El sabor de mi Barranquilla

La tarde de aquel sábado de un diciembre lejano en que mi padre me llevó, con Ma. Caamaño, mi madre, y mis hermanos, a paladear un vaso de vidrio repleto de frozzo malt en la entonces, única, sede de la Heladera Americana, situada en una casona republicana  de la calle San Blas entre Progreso y Veinte de Julio, supe que viviría por siempre en Barranquilla, ciudad que en mi memoria se transforma en la medida en que encuentro, en nuevos lugares, un frozzo malt servido: pura ambrosia de puro placer de barranquillero total. Es decir, nacido y crecido en esta urbe de Río y Mar. 

Foto Cortesía.

Desde entonces, lejano sábado de los años 60s del siglo pasado, persigo el sabor de esa mágica combinación de chocolate y fresa (así se titula una célebre película cubana, post-revolución) que es el frozzo malt de la Americana, producto insigne de la Heladería: símbolo indiscutible de la Barranquilla mediterránea de siempre. Y ciudad amable y con todos los vientos del mundo. solo su brisa es barranquillera: única y exclusiva en los Altos de Ríomar. 

Bebida frozzo malt, de la Heladería Americana en Barranquilla Foto: Cortesía

Desde ese descubrimiento me hice asiduo visitante de la histórica sede de San Blas de la Americana donde, joven y soltero, iba con mi amigo difunto Lácides García Detjen a hablar de literatura y filosofía con uno de los meseros, un señor moreno que vivía en Malambo, quien nos servía, decentemente, frozzo malt o arroz con leche y pan de sal. Y, obvio, un vaso de agua helada. Tremendo manjar  de dioses de un Olimpo terrenal. No había mejor seducción que invitar a una ninfa killera a deleitar el sentido del gusto con un frozzo. Era conquista segura. El amor ingresa por el paladar, por ser la lengua un órgano universal.

Poco a poco, me fui haciendo “adicto” al frozzo, a la Americana y al son “en Barranquilla me quedo”, como inmortalizó en su verso el “Joe”. Sí. Adicto en el disfrute mesurado del placer dietético y estético que me produce ver un frozzo malt servido para mí. Egoístamente lo dijo: un “frozzo” no lo comparto, pues ese helado me despierta todos los sentidos y me transporta, embelesadamente, a los sabores mediterráneos de la barranquilla marina, fluvial y tropical. No hay en el caribe, nostro mare, una ciudad igual. En su ambiente de “mejor vividero del mundo“, como la bautizó el inolvidable señor locutor, Marcos Pérez: oriundo de Magangué.

Degustar, en solitario, un vaso o un litro de frozzo malt me cura las heridas espirituales, los cansancios y los sudores. Es mi fórmula ideal para superar, en el acto, una resaca de una “pea” de whisky de mayoría de edad con trasnochó con-sentido. Ese helado, como ninguno, me restablece el A.D.N. de ñero, de currambero, de killero enamorado de las brisas coquetas que sólo soplan, enamorando faldas guapachosas, en las esquinas, calles y balcones de esta ciudad “procera e inmortal”.

La historia contemporánea de Barranquilla, mi ciudad, va de la mano de un vaso de frozzo malt. Es así la historia de la Americana, la de la ciudad. En la medida que la urbe se ha ido extendiendo, del centro al norte, la heladería y su emblemático helado se ha continuado sirviendo para el goce barranquillero. ¿O no?. Estoy hablando de la Barranquilla en sus sabores. Todos, así lo creo, tenemos la historia propia de la urbe con un desarrollo urbano no planificado. Por eso, a barranquilla todo le queda “chiquito“: las calles, los estadios, las universidades (acá hay más universidades que en Chicago), los parques, etc. Porque acá lo que crece es el espíritu, de sucundún, de su “gente linda”, como dice el locutor cura amar, -título para un buen libro del cura arrepentido, el samario Linero. ¡Se la dejo ahí!

Estoy hablando de la Barranquilla en sus sabores. Todos, así lo creo, tenemos la historia propia de la urbe con un desarrollo urbano no planificado. Por eso, a barranquilla todo le queda “chiquito”: las calles, los estadios, las universidades (acá hay más universidades que en Chicago), los parques, etc. Porque acá lo que crece es el espíritu, de sucundún, de su “gente linda”

Cada vez que saboreo un frozzo, reafirmo mi identidad por éste terruño donde me parió Ma. Caamaño, abundante de ninfas coquetas venidas de Itaca y brisas embriagadoras. Barranquilla es hito nacional en un pocotón de cosas que solo Don Alfredo de la Espriella se las sabes de memoria. Y las recita como en una letanía. Yo solo tengo memoria de las huellas deliciosas y dichosas del frozzo malt en mi historia personal ¿Para qué voy hacer retórica?.

Foto Cortesía, carta heladería Americana.

Entonces, donde encuentro un frozzo malt ahí me encuentro con mi Barranquilla ¡q u e r i d a!.

Fue así que me volví asiduo de La Americana cuando, sin abandonar el Centro, se subió a la calle 73 con carrera 43, (veinte de julio), donde sigue funcionando, con una terraza citadina.

Seguramente ese lugar sea un referente de ciudad para generaciones posteriores a la mía. Para mí ya es nostalgia. Con esta peste que mata calladamente (nos mató los abrazos y los besos de labios para dentro. Hasta las lágrimas, ya no lloramos nuestros muertos: los ardemos como leña seca y abandonada. No somos nada, sino “briznas al viento”) y el cuerpo envejeciendo con-sentido no me atrevo a circular mi por el Centro ni por La 72.

Mí presente es ver el Río correr hasta los Tajamares, pero… desde un balcón. Cuando camino voy por la brisa. Ella me acaricía y me enamora. cúanta falta me hace sentirla en la cara y haciendo travesuras en las faldas que levanta en su arrebato de “pasión desenfrenada“. ¡Ay…Barranquilla!.

Fue así que me volví asiduo de La Americana cuando, sin abandonar el Centro, se subió a la calle 73 con carrera 43, (veinte de julio), donde sigue funcionando, con una terraza citadina. Seguramente ese lugar sea un referente de ciudad para generaciones posteriores a la mía. Para mí ya es nostalgia.

Con esta peste que mata calladamente (nos mató los abrazos y los besos de labios para dentro. Hasta las lágrimas, ya no lloramos nuestros muertos: los ardemos como leña seca y abandonada. No somos nada, sino “briznas al viento”) y el cuerpo envejeciendo con-sentido no me atrevo a circular mi por el Centro ni por La 72. Mí presente es ver el Río correr hasta los Tajamares, pero… desde un balcón. Cuando camino voy por la brisa. Ella me acaricía y me enamora. cúanta falta me hace sentirla en la cara y haciendo travesuras en las faldas que levanta en su arrebato de “pasión desenfrenada“. ¡Ay…Barranquilla!.

Heladería Americana. Foto Cortesía.

También, he disfrutado un frozzo malt en sedes ubicadas: 1) frente al edificio de la Gobernación del Atlántico, aunque no tengo certeza que todavía exista y 2) en una esquina del barrio La Concepción, calle 76 con esquina de la carrera 62, frente al Colegio del Prado. Esas son otra Barranquilla que he habitado y disfrutado en los recuerdos de vecino de una casa grande con patio alumbrado con árboles de mangos, ciruelas y nísperos. Y un palo de coco que solo pare frutos para deleite de las juguetonas ardillas que lo visitan en su altura. Las ardillas con sus dientes felinos no dejan crecer los cocos de apetecida pulpa y agua dulce y helada, otro sabor de Killa. Los he disfrutado a orilla del Magdalena, en El Malecón, hasta donde llegan “coqueros” en lanchas con motor a venderlos, recién arrancados del palo.

Varias veces fui a paladear un frozzo en unas fugaces sedes de La Americana que funcionaron en: 1) cra 57 con calle 84 y 2) en carrera 53 con calle 82. La molienda comercial (en Barranquilla todo se vende hasta el voto, sino que lo cuente la reclusa Aída Mer-lano y el “miquero” Loor-duy Mal-dotado) fumigó esos puestos de ambrosía killera, para dedicarlos a la venta de viandas y tragos. Ya la ciudad es una sola tienda. Con “zonas cachacales” por todos sus costados. En el norte o en el sur todo es vender y comprar, desde arroz y manteca hasta votos electrónicos. Si digo mentira, admito réplica.

Una tarde cercana, mis nietos barranquilleros, tengo bonaerenses, me llevaron a gozar de un frozzo malt en una  Heladería Americana que abrieron en una esquina de Villa Campestre. No sé si eso es Barranquilla o Puerto Colombia. Pero, como dije, donde me sirvan un helado de Frozzo allí está, para mí, barranquilla: extendida, múltiple, conurbana. Siempre creciendo en búsqueda del mar del caribe que cuando lo “chapoteas” en salgar, chapoteas el mundo, como dijera el difunto Roberto Gerleín Echeverría, personaje que solo nacen frente al mar, con desparpajo bien hablao. Los parlamentarios de ahora solo saben twittear. Carecen del garbo de un orador de esquina killera. ¿O no?

Pero este relato se termina, porque me voy a “comer” un frozzo malt de tarde soleada en la nueva Heladería Americana de la plaza del parque, otro lugar para hablar paja y saludar. No de pretil a pretil, a la vieja usanza barranquillera. Pero si codo con codo. Porque para mí, un frozzo hace que Barranquilla sea una fiesta: una ciudad luz. ¡He dicho!. Chao!!!. Me voy al parque a degustar la brisa.

La próxima: La triste historia del deterioro del patrimonio arquitectónico del antiguo Colegio Barranquilla para Varones

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