¿Por qué siempre hablamos de libros?

Wensel Valegas

Para Alex, Hugo, Pedro y Ricardo: lectores in fabula.

No nací entre libros, sin embargo, llamaba la atención ver a mi padre todos los mediodías leyendo el periódico al pie de la ventana principal de la casa; desde ahí saludaba a los vecinos y retomaba la lectura que absorbía su atención. Era tanto su concentración que nos obligaban a hacer silencio. Leía noticias locales, regionales y, hasta donde le alcanzaba a la prensa, las noticias atrasadas de una globalización aún lejana, profetizada por McLuhan. Comencé a leer libros aquella vez que el director de la escuela primaria me puso frente a un libro de segundo grado de geografía, cuyo nombre no recuerdo – para ingresar a la escuela, después de incursionar en la “escuelita” de Doña Rita –. Para corroborar mi habilidad lectora sacó un periódico, el Diario del Caribe, y lo desplegó en el escritorio, mirándome inquisitivamente. Recuerdo haber leído sobre política y el Junior de Barranquilla. “Estás listo para segundo grado, leíste muy bien”. Su mirada severa cambió con la suavidad de las palabras, y me llenó de confianza. Al finalizar el año, la maestra Nancy, una mujer alta, rubia y ojos azules, me regaló un libro, animando mi desempeño de incipiente lector, “es para leerlo en vacaciones”, fue un suave susurro al oído, dejándome el aroma de su perfume, que Juvenal, mi mejor amigo del curso, olfateaba desde que se bajaba del bus en la tienda de Los Monitos, a tres cuadras de la escuela. Fue la última frase que le escuché. Nunca más la vi.

Después de la escuela, mi hermana Isabel en sus descansos leía novelas de Corín Tellado, del lejano Oeste de Marcial Lafuente Estefanía, Keith Luger y Silver Kane. Me intrigaba su sonrisa cuando leía, aislándose del mundo de los quehaceres diarios y soñando con un amor principesco. Tocado por la curiosidad, leía escondido las novelas de vaqueros, encarnando la fuerza de la imaginación, visualizando las persecuciones, los desafíos cara a cara, los obstinados caza recompensas, la intolerancia de los bandoleros. La vida de rancheros y ganaderos, del ferrocarril taladrando bosques y montañas, comprando tierras a cualquier precio, que incluía la violencia física y el incendio de los ranchos.

Todo eso acontecía hasta que surgía el héroe anhelado, resaltado en la película, Solo ante el peligro, por Gary Cooper, cuyo dilema está entre abandonar el pueblo o quedarse para afrontar a los violentos. O el resurgimiento de los instintos, en el Western Sin perdón, protagonizado por Clint Eastwood, ante la violencia física sufrida por una prostituta. El cine con sus imágenes – no sé si bueno o malo – me ayudó entender, a comprobar y ajustar las palabras leídas que habitaban en mi imaginación.

Aunque no conté con libros en la infancia, estos siempre estuvieron a la mano, no en la casa, pero si en la calle: en la esquina del Teatro Colón y en la biblioteca. La misa de los sábados en la Escuela Santander, bajo el frondoso mango que servía de techo, aplacando el calor, era el pretexto para que, en el regreso a casa, me detuviera en la acera del Teatro. Ahí me extasiaba con los títulos novedosos de las tiras cómicas, gastándome la merienda de la semana. Mis ojos recorrían las travesuras de Memín, los misterios de Kalimán, las aventuras de Butch Cassidy, la magia de Mandrake, el Mago, y su amigo Lotario; las correrías justicieras del Llanero Solitario y Toro, su amigo indio. Leía con avidez hasta donde alcanzaba el dinero y, entonces, surgía la generosidad de “Pello”, el librero condescendiente, fiándoles a sus fieles lectores. Le costaba pronunciar las palabras y sospechábamos – los clientes asiduos – que no sabía leer, dejándose guiar por las imágenes, sugiriéndonos con su difuso lenguaje las últimas revistas. Fue el primer bibliotecario que conocí.

En las tardes y noches, en épocas de vacaciones, asistía a la biblioteca pública, en la plaza principal del municipio, La Biblioteca Melchor Caro. Ahí comprendí las diferencias entre las tiras cómicas y los cuentos de los hermanos Grimm y Andersen, las novelas de Julio Verne y los poemas de Pombo. En ese libresco rincón de la infancia me escapaba del mundo cotidiano, sumergiéndome en emociones y universos fantásticos. De las imágenes de caricaturas pasé a los procesos imaginativos de las lecturas de prosa y poesía. Recuerdo el rostro severo de la bibliotecaria y sus pasos resonando con firmeza y autoridad por los pasillos que dejaban las mesas de lectura; se detenía, comprobando si leíamos o no, recordándonos leer en silencio. No había abanicos en la sala, los ventanales de madera abiertos de par en par se cerraban en la noche, para evitar la entrada de zancudos en épocas de lluvias. La puerta del patio, abierta en el día, se cerraba también en las noches. ¡Leíamos! – Había otros lectores conmigo – hasta las nueve de la noche. Cada experiencia entre libros afirmaba la dimensión estético – espiritual, un amor instintivo, guiándome; una actitud persistente, emergiendo como una fuerza interior, que me permitía hacer caso omiso a los comentarios de amigos, vecinos y familiares: “Te volverás loco de tanto leer”, decían, e insistían más cuando les respondía: “Ojalá tuviera tiempo para leer los libros del mundo”.

El paso del tiempo me dejó la experiencia de: bastaba con aprender a leer y perderme en el intrincado bosque de las letras, entendiendo la realidad desde una epistemología del conocimiento científico, pero disfrutando lo que la ciencia no se atrevía a recrear, y si lo hacía la literatura, impactando el sentido crítico y capacidad de análisis. El libro científico motiva con sus hipótesis y certezas los abordajes de la formación profesional. El texto literario es amplio y abierto a la comprensión de la experiencia humana: emociones, dilemas y conflictos. La literatura es un testimonio personal que, además, manifiesta una reflexión de la sociedad (una crítica social y política), una visión del mundo, recorriendo el pasado, presente y futuro. Comprendí las proezas del Quijote inmerso en sus lecturas de novelas ejemplares y su decisión andante en aras de cambiar el mundo. Por eso considero que el libro, cual fuese el tema, siempre fue mi compañero espiritual.

¿Por qué siempre hablamos de libro? Es la pregunta que direcciona este ejercicio personal, que se responde acudiendo a la histórica experiencia del lector, porque nadie habla de libros de la noche a la mañana. Un instinto nos guía por el camino incierto y fascinante del libro, perdiéndonos en él, encontrando lecturas sugeridas y, lo más interesante y ameno, dialogar con amigos lectores, compartiendo lo que leemos y atreviéndonos a lanzar juicios u opiniones en torno al sufrimiento de la mujer, Yeong-hye, protagonista de La Vegetariana, de la surcoreana Han Kang. La Tregua del uruguayo Mario Benedetti ante el dilema planteado por el ocio que le deja la jubilación, a su personaje Martín Santome, después de una vida laboral rutinaria. La vida y obra del poeta chileno Pablo Neruda, Confieso que he vivido, a partir de sus correrías por el bosque chileno. La Ocupación, de Annie Ernaux, y la voz de la narradora, en cuyo tono se encuentran el dilema y la angustia de la mujer abandonada, obsesionada por esa otra que le roba los fragmentos de su felicidad. Basta que seamos testigos de la depredación, con saña y violencia, sobre los bosques de los departamentos y ciudades, a favor del progreso incontrolable, para evocar el verso que clama, ¿quién en ciudad trocó mi caserío?, de Porfirio Barba Jacob, escrito hace casi cien años, que ya mostraba la imparable irracionalidad desbordada contra la naturaleza.

Cada uno desde su perspectiva de mundo ha creado un sello particular de escritura y de lecturas, rodeado de libros de interés que se comparten, de los cuales hablamos en los breves lapsos de encuentro. Desligados de la literatura científica, metódica y rígida, buscamos otras explicaciones en la literatura, sin desconocer que los puntos de vistas también son parte de las ciencias humanas.

¿Por qué siempre hablamos de libros? Es la pregunta que nos hacemos los amigos en nuestras conversaciones, surge en la espontaneidad de un convite de café, una visita, o un encuentro. No podemos desconectarnos de las lecturas realizadas, de las historias que cargamos en los anaqueles de la memoria. Comprendemos que las distopias escritas en el pasado son una realidad hoy día, ante la incomprensión de muchos. Las obras visionarias y ficción leídas y releídas impactan en nuestro ánimo causando desazón y malestar. Obras como las de Asimov, Bradbury, Orwell, Verne, Huxley, Wells, reflexionan sobre la humanidad, la tecnología y la política.   

Gracias al internet se comparten lecturas con amigos allegados, conversamos face to face, o a través de cámaras. Intercambiamos textos escritos al mejor estilo personal de cada uno, guiados por la vocación de comunicar escrituras breves, crónicas, cuentos, poemas o ensayos. Nos sugerimos libros y nos regalamos otros. Cada uno desde su perspectiva de mundo ha creado un sello particular de escritura y de lecturas, rodeado de libros de interés que se comparten, de los cuales hablamos en los breves lapsos de encuentro. Desligados de la literatura científica, metódica y rígida, buscamos otras explicaciones en la literatura, sin desconocer que los puntos de vistas también son parte de las ciencias humanas.

Es por eso que al tiempo que conversamos no nos desligamos de los textos leídos. Así lo comprobamos al hablar siempre de libros, no por jactancia, sino por ese deseo humilde de conocer y disfrutar el intercambio de saberes y opiniones. Aunque se piense que hay una total dependencia hacia el libro, el vicio de leer es una experiencia que gratifica y nos vuelve cómplices. En esas conversaciones, cualquiera puede pensar que son habladurías, los temas se suceden unos tras otros.

Si hablábamos de ecología y medio ambiente, alguien recuerda a Rachel Carson, en su libro, Primavera Silenciosa, que aborda el problema de la contaminación de la tierra y el uso de pesticidas. En opinión de los expertos, dio origen a los movimientos ecologistas. Y si alguien toca el tema del suicidio, surge la pregunta ¿qué dice la sociología de Durkheim y la psicología en torno a la inmolación de Hemingway? Y el debate se recrea en torno a si fue un suicidio egoísta, altruista o anómico, desde la perspectiva del sociólogo francés; o desde la psiquiatría, en la voz del médico Christopher D. Martin, quien en su ensayo – informe, describe la infancia del escritor y sus ambivalencias de amor y odio hacia los padres: una madre que lo vestía de mujer y un padre violento que lo golpeaba sin motivos. A los pocos días de la muerte del escritor, García Márquez, escribe en una revista mexicana: “Hemingway no parecía pertenecer a la raza de los hombres que se suicidan. En sus cuentos y novelas, el suicidio era una cobardía, y sus personajes eran heroicos solamente en función de su temeridad y su valor físico”. Esta contradicción planteada por el escritor colombiano, basada en las obras de Hemingway, especialmente en la novela El viejo y el mar: “El hombre no está hecho para la derrota – se dijo el viejo pescador en medio de la lucha-. El hombre puede ser destruido, pero no derrotado”. El escritor norteamericano se convenció que la escritura fue un mecanismo de defensa, una lucha constante con sus dolorosos estados de ánimos. La lucha entre el viejo pescador y el gigantesco Marlín es un “himno extraordinario a la valentía, a la obstinación, al honor, a la piedad, a la esperanza, a la vida…”, concluye la mirada humanista y literaria del escritor italiano Nuccio Ordine. 

¿Por qué siempre hablamos de libros? Porque nuestra vida, los que somos lectores, estamos condenados a transgredir los límites y el abordaje voluntario por los senderos de la imaginación, la estética y lo utópico – extraordinario. Como la aureola de misterio que ronda en las Indias Occidentales, en el cuento de Roald Dahl: El chico que hablaba con los animales, “que desaparece en el mar a lomo de tortuga”. O la discusión sobre Las Tres Leyes de la Robótica, en el Manual de Robótica, año 2058, y descritas por Asimov al inicio de su novela, Yo, Robot, sugiriendo la protección a los humanos por parte de los robots, su obediencia a las órdenes y la autoprotección del robot. Una visión impulsada por la ciencia ficción en el cine y la literatura, que reta a la ética cordial y la coloca en disonancia frente al contexto de los desarrollos tecnológicos, reflexionando sobre máquinas autosuficientes que piensen y actúen bajo el poder de los gobiernos totalitaristas.  “Ante las inevitables máquinas, concurren también en ellas riesgos de enrome calado y trascendencia. El más posible, que nos sustituyan y, el mayor, que puedan volverse con nosotros”. Es una de las ideas concluyente de José María Lassalle, en su libro Civilización artificial, que plantea el dilema humano ante la inteligencia artificial: afrontarla con sabiduría o ser sustituido por ella.

Hablamos de libros porque la lectura es una pasión y “leer es una plegaria”, nos recuerda Mélich. Nos enriquece la relectura, descubriendo las diferencias con las anteriores; nunca leemos el mismo libro y la sinergia interpretativa que surge de él, enriquecen nuestras habladurías cotidianas. El regocijo de las interpretaciones conduce a la búsqueda de interlocutores, compartiendo lo que le impulsa a uno a leer, a decidir leer de nuevo, o simplemente de otro modo. Ese sendero lo traza el libro con sus desafíos, interpelando, interrogándonos y lanzándonos hacia lo nuevo y desconocido. Esa cofradía de amigos con los que se comparte la vida cotidiana y las lecturas asociadas, con los que siempre hablamos de libros, hemos hecho del libro más que un simple bibelot, a partir de la experiencia lectora; hemos tenido contacto con lectores, mucho antes de entrar en la escuela. Coincidimos en haber escuchado lecturas en voz alta y participado en eventos sociales donde leer y escribir tienen sentido. A las preguntas que planteamos obtuvimos algunas respuestas y cuando no fue así, las buscábamos hasta encontrarlas. Büchermensch, así nos miran, como hombre – libro, designación en alemán que hace Elías Canetti, sobre su personaje en Auto de Fe, Peter Kien, y eso, estoy seguro, que no nos molesta.

Estas divagaciones son sólo una opinión. Es la respuesta a la pregunta de por qué siempre hablamos de libro. Respuesta inagotable, inclusive.

3 thoughts on “¿Por qué siempre hablamos de libros?

  1. Es un texto opulento de lecturas, que va de lo simple a lo complejo. Lo cierto en esta fenomenología libertaria de tus lecturas, es la marca que dejan los libros en tu vida. Tu riqueza espiritual es mayor que la de los amantes de los dioses. Efectivamente, los libros te salvaron del diagnóstico de la locura.

    Fascinante y provocativo texto para la misma escuela.

  2. Este magnifico articulo es un buen recorrido por los libros, los de infancia, las novelas románticas hasta llegar a los grandes autores contemporáneos. Los libros son nuestros segundos maestros. De ellos extraemos valiosas enseñanzas.

  3. Buen articulo reflexivo amigo Wencel,me traslado a la linea del tiempo , el pasado, el presente y futuro proyectado, en los inicios esta todo la complejidad que se revela poco a poco en cada tiempo, adicionalmente detecto que lo de las revistas de los epesodios que citaste, Cuando niño, ( Kaliman, el llanero Solitario y otros) es quizas la misma herramienta, guardadando las proporciones de la Gamificacion que hoy se esta utilizando como método educativo..! Felicitaciones escritor ..!

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