“Uno puede ser el más chulo, pedante o arrogante del mundo, pero LEYENDO HAY QUE SER EL MÁS HUMILDE”. Arturo Pérez- Reverte._________________________________
Inicio esta reflexión, motivada por una celebración más, en abril, del Día del Idioma Español, en honor al escritor Miguel de Cervantes Saavedra, autor de la más monumental novela de caballería, “Don Quijote de la Mancha”, con la siguiente frase-verso del poeta italiano Cesare Pavese:
“Es bonito escribir porque reúne dos alegrías: Hablar solo y hablarle a la multitud“.
Es, sin dudarlo, una verdad. No sólo poética, sino real. Escribir, amén de bonito, es alegría. Alegría de vivir y poder contarlo. Contarlo a uno mismo y a los demás. O mejor, contar con los demás. Las multitudes en nuestra propia soledad, pues escribir es un acto solitario y solidario.
Leí a Pavese en la adolescencia de El Santuario. Y creo haber escrito mis primeros versos imitando los suyos. Recuerdo andar con su libro “El oficio de vivir, diario” siempre conmigo, de un lado a otro. O mejor, para todas partes. Así que cuando recibí, vía WhatsApp, la frase citada, me invadió la nostalgia de una juventud recobrada en silencio y en soledad. La archivé en la memoria del smartphone, aparato con que, además, leo y escribo (leer y escribir: es el trabajo con el que me gano la vida, más allá del disfrute de la pensión vitalicia de vejez), bajo la pre-visión que en algún momento la usaría por condensar sabiduría, en escasas palabras.
Ese momento apareció cuando leí la noticia que la Real Academia Española, RAE, celebra la semana cervantina, de este 19 al 24 de abril, con diversos actos culturales. Entre ellos, el lanzamiento del libro “cervantes” (Critica) del Director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, con una conversación con el escritor, académico y Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, quien a los 86 años de edad sigue enamorado de Isabel y con el “brazo caliente”, para seguir escribiendo y debatiendo. El amor por las mujeres y los libros lo mantiene vivo. El nobel acaba de publicar “la mirada quieta“, libro sobre Benito Pérez Galdós.
¿Por qué es bonito escribir?
Escribir es bonito, no necesariamente por escribir bonito, porque es un acto de libertad, así sea por un instante. ¡Fugaz!. Expresar libremente sobre un papel, en blanco, o sobre una pantalla, lo que se siente o se ha sentido, pensado, es, sencillamente, liberación de una necesidad. Sí. La libertad es un acto de necesidad. Necesidad de expresión. De ahí, que cuando se escribe, bien o mal, se liberan alegrías, como bien lo dijo Pavese. La alegría, locura, de hablar solo. Y la cordura de decírselo a los demás, pues la escritura es un acto de comunicar soledades compartidas. En ese orden, escribir es comunidad, confianza en sí y en los otros. El que escribe cree en sí.
Pero también, escribir es una vocación. Sí. La vocación de los escritores. Esos seres alados que escriben novelas, como la historia del caballero andante. ¡Oh! Poesía, como los versos de el capitán u hojas de hierba. O historia, como la de animales a dioses. O biografías, como su vida. Los escritores premiados, galardonados, reconocidos, en y por la historia, han sido y son seres fieles a su vocación. La sintieron, la descubrieron y la siguieron pasasé lo que pasasé. Hambre. Frio. U Olvido. Se “casarón” con la escritura para siempre, sin necesidad un acta de matrimonio. Son y fueron ellos mismos: escritores. Solo eso. Y nada más.
Entonces, escribir, además, es un oficio. Sí. Un oficio que exige tener capacidad. Capacidad para expresar en palabras, ¡Obvio! escritas lo que la vida humana le ha encargado, destinado, de contar. Y como oficio se aprende. ¿Cómo?. Leyendo, dicen lo que saben del oficio. No se escribe sin leer. Y leer se aprende, desde pequeño, desde la niñez. No es por osmosis que se aprende a leer. Es leyendo a los que saben escribir. ¡ A los maestros!.¡Carajo!. No a lo barbachanes del Twitter, ni a los que se auto-bautizan escritores porque pueden financiar “sus” libros. Ese es un oficio de personas disciplinadas, ¡Ah!. Con oficio. Un oficio casi de esclavos. Es-clavo de la palabra. Solo genios logran vivir de esa genuina esclavitud.
Y, bien lo dijo Jesús de Nazareth: “yo soy la palabra. El verbo. El verbo hecho carne“. La palabra creadora. La que crea las cosas que le dan sentido al mundo. Un mundo de cosas creadas por palabras. Pero, al respecto, Moisés Wasserman dudando afirma:
“No se cuándo los significados de las palabras empezaron a perderse. Hay evidencias de que no es un fenómeno reciente, pero cada vez menos activistas luchas contra su extinción. La cultura de la comunicación masiva en las redes es intimidante para quienes no han desarrollado piel de elefante, y antes de someterse al escarnio público prefieren esconderse en la clandestinidad”(El Tiempo. 4/8/22). Cierto, el lenguaje en las redes asusta. Las palabras allí son una amenaza constante a la intimidad, al descanso.
por ejemplo “cien años de soledad” (cuentan la fábula que Gabo se encerró 18 meses a escribir esa novela comparada a el quijote de la mancha). No se escribe para la historia en un bus de Cochofal. En un viaje en esos buses se “escriben” trinos, como mariposas echadas a volar. Eso, para mí, no es escribir. Es cacarear, oficio de aves de corto vuelo.
Indudablemente, la invención de internet representa toda una revolución cultural. La creación de la cultura digital, de la virtualidad, cambió la percepción reposada sobre las cosas del mundo. “una imagen vale más que mil palabras“, encarna es revolución en el lenguaje humano. Nos acercó a todo el mundo. Y las palabras escritas, reflexionadas en la soledad que conlleva el ocio de pensar – o ponerse a pensar – para escribir, por ejemplo “cien años de soledad” (cuentan la fábula que Gabo se encerró 18 meses a escribir esa novela comparada a el quijote de la mancha). No se escribe para la historia en un bus de Cochofal. En un viaje en esos buses se “escriben” trinos, como mariposas echadas a volar. Eso, para mí, no es escribir. Es cacarear, oficio de aves de corto vuelo.
¿Cómo hacer cosas con las palabras“, es uno de los libros del filósofo del lenguaje, John Austin. Y Michel Foucault, también filósofo, escribió “las palabras y las cosas“. Pero, en Macondo a las cosas había que escribirle palabras para ponerle nombre. Muy seguramente por padecer la peste de la pérdida de la memoria. Peste que está contagiando a los jóvenes que no leen libros, sino que trinan a todo momento por su afán de usar el celular en todo momento y lugar. Son cotorros que desconocer el silencioso placer de leer libros, como el que escribió Cervantes, quien murió el 23 de Abril de 1.616. Celebremos a miguel, leamos a “Cervantes“, el libro de Muñoz Machado que tiene más de mil páginas. Todo un mundo de palabras sobre la vida de un caballero andante.
Siempre soñé vivir en un lugar lleno de libros, casi lo logro. Llegué a tener libros en todos los lugares donde he soñado. Pero, me traicioné. Los regalé a amistades inolvidables y a instituciones, bajo el falaz argumento que mis libros no cabrían en un balcón. Otros, fueron botados, a mis espalda, en la basura, sin abrirlos. Por eso, siempre he creído, desde niño, que la mejor compañía es un libro. Impreso. Tesoro de palabras. De allí que donde habito tenga, por fortuna, un libro a la mano. es tener un mundo de palabras abrazando mis silencios…de marinero en tierra.
La próxima. Julito el ignorante del aprender a amar.