La señora directora del diario El Heraldo, días atrás, editorializó para pedir disculpas a sus escasos lectores, en los que me cuento, por haber publicado, destacadamente, una noticia sobre “el mérito” de una joven diseñadora barranquillera que, según ella, había participado en la producción de un filme japonés de dibujos animados, ganador de un globo de oro; “noticia” que, a las pocas horas de su difusión, resultó una mentira de película.
Pocas horas antes de escuchar y leer a la Sra. Directora, leí que el Juzgado sexto de Ejecución de Penas y de Medidas de Seguridad, en fallo de primera instancia, había entutelado al periodista investigador Daniel Coronel y al grupo editorial Penguin Random House por vulneran los derechos fundamentales de unos hermanos, en la publicación del libro “los niños del amazonas. 40 días perdidos en la selva”(Aguilar).
Estos dos sucesos permiten deducir o presumir, sin exagerada reflexión, el estado caótico en que se viene ejerciendo el oficio periodístico en nuestro país. Son productos de la ligereza y de la nefasta influencia de las redes sociales en algunos “reporteros” y “medios de comunicación social”: víctimas de la chiva. Y lo que es peor, de la inmediatez y la falta de sensatez en el manejo de la responsabilidad social que le corresponde al periodismo.
Que un diario, con la historia y tradición periodística de El Heraldo, deba editorializar para disculparse, cuando horas antes había expresado ser víctima, es indicativo del escaso interés que se presta para desarrollar, con profesionalismo, la información que, por mandato constitucional, debe ser siempre cierta e imparcial. Es decir, el periodismo como oficio no admite mentiras. No es un ejercicio para inocentadas y excusarse.
Que un diario, con la historia y tradición periodística de El Heraldo, deba editorializar para disculparse, cuando horas antes había expresado ser víctima, es indicativo del escaso interés que se presta para desarrollar, con profesionalismo, la información que, por mandato constitucional, debe ser siempre cierta e imparcial. Es decir, el periodismo como oficio no admite mentiras. No es un ejercicio para inocentadas y excusarse.
Ahora, que un periodista que ha ganado siete veces el Premio Nacional de Periodismo “Simón Bolívar”, como Daniel Coronell sea demandado, mediante Acción Constitucional de Tutela, por vulneración de los derechos de la niñez, es un reflejo del mismo fenómeno: la mercantilización de la información. Fenómeno que cada día más afecta al oficio, ya que para ser reportero no se requiere mayores conocimientos académico.
Cierto es que la mentira, igual que el comunismo, es un fantasma que siempre ronda las salas de redacción de los periódicos en el mundo. Pero en la que incurrió El Heraldo es -o fue- de tal naturaleza que lo obligó a presentar excusas, no justificables, a sus lectores, ya que la primera regla del periodismo fue vulnerada: nunca se contactó o verificó la historia publicada.
Al amparar el derecho a la intimidad, como el del buen nombre, de los niños perdidos en la selva, el fallo de Tutela contra el reconocido periodista, Daniel Coronell, ordenó, además de insertar la decisión en nuevas ediciones del libro “Los niños del amazonas”, cambiar los capítulos “Dulce escondite “y” Alzando el vuelo”, donde menciona los nombres completos de los niños, lo cual está prohibido por la Ley de Infancia.
Publicar mentiras groseras, no desprestigia a la fuente falaz sino el propio medio, ya que la responsabilidad social recae sobre éste, porque al periodismo se le garantiza todos los instrumentos para que su ejercicio siempre sea eficiente y veraz. Los “golpes de pecho” no hacen desaparecer dicha responsabilidad que al no contemplarse provoca que cada día disminuyan las audiencias y la credibilidad de tales medios de comunicación. siempre pierde el medio.
Sorprende el nivel de ignorancia constitucional y legal, sobre los alcances de protección de los derechos fundamentales de los niños, de un connotado reportero e investigador. Todo por el afán mercantilista de convertir una historia conmovedora en un producto de vitrina, sin decantar todos los aspectos de la propia historia, máxime cuando son niños los involucrados. A ser más prudente, Sr. Coronell. ¡Ese libro feneció!
La próxima: ¿cómo defenderse de los abusos de air-e?