“Veinte poemas de amor y una canción desesperada” a un siglo de publicados  

Neruda siempre vivo.

En junio de 1924, Ricardo Neftalí Reyes Basoalto, tiempo después Pablo Neruda, publicó en Santiago de Chile, donde estudiaba francés, sus inmortales “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, obra poética que selló su importancia en la vida cultural, literaria y, más tarde, política en su tierra natal, en Hispanoamerica y en el Universo, hasta ser consagrado, en 1971, con el premio nobel de literatura.

Para entonces Neruda tenía 20 años de edad. Había llegado a Santiago desde Temuco, población sureña del país austral, donde conoció a Gabriela Mistral, la poetisa y pedagoga ganadora, también, del Nobel. A Temuco llegó a estudiar de su Parral natal. Pero a esa edad Neruda ya era un reconocido poeta en los círculos literarios de Chile, ganador en un certamen, vestía y vivía como un poeta enamorado.

En el libro “Neruda, el llamado del poeta”(Harper Collins), una especial biografía, Mark Einer, su autor cuenta que en la concepción y escritura de “Veinte poemas...”, el joven Ricardo Neftalí se inspiró en tres adolescentes musas, con las que compartió afectos y pasión, tanto en Temuco como en Santiago. Sus identidades son: Teresa León, Amelia y Albertina cuyas figuras, según el biógrafo, puedes percibirse en el poemario.

Teresa León Bettiens, la inicial musa, fue “La reina de las fiestas de primavera” en 1920, celebradas en Temuco donde permaneció, mientras el poeta permanecía en Santiago e iniciaba, con su figura en mente, a la distancia, la escritura de los versos, donde celebraba su belleza. Teresa “era poética, natural, excéntrica, casi exótica en su espíritu andaluz, muy distintas de las mujeres conocidas en Santiago”.

Pero el poeta hervía de pasión, cuando apareció Albertina Rosa Azúcar, “La amante deliciosa y delicada“, en cuya figura y ardor escribió la mayoría de los versos de “20 poemas…”. Con ella consumó el deseo sexual, tanto que el biógrafo escribe:”…observaba aquel cuerpo de mujer, con sus blancas colinas, muslos blancos abriéndose por primera vez. Quería socavarla y alcanzar el fondo de la tierra”.

Debo confesar, sin ningún temor, que soy nerudiano, desde 50 años atrás. Leo con devoción los versos y he leído todas las biografías, hasta ahora, publicadas, como las historias noveladas y cinematográficas de su vida de amante terrenal. Cada vez que un nuevo amor me puso a soñar con una delicada mujer, cada vez, repito, veinte poemas de amor era mi obsequio dedicado y celoso.

El poeta adolescente perdió a sus dos amadas por diversas razones, obligándolo a escribir, entre otros, estos versos:

“Me gustas cuando callas porque estás como ausente,

y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Parece que los ojos se te hubieran volado

y parece que un beso te cerrara la boca.”

 ***

 “Porque en noches como está la tuve entre mis brazos,

mi alma no se contenta con haberla perdido

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,

y éstos sean los últimos versos que yo le escribo”.

Poeta sin descanso eterno. A comienzo de marzo leí que una decisión judicial ordenó reabrir el proceso por la muerte del poeta, ocurrida en 1973, que fue cerrada en diciembre pasado. La justicia penal chilena, a instancia del Partido Comunista y de un sobrino de Neruda, sigue interesada en descubrir si éste murió del cáncer de próstata que padecía o fue envenenado por la dictadura.

Ha transcurrido medio siglo y la incertidumbre sobre la muerte del poeta amante de bellas mujeres se mantiene, mientras su osamenta no reposa ante tantas pruebas químicas; amen de grafología y testimonios. Yo me quedo con la versión de su secretario en la Embajada chilena en París, el difunto Jorge Edwards, para quien ni los rusos pudieron detener el cáncer al Nobel. Es una muerte más digna, que sea envenenado por mano ajena.

De lo que no hay duda alguna es de la importancia, más allá de los tiempos, de Neruda y de su poesía, en especial “Veinte poemas de amor y una canción desesperada“, publicados hace un siglo, pero cuya lectura inspira a todo aquel que cultivó un amor en plena juventud. Esos versos son eternos y su autor, con sus musas, también lo son. Definitivamente, la poesía no muere.

Debo confesar, sin ningún temor, que soy nerudiano, desde 50 años atrás. Leo con devoción los versos y he leído todas las biografías, hasta ahora, publicadas, como las historias noveladas y cinematográficas de su vida de amante terrenal. Cada vez que un nuevo amor me puso a soñar con una delicada mujer, cada vez, repito, veinte poemas de amor era mi obsequio dedicado y celoso. ¡Ah juventud! Vivir enamorado.

La próxima: Cuál concepto de amor aplicamos cuando decimos: ¡Te amo!

 

 

 

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