¿CÓMO EDUCAMOS A NUESTROS HIJOS? ¿Y CÓMO DEJAR DE EDUCARLOS ASÍ?

-Alexander Ortiz

Casi siempre, sin darnos cuenta, estamos constantemente juzgando a nuestros hijos. “Qué lindo te ves hoy” “eso te queda muy bien” “que linda te quedó la tarea” “eres maravilloso” “eres el hijo más lindo del mundo”.

Ingenuamente, no nos percatamos que creamos una dependencia a nuestros juicios y valoraciones, por parte de nuestros hijos, y se convierten en adictos a promover ese momento.

Pero llegará el día en que nuestros hijos, explorando su libertad y sus rasgos de personalidad, sabrán que no son tan maravillosos como el padre quiere hacerlo parecer, y cometerá errores que no querrá contar a sus padres.

La magia de crear una relación sana con nuestros hijos es la honestidad, primero con uno mismo: no tienes “el mejor hijo del mundo”, y después con tu hijo. Convertimos a nuestros hijos en nuestra fuente de orgullo y felicidad, y no nos damos cuenta que los cargamos con nuestra mochila.

A veces, es al contrario, queremos prepararlos para la vida y somos duros en nuestros juicios y valoraciones, “por qué no fuiste el primero” “por qué hiciste esto mal” “por qué no lo hiciste así” “no seas débil”

Solo somos seres humanos, carne y esencia susceptibles a cualquier cosa, y como tal debemos ser tratados, y por ende tratar así a nuestros hijos. Los padres debemos ser acogedores, alentadores, entusiastas, motivadores e inspiradores, nunca castigadores ni jueces de nuestros hijos.

Nuevamente nuestros juicios y valoraciones crean en nuestros hijos un hábito: ser duros. Y el problema es que esa dureza o coraza que construyen les hace pensar que la vida es dura, y se encierran en una competencia y una protección contra el mundo, que sin darse cuenta se protegen contra lo duro de la vida, al mismo tiempo que contra lo maravilloso de la vida, y les cuesta sentir el amor, solo buscarán esa persona que los valide y les demuestre que sus padres estaban equivocados. Al final, lo importante es que revises qué tanto estás juzgando a tus hijos y condicionándolo con esos juicios y valoraciones. ¿Cuándo comenzaste a creer que debías calificar a tus hijos?

Ellos, como todos los seres humanos, vienen a este mundo con la libertad de expresar su ser, pero éste comienza a ser encarcelado inocentemente, en nuestros juicios positivos y negativos. ¿Cómo podríamos parar esa manía tan arraigada en nosotros de calificar al otro y a nosotros mismos?

En verdad, deseo que si algún día un hijo mío tiene un problema, no diga: “papá me va a castigar o reprender por esto”. Quiero que diga: “debo decirle esto urgente a mi papá”

Mi opinión es que cuando entendemos que somos un alma que vive una experiencia humana, podemos soltar nuestras creencias y permitirnos experimentar la vida como un niño que no necesita observar la realidad y compararla con sus creencias, si no que al contrario: sin creencias mira la vida fascinado de lo increíble que es, sin calificarla de buena o de mala.

Pues lo bueno y lo malo solo está en nuestra mente y está condicionado a lo que nos gusta y lo que no nos gusta. Y el gusto está condicionado a si lo que sientes en tu interior es cómodo o incómodo.

Si realmente quisieras liberarte y liberar a tus hijos, intenta prestar atención a eso incómodo que se despierta en tu interior, verás que después de observarlo y sentirlo conscientemente se disolverá y aquello que catalogabas como malo desaparece. Sabrás que no hay nada malo y nada bueno, solo existimos seres humanos que somos más o menos conscientes de nuestras cargas psíquicas y nuestras cadenas mentales y emocionales.

Solo somos seres humanos, carne y esencia susceptibles a cualquier cosa, y como tal debemos ser tratados, y por ende tratar así a nuestros hijos. Los padres debemos ser acogedores, alentadores, entusiastas, motivadores e inspiradores, nunca castigadores ni jueces de nuestros hijos.



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