Humberto Maturana fue uno de los primeros y pocos científicos que explica el amor. Este autor afirma: “La única emoción que expande la conducta inteligente en toda su magnitud posible trayendo a la mano todos los recursos intelectuales y racionales de que dispone la persona, es el amor”
La identidad de un linaje biológico cultural está definida por la configuración del espacio psíquico (sentires, deseos, emociones, intereses) que guía el vivir de una comunidad humana, y que se cultiva, conserva y consolida a través de todas las generaciones en el aprendizaje de los niños. De hecho, es la configuración del emocionar la que guía el suceder del convivir en una comunidad, lo que le da a este convivir, como dominio de acciones, de operaciones y de haceres, en sus biopraxis, su carácter como modo de vivir cultural que se conserva en el aprender de los niños. En estas circunstancias, sucede que en tanto un linaje surge y se conserva en un fluir del vivir relacional guiado por los sentires, las emociones, y los deseos, esto es, por lo que ocurre en el espacio psíquico de sus miembros, así también puede un linaje desaparecer o transformarse en otro si cambia el espacio psíquico que se conserva en el curso generacional del convivir de una comunidad.
Una de las más grandes y maravillosas capacidades humanas es el perdón. Es la más valiente y significativa de las acciones humanas. Mediante el perdón se intenta lo aparentemente imposible: deshacer lo que ya ha sido hecho. El perdón permite llevar a cabo un nuevo comienzo donde todo parecía haber concluido. Es una acción única y culmina en un sólo acto. En cambio el amor no tiene fin. Es la forma humana de vivir.
El amor en Maturana no está referido al amor erótico, a la ternura, el cariño o el enamoramiento entre seres humanos, sino que es una emoción que abre espacios para la convivencia. El amor se funda en la primera infancia desde el nacimiento y, si se cultiva, se consolida y se conserva. En realidad no hay sistema social sin amor, por cuanto esta emoción garantiza la felicidad, la convivencia y la armonía en las relaciones interpersonales. Amar implica aceptación de los demás en la convivencia conmigo, como seres humanos legítimos, igualmente valiosos, con derechos y deberes. El amor implica compartir y entregar sin esperar nada a cambio. Es en los mamíferos en general, y en nosotros de manera muy especial, que el amor tiene una presencia fundamental en su vivir.
En cierta medida, el ser humano tiene la posibilidad de automodificarse, autotransformarse, autoeducarse, autoconfigurarse. A partir de la reflexión constante podemos aprovechar el espacio de neuroplasticidad que nos ofrece nuestro cerebro y liberarnos, amarnos, emanciparnos. Somos seres autopoiéticos determinados por nuestra configuración. Puedo ser torturador, beligerante y ofensivo, pero también puedo ser justo, afectuoso y solidario.
Por otro lado, cuando algo o alguien no están presentes en nuestras biopraxis cotidianas, entonces lo extrañamos, y si invocamos la paz es porque no la tenemos de manera sistemática en nuestra cotidianidad, y si no la tenemos es porque no queremos tenerla y ocultamos este deseo con nuestros argumentos racionales. La paz es una emoción y podemos tenerla si así lo deseamos, mediante nuestras reflexiones y conversaciones. La paz podemos traerla a nuestras biopraxis a través del lenguaje. Puede ser que una persona se configure o no con otra, de manera afectiva, y de esta manera se manifiesta el amor, pero si no se configura la afectividad, entonces lo está negando y no se manifiesta el amor. El bebé recién nacido no nace en el miedo o la violencia, nace en la confianza y seguridad de que hay un adulto amoroso que lo espera para protegerlo y cuidarlo.
Maturana afirma que los niños y niñas que crecen en el amor crecen espontáneamente como personas con conciencia social y sentido ético, no crecen como personas obedientes porque pueden decir sí o no desde sí porque no temen desaparecer al hacerlo al actuar desde el respeto por sí mismos. Al mismo tiempo crecen como personas que pueden colaborar y ser solidarios porque no temen ser negados en las relaciones interpersonales, al no buscar su identidad en la negación de los demás. El amor fluye en las conductas humanas relacionales en las cuales no se objeta el ser del otro u otra, y constituye de hecho el respeto, condición que permite aceptar o rechazar en el ver lo que se acepta o rechaza, y no en la ceguera del prejuicio, la preferencia, o la exigencia.
Parece que nuestros antepasados, en su convivencia afectiva, en dominios de intercambio de ternura y afecto, en su emocionar cotidiano en sus biopraxis, basados en el amor, dieron origen a lo que hoy conocemos y disfrutamos como lenguaje, que tanto placer nos proporciona. Maturana ratifica que el juego es un motor impulsor de la vida y la felicidad humana. El amor no es un mandato divino, es una característica inmanente a todos los seres vivos.
Según Maturana, el ser humano posee dos vías para acceder al conocimiento: la razón y el amor. Pero nuestro intelecto es un camino incompleto para conocer, por cuanto está cargado de creencias, representaciones conceptuales, nociones, vivencias, experiencias praxiológicas y complejos sistemas cognoscitivos. En cambio, el amor es el medio esencial, el camino científico e infalible para la obtención del conocimiento.
El amor es el fundamento biopsicosocial de los eventos, situaciones y acontecimientos culturales y de la humanidad, por cuanto la socialización necesita del amor, para que haya lenguaje, y por lo tanto para que exista el ser humano, ya que sin seres humanos no hay humanidad. Precisamente lo que nos diferencia de los animales no humanos es el lenguaje, más preciso, la conversación, la palabra, porque, al decir de Maturana, los animales no humanos también se comunican, es decir, tienen lenguaje, o sea, lenguajean. En este sentido, si algún evento o acontecimiento o persona pone obstáculos, destruye o pone limitaciones a la aceptación de los demás, entonces el proceso biopsicosocial que lo engendra también será destruido.
El fundamento de las biopraxis humanas es el amor, no la razón. La configuración intelectual es la herramienta del conocimiento, pero el cimiento de la cognición humana es la configuración afectiva. Se aprende con el intelecto pero basados en el amor. No hay conocimiento sin amor.
No hemos logrado configurar una mente atenta y ecológica, no miramos el entorno que nos acoge con un pensamiento configuracional que nos permita cuidarlo, protegerlo y trascender. De ahí que el amor es la posibilidad de respetar y cuidar la biosfera donde convivimos todos, humanos y no humanos.
Maturana expresa que no hay preocupación por lo que le pasa a otro con las propias acciones si el otro no pertenece al ámbito de existencia social de uno, es decir, si no lo vemos como un legítimo otro en la convivencia. No hay visión del otro si no se amplía la experiencia de pertenencia, de modo que el otro quede incluido en el mundo de uno.
Podemos inferir que todos los valores (honestidad, respeto por sí mismo y por el otro, sinceridad, colaboración, honradez, solidaridad, etc.), los cuales decimos que son fundamentales en la convivencia social humana, pertenecen al dominio del amor. Se es y se llega a ser homo sapiens amans en el vivir humano viviendo como homo sapiens amans. Así de simple, se podría decir, como un fenómeno cuántico, todo o nada.
Maturana afirmó que el amor es la emoción que guio el devenir evolutivo que nos dio origen como Homo Sapiens. Los mamíferos somos animales amorosos y dados al convivir amoroso por lo menos en la infancia. Pero de entre los mamíferos nosotros somos particulares porque somos animales amorosos toda la vida, y nos enfermamos cuando se interfiere con nuestro vivir amoroso a cualquier edad. Si no convivimos en el amor, sencillamente desaparece lo social, en el sentido de que no hay configuración social sin amor.
La configuración humana y social no es estática, no se configura de una manera inmutable, es dinámica, se configura y reconfigura en la reflexión y en la conversación, mediante el lenguajear y el emocionar. Por lo tanto, si nuestra biopraxis cambia y se modifica en las reflexiones, y esta transformación se conserva en las biopraxis de las nuevas generaciones, entonces se genera una transformación cultural que podría generar a su vez una desaparición de lo humano y, en efecto, surgir un nuevo ser, si la conciencia social de los niños y el respeto por sí mismo se perdieran en esa transformación en nuestra manera cultural de vivir.
Las cosas son para cada quien según como las ve y entiende desde sí, la subjetividad nos limita y nos gobierna. ¿Cuánto tiempo más tendrá que transcurrir para que nuestra capacidad de comunicación evolucione y nos ayude a vivir de una mejor forma, de una manera más directa con lo que somos, o sentimos? ¿Cuándo será que mediante el lenguaje nuestro interior pueda mostrarse mejor y tenga prioridad ante el cómo nos perciben los demás y viceversa? ¡Nunca! ¡Es imposible! Vivimos en el lenguaje y estamos aprisionados en la palabra. El verbo te salva o te hunde. Estamos determinados por nuestra configuración genética, neuropsicológica y sociocultural. Y no existimos dos personas que sintamos, pensemos o actuemos de la misma manera. La subjetividad no es un obstáculo, es una cualidad humana, es inmanente a la vida. No hay subjetividad sin vida. Y no hay vida sin subjetividad. ¡Y la objetividad no existe!
A mucha gente no le gusta decir “nunca” porque aunque le digamos que no son libres les ilusiona pensar que sí y la palabra nunca, caprichosamente, no es para ellos. De la misma forma como evolucionó la forma de comunicarnos, desde el pasado, les sublima el hecho de que seguiremos así y un día, tal vez no para ellos pero si para la humanidad; será diferente. Esto es posible pero para que eso suceda tiene que cambiar nuestra configuración genética y surgir un nuevo linaje en la evolución, entonces ya no seríamos nosotros, ya no sería el homo sapiens sino quizá el homo amans. Ojalá que así sea, pero lo dudo, es muy difícil, casi imposible, tendría que configurarse una nueva configuración cultural a través de un cambio en las emociones y en el lenguaje, y esa no es la tendencia del ser humano hoy ni de los sistemas educativos. Tendría que emerger una nueva cultura, y ya no sería esta humanidad sino otra, por eso digo ¡nunca! Y es posible que suceda pero con otra especie, no con nosotros, aunque podría suceder dentro de miles de años con una especie que evolucione a partir de nosotros.
Quisiera creer que con tanta estupidez y dolor en el ser humano hoy se está gestando ese nuevo ser, pero no, aún no, porque a pesar del dolor y la estupidez, seguimos con el mismo discurso, el mismo lenguaje, los mismos códigos, la misma cultura, y para que emerja ese nuevo ser debe surgir una nueva cultura, y eso sólo es posible cambiando las configuraciones lingüísticas, sólo modificando la configuración de configuraciones de conversaciones podemos lograr que emerja una nueva cultura, y para ello es preciso cambiar las emociones y el lenguaje, es un círculo vicioso y estamos atrapados en esa configuración cíclica circular.
Por supuesto que no es eso lo que yo deseo, pero una cosa son nuestros deseos y aspiraciones y otra cosa es la realidad genética y neurobiológica del ser humano como configuración viva. Estamos atrapados por el lenguaje y ya eso es subjetividad. ¡No somos de otra manera! Ahora bien, ¿podemos cambiar como humanidad? ¡Claro que sí! Pero hay que cambiar la cultura y eso se logra desde la infancia, tiene que surgir un nuevo ser humano, y ni la escuela ni la familia están orientadas en esa dirección, por eso es que afirmo que por ahora no. Eso quizá lo puedan lograr próximas generaciones dentro de miles de años, si no es que ha desaparecido antes la especie humana.
Cada ser humano tiene la posibilidad de configurar su propio mundo, y no existe una realidad externa a nosotros, sólo existe una realidad que configuramos mediante el lenguaje y las emociones en las conversaciones de nuestras biopraxis cotidianas, mediados por el amor. Maturana afirmó que el amor es la emoción que guio el devenir evolutivo que nos dio origen como Homo Sapiens. Los mamíferos somos animales amorosos y dados al convivir amoroso por lo menos en la infancia. Pero de entre los mamíferos nosotros somos particulares porque somos animales amorosos toda la vida, y nos enfermamos cuando se interfiere con nuestro vivir amoroso a cualquier edad. Si no convivimos en el amor, sencillamente desaparece lo social, en el sentido de que no hay configuración social sin amor.
Las emociones surgen como disposiciones corporales que especifican dominios de acción. Son apreciaciones de un observador sobre la dinámica corporal de otro que especifica un dominio de acción. En esas circunstancias nada ocurre en los seres humanos que no esté fundado en una emoción. De modo que, si yo quiero preguntarme sobre algo que tiene que ver con lo social, tengo que preguntarme cuál es la emoción que funda lo social. Y en esto Maturana entra claramente en discrepancia con el discurso sociológico corriente. Maturana pensó que no todas las relaciones humanas son relaciones sociales. Que hay distintas clases de relaciones e interacciones humanas dependiendo de la emoción que las fundamenta.
Maturana no dijo en ningún momento que el ser humano no pueda odiar. Claro que puede odiar, pero se tiene que entrenar para odiar de una manera extrema y también una persona se puede disciplinar para amar de una manera extrema. Maturana no dijo que el ser humano es bueno, ni que debe ser bueno, ni siquiera dice que debemos amamos unos a los otros. Lo que dice es que “si no se abre un espacio de existencia al otro junto a uno, sencillamente no hay socialización. Hay un elemento en la espontaneidad humana de aceptar al otro junto a uno. Y cuando tú haces eso, abres un espacio para las interacciones recurrentes que puedan llegar hasta lo más extremo”
La condición humana es resultado de la empatía. Un ser humano no puede vivir solo, porque necesita al otro, porque su condición humana lo obliga a aceptar al otro. Para Maturana “nosotros teníamos la biología de compartir y eso se nota en la vida cotidiana. El compartir es en nosotros un elemento que pertenece a nuestra biología, no pertenece a la cultura. Al contrario, nosotros vivimos actualmente una cultura que niega el compartir, porque estamos supuestamente inmersos en la maravilla de la competencia”
El amor es el fundamento de nuestra existencia y el cimiento sobre la cual nos movemos los humanos, por lo tanto, está dado a priori. Nos sentimos bien cuando nos preocupamos por otros y nos sentimos mal cuando el ser humano sufre. Amar es compartir, colaborar, tener confianza, amar no es competir, ni manipular, ni negar, ni rechazar, amar es respetar, tolerar y aceptar el hacer y el ser del otro, sin exigirle que pida disculpas por sus actos. Maturana creía que “la mayor dificultad que surge para entender el espacio psíquico, las dimensiones relacionales inconscientes de nuestro vivir, como las que connotamos o evocamos con las nociones de amor y de juego, está en llegar a verlas, a comprenderlas como aspectos básicos intrínsecos de nuestro vivir humano biológico. Es decir, Maturana pensó que la mayor dificultad para esta comprensión está en visualizar o darse cuenta de cómo el vivir relacional que evocamos o connotamos al hablar de espacio psíquico, o de dimensiones psíquicas como el emocionar, el sentir, el imaginar y el pensar, guían de hecho el curso del devenir de nuestras biopraxis, de nuestro ser y de nuestro hacer, tanto en lo cultural como en lo que queremos ver como lo concretamente biológico, que es lo molecular. Ahora bien, lo externo no especifica lo que sucede en los procesos psíquicos, sino que perturba esos procesos, ya sea de manera positiva (estimulándolos y potenciándolos) o negativa (limitándolos, bloqueándolos, frenándolos). Todo lo que sucede en las configuraciones psíquicas ocurre en ellas mismas mediante sus relaciones e interconexiones entre los procesos que se cultivan, consolidan y conservan en la historia del ser humano. Todo ocurrir es inevitable si se dan las condiciones para que surja ese proceso. Es por ello que en la investigación social y humana, epistemológicamente hablando, una pregunta que no debe faltar es: ¿Cuáles son las condiciones que deben darse para que se genere el proceso social y humano que se está estudiando? La empatía por ejemplo, es el cimiento del amor, y es tan real como las neuronas, las moléculas y las células. El alma también es una dimensión psíquica que pertenece al espacio relacional, contribuyendo a cimentar el sistema social.