Encierro y escritura

La literatura como soledad voluntaria

En 1976, al conceder una entrevista para televisión al periodista colombiano Germán Castro Caicedo, Gabriel García Márquez declaró que para 1965, cuando inicio la escritura de su novela “Cien Años de Soledad”, sus hijos, Rodrigo y Gonzalo, creían que el padre era “un señor ENCERRADO en un cuarto, del que no salía nunca”. Y remató la anécdota afirmando: “durante 18 meses no salí del cuarto”.

Minutos atrás a aquella confesión, hoy parte del mito Gabo, dijo que cumplió el primer sueño de su vida, en un cuarto en Paris, cuando se sentó “a escribir sin que nadie me jodiera”, mientras se comía el dinero del pasaje de regresó al país y se dedicaba a escribir “El Coronel No Tiene Quien Le Escriba”, considerada por él como “su obra maestra”.

Ambas anécdotas, sublimadas por la mitología que despierta la vida y obra de nuestro Nobel de Literatura, demuestran la talla del genio y la disciplina que exige ese oficio de solitarios, el de escribir novelas que marquen los rumbos de la cultura humana. No el de quienes escriben para comer, sin sentir en las entrañas los latidos de la inmortalidad.

Reviví esas declaraciones mágicas del novelista colombiano, en estos tiempos de pandemia en que medio mundo vive en su “cuarto”, porque las autoridades políticas y sanitarias han limitado la libertad de movilidad ciudadana, como medida de combatir la epidemia. Y porque una amiga filósofa me sugirió escribir sobre la escritura y el confinamiento.

En esa sugerencia meditaba cuando me percate que en mi encierro actual no estaba solo, sino que me traje conmigo, como en un presagio, a la habitación en que despierto y cada mañana, desde la ventana, contemplo Bocas de Cenizas, con olas del mar Caribe y la mansedumbre del Magdalena, muy cerca veo la Laguna de Cangrejos de Mallorquín, a varios de mis autores favoritos, en ediciones de lujo (las había adquirido para la vejez y la lucidez de los nietos). Hice un inventario y al pie de aquella ventana me encontré con: Guillermo Cabrera Infante (cubano), Nicanor Parra(chileno), Albert Camus (francés), Federico Fellini (italiano), Albert Einstein (alemán), Mario Vargas Llosa (peruano), Alessandro Baricco (italiano), Gabriel García Márquez (colombiano) y una edición hermosa de Las Mil y Una Noche (anónimo).

Comprobada esa compañía, de autores y libros, después de haber regalado mis bibliotecas, me convencí que no moriría con-finado de tristeza, de no poder abrazar y llevar helados a mis nietos Jesús, Emilio y Gabriel, porque esos libros son mi salvación, por su valor literario y por la vida humana de esos autores que se vinieron conmigo, sin querer queriendo, a la nueva morada que habito en las brisas y soles de Barranquilla. Así que decidí escribir obedeciendo la sugerencia amiga y convencido que los libros son vida acumulada. La creación de la escritura, esa cultura humana, de la palabra, que no han derrotado las máquinas, ni la inteligencia artificial. Libertad ilimitada.


ENCIERRO Y CREACION
Preferí usar ENCIERRO por Confinamiento, por aquello que el escritor no es un confinado (un finado) del Estado. Sino que voluntariamente se encierra para dejar correr la fuerza, inaplazable, de la creación. He ahí una sustancial diferencia con lo que algunos creadores viven en estos tiempos de pandemia.
El encierro de los creadores no es aislamiento inteligente, ni distanciamiento social, ni cuarentena obligatoria, como se denomina el confinamiento sanitario por la emergencia, indefinida, del Covid-19. Ese encierro es libertad personal y sintonía indiscutible con la genialidad que, como un tren o nave, pide pista o estación. Por eso los encierros de novelistas son expresiones de libertad corporal y pasión neuronal. Una pasión racional. La mano invisible de la magia.


LA DISCIPLINA DEL ENCIERRO
Nadie lúcido se encierra. Solo lo hacen los valientes. Y los creadores que saben que escribir es un acto solitario. Es tanto así que Carlos Fuentes, el autor de la novela “Artemio Cruz”, en su conferencia ” La Escritura: encuentro y memoria” recomendó, a jóvenes escritores mexicanos, que “la escritura es disciplina”. Y que ésta, la disciplina, es el nombre cotidiano de la creación.
De ahí que esa disciplina, sea la denominada por Javier Marías, novelista español, “La Bendita RUTINA del Barco”, en su más reciente columna en el diario El País. Y luego de comparar el encierro de los marinos con el de los escritores, Marías remata diciendo que “los novelistas son gente acostumbrada a largos confinamientos (yo repito” encierro), que al volverse bendita rutina los salva” de todos los peligros que acechan el oficio de la escritura creativa.
Disciplina y rutina son ingredientes para garantizar salud mental y no naufragar en esta cuarentena, según recomendación de neurólogos. El cerebro se fortalece con disciplina personal y social. Amén de rutina creativa. Cero stress.

ENCIERRO Y CULTURA
Frente a la dicotomía planteada por el pandemia y su combate sobre Economía y Salud, tanto los medios de comunicación social, las redes y los líderes del twiter y las ruedas de prensa, han olvidado la cultura. Y han ordenado del cierre, absurdo, de todos los escenarios de las Bellas Artes, hasta las librerías.
Pero eso me sonaron, muy atinadas, las palabras del poeta mexicano Juan Villoro quien, en una columna publicada en el diario Reforma (D.F), bajo el título “Parábola del Pan”, donde recrea el pasaje bíblico de que no solo de pan vive el hombre, afirma: “La paradoja es que la gente sobrevive al ENCIERRO gracias a LA CULTURA”. Y esa arca son los libros, hijos del encierro y la escritura. Sin ellos sobrevivir a la pandemia sería una locura.
Y para rematar ese bautizo es bueno recordar, como lo hace Alberto Manguel, ese sabio argentino que fue director de la Biblioteca Nacional, la misma que dirigió Jorge Luis Borges, y en cuyos jardines en Buenos Aires esta la larga figura de cemento de Julio Cortázar sentado, en su artículo en El País, titulado “Ganarse la vida como escritor (o no)”.
Ahí Manguel, quien me parece ha leído todos los libros, cuenta que Shakespeare fue recaudador de impuestos, Cervantes soldado, Kafka empleado de seguros, Balzac impresor, Chéjo y médico, Faulkner guionista y Gabo reportero. No siempre del pan vive el hombre, la frase sabia de Jesús para esta época de bolsas cerradas. Y pánico por hambre en las calles.

LIBROS Y LIBERTAD
Y este viaje en el encierro mío frente a un balcón repleto de soles del atardecer diario, me enviaron un video del canta-autor español Joaquín Sabina, luego de sobrevivir a una histriónica caída, cuando relata, recordando a Borges, que “el paraíso es como una biblioteca”. Y sentenciar que quien tiene “libros no le da miedo el confinamiento”. Digo yo, el encierro.

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