Dificultades y tropiezos de algunos jugadores que después triunfaron
ANDRÉS FELIPE ROA

Andrés Felipe Roa tuvo que pagar con sangre, sudor y lágrimas su proceso de figuración en el fútbol profesional. Quizás confiaba demasiado en su talento y se imaginó que le sería fácil: Esa clase, esa técnica depurada, esa pinta de “Principito”, monito, ojos verdes, consentido en el equipo de su papá, precisamente el 10 y capitán, esa dosis de soberbia y pereza propias de esa edad, todas esas señales equívocas cuando de madurar se trata, para luego confrontarse con la cruda realidad. Saber que te ponen a jugar en una posición que no te gusta o que te sacan por un pequeño fallo: Cuatro técnicos fustigadores, punitivos, implacables, que no le perdonaban una. Primero Willy Rodríguez en la Autónoma, Luego Héctor Cárdenas en el Deportivo Cali, una temporada con Fernando Velasco en el Unión Magdalena, para después recalar en el Deportivo Cali con “el peor de todos”, un “Pecoso” Castro cada vez más cansón, incisivo, implacable y obsesivo, pero del que más aprendió lo que significaba ser un jugador de élite, lo que le valió, nada menos, por su rendimiento y profesionalismo, ser convocado por Pekerman a la Selección Colombia de mayores.
Atrás quedaron sus resabios cuando no lo ponían a jugar en la sub20, cuando compartía vivienda con otro jugador menor que él, que ya tenía contrato, en cambio él ni para tomar un taxi. Fue entendiendo, poco a poco, que no era suficiente con jugar bien, que necesitaba dar más, que hay ciertas cosas te desgastan, como ponerse a “pelear” con el público, devolver gestos de frialdad a las rechiflas de la tribuna, que eso no conduce a nada bueno. Hoy goza de gran estimación en Independiente de Argentina, club que ha pagado hasta ahora tres cuartas partes de su transferencia.
EDGAR “PIPE” PARDO
Pipe Pardo comenzando su carrera. Edgar ‘Pipe’ Pardo.
A dos días de su viaje a integrarse al deportivo Cali, “Pipe” Pardo se lesionó en una cancha de Valledupar. Lo examinaron allá mismo y le dijeron al papá que era de operación. Deseando conocer otra opinión menos dramática, lo llevaron a Bogotá para nuevos exámenes y hasta convocaron una junta médica, pero el diagnóstico fue el mismo: “Avulsión de la espina iliaca, lado derecho”. De Bogotá me llamó casi llorando el señor Pardo, no podía entender que una jugada aparentemente inofensiva (el cobro de un tiro de esquina) iba a terminar en la posibilidad del quirófano. Urgente me comuniqué con el Deportivo Cali para que pararan la compra de los tiquetes aéreos, pero a Karim Gorayeb, presidente de las divisiones menores de esa época, se le ocurrió la idea de poner a hablar al papá de Pipe con el médico del Cali Juan Andrés Mosquera, y este, a su vez, pudo intercambiar conceptos con los médicos que lo habían evaluado en la clínica bogotana.
Conclusión: No lo operen, envíenlo a Cali, para que haga un lento pero seguro proceso de recuperación bajo la supervisión de expertos profesionales. La junta directiva había autorizado asumir los costos de ese tratamiento de varios meses. En algún momento, don Marino, administrador de casahogar, medio en broma y medio en serio, me dijo: “Bueno, profe, ¿Y este muchacho quién es? ¿Ronaldinho o qué? Ya lleva tres meses comiendo y durmiendo aquí y nadie lo ha visto jugar todavía”.
Dos meses después ya había anotado 12 goles en 6 partidos y el profesor Carlos Arango, su técnico en la categoría juvenil, estaba muy feliz con él.
Tuvo que pagar con sangre, sudor y lágrimas su proceso de figuración en el fútbol profesional… esa dosis de soberbia y pereza propias de esa edad, todas esas señales equívocas cuando de madurar se trata, para luego confrontarse con la cruda realidad.
ARMANDO “LA PERRA” CARRILLO

La primera veeduría oficial la hice en Valledupar, en 1999. Chiche maestre, Gabriel Suévis y el profesor Corrales, me habían organizado la actividad. Un taxista que me llevó al hotel me adelantó el dato: Que preguntara por un pelaíto que le decían “la perra”. Efectivamente, fue de los más destacados en los primeros dos días de partidos. El último día se presentó muy tarde y ni siquiera lo pusimos a jugar. De regreso al hotel, iba en la moto con el profe Suévis y en una esquina estaba Carrillo, muy delgadito el chico, esperando el bus, con su mochilita, y con una enorme cara de tristeza y desamparo.
Más tarde nos reunimos con él y varias personas que tenían que ver con su formación y lo pusimos en un dilema: tenía la posibilidad de irse dentro de unos días a prueba a otro equipo profesional o demostrar, en seis meses, que estaba dispuesto a someterse a los rigores disciplinarios hasta adquirir unos hábitos que le permitieran una mejor relación con su entorno futbolístico. Me habían dicho que era díscolo, contestatario, que no se quedaba con nada. Increíblemente aceptó el reto. Lo seguí por varios meses en el torneo nacional de selecciones, donde era uno de los goleadores frecuentes; fui varias veces a Valledupar.
Durante esos meses pude ver un detalle esencial que siempre tengo en cuenta al momento de elegir a un jugador: Ninguno de estos muchachos tienen deudas afectivas, es decir, podrán venir de un hogar muy humilde o de una mansión de alto estrato, pero todos han tenido un entorno afectivo garantizado; sus familias están pendientes de ellos, los llaman con frecuencia, los apoyan desde la distancia, y ellos sienten la necesidad de no fallarle a sus padres, un cierto temor reverencial que los impulsa a seguir esforzándose. Eso le pasó a Armando Carrillo, cuando doña Alma, su señora madre, y Beto y Laura, sus hermanos, fueron sus fuentes de inspiración que lo llevaron a conquistar la tribuna verde y blanca a punta de goles, desbordes y diagonales.
Gracias profe por escribir, por dejar conocer un poco de cómo logra potenciar esos talentos
Gracias a todas esas historias cada día aprendemos algo de cada unas de ellas
Profesor Agustín que mensaje tan acertado y puntual, dirijido a esas generaciones y talentos urgidos de su saber. Lo admiro y sigo atentamente todos sus aportes y sería para mí un privilegio poderle conocer.