Introducción
La palabra ex puede ser un prefijo (normalmente unido a la palabra a la que afecta) y un sustantivo con el significado de ‘excónyuge o expareja’, por ejemplo.
El prefijo ex del latín ex (“de, fuera de”). se antepone a sustantivos o adjetivos referidos al cargo que ocupa una persona para denotar que ha dejado de ser lo que el sustantivo o el adjetivo indican. Que ha finalizado el estado al que hace referencia.
En su sentido general latino, ex- es ‘salida del interior de un objeto’ (en oposición a in-, que significa ‘entrada en alguna cosa’), ‘de’, ‘fuera de’, pudiendo ser punto de partida del movimiento hacia arriba o abajo, hacia adelante o atrás, en la misma línea.
Exmédico.
“Felicidades a los exanestesiólogos …Dr. Teo”. Fue mensaje que recibí el pasado 16 de octubre, Día Mundial del Anestesiólogo. Rebotó, por su ligereza, este cumplido contra mi vanidad, no tanto de anestesiólogo, como de médico, de médico anestesiólogo. Condición inexpugnable que aspiro ostentar, con decoro, así ha sido a lo largo de cincuenta años de ejercicio profesional, hasta el último día de mi vida.
De acuerdo con la Real Academia de la Lengua en actividades u oficios la aplicación del prefijo “Ex” señala o define lo que una persona fue en el cargo que ocupó. Un médico, ingeniero, abogado, arquitecto o economista, para señalar algunas disciplinas, no pierde su investidura profesional, si por circunstancias obligantes deja de ejercerla, es decir, practicarla. Ocurre a los pensionados. Sería, algo así, como si el alma de los cultores de estas profesiones muriera para, entonces, signarlos con el tremebundo apelativo de exmédicos, exingenieros, exabogados, exarquitectos o execonomistas. Cosa distinta que, por una relación laboral o administrativa, pasen a denominarse exfuncionario, extrabajador, exdocente, exdecano, exdirector, exministro y hasta expresidente. Seguirán siendo lo que han sido desde que fueron consagrados o se consagraron, como tales, por mandato de la ley, al desempeño de una profesión. Podría decir que el titulo profesional, de cierta manera, “imprime un carácter” a la persona que lo ostenta.
En el campo de la medicina es irreverente con la dignidad profesional tratarlos, al abandonar su actividad, llegada la hora obligada del retiro de excirujano, expediatra, exortopedista, exginecólogo etc.
Sacerdocio médico.
Los médicos, en particular, estamos modelados con cierto carácter, con una personalidad que trasciende lo estricto biológico de la naturaleza humana en el servicio de salud que prestamos. De allí la designación de psicosomática a la relación médico paciente.
El valor sagrado de la vida de los otros, en la que nos hemos comprometido a su cuidado, bajo juramento, da al quehacer asistencial, dimensión, igualmente, sagrada, es un sacerdocio. En los Consejos de Esculapio a su hijo así lo hemos aprendido:
Un médico, ingeniero, abogado, arquitecto o economista, para señalar algunas disciplinas, no pierde su investidura profesional, si por circunstancias obligantes deja de ejercerla, es decir, practicarla.... Sería, algo así, como si el alma de los cultores de estas profesiones muriera para, entonces, signarlos con el tremebundo apelativo de exmédicos.
“No cuentes con que este oficio penoso te haga rico. Te lo he dicho: Es un sacerdocio y no sería decente que produjera ganancias como las que saca un aceitero o el que vende lana”.
Digamos que este carácter, a la postre sacerdotal, impreso en nuestro espíritu, que llamamos vocación, es indeleble. La vocación cualifica, determina, nos configura para ser médicos todos los benditos días de nuestra existencia.
La vocación, entendida como un llamado al servicio de los enfermos, se nutre de la caridad, en la entrega generosa por los que sufren.
Excepcional, la figura del médico que llega a titularse, sin auténtica vocación hipocrática. En sus acciones puede llegar a distorsionar la real dimensión ética a que está llamado en el ejercicio profesional. Casos se ven.
Competencia profesional.
Saber conocer, Saber hacer, Saber ser, Saber convivir, son cuatro pilares que la pedagogía propone en ecuación denominada “Aprendizaje por Desarrollo de Competencias”. Que fundamenta el proceso formativo e instructivo en escuelas y universidades.
El profesional de la medicina, privado de sus habilidades y destrezas, “saber hacer”, conserva, mientras tenga fuerzas y salud, los otros tres pilares que alinearon su estructura académica y profesional, así:
a. Conocimientos, saber conocer,
b. Virtuosidad en el comportamiento, saber ser,
c. Animo imperturbable (equanimitas) saber convivir.
Esta dinámica explica por qué los especialistas clínicos tienen mayor supervivencia laboral que los especialistas quirúrgicos.
Curtido, de esta forma, por una sabiduría y una experiencia invaluables alcanza el culmen de su carrera; no siempre aprovechada por instituciones y el Estado mismo, en nuestro país. Lo que no sucede en otras latitudes donde la blanca testa del anciano maestro es en suma estimada.
Los médicos que hemos culminado nuestra tarea, llegado a la edad del jubileo, no tenemos por qué renunciar a seguir siendo inquietos estudiantes animados por el mismo espíritu, de curiosidad científica, que alimentó nuestro entusiasta recorrido por la medicina cuando estábamos activos. Siempre médicos.
El amor a la profesión no acaba. El amor no pasará jamás.
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