Reportero familiar

Wensel Valegas

Uno de los recuerdos más emotivos que tengo de él, fue verlo en brazos de papá, quizás tendría unos diez meses. La foto mostraba su sonrisa de niño, amplia, y su cuerpo acomodado en los brazos del abuelo, que sonreía orgulloso al cargar a su primer nieto. Estaba desnudo y asombrado ante el flash de la cámara que capturó el instante. Papá lo cargaba, luciendo el torso sin camisa y sus pantalones de drill color caqui, arremangados hasta las rodillas. Detrás estaba la sombra majestuosa del ciruelo, de tronco grueso y brillante debido a una goma pegajosa que brotaba como lágrima de las entrañas, bajando hasta perderse en la tierra, buscando las raíces. Transcurría febrero con sus tardes frescas arropando el trajín de los quehaceres de la casa: Isabel atizando el fuego de los pasteles hirviendo, al final del patio; mamá ordenando a las muchachas que la ayudaban, recojan la basura, laven bien ese maíz; a mí me veía llegando del colegio a las cinco de la tarde. Su mirada era voz y orden, vea jovencito, vaya cámbiese, recoja los desperdicios, tome la carretilla y bote la basura. A pesar de su semblante adusto y serio, mamá también era feliz con su primer nieto y un gesto tierno brotaba de su rostro, viéndole dar los primeros pasos totalmente desnudo diciendo, déjenlo encuero, que en este pueblo todo el año es verano.

Nunca tuve la oportunidad de comentarle sobre sus primeros pasos y su espíritu de explorador incansable por los recovecos de la casa, haciendo lo que se le venía en gana, y apoyado por los abuelos, la abuela de mirada austera, disuelta ante tantas travesuras y las carcajadas del abuelo aplaudiéndole los caprichos y berrinches. Pocos meses después el abuelo murió y la abuela perdió su cómplice, viéndose sumida, desde entonces, en un silencio carente de emoción.

Creció con la sensación de ser alguien solitario dispuesto a afrontar el mundo y la certeza de unos sueños que estaban en su inconsciente. Su vida transcurrió entre sus estudios en un colegio militar y las vacaciones anuales por casi tres meses en los Estados Unidos, donde vivían sus padres, desde la primaria hasta el bachillerato. Después de graduarse perfeccionó el inglés de tanto ir y venir de un país a otro; incursionó como chofer de tractomulas, aprendiéndose de memoria los caminos y las rutas de más de cuarenta estados norteamericanos, desde Tucson hasta Nueva york y desde Seattle hasta Washington D.C.; finalmente se incorporó al ejercito de los Estados Unidos como voluntario los fines de semana, realizando tareas de apoyo comunitario y una serie de cursos, básicos en el trabajo que realiza actualmente en Miami. 

Después su vida cambió. Su corazón de hombre solitario y taciturno se abrió al amor de su mujer y sus hijos que le perdonan sus extravagancias y la nostalgia que lo acosa en las noches, llenándole los pensamientos con las imágenes de los partidos de bola de trapo de la infancia; los recuerdos de las amanecidas en el mercado de Soledad en su juventud; las butifarras de Hugo en la calle del Colón; las cervezas bien frías del Solista y el Senado, estaderos nocturnos, que los fines de semana abrían sus puertas hasta las dos de la mañana, donde una pea valía la pena y los borrachos obedientes se dejaban llevar a casa sin que hubiese ningún pleito ni robo, y si eran conocidos los vendedores de guarapos, Gil y Ramoncito, los llamaban para refrescar la garganta y de paso Graciela, la eterna vendedora de frito en la plaza, les ofrecía buñuelos de frijol y un café bien cargado para que recuperaran la cordura y llegaran felizmente a casa. Sentado en el balcón de su apartamento escucha música americana y los amigos de la colonia soledeña que le visitan se sorprenden de verlo concentrado con la mirada fija en un punto indeterminado del mar de Cuba, que le traen los vientos frescos en las noches de mayo.

Desde que el celular invadió la cotidianidad de los colombianos su vida cambió. Su vida apacible en el soleado Miami y la facilidad de su trabajo, le permiten permanecer horas y horas explorando en las redes sociales, indagando con su computadora el árbol genealógico de la familia y escrutando las páginas del periódico el Heraldo de Barranquilla, de Emisora Atlántico y de cuanta noticia tenga que ver con Colombia, especialmente del municipio de Soledad. Se ha convertido en el heraldo de la familia, hasta el extremo que por unanimidad creamos un chat y dejamos de ver noticieros y leer periódicos porque él se encarga de seleccionar las noticias que se convierten en puntos de encuentro y acuerdo tácito para discutir y socializar la información enviada. 

Mientras, el barrio en mención, se ve solo, triste y lánguido, evocando la misma tristeza que se percibe en la lectura de los cuentos de Rulfo y las historias sucesivas novelada en Pedro Paramo. De la promesa solo se conserva el audio, mientras el político en campaña recorre el municipio, indiferente y egoísta.

Confiando en sus pesquisas nos enteramos de la ley seca en varios municipios del departamento, y su comentario desde Miami: “a los mamadores de ron, que compren el trago y lo tomen en su casa en Semana Santa”, aconseja, no sin antes saludar al grupo con los buenos días en un ícono del astro rey. De vez en cuando envía un chiste malo, pero el grupo lo aplaude, y cuando es súper bueno le enviamos emoticones de corazón, aplausos indefinidos, vasitos de helado y un largo jajaja, acompañado de una copa de vino. Nos reenvía con ironía su crítica a la gobernadora sobre los advenedizos cisnes chinos en el Lago del Cisne, “ojalá no traigan el Covid 23”, nos dice wasapeando y un audio de voz festejándose a sí mismo su buen humor; muchos en el grupo se persignan, recordando una pandemia que está viva en la memoria de los que subsistimos. “Bueno, al final, está la duda de sí es un cisne o un ganso, pero chinos si son”, envía un dedo abajo y una cara triste sin más comentarios. 

“¡Arajoo!, qué bien por Soledad, esa vaina de la escuela de música Alci Acosta, es una bacanería, ojalá se conserve en el tiempo y crezca, y la juventud vea que hay otras opciones de vida, y no suceda como a la vieja biblioteca municipal, cerrada la mayoría de las veces y horario limitado y vigilada por un cuerpo de seguridad”, lo escribe y sentimos su acento soledeño en el audio que envía acompañado de una nota de periódico. No le respondemos porque sabemos que tiene archivos locales, regionales e internacionales, bien organizados. Pero es cierto lo que dice.

De nuevo fotos y videos nos muestran calles y carreras del barrio Cachimbero sumidas en el abandono y el comentario de la gente, que recuerdan las promesas de los políticos a través de un audio, diciendo: “este 2016 se pavimentarán las calles y carreras de este barrio, le vamos a cambiar la cara al Cachimbero”. Hoy estamos en el 2023, enrumbados hacia nuevas elecciones. Mientras, el barrio en mención, se ve solo, triste y lánguido, evocando la misma tristeza que se percibe en la lectura de los cuentos de Rulfo y las historias sucesivas novelada en Pedro Paramo. De la promesa solo se conserva el audio, mientras el político en campaña recorre el municipio, indiferente y egoísta. Los de la familia enviamos notas de aceptación y comentarios alusivos; alguien muy audaz dentro del grupo nos envía dos versos del himno de Soledad en un audio, enfatizando: hoy cantamos tu heroico pasado/
hoy cantamos tu gran porvenir/, la música de Pacho Galán suena en armonía con la letra de José Miguel Orozco. En el pasado está la historia y la causa del atraso, el provenir nos ofrece la certeza del desconcierto, terminamos pensando.

Una mañana nos despierta muy temprano y muestra una foto del Bolillo Gómez, técnico del Junior de Barranquilla, pidiendo como asistente a Julio Comesaña en una amarga ironía. Sólo nos dice, ¿qué le pasará al equipo que no gana? Guardamos silencio y su interrogante queda abierto, sin respuestas. Somos testigos que ha viajado expresamente a ver jugar su equipo del alma que en los últimos meses le niega la victoria a la afición, pero su fe es inquebrantable; no es el fanático tirapiedras e irracional, es el hombre que se sabe triunfador cuando gana el equipo y confiesa a voz populis que ha valido la pena la inversión, sin importarle las burlas de los integrantes de la colonia soledeña en Miami. Sin embargo, una depresión momentánea le aparece cuando la derrota se le mete en el alma.

Con frecuencia camina por las calles de Miami, solitario e introvertido. Llama la atención su estatura de casi dos metros y el semblante de mirada triste, una señal de familia. Sus ojos atentos al detalle, se vuelven ávidos para captar la noticia. Cada uno se sumerge en las posibilidades que el tiempo de ocio brinda, en ese tiempo se ha encontrado consigo mismo, regocijándose en lo que hace, en sus paseos cotidianos y afán despreocupado. Después pasea por las redes como todo cronista en busca de la noticia, revisa, analiza y selecciona las fotos y textos del caribe; él sabe que le hemos delegado el poder de informarnos. Se le volvió costumbre autodenominarse, family reporter. Lo dice con orgullo desde las cinco de la mañana, improvisando, recreándose en lo que dice y cómo lo dice, good morning, your family reporter is talking to you”.

En el mundo de la vida le encontramos sentido a lo que hacemos a medida que maduramos y nos preguntamos si vale la pena vivir o no, trabajar u holgazanear, asumir el placer o el dolor, escoger entre la paz y la violencia, el amor y el odio. Él, de tanto andar viajando por el mundo, sabe que el trabajo es su obligación y responsabilidad, pero que el verdadero goce lo padece en el ejercicio de informarnos. Sabemos que eso lo hace feliz. Que su felicidad es nuestra y la compartimos sin egoísmo. El camino nunca será fácil de encontrar, pero su persistencia de reportero es el testimonio de su búsqueda.

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