La grandeza de las cosas simples

Elementos tan sencillos como un fósforo, una pizca de sal o un jabón,  tan corrientes y económicos en la actualidad, alguna vez fueron dramáticamente valiosos. Imagine que va a encender un cigarrillo y deba sacar un par de piedras y ponerse a golpearlas hasta que salga una chispa y pueda prenderlo. Imagine esos terribles olores en la edad media, no se había inventado el jabón ni los detergentes, así que no había forma de ser amable con el olfato; y esa mala costumbre de no bañarse y si además le sumabas un perfume de fabricación artesanal terminaba ese menjurje siendo una mezcla explosiva de los mil demonios. Yo no sé cómo se enamoraban, si se tiene en cuenta la importancia de la química en el amor. 

Ni qué decir si te toca comerte una tajada de aguacate sin sal, una sopa desabrida o una posta de pescado insípida. La sal era tan valiosa, en la época del dominio romano,  que el pago a los funcionarios públicos se hacía con talentos de sal (unos saquitos como el que usaba el doctor Chapatín para golpear a su interlocutor) y que se utilizaban también como moneda de cambio. La cantidad de sal que cobraban recibía el nombre de “salarium”, de donde derivó la palabra salario.  Ubíquese usted en una época en que aún ni se imaginaban qué era una nevera y el hielo se encontraba solo en los polos y las altas cumbres, no tener una pizca de sal para conservar los alimentos corruptibles era una calamidad, y poder gozar de un “salarium” era poco más que un tesoro.

Cuánto le debemos a los mesopotámicos por mezclar y hervir aquellos aceites con potasio, resinas y sal para fabricar el jabón (un proceso  conocido como saponificación) y que ahora resulta tan vital para neutralizar el  virus; cuánto le debemos a K. Chancel, un parisiense, ayudante de laboratorio, que en 1805, inventó el primer fósforo moderno autocombustible. Y ni hablar de la deuda que tenemos con ese ser al que alguna vez se le ocurrió medio fritar un pedazo de plátano, sacarlo, apachurrarlo y volverlo a fritar para crear el delicioso Patacón (o Tostón en otros lares) que es un manjar económico, consistente y alimento para dioses si se combina con un buen pedazo de queso  costeño. Imperdible.

En esa disputa de egos conviene aceptar nuestra insignificancia con la humildad de una hormiga, para evitarnos grandes sufrimientos.

No siempre lo más evidente es lo más importante, la punta del iceberg que llaman. Los seres humanos somos un tejido complejo de vasos comunicantes, un entramado majestuoso donde cada pieza resulta vital si nos fijamos bien.

En los trabajos de equipo suele pasar lo mismo. ¿Cuánto le debe el Pibe Valderrama a Lucho Grau y a Héctor Gerardo Méndez, en Junior, y a Leonel Álvarez y Chicho Pérez en la Selección Colombia de aquellos fabulosos años? ¿Y cuánto les debe a los defensas y a los arqueros? Porque nadie duda que el referente, el crack, el astro de más brillo, el mandacallar de esos grupos era Carlos Valderrama, pero ¿Quiénes la quitaban para dársela en bandejita de plata? ¿Quiénes transpiraban con el ceño fruncido metiendo pierna? ¿Quiénes hacían el trabajo sucio? ¿Quiénes se conformaban, probablemente con orgullo y sin envidia, que el crack se llevara todos los aplausos tras un pase milimétrico que terminara en gol?

No siempre lo más evidente es lo más importante, la punta del iceberg que llaman. Los seres humanos somos un tejido complejo de vasos comunicantes, un entramado majestuoso donde cada pieza resulta vital si nos fijamos bien y somos razonables. Aunque siempre se escogen referentes para simplificarlo todo, esa manía antropológica. Luchino Visconti, director de cine italiano,  lo sintetizó en una frase: “Los hombres somos ángeles con una sola ala, por eso para poder volar tenemos que abrazarnos unos con otros”.

En esa disputa de egos conviene aceptar nuestra insignificancia con la humildad de una hormiga, para evitarnos grandes sufrimientos.  O como mi vecino Álvaro Jiménez, director del planetario de Barranquilla, en 1968, cuando el hombre puso su primer pie en la luna, y considerando como medida la velocidad de la luz, escribió, para una revista especializada en el tema, lo siguiente: “Hemos avanzado 2,2 segundos en la conquista del espacio” . Si alcanzáramos esa percepción tan primaria, pero definitiva, en nuestras relaciones, lograríamos entender que solos no somos nada, pero que juntos somos todo.

4 thoughts on “La grandeza de las cosas simples

  1. Total, si queremos avanzar como grupo. Sociedad, país o nación tenemos que unirnos y seguir en una sola dirección, claro siempre tratando de evaluar que es lo más con eniente para el grupo, pero sin perder el objetivo por el cual se ha encaminado. Pero todos sabemos que es muy difícil y casi Imposible, para nuestro mandatarios, si lo es para un técnico de fútbol convencer a un grupos de personas capacitadas para esa lavor, tratar de convencerla que si hacemos bien lo que el técnico propone en el terreno de juego seguramente serán los campeones. Son muchas mentes que convencer con pensamientos y problemas diferentes. E xcelente agustin, tu siempre Enrique siendo nuestro pensar

  2. Que acertado el análisis desde ese punto de vista profe, según dicen los estudiosos, antes de los 20 y después de los 50 son las épocas donde el ser humano es más feliz porque valora las cosas tal cual usted lo reflexiona en el escrito

  3. Sencillo en lo profunfo y Profundo en lo sencillo. Ese grato texto, es una invitación sin demagogias o dictaduras a un volver a lo basico. A la sencillez voluntaria. Tal como “la negra” decia: “Uno se enamora de las cosas simples”. Y hoy mas que nunca, con ese paralelismo entre salario (su etimologia) y la formacion de glorias y leyendas (deportivas), el maestro Garizabalo nos da unas antenas sintonizadas a lo basico, lo simple, lo cotodiano, como onda y accion que realmente reafirma el alma. Gracias. Maestro.

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