Zacarías en prosa y poesía

Bajo el paraguas azul resalta su porte digno y esa clase natural que lo identifica, consciente a su corta edad, que es el dueño de su vida, además, de los sueños y las esperanzas que alberga y permanecen en él, inagotables, lleno de optimismo. Ahí está bajo el paraguas azul, protegiéndose de la lluvia otoñal, que lo acompaña y le humedece su elegancia. Jamás en medio de las dificultades se ha visto un gesto de dolor en su rostro, en cambio, sí percibimos su profunda alegría como una aureola que viaja siempre con él y brilla en cada instante. Las hojas amarillas caen vencidas por la gravedad y el tiempo; respira a plenitud el viento que juega con ellas a su paso. Es feliz en medio de la frescura del otoño, atrás quedaron los días de altas temperaturas del verano. Las salidas matinales rumbo a la escuela son acompañadas de su buen genio; los indiferentes europeos se asombran del entusiasmo que corre por su sangre latina, aunque eso lo desconocen. Si alguien piensa que es un distraído, no es así, simplemente lo absorben los detalles que nadie es capaz de ver. Le deleita la mezcla de gris y amarillo con que lo reciben las mañanas otoñales. Sabe de memoria la Villa donde vive, dejándose guiar por los automatismos de su cuerpo y permitiéndole momentos para apreciar el verde frondoso de los árboles; el canto entretenido de pájaros anónimos cuyos nombres no asimila todavía. Cierra sus ojos y respira profundo el viento frío procedente del norte, cerca de los polos. Es el ingenuo resultado de una vida feliz. Ni tan feliz, exclamará – de pronto – años más tarde, pero su sabiduría y entusiasmo aprendido de los padres, son la fuerza más poderosa para echar a andar por los derroteros de su existencia, sabiendo lo difícil de la vida, pero también el haber aprendido el juego de la misma como un desafío en el que hasta ahora siempre llevó las de ganar. Al final, se ha convertido en el niño que estudia, toca la flauta, nada en piscina, maneja la bici, irradia alegría, tiene sus amigos y amigas. Ha incorporado progresivamente la seguridad de la autonomía, comprendiendo que los logros son los resultados de la lucha consigo mismo, estimulado bajo la mirada de mamá y papá, que observan su ternura con emoción, apoyándolo en su camino hacia la autorrealización personal y humana.

Si alguien piensa que es un distraído, no es así, simplemente lo absorben los detalles que nadie es capaz de ver. Le deleita la mezcla de gris y amarillo con que lo reciben las mañanas otoñales.

Zacarías, un guerrero.

Niño consentido,

que recibes el consuelo

abierto en brazos de mamá y papá,

el amor y compañía.

Viniste indefenso a la vida

 y las circunstancias forjaron al guerrero,

afrontando esa lucha – interna – contigo mismo,

ante las disonancias del cuerpo y la biología.

Todo lo resolviste solitario en la ingenuidad de la infancia.

2

Te incorporaste al mundo sin rencor,

superando los escollos,

asumiendo como un estoico el dolor.

3

Ahora edificas la altura de tus sueños,

llevando contigo esa fuerza resiliente,

convencido de que de la vida eres su dueño.

Zacarías, ¿Para qué mirar atrás?

¿Para qué mirar atrás?

Si el pasado surge de vez en cuando

en la memoria.

En tus juegos, el autodialogo

te acompaña a edificar los bloques

en la visión de la pirámide imaginada.

Te brotan los murmullos en evidentes monólogos,

pedaleando la ciudad;

juegas con frases en distintas lenguas

y sonríes con ingenuidad encantadora.

2

Tu voz infantil es suave,

es la sutileza que emana del alma,

como el breve parpadeo

 y el vuelo fugaz de un ave.

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