Sueño americano

Wensel Valegas

Bajo un frondoso árbol, de esos que abundan en la ciudad de Knoxville, Tennessee, Estados Unidos, hay un hombre sentado en una banca, observo un dejo de nostalgia en su mirada profunda, lejana. Alto, delgado, cabellos blancos en un rostro con destellos juveniles intermitentes, que envejece, de pronto, cuando el pasado incrustado en su memoria le sobreviene esporádicamente. Su conversación es agradable, su español es suave y mesurado, da la impresión que le cuesta volver a pensar en castellano. Cincuenta años atrás aprendió inglés, por eso se alegra de repensar en su lengua materna; su voz es equilibrada, así como manejar bicicleta no se olvida nunca y placentero, igual sucede cuando hablo español, siento un goce, mi memoria se renueva y la nostalgia es un surco profundo que duele en el pecho, dice el hombre con la mirada perdida en la exuberante naturaleza, viendo las aves que descienden a tomar agua en un pedazo de río, que se esparce por toda la ciudad, deslizándose sin ruido como una serpiente. Se regocija ante la contemplación del paisaje que observa, escucha y toca. Viste pantalones cortos, camiseta de la selección Colombia y sandalias, da la impresión de estar a la espera de un verano que ya casi llega.

Me habla en español y asegura que está emocionado de intercambiar opiniones en su idioma natal. Quería explorar nuevos horizontes y Estados Unidos pagaba muy bien la mano de obra colombiana, busca en su memoria pormenores que lo empujaron a la búsqueda del sueño americano, fue un exilio obligado por la necesidad, justifica. Este país no es para flojos, aquí se trabaja duro y si tienes dos trabajos, mejor; el ansia de ganar en dólares es estresante, creo que se puede vivir con un solo sueldo, pero los seres humanos siempre queremos más, abusamos de la salud. Sus afirmaciones están impregnadas de experiencia, en carne propia sufre los excesos laborales del sueño americano.

Cuenta el hombre, que después de más de veinte años, el exceso de trabajo le trajo la consecuencia grave de una cirugía de corazón abierto.  Evoca su historia laboral y su periplo: desde Sacramento hasta Carolina del Norte y desde Texas hasta Minnesota, terminando finalmente en Knoxville, Tennessee, donde ha vivido los últimos quince años. El hombre se levanta de la banca de madera y levanta el suéter exhibiendo una cicatriz que asciende desde el ombligo hasta la clavícula en el centro, dividiendo el pecho del hombre en dos mitades. Este es el precio que pagué por una vida que nunca imaginé, el auto que ve ahí, esa casa en la colina, la soledad en que vivimos ahora, el estudio de los hijos que se fueron. Tengo comodidad a un precio muy alto. Su esposa ha bajado la colina y nos trae café. Además, en este país, estudien o no los hijos, es costumbre que vayan. El relato del hombre deja sentir la nostalgia del exilio cincuenta años atrás, de un pasado extraviado en el presente en medio de una soledad que él y su esposa soportan y sobrellevan.  

Este país no es para flojos, aquí se trabaja duro y si tienes dos trabajos, mejor; el ansia de ganar en dólares es estresante, creo que se puede vivir con un solo sueldo, pero los seres humanos siempre queremos más, abusamos de la salud. Sus afirmaciones están impregnadas de experiencia, en carne propia sufre los excesos laborales del sueño americano.

Qué hermosa es la vida, pensar que he vivido aquí años y nunca me fije en lo hermoso que es este lugar, sorbe su café sin azúcar, mira a su esposa que sube de nuevo la colina en un acto de prudencia que nos permite conversar. Cuenta que ese regreso a la vida – que le dejó el despertar de la operación – no lo hizo más religioso, sino un filósofo de la cotidianidad que se asombra ante el silencio del lugar, interrumpido por el canto de los pájaros en las mañanas; el ágil y nervioso desplazamiento de las ardillas entre las ramas; el fresco permanente aminorando el calor de la ciudad que hierve a más de ochenta y seis grados Fahrenheit a finales de la primavera. Ese nuevo amanecer a la existencia le permitió llegar a la sabia y certera convicción de William Faulkner observando la ciudad de Manhattan, por un momento, pensó que el trabajo lo único que depara son enfermedades, y lamentó que este exilio buscando el bienestar le hiciera perder la risa, la espontaneidad, la mamadera de gallo y ponerle al mal tiempo buena cara.

Alguna vez – cuenta el hombre – le prometí a mi esposa que, ya sin perros, ni gatos que mantener, le cantaría a ella y a la vida canciones de su tierra natal en Colombia con mi guitarra vieja, la cual siempre ha estado conmigo. Como el Quijote de la Mancha en sus itinerarios imaginarios, este hombre, en las fiestas que se inventaba en su país natal, recordaba e inventaba canciones sobre sus proezas de Lancero en el ejército colombiano, que todos disfrutaban, pero nadie le creía, mientras disfrutaban lechona asada y cerveza gratis, en cada uno de los cumpleaños de su esposa.

Con el transcurrir del tiempo ha aprendido que la vida está hecha de instantes, se construye sobre fragmentos de memoria y de futuro, pero sin dejar de vivir el presente, aunque duela. Sobrelleva con dignidad el ocio del cual hace gala en sus caminatas matutinas, las carcajadas vespertinas; y caminando a su lado, bordeando un lago tranquilo, evoca los paseos en las caravanas de la alegría para comer chicharrón en Baranoa y visitar la casa de Julio Flórez, en Usiacurí, como cualquier turista desprevenido recorriendo el departamento del Atlántico.

Si el estrés laboral alguna vez lo condujo a los confines oscuros de la nada existencial, el mundo del esparcimiento y el sentido lúdico, donde es amo y señor, lo transporta por los caminos del asombro, la fiesta y la lúdica, actitudes que ha interiorizó después del preaviso que no todos tienen la suerte de pasar por ello ni contar con una segunda oportunidad.

Me muestra una carta, que leo, ya son pocos los amigos que quedan en Colombia, me dice, mientras toma una pastilla que su esposa – siempre en silencio – le ha traído para que la tome.

“Es una lástima que tu decisión de partir hace años se haya cumplido a cabalidad y hayas olvidado el regreso. Entendemos que la juventud te hizo prometer que regresarías. Hoy la vida moderada y apacible que llevas ya no te da esperanzas para el regreso. ¿Acaso esperanza para nosotros que somos tus amigos? Sólo somos vestigios del reducido pasado que te queda, no hay vuelta atrás; te extraviaste lentamente en la memoria de tus amigos, y te sabes incierto en la soledad que angustian a tu mujer y a ti. La tierra que lo vio nacer algún día lo llamará, dijo alguien, después que te marchaste. Todos – en ese momento – creíamos que volverías. Hay días en que nos acordamos como si estuvieses de vuelta en Soledad, Atlántico, pero al final nos decepcionamos de nuestras propias expectativas y cancelamos una ilusión vuelta decepción. A pesar de convencernos que la tierra llama, sabemos que tus creencias han cambiado. Quizás dentro de poco tiempo se acabarán tus amigos de la memoria, nadie te escribirá y junto a la nostalgia sentirás el peso del olvido, aun así, recuerda que tu ombligo está enterrado aquí”.

Sólo te pido que si alguna vez escribes esta historia no menciones mi nombre, me sugiere sutilmente. Lo miró largamente, se levanta, nos abrazamos. Caminando hacia el auto siento la mirada del hombre pensativo, no miró atrás, lo imagino sentado tal cual como lo encontré. El abrazo me deja la sensación de un cuerpo deteriorado por el sueño americano. ¿Es esto la culminación de una vida plena y feliz?, me pregunto.

De regreso a casa, veo los senderos que se entrecruzan y bifurcan, el paisaje ecológico del Cementerio Nacional de Knoxville; evoco sus palabras, jamás me iré de este lugar encantador, aunque me haya dado cuenta demasiado tarde, por esa vida rápida y agitada que tuve. Seguro que es encantador este lugar de inviernos silenciosos, coloridas primaveras, otoños desnudos y fríos, y veranos soleados, alegres y calurosos. No hay duda que este hombre estará eternamente en este lugar, como un testimonio anónimo de un sueño que pudo ser mejor, al lado de la Tumba del Soldado Desconocido. “Jamás me iré de este lugar…”, no es mi frase, es de él, es su decisión y resignación, dilema resuelto que sus pocos amigos jamás entenderían.

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