A lo largo de la historia, la educación ha oscilado entre dos enfoques fundamentales: la educación laica, basada en principios racionales y científicos, y la educación religiosa, orientada por creencias y valores espirituales. Esta tensión refleja no solo diferencias pedagógicas, sino también profundas disputas culturales, políticas y sociales que han influido en la forma en que se concibe el papel de la escuela en la formación del individuo. En muchos contextos, estos modelos han coexistido en conflicto o en diálogo, alternándose en función del poder político dominante y de las demandas de la sociedad. Analizar estas oscilaciones permite comprender cómo se construyen los proyectos educativos y qué tipo de ciudadanía se busca formar.
La educación laica es, ante todo, una construcción social forjada a lo largo de la historia. Ya sea entendida como hecho social, concepto teórico, instrumento legal o principio filosófico, su significado es múltiple, diverso y en constante transformación, abarcando distintas profundidades y alcances. No obstante, en todas sus formas, la laicidad es reconocida como una condición fundamental para garantizar la libertad de creencias, la pluralidad de pensamiento, la diversidad cultural y la autonomía en las decisiones personales. En este sentido, se ha concebido como un pilar esencial para promover la equidad social, la participación democrática, la tolerancia, la convivencia y la paz dentro de una sociedad plural.
Existen, por ejemplo, Estados que respaldan jurídicamente una educación secular, caracterizada por la separación formal entre el Estado y las instituciones religiosas, pero en los cuales la educación pública no necesariamente es laica. En contraste, hay otros Estados donde la laicidad educativa se entiende como una separación estricta entre el Estado y las Iglesias, lo que implica la prohibición de toda enseñanza religiosa tanto en las instituciones públicas como, en algunos casos, incluso en instituciones privadas, en otras la relación entre instituciones educativas laicas y religiosas es armónica.
La mayoría de los países de América Latina y el Caribe comparten una herencia común marcada por procesos de conquista y colonización profundamente ligados al catolicismo. Esta historia incluye la violenta sustitución de las formas de dominación y las culturas originarias indígenas por estructuras coloniales en las que el Estado y la Iglesia Católica estuvieron estrechamente entrelazados. Asimismo, comparten procesos de independencia política y construcción de Estados nacionales que han oscilado entre la adopción del catolicismo como base del nacionalismo y la negación de todo elemento religioso como fundamento de la soberanía nacional.
Se comienza a hablar de educación laica a mediados del siglo XIX, en el escrito “Laicismo y educación pública en el discurso liberal ecuatoriano (1897-1920): una reinterpretación”, La investigadora Rosemarie Terán ubica al laicismo educativo como tema central de la reforma educativa impulsada en las dos primeras décadas del siglo XX en Ecuador, indicando que es un resultado directo de la revolución liberal de 1895. La apertura hacia el laicismo en la educación ecuatoriana representó una ruptura con la influencia de la Iglesia en la educación, y también marcó el inicio de un proyecto de modernización del Estado a través de la institucionalización de una educación pública, de carácter gratuito y laico.
De manera similar, en Colombia, hacia 1870, bajo la orientación de los gobiernos radicales, se asume la educación como una responsabilidad del Estado a través del Decreto Orgánico de Instrucción Pública. Esta legislación estableció un programa ambicioso que promovía la enseñanza del ideario liberal desde los contenidos curriculares, así como la autonomía de cada Estado federal para organizar sus propias normas y sistemas escolares. El objetivo era la construcción de una identidad nacional y la promoción de una educación de carácter laico a nivel nacional. Además, se ordenó la publicación del periódico Escuela Normal para divulgar las leyes y reformas educativas, también, se impulsó la formación de maestros, la construcción de bibliotecas y la creación de escuelas con el fin de democratizar el acceso a la educación y ampliar su cobertura en toda la nación.
En un contexto internacional marcado por la recomposición de poderes y la redefinición de áreas de influencia, estas dinámicas se entrelazaron con luchas políticas locales, como las que explican las protestas estudiantiles de 1945 en Colombia, en las que se manifestó el descontento frente al control ideológico del sistema educativo.
La configuración del sistema educativo en Colombia fue el resultado de las políticas estatales implementadas entre las reformas liberales de 1870 y la promulgación de la Constitución de 1886. Las reformas liberales promovieron la secularización de la educación, dotándola de un carácter laico con el objetivo de construir una identidad nacional y avanzar hacia una sociedad moderna, basada en el ideario liberal. Sin embargo, la Constitución de 1886 restablece el control de la Iglesia Católica en la educación, respaldada por el gobierno del presidente Rafael Núñez, quien buscaba restaurar el orden y la paz en el país después de la guerra civil de 1885, consolidando así una alianza entre Iglesia y Estado.
Las políticas liberales, impulsaron la creación de instituciones dedicadas a la formación de docentes, como la Escuela Normal de Barranquilla, fundada en 1879. Aunque estas escuelas no establecieron un método pedagógico obligatorio, en la práctica difundieron principalmente el modelo propuesto por Pestalozzi, el cual promovía una educación centrada en el desarrollo integral del niño y en la formación de ciudadanos autónomos. Para fortalecer esta iniciativa y responder al déficit de docentes capacitados, el gobierno colombiano trajo una misión de profesores alemanes, que fueron los encargados de dirigir las escuelas normales, fortalecer los procesos de enseñanza y profesionalizar el ejercicio docente en el país. Un año después, se inauguró en la misma localidad el Colegio Nacional de Comercio, bajo la dirección del doctor Parias Vargas. Por sus aulas pasaron estudiantes que luego destacaron en los ámbitos local y regional por su desempeño en diversos campos de la sociedad, entre ellos José María Revollo, José Ramón Vergara, Teodoro Deyongh, Alberto Hamburger, Isaac Senior, Antenor Moreno y Amarís Maya, entre otros. Sin embargo, el plantel tuvo una breve existencia, pues, funcionó apenas dos años, ya que fue cerrado debido al estallido de la guerra civil de 1885.
Según el padre Revollo, el mayor aporte de esta institución, más allá del ámbito pedagógico y cultural, fue su papel en la fundación del Hospital de Barranquilla y en la creación de la comunidad de los Hermanos de la Caridad. Otro ejemplo relevante es la Escuela Gratuita de las Hermanitas de la Caridad, fundada en 1879 por sor María Victoria y la hermana Helena, pertenecientes a la orden religiosa de las Hermanas de la Presentación. Esta institución, junto al Colegio de los Sagrados Corazones, se destacó por su labor pedagógica y benéfica en la comunidad barranquillera. Su población estudiantil estaba compuesta, en su mayoría, por niños y jóvenes de escasos recursos, cuyos estudios eran financiados gracias al patrocinio de los miembros de la hermandad y a las donaciones caritativas realizadas por fieles católicos de la ciudad.
Hasta 1905, la educación pública en Barranquilla estuvo bajo la administración del Departamento de Bolívar, año en que la ciudad fue designada capital del recién creado Departamento del Atlántico. A partir de entonces, el nuevo departamento asumió la responsabilidad de los colegios oficiales, enfrentando serias dificultades económicas debido a la escasez de recursos para mejorar la infraestructura y fortalecer el cuerpo docente. Esta precariedad quedó reflejada en una crítica publicada en un periódico local en 1914, que señalaba: Es justicia reconocer que los Maestros se esfuerzan en lo general para llenar su misión, aunque poco lo consiguen por falta de idoneidad. Pues deja mucho que desear el personal docente, debido sobre todo a la causa que mencionaré en orden de importancia.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la ola de destrucción y temor provocada por el conflicto sirvió como catalizador para el fortalecimiento de fuerzas conservadoras en varios países, donde las organizaciones católicas cobraron nuevo impulso y se posicionaron con mayor firmeza frente a las tendencias hacia la laicidad educativa. En un contexto internacional marcado por la recomposición de poderes y la redefinición de áreas de influencia, estas dinámicas se entrelazaron con luchas políticas locales, como las que explican las protestas estudiantiles de 1945 en Colombia, en las que se manifestó el descontento frente al control ideológico del sistema educativo.
En la actualidad, la educación laica se caracteriza por la separación entre el Estado y las iglesias, el respeto por la libertad de conciencia y la exclusión de dogmas o creencias religiosas del proceso educativo. Por su parte, la educación religiosa se orienta hacia la formación en valores y creencias, ya sea desde una confesión específica o bajo un enfoque pluriconfesional. En Colombia, aunque el Estado se declara laico, la educación religiosa sigue siendo obligatoria en el currículo escolar, aunque los estudiantes tienen la posibilidad de eximirse de ella. Esto plantea el reto de equilibrar el derecho a una formación en la diversidad con el respeto a las convicciones individuales y familiares.

Muy bien esbozado laico y lo religioso. Aunque se quiera dar paso a la laicidad, todavía pesan las acciones de la conquista y todo su poder de influencia. sin embargo, en mi humilde opinión, soy del criterio que el estudio de las ciencias, las artes o la cultura, nonos exoneran de la construcción sublime de una religiosidad como necesidad espiritual. Se puede razonar desde lo laico, pero también los estudios religiosos basados en la fe cobran sentido ante la existencia y los vacíos que se padecen. Por lo menos una formación humana apoyada en los dos aspectos puede motivar a considerarlos a una coexistencia en el ser. No es solo la creencia en Dios, es la posibilidad de maravillarse en el día a día y padecer el regocijo de la plenitud en el tiempo.