Dificultades y tropiezos de algunos jugadores que después triunfaron
ABEL AGUILAR
Seis meses después de que Abel Aguilar se integró a las divisiones menores del Deportivo Cali su profesor de turno me dijo: “No, profe, ese muchacho no llena el perfil para acá”. Al parecer, había pintado bien cuando llegó. Después se cayó anímicamente. Lo veían lento, impreciso, falto de imaginación. Era poco lo que aportaba y por eso casi no participaba del juego. Sólo trotaba desalentado y se esforzaba por pasar desapercibido. Hablé con él. Era Consciente de que no pasaba por un buen momento, no sabía, de verdad, qué le había ocurrido. Lo sentí vencido, desconcertado.
Un domingo se jugaba un partido amistoso de preliminar en el Pascual Guerrero, donde participarían varios jugadores de los que yo tenía en cantera. Le comenté al director, Nelson Gallego, el caso de Abel Aguilar y fue invitado. Como le fue bien en ese juego, Gallego, gran fundamentador, lo llevó a trabajar con él en un grupo especial que entrenaba en las primeras horas de la mañana.

Les dedicaba tiempo exigente y de calidad a algunos talentos en el afán de pulirles el remate, la recepción y el cambio de frente. Además, ocurrió un hecho fundamental: el profesor Iván Darío Arroyo, técnico de la juvenil lo cambió de posición. De volante 10, que había llegado, lo pasó de volante de primera línea y ¡Eureka! Apareció el buen jugador que estábamos esperando. En tres meses, de manera meteórica, Abel Aguilar había demostrado que se puede mejorar cuando existen los estímulos necesarios y la metodología adecuada.
FREDDY MONTERO
Alguna vez el profesor Néstor Otero, director técnico del Huila –donde Freddy estaba a préstamo- me comentó que ese muchacho tenía mucha clase, pero que jugaba sin ambición, salía como muy fresquito de la cancha. Ya los técnicos de las menores del Cali se habían quejado de lo mismo: una exquisita técnica, pero muy frío. Me imagino que en Cali se lo dirían muchas veces, pero lo llamé al celular y le dije: “Freddy, lo menos que espera un técnico de un pelao de 18 años es que corra; no puedes jugar como veterano” Yo atribuía esa falta de esfuerzo a un exceso de confianza; como FM había sido goleador en todas las categorías, quizás pensaba que en el fútbol profesional era igual. Pero ocurre que en el fútbol aficionado los defensores cometen muchos errores, y Freddy, con esa técnica que se gastaba, enseguida les pasaba factura.
La suerte no es sino una serie de casualidades que ocurren, aparentemente de forma arbitraria, para que un hecho pueda cumplirse. Pero, sin duda, tienes que estar preparado para ello, porque si no te rebasa y te abandona.
Ya en un nivel superior las pifias son muy pocas, así que su frecuencia goleadora se fue perdiendo, hasta tal punto que, antes de que apareciera la opción del Huila, los directivos habían pensado enviarlo al Atlético Córdoba, un equipo de la B con muchas dificultades en ese momento, ni estadio tenían. Montero llegó a decirme que prefería no seguir jugando que irse para allá. Por fortuna para él, Néstor Otero va al Huila y lo pide. Después ya se sabe el resto de la historia: Goleador en el club opita, goleador en el Deportivo Cali y continúa todavía haciendo goles en el exterior.
El profesor Gastón Moraga, entonces vinculado a las menores de América, me dijo un día, hablando de FM: “Dígale a los técnicos del Cali que ese no es un jugador frío, sino sereno. Ningún frío hace goles en los momentos críticos de un partido, cuando las papas están calientes”

Se lo dije a Freddy Montero. Jamás olvidó ese comentario
MICHAEL ORTEGA
En los dos primeros años Michael Ortega tuvo un rendimiento brillante, tanto que estuvo a punto de debutar en el Cali, dirigido por Néstor Otero. Pero al año siguiente todo se vino abajo. Fue enviado a vivir a una pensión con estudiantes universitarios, y pese a que, en apariencia las cosas andaban bien, empezó a decaer en su rendimiento ¿Se desordenaba? ¿Se acostaba tarde? ¿Andaba con viejas? Michael siempre negó que se haya descarrilado. Pero lo veían saliendo con jugadores profesionales, que ya tienen otros hábitos y otro ritmo de vida. Lo notaban pasado de peso, lento, con dolores en las piernas. Una noche me llamó llorando porque su entrenador le había dicho, delante del grupo: “Mijo, ¿Usted qué hace acá? Váyase para la costa que está perdiendo su tiempo”.

Eran épocas de angustia y de aburrimiento. Jugaba 20 minutos y lo sacaban, que “Se quedaba sin piernas”-, decían. Carlos Burbano, director de las menores, tuvo la feliz idea de regresarlo a Casahogar e hizo un buen remate de torneo, bajo la dirección de Iván Arroyo, que insistió con él. Por recomendación del profe Jairo Arboleda, el técnico del equipo profesional, Cheché Hernández, lo mandó a buscar de Barranquilla (andaba de vacaciones) y a las pocas semanas tuvo un debut grandioso, con despedida de aplausos y el público de pie, cuando solo tenía programado jugar pocos minutos, por el tema de la norma, y terminó siendo la figura del partido.
La suerte no es sino una serie de casualidades que ocurren, aparentemente de forma arbitraria, para que un hecho pueda cumplirse. Pero, sin duda, tienes que estar preparado para ello, porque si no, te rebasa y te abandona.
Admiro profundamente al profe Agustín porque es un anónimo personaje que uno encuentra en los peladeros de cualquier pueblo del Caribe donde se juega al fútbol. Llega sigiloso, sin ínfulas, pero revestido de pasión. Es el mejor hincha de un partido prejuvenil en Cereté, Lorica, Sincelejo o Cartagena. Yo creo que si la federación valorara su trabajo, debería ser CAZATALENTOS DE LA SELECCIÓN COLOMBIA.
Cada una de esas historias son de aprendizaje