Declaración de amor a la lectura o, mejor, al libro
Aprendí a leer de corrido, a punta de “los cocotazos” que, cada tarde, me daba Ma. Caamaño, mi madre, al volver de “la escuelita” de la cuadra donde me había matriculado, a pesar de que en las mañanas asistía a la escuela pública del barrio “Gerleín y Villate”. Mi madre, sentada frente a la ventana…
