impulsa a buscar o volver a su amor y ha quererla si tanto la ama con amor de verdad..