“Ídolos de palo” llama, el profeta Jeremías, a los ídolos en general. Seres o cosas endiosadas por el culto exagerado que se les rinde. “Parecen espantapájaros en un campo sembrado de melones. Ídolos de palo, son necios e insensatos. Sus imágenes son un engaño, no valen nada, son obras ridículas. (Jeremías 10, 5-8.)
La denominación “Ídolos de barro” se atribuye, en principio, al profeta Daniel en narración donde interpreta el sueño que tuvo Nabucodonosor, rey de Babilonia, constructor de sus jardines colgantes. Había soñado en una estatua grande con cabeza de oro, pecho y brazos de plata, vientre y muslos de cobre, piernas de hierro, pies de barro. Se desintegró por acción de una piedra que rodó de la montaña e impactó contra sus pies. Con su predicción el profeta Daniel quiso dar a entender al todopoderoso rey de Babilonia que su imperio no era eterno ni indestructible. (Daniel, capítulo II, números 31 – 35)
Ídolos de barro es expresión usada, en el lenguaje común, para señalar la fragilidad intrínseca, particular, de los que alcanzan fama, gloria, poder y mucho dinero. Simboliza la carencia de un mínimo de virtudes humanas en personajes que la muchedumbre exalta, ciega y apasionada, como seudodioses. Y ellos, ególatras, se lo creen. Auspiciados por el sistema hipnotizan a la gente, que los sigue, con artimañas circenses que mimetizan la precariedad de sus vidas, su tormentoso vacío existencial. Los Ídolos de hoy, hombres y mujeres, son en su mayoría, no hay duda, producto de la sociedad de consumo, del marketing mediático. Figuras sublimadas por los medios de comunicación a costa de la jugosa ganancia que produce una publicidad desmedida, en: periódicos, revistas, radio y la más efectiva de todas: la televisión y, claro, las redes sociales. Gajes del cuarto poder. Los asemejo a los idola fori, de la antigua clasificación de Francis Bacon, en cuanto son producto de la palabra sofisticada, superflua, que se proyecta debajo multicolores luces audiovisuales o en las páginas relucientes de magazines.Ídolos de barro en cuanto viven de embarrada en embarrada. Al fin y al cabo, no están moldeados en oro, plata ni cobre. Están hechos de hombre: de carne y hueso; vulnerables, equívocos y mortales como cualquier Juan de los Palotes.
Pareciera que ser adinerado, importante o famoso da licencia para la desfachatez, permiso para la arrogancia, pasaje gratuito al reino de la petulancia.
“Usted no sabe quién soy yo” es estribillo, rayano en la tontería con que, algunos, pretenden disuadir a quienes osan enfrentarlos, autoridades en especial, para insinuar que son lo máximo de la condición humana. La modestia, para ellos, una solemne desconocida. El irrespeto a los demás su impronta distintiva.
La lista denigrante de ídolos, iconos de la sociedad, empatados de barro hasta la coronilla por: beodos, drogadictos, rufianes, charlatanes, abusadores sexuales e infractores de la ley vinculados al cine, deporte, política, farándula en general, encumbrados a los más altos niveles de popularidad en nuestro país y en el mundo por el exagerado protagonismo y despliegue publicitario que reciben, son ominosa vergüenza para la sociedad, en especial, para niños y jóvenes.
Ídolos de barro en cuanto viven de embarrada en embarrada. Al fin y al cabo, no están moldeados en oro, plata ni cobre. Están hechos de hombre: de carne y hueso; vulnerables, equívocos y mortales como cualquier Juan de los Palotes.
Al modus vivendi de los que habitan el mundo de los ídolos se suma una generación de nuevos ricos, con delirio de grandeza. “Clase emergente” se consideraron en la década de los 70 y 80, del siglo pasado, por la precocidad como resultaron ostentosos multimillonarios de la noche a la mañana. En nuestros días se nota cierto florecimiento de este arquetipo. Visibles por los lujosos automóviles en que se movilizan, suntuosos apartamentos en donde habitan y pinta, costosa, perfumada, de última moda que lucen. Se me antoja este personaje prototipo del ídolo de la caverna (Idola apecus), en seguimiento a la nomenclatura baconiana. Ensimismados en su cueva interior, son indiferentes a la realidad, al trato con los demás. “Pura sangre” los bautizó el Papa Francisco y se los tropieza uno en ascensores, sitios públicos y en la vía, atropellando a todo el que se les atreviese con sus flamantes y ensombrecidos coches. Rampante mala educación los caracteriza por desconocimiento de elementales reglas de urbanidad. Enterradas sus cabezas en Smartphone y móviles de última generación ignoran, olímpicamente, a los que a su alrededor están para un amable saludo. Se espantan, solitos, de su pomposa estampa de ejecutivos y hombres de negocios. Miran por encima del hombro y despachan, cuando mucho, sonrisa sardónica, mojigata, para simular una cortesía que no tienen.
El sarcasmo barranquillero los ha bautizado “Juan la V”, con V de verga o pene, tal se denomina el miembro viril en la anatomía del autor francés Testut Latarget, texto clásico, en que aprendí esta materia estudiante de medicina. Su arrogancia desborda un machismo despiadado, odioso, que atemoriza.
Ídolos de barro y nuevos ricos con su actitud displicente y agresiva son generadores de una, en apariencia, silenciosa violencia que no hace ruido, como la violencia de las balas, pero igual atropella chocante, humillante, la necesaria convivencia ciudadana.
Urgidos estamos de celebridades que sean ejemplo, modelos a seguir de honestidad y sencillez, de líderes pulquérrimos: políticos, deportistas, artistas, profesionales, ejecutivos y hombres de empresa, referentes de buen comportamiento y sentido común.
La política, ética de la ciudad, en su sentido etimológico, invita a la práctica del bien, ser buenas personas, es decir ciudadanos honorables, impolutos y solidarios.
¿Si merecen el título de honorables los senadores y representantes que tienen asiento en el Congreso de la República?
El mundo de los negocios reclama señores con una sensibilidad a flor de piel, que más allá del tener, los proyecte como excelentes seres humanos por su generosidad en el hacer, por su comprometida responsabilidad social.
El arte, en cualquiera de sus manifestaciones, es incompatible con la chabacanería, se da la mano con una pasión que connatural a la vocación artística o profesional demanda nobleza y decoro en sus practicantes.
La medicina esta urgida de profesionales de la salud sin ínfulas de ídolos. Titanes que. calladamente, sin ningún boato publicitario cumplan su sagrado compromiso hipocrático de “no hacer daño”.
La humildad propia del sabio y compasión de un médico humanizado distinguen a un auténtico apóstol de las ciencias de la salud con probada vocación de servicio a los demás.
Excelente artículo