Nosotros los seres humanos estamos muy necesitados de ternura, afecto y cariño, la caricia es esencial y determinante en la dinámica relacional humana, somos seres que necesitamos acariciarnos, pero la caricia implica proximidad, familiaridad, confianza, sosiego, seguridad e intimidad.
José Martí afirmaba que sin amor el ser humano no puede vivir, que sin pan uno puede vivir pero sin amor es muy difícil vivir. Afirmaba que al ser tiernos, configuramos la ternura que gozamos nosotros mismos.
Cuán extraordinario es el pensamiento Martí al plantear lo anterior. Realmente, la ternura y el amor son ingredientes aglutinadores del proceso pedagógico. Es por eso que el cariño es la más elocuente de todas las gramáticas, como señalaba Martí.
Existen diferencias sustanciales y apreciables entre el amor y la agresión. En el amor la otra persona surge como un legítimo otro en la convivencia con uno, y en la agresión el otro es negado como una persona legítima en la convivencia con uno. En ambas conductas relacionales el dominio es diferente. En el amor hay aceptación y en la agresión hay negación.
Los seres humanos no pertenecemos a una historia de agresión o de competencia, crecimos y nos desarrollamos en el amor. Es necesario que la escuela beneficie y contribuya a la configuración de la experiencia afectiva, volitiva y cognitiva que el niño trae consigo, para que el niño cumpla en su escuela los sueños y las expectativas que tiene sobre ella, con el fin de lograr que el niño y el joven se relacionen adecuadamente con quienes los rodean, respeten los derechos de los demás, se auto-controlen, se respeten a sí mismos como individualidad, y se autoestimen, lo cual es lograble según configuremos nuestra actividad pedagógica diaria.
Con lo anterior, el niño y el joven mantendrán el interés por descubrir el sentido y significado de cada hecho y fenómeno de la vida que les rodea y mantendrán además viva la creatividad, la espontaneidad y el talento que demostraron tener en edades tempranas. Como muy bien afirmaba el notable psicólogo Lev Vygotsky, la pedagogía se debe orientar no hacia el día de ayer, sino hacía el día de mañana del desarrollo del niño. Sólo así podrá despertar aquellos procesos del desarrollo que se encuentran, en este momento, en la zona del desarrollo próximo, que se conceptualiza como la distancia que hay entre lo que el niño puede hacer por sí solo y lo que puede hacer con ayuda de los demás.
En cada ser humano hay un hombre ideal, es necesario confiar en el niño, en el joven, amarlos, esta idea es precisamente la piedra angular de nuestro enfoque. La vida emocional del niño y del joven es tan importante que lo emocional, lo racional y lo volitivo deben configurarse de manera dialéctica, por cuanto no se genera esta interconexión se limita la validez de la configuración humana.
En el amor no hay exigencias, ni expectativas, ni concesiones, sólo respeto y aceptación por sí mismo, por el otro, la otra o lo otro. El profesor que se respeta a sí mismo y respeta a sus estudiantes, los escucha y puede escucharlos sin temor a desaparecer al hacerlo; la profesora que se respeta a sí misma y respeta a sus estudiantes puede realizar un espacio de colaboración con ellos permitiéndoles ser en su plenitud sin negarlos desde su temor o terquedad. El amor es de hecho el fundamento de la dinámica sistémica que configura el espacio en que los niños pueden crecer como personas responsables capaces de aprender cualquier cosa, y colaborar con otros en cualquier actividad porque no temerán desaparecer en la relación con los adultos. Como ya hemos dicho, los niños y niñas no aprenden materias, asignaturas o contenidos programáticos, sino que aprenden la biopraxis humana que vivencian y experimentan con sus profesores y sus maestras. Los sentimientos y emociones, entrelazados con la configuración cognitiva e intelectual, se conviertan en intereses, en deseos de hacer y conocer, en actitudes, valores y convicciones que determinarán el hombre y mujer que queremos formar.
Según Maturana, el educar en la biología del amor es básicamente sencillo: tan sólo tenemos que ser en la biología del amor. Tenemos que ser con los niños bajo nuestro cuidado en educación tal cual somos con nuestros hijos o nuestros amigos, aceptándolos en su legitimidad, incluso si no estamos de acuerdo con ellos. Todo lo que nuestros amigos e hijos hacen es legitimar, incluso cuando objetamos sus acciones o tenemos serias discrepancias con ellos al respecto. “El amor no es una virtud. En verdad, el amor no es nada especial, es sólo el fundamento de nuestra existencia humana como el tipo de primates que somos como seres humanos” (Maturana).
En el amor no hay exigencias, ni expectativas, ni concesiones, sólo respeto y aceptación por sí mismo, por el otro, la otra o lo otro. El profesor que se respeta a sí mismo y respeta a sus estudiantes, los escucha y puede escucharlos sin temor a desaparecer al hacerlo; la profesora que se respeta a sí misma y respeta a sus estudiantes puede realizar un espacio de colaboración con ellos permitiéndoles ser en su plenitud sin negarlos desde su temor o terquedad.
Según Maturana, lo fundamental no está en aprender mucha matemática, mucha biología, o en aprender mucha historia. Tenemos que aprender biología, matemática e historia, para ver el mundo en que vivimos, pero no para lo que vamos a ser o hacer después, sino para hacernos responsables de lo que hacemos ahora en nuestra biopraxis cotidiana, porque lo que vamos a ser y a hacer después surge precisamente de los deseos, del emocionar en el cual hayamos crecido. “No vamos a proteger el medio ambiente porque sabemos biología; lo vamos a proteger porque nos gusta. Porque nos gustan los árboles vamos a hacer algo por lo árboles; porque nos gusta un entorno no dañado, vamos a protegerlo” (Maturana).
Por todo lo que hemos expresado, podemos aconsejarles a los profesores que nunca dejen de pasar la oportunidad en su aula o salón de clase para dar un lugar a la poesía, a la música, al relato emotivo, a los más hermosos sentimientos y cualidades humanas que, junto a los conocimientos, contribuirán a hacer de ese niño o niña un hombre culto y libre, y así podrá sonreír cotidianamente ante cualquier actividad, tarea, situación o problema. Nunca dejes de brindarles amor a tus estudiantes.
Ahora bien, no obstante a lo que hemos expresado sobre la primacía del amor con relación al conocimiento, pensamos que el papel del conocimiento es central en cualquier nexo afectivo humano, aunque se piense lo contrario. Aunque sea por una potente razón: se ama o se odia el conocimiento de la persona, no a la persona en sí misma. Al amar se ama no al otro individuo -sus reales actos, intenciones, creencias, valores, actitudes, deseos, frustraciones- sino a una configuración teórica y conceptual que configura nuestra mente. Amamos la idea del otro tal como lo configuramos, tal como lo conocemos; no al otro en sí mismo, es decir, que el otro existe psicológicamente como configuración. El filósofo alemán Kant nos enseñó que no es posible conocer a la persona en sí misma.
La pedagogía es Amor. Y lamentablemente muchos profesores no comprenden esto. Aunque a veces no es necesario comprender. Si amas, la comprensión ocupará un segundo plano. ¿Qué sentido tiene comprender las cosas, si no las amas? Por el contrario, si amas, o no necesitas comprensión o hay comprensión de todo. La base de la comprensión es el amor. No hay comprensión sin amor. Y esta concepción es muy importante para el campo científico y educativo, porque el estudiante jamás podrá aprender algo sin amor.
¿Cómo puede un profesor aprender y enseñar a amar? ¿El amor se aprende? ¿Podemos pedagogizar el amor? En efecto, el profesor debe enseñar a los estudiantes a amar. Y los estudiantes deben aprender a amar. El profesor debe aplicar la Pedagogía del Amor en sus relaciones con los demás. Ese es el camino hacia el éxito pedagógico, ese es el camino hacia la calidad educativa, ese es el camino hacia el aprendizaje significativo, autónomo, auténtico e infinito, ese es el camino hacia la felicidad.
Los seres humanos generamos en nuestras reflexiones y conversaciones el mundo en que vivimos, es decir, en nuestro lenguajear y emocionar, y nuestra cultura familiar puede ser generada a partir del modo de vivir que vivamos, si logramos que esta cultura y este modo de vivir sean aprendidos, cultivados, consolidados y conservados por nuestros descendientes. Este mundo que configuremos estará signado por el emocionar que guíe nuestra biopraxis. De todas las emociones que podemos vivir, la única que nos puede guiar en el bienestar y la felicidad humana, es el amor; o mejor dicho, el amar.
Amar es el acto que configura lo humano en el vivir, paso a paso, en cada instante y momento de nuestras vidas, hoy, en este presente, en nuestra biopraxis cotidiana, en este suspiro.