Estamos siendo testigos de la quinta participación de Leonel Messi en un mundial de futbol, sin haber podido obtener la copa de campeón y con la expectativa de que, en esta ocasión, en Catar, si la levante. Supera, así, cuatro participaciones de Diego Maradona en este evento. El debate está ya sobre la mesa sobre quien de los dos es el mejor.
En esta oportunidad, sin embargo, voy a reproducir una nota que escribí hace doce años y que titulé “Messi. Superdivino”. Deslumbrado, emocionado cuando el astro argentino, ahora del PSG, jugando con el Barcelona le metió cuatro goles al Arsenal de Inglaterra. Uno de los seis partidos en que ha realizado esta hazaña así:
1. FC Barcelona 4-1 Arsenal (Liga de Campeones, 6 de abril de 2010)
2. FC Barcelona 5-1 Valencia (La Liga, 19 de febrero de 2012)
3. FC Barcelona 4-0 RCD Espanyol (La Liga, 5 de mayo de 2012)
4. FC Barcelona 5-1 Osasuna (La Liga, 27 de enero de 2013)
5. FC Barcelona 6-1 Eibar (La Liga, 19 de setiembre de 2017)
6. FC Barcelona 5-0 Eibar (La Liga, 22 de febrero de 2020)
Messi. Superdivino
El sajón Friedrich Nietzsche es uno de los filósofos místicos de mi mayor preferencia. Cuando lo leo y medito entro en un trance igual al que se alcanza con la oración. Es decir, cuando hablo con Dios, el Dios de los cristianos en quien creo. Sin embargo, Nietzsche en el “Grito de Zaratustra” mató a Dios. Al Dios humanado de los cristianos. Su entelequia sacra se funda en un hombre endiosado. El superhombre. Un Dios que sabe bailar. Hasta con un balón de fútbol, agrego yo. Tal vez el encanto con Nietzsche deviene de mi devoción, también, por el baile y por el deporte que más mueve la atención de la gente en todo el mundo.
Los españoles llamaron al más grande de sus futbolistas en la década 1920-1930, Ricardo Zamora, guardameta del Real Madrid, del Barcelona y de la selección nacional el “Divino Zamora”.
Los que todavía estamos vivos logramos contemplar algo extraordinario sobre la faz de la tierra, el pasado diez de abril. Fue como un milagro. La hazaña de un jugador descomunal, de un hombre endiosado, superdivino. El superdivino Leonel Messi.
Mordacidad y morbo pueden insinuar que quien estas líneas escribe es una “loca” alborotada. Tranquilos, para los que así mal piensan, me conformo con cambiar la A de loca por la O. Más aún cuando mi mujer cree que soy un irremediable ‘loquillo’ por mis frecuentes barrabasadas.
Lo que vieron mis ojos, ese mediodía de abril, en el partido de la Champions entre el Barcelona de España y el Arsenal, inglés, fue algo soberbio, inspirado desde lo alto. Domingos y cualquier día deleitamos por la televisión contemplando goles a granel, en todas las formas, distintos estilos, desde variadas posiciones, pero, los cuatros que encajetó el argentino Messi al portero inglés, el miércoles diez de abril, tenían un ingrediente incomparable, mágico, todopoderoso.
El zurdazo del primer gol, quizá, desde los cañonazos fuera del área de Rivelino en México 70, no veía cosa parecida.
El que siguió mostró la majestuosidad de Pelé en sus mejores tiempos con el Santos y selección Brasil, tricampeona de la Jules Rimet.
El tercero, el “cuchareo”, frente a frente con el arquero, sólo genios con la impronta del alemán Franz Beckenbauer, “El Káiser” o el holandés Johan Cruyff podían convertir.
En el último, el del driblin sorprendente, que pasó por el túnel de un arquero impotente, la estampa de un monstruo como Maradona en el clímax de la gloria en España 82, México 86, Italia 90 y Estados Unidos 94, volvió a desfilar por el espejo de mis recuerdos.
En cada una de las instancias adornado con el gesto jovial y alegre de Ronaldo el brasilero que iluminó la campiña francesa en el mundial del 98.
Y comienzo a cavilar bueno… este, en definitiva, a quién carajo se parece, con cuál de estos consagrados dioses consigo igualarlo.
Concluyo mi asombro, ante tanta belleza futbolística, “fenomenal” diría un fanático gaucho, de que tiene el halo sobresaliente, particular de cada uno de las estrellas mencionadas. Que en suma lo dibuja un jugador excepcional, fuera de serie. Puede llegar a superar a todos con el tiempo, tiene aún largo trecho que recorrer.
Para mi fervor futbolístico, Edson Arantes Do Nascimento sigue siendo el rey, el “Rey Pele”.
Ahora toca inclinarme reverente ante un Dios, Leonel Messi, un Dios de carne y hueso. Un hombre endiosado, a lo mejor, similar al entronizado por la rebeldía Nietzscheana de “Humano, demasiado humano”.
Tengo un problema. En adelante no puedo dejar de asistir al culto futbolero cada vez que juegue el milagroso Señor del balompié.
Comunico desde ahora a mis alumnos en la Universidad que no me esperen ese día. A Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar.
Quedan cordialmente invitados a este esplendido ágape del futbol bonito que depara el tiempo presente que es, el nuestro, el que enhorabuena ha tocado para vivir.