Bicicleta y desarrollo sostenible

Wensel Valegas

La bicicleta puede concebirse como una especie de mascota a lo largo y ancho de los países bajos. Niños, jóvenes, adultos y viejos, suben despreocupadamente en su “caballito de acero”, convirtiéndose en deportistas de la cotidianidad, basta sólo con la actitud, vestimenta informal y la disposición para asumir los retos del día, en la perspectiva de José María Cajigal, español, y filósofo de la educación física. Interpretando, además, al francés Marc Augé, en su Elogio de la Bicicleta, basta el primer pedaleo a la bici para sentir una sensación de escape y autonomía; sólo quienes han vivido la experiencia de andar en bicicleta pueden contar y comprenderlo a lo largo de su desarrollo humano. Sobre la bicicleta, las palabras sobran, hay una interiorización y conciencia de la movilidad al recorrer la ciudad por los caminos que cruzan los bosques, bordeando los lagos escondidos en medio de la vegetación y acompañados por el trinar de los pájaros. Paris, Barcelona y Ámsterdam, son ciudades que viven a plenitud entornos de trayectos seguros en sus bicicletas, persistiendo, a pesar de los cambios del clima, desde los paisajes calurosos del verano, la brisa fresca de los vientos de otoño, los días largos y tristes del invierno hasta la alegría de la primavera. La actitud de la gente es la misma, solo cambia la vestimenta, adaptada a cada época del año.

Estas ciudades mencionadas se han convertido en referentes mundiales de aprendizaje, que promueven con sus experiencias educativas el desarrollo sostenible, afrontando con preocupación y alta sensibilidad el cambio climático, la contaminación, los riesgos de salud física y mental y la necesidad de proteger el medioambiente. Estas ciudades de aprendizaje han desarrollado conocimientos y estrategias para una gestión efectiva de los recursos hídricos y los residuos en áreas públicas y privadas, contribuyendo con normas de higiene. A fin de reducir la contaminación atmosférica y fomentar la movilidad sostenible, las ciudades del aprendizaje introducen y expanden alternativas seguras y accesibles en temas de movilidad sostenible.

Una de esas alternativas es la evidencia del uso de la bicicleta. Para ello se han construido y mantenido las infraestructuras necesarias, logrando que aumente el nivel de aceptación hacia el uso del transporte público y de la bicicleta por parte de los habitantes. El uso de la bicicleta como una forma de desplazarse por la ciudad se comienza a enseñar en las escuelas holandesas a través de contenidos que tienen que ver con Seguridad Vial, además se han diseñado y construido carriles para garantizar la seguridad de los ciclistas, paso de peatones y tránsito de vehículos. Desde esta perspectiva existe una conciencia sobre movilidad alternativa en la ciudad y una educación vial que propende a conocer derechos y deberes de los usuarios en las normas de tráfico a tener en cuenta en su condición de ciclistas. Por último, ahí se resalta que estas ciudades se preocupan, no sólo por el entorno vial, sino también por la variedad de bicicletas, adaptadas a la movilidad de las personas y favoreciendo procesos de inclusión y desarrollo humano. A continuación, quiero evidenciar con fotografías y observaciones en ciudades holandesas, donde la bicicleta tiene la responsabilidad de un desarrollo sostenible.

1.

El habitante de los Países Bajos evidencia la construcción de una cultura y hábitos saludables, por eso no le incomoda el uso de la bicicleta, lo asume. Es frecuente encontrar parqueaderos de bicicleta en el centro de las ciudades. ¿Cuánto recorre cada bicicleta y cuánto le falta por recorrer a su regreso? Sobre la bicicleta descansa la cotidianidad de los habitantes, desde el esparcimiento hasta el desplazamiento al trabajo. La ciudad, acogedora y responsable, establece zonas de parqueaderos en sitios estratégicos. Indiferentes, una al lado de la otra, esperan a sus dueños para ofrecerles un tránsito de libertad, emoción y conciencia de su corporeidad, y experimentar los límites del esfuerzo. Es notorio el semblante tranquilo y relajado de estos ciclistas citadinos, mostrando una sensación de bienestar general.

2.

Estas mujeres holandesas, con más de setenta años son una semblanza del buen humor y excelente actitud hacia la vida. Diariamente recorren dos trayectos, de ida y vuelta, en promedio un total de 15 kilómetros de la casa al trabajo. Su alegría y entusiasmo por la vida es manifiesta. Sorprende la habilidad y dominio de la bicicleta que demuestran. “La bicicleta es parte de mi vida, sin ella no podría hacer las tantas cosas que hago en el día”, es una respuesta reiterativa. Se despiden con buen humor y les seguimos con la vista el perfecto equilibrio dinámico y estable sobre los caballitos de acero. Poco a poco, el bosque primaveral de las 8:30 de la mañana deja escuchar su voz a través de lo trinos de las aves que se cruzan al paso. Trabajo, ejercicio, buen humor, salud, longevidad, sobre todo el equilibrio que tiende a perderse con la edad, sino se ejercita. Si hay algo que admirar en esta cultura es el buen humor de las mujeres holandesas y la destreza que poseen en relación con el uso de la bicicleta. Además, es sorprendente observar mujeres de diferentes contexturas, andando sobre ruedas y en permanente equilibrio tomarse la ciudad.

3.

Las ciudades son un ejemplo de educación vial que no sólo enfatizan en los aspectos teóricos, sino en el compromiso de una política coherente con el de ciudades sostenibles. Han sido pensadas en función de las personas, que respeta las señales de tránsito, el cruce de los peatones, el transporte masivo y los vehículos particulares. Las ciudades han sido trazadas sobre la base del respeto y los acuerdos sociales establecidos. El transporte colectivo está sincronizado en el tiempo; loa peatones esperan su turno de paso; los vehículos particulares son condescendientes y las bicicletas llevan consigo el privilegio de la salud y la sostenibilidad del planeta, en medio de los caminos que tejen la ciudad.

4.

Este tipo de bicicleta no tiene familia propia, tampoco desarrolla un tipo de afecto por usuario alguno. Suceda lo que suceda, poseen en su diseño una vocación social, una disponibilidad. Se echan a andar con una aplicación y un proceso sencillo para activarlas. Poseen un mecanismo eléctrico, sin efectos nocivos al medio ambiente. En cualquier parte las dejan, después de cumplir sus funciones. Es frecuente encontrarlas en una trocha, en un camino en el bosque, o en cualquier parte de la ciudad. Son un recurso para los turistas. Algunos usuarios agradecidos se toman el tiempo de colocarlas en un parqueadero de los tantos que se encuentran en las ciudades holandesas. Se alquilan al mejor postor. Han desarrollado una confianza en sí misma al saberse vigiladas con el GPS de la empresa que las sostiene.

5.

Todos sucumben al imperio de la bicicleta y tienen el cuidado de mantener una armonía con el medio ambiente de la ciudad, ejercitando la sostenibilidad del cuerpo; y si no es así, el caminador con ruedas es suficiente. La ciudad les brinda el acceso necesario para su tránsito; la tecnología ha estudiado las necesidades acordes con la discapacidad reducida. Estas personas crecieron con el imaginario manifiesto de una cultura que se mueve, saben de la importancia del movimiento en sus vidas, porque alguna vez en su vida lo vivieron a plenitud, y lo siguen viviendo. Han desarrollado una conciencia resiliente, trascendiendo a la adversidad y decididas a moverse en un acto profundo de amor a la vida.

Nadie quiere quedarse en casa. De alguna manera, desean mostrar una vida funcional. La mujer apoya su caminata cotidiana en el caminador que le permite un equilibrio estable. Esta mujer viene de comprar en un supermercado y ha andado unos tres kilómetros desde su casa, ida y vuelta, sin dejar de hacerlo a diario. Se observa su rostro de buen color, limpia su piel, bien vestida y una sonrisa de triunfo al saludarme y exhibir en su porte la fuerza mental de su longevidad. Esa mujer es consciente que sus caminatas diarias son esenciales para mantener una relación saludable consigo misma y con el planeta.

Una extensión de la bicicleta que requiere la conciencia de andar, aunque la movilidad y el esfuerzo sea mínimo. Tampoco este tipo de vehículos es contaminante y permite que estas personas participen de la vida de su municipalidad con optimismo. A través de la permisividad de la ciudad, este transeúnte se siente acogido. Las vías de acceso para andar por el centro de la ciudad, para acceder a los edificios y también esperar la parada del bus. En última instancia, es frecuente verlos transitar por las vías de bicicleta. De esta manera, la humanización de la ciudad al acoger a estas personas genera una percepción positiva de amabilidad e inclusión en los imaginarios de la ciudadanía.

6.

La bicicleta incansable es fiel acompañante al trabajo, a pasear e ir de compras al supermercado. De regreso a casa, la fatiga nerviosa del trabajo se mitiga a través de la sincronía del pedaleo. Cada ciclista cotidiano asume el rol de un centauro, una especie de simbiosis, donde la fuerza muscular es la energía más artesanal en estos tiempos de sedentarismo global y la dura estructura de aluminio es el soporte de las tensiones y el estrés. Hombre, o mujer y bicicleta, han establecido alianzas, en el hombre se convierten en centauro y con la mujer se asumen como centáurides.  Comparar con centauros a los habitantes de los Países Bajos es sólo para hacer alusión a la pasión que en ellos provoca la bicicleta en su diario que hacer.

La bicicleta en los países europeos prolifera cada día más. Se viaja al trabajo, la escuela, o la universidad. Es difícil parquear en el centro de las ciudades, hay un problema espacial, que conlleva el desorden, pero que muy poco se ve en ciudades organizadas. Los largos trayectos trazados en la malla vial de bicicletas conectan con otras municipalidades, incluso países, por ejemplo, la ciudad de Eindhoven, en Holanda, muy cerca de Bélgica y es fácil el tránsito.

7.

Por estos días, después de un duro invierno, los holandeses festejan la primavera. Los árboles reverdecen, el frío da paso a un fresco soportable bajo el intenso sol de las últimas tardes. Las heladerías cerradas en invierno abren sus puertas y de las cafeterías emana el aroma del café, que convoca a una charla informal entre amigos, o un diálogo de negocios que culmina después de las 8:00 pm, cuando el sol se esconde, cambiando de rumbo. Las bicicletas y triciclos cruzan las placitas de los pueblos. Frente a los estaderos yacen parqueadas las bicicletas, sin inmutarse. Nadie se queda sin festejar. Los pájaros atraviesan la zona de las plazas y trinan alegres. Mientras eso sucede, leo un fragmento del libro de Rachel Carson, Primavera Silenciosa, y subrayo un párrafo que atrae mi atención: “Había una extraña quietud. Los pájaros, por ejemplo… ¿dónde se habían ido?… las pocas aves que se veían se hallaban moribundas: temblaban violentamente y no podían volar. Era una primavera sin voces”. Dejo de leer y, sobre una rama, un pájaro marrón con el pecho blanco, canta. La gente lo mira extasiada. Ojalá no sea una de las ultimas voces que hoy escuchamos en esta primavera que comienza a florecer. Países Bajos, mayo 6/2023.

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