Después de cerrar el libro,
El lector ideal siente que,
Si no lo hubiera leído,
El mundo sería más pobre.
Alberto Manguel
Sofía duerme escuchando historias y fabulas de Pombo y Esopo, en la voz de su madre y su padre. Ellos también se acostumbraron porque les pedía que le leyeran un cuento todas las noches, antes de acostarse. Sofía con la mirada en trance, con los ojos fijos en el techo escucha las voces que le acompañan el sueño y los sueños en que las sumergen las historias leídas; su imaginación vuela y en ella se vuelve testigo de la carrera de la Liebre y la Tortuga, la fugaz aparición del Principito y las historias de sus itinerarios fantásticos. Se asombra en medio del sueño profundo ante una pregunta, que se convierte en problema para los ratones, de un inquieto y sabio ratón veterano: y ahora, ¿quién le pone el cascabel al gato?, es una voz de alerta que escucha en un eco lejano, perdiéndose en el sueño sin percatarse del silencio y la angustia de los ratones, que se miran entre sí.
- ¿Qué aprendiste hoy?, le preguntan reiteradamente sus padres a la hora de comer.
- Hoy aprendí que nuestro idioma castellano se habla, se escribe, se lee y se escucha – Mientras responde, su mirada pensativa le da vueltas a lo que ha dicho.
- Y creo que es verdad, en la casa se aprende a hablar, a escuchar; pero en la escuela leemos y escribimos. Las palabras poseen sonidos, que escuchamos; tienen figuras inconfundibles que se diferencian, y se dejan observar silenciosas como si posaran para los lectores.
Sus padres la escuchan y sonríen de la gracia con que se expresa.
- Ustedes alimentaron mi amor por las palabras, leyéndome, dejándome leer los libros que tengo, ¿acaso no han notado que tengo más libros que muñecas? Pero eso no importa, los libros me acompañarán toda una vida y las muñecas serán testigos de ello.
Cierta vez sus padres decidieron realizar un viaje por dos largos meses. Sofía se alegró porque prometieron traerle muchos regalos; pero quedó triste porque nadie le leerá por las noches antes de dormirse durante el tiempo que dure la ausencia. Esa primera noche sin sus padres, Sofía no paraba de llorar, su estado es inconsolable. De pronto escuchó que tocaban el vidrio de la ventana de su cuarto, se levantó, limpiándose las lágrimas, y ve un niño con dos alas sostenido en el aire, levitando como un colibrí.
–¿Quién eres? – preguntó la niña acostumbrada a las historias y la mente abierta al asombro y la realidad que le mostraban los sentidos.
Te repito, fue tu pensamiento, el deseo de tener alguien que te leyera antes de un sueño feliz. Los ángeles sabemos todos sobre los niños.
- Soy un ángel que viene a leerte las historias que tanto te gustan, y velar tu sueño hasta que tus padres regresen – le dijo el ángel moviendo sus manos al hablar y sus alas cerrándose y abriéndose, manteniendo el equilibrio.
- ¿Cómo supiste de mí y de mis padres?
- Deseabas que alguien te leyera en las noches y sentí tu llanto y tu tristeza en todo el día. Fue tu pensamiento el que me trajo.
- ¿Y sabes leer? Eres muy pequeño para saber leer –, le dice Sofía apoyando los codos en la ventana, sus lágrimas se han secado y su rostro resplandece con la luz de la luna.
- Claro que sé leer y sé también que te encantan las historias de Esopo, los hermanos Grimm y los cuentos y poemas de Pombo. No te preocupes, déjame entrar, ve a tu cama y tomaré del cajón de libros las historias que tú deseas que te acompañen a la hora de dormir.
- ¿Cómo sabes que tengo un cajón de libros?, preguntó Sofía, acostada, mirando el techo, despierta todavía.
- Te repito, fue tu pensamiento, el deseo de tener alguien que te leyera antes de un sueño feliz. Los ángeles sabemos todos sobre los niños.
Sofía se ha acostado en su cama, cierra los ojos, y la voz musical del ángel la acompaña en el viaje del sueño. Su mente dormida se vuelve aún más receptiva y la voz del ángel se sumerge profunda en el sueño. Mientras eso sucede, imagina las imágenes leídas por el ángel en el libro del fabulista griego. Observa la angustia de las moscas moribundas con las patas pegadas en la miel derramada de una despensa y lamentándose de su glotonería. Vio como la zorra se asustó al ver al león por primera vez y como el susto casi desapreció la segunda vez que lo vio y, finalmente, en la tercera, la zorra se acercó a conversar con el león, perdiéndole el miedo. Quiso avisarle al perro que comía huevos, que lo que se estaba comiendo era un caracol, no un huevo, pero el mismo sueño le impidió el aviso. En las noches siguientes nuevas historias leídas por el ángel ocupaban el sueño feliz que la invadía. El Perro y el carnicero; el mosquito y el león; el asno y la mula; el lobo y el cordero; el asno y el perro que viajaban juntos.
Y así sucedió todas las noches hasta que regresaron los padres, lamentándose por el tiempo de ausencia. Sofía los recibió con alegría y sintió que la confianza y el sosiego llegaron a su espíritu cuando les escuchó decir que nunca más la volverían a dejar sola. Y si antes la consideraban una niña madura, sus padres la encontraron aplomada y segura. Se dieron cuenta de lo mucho que la habían beneficiado las lecturas permanentes, el vocabulario que exhibía con naturalidad y las preguntas frecuentes aclarando significados. Les gustaba contemplarla con los ojos cerrados, escuchando las palabras que brotaban de los textos, convertidas en sonidos.
- ¿Por qué no quieres que te leamos, Sofía? Estás muy cambiada – le dicen sus padres con bastante extrañeza, después de haber llegado.
- No es nada, estoy bien. De ahora en adelante leeré sola, antes de acostarme – se sorprendieron agradablemente los padres y respetaron su decisión.
Desde ese día, Sofía antes de dormir se despedía de sus padres y en la soledad de la habitación se gozaba la intimidad de sus historias. En las noches se sentaba en la cama, con la ventana abierta y el libro en su regazo, a esperar su amigo imaginario, que entre volando, y le pregunte como de costumbre: Sofía, ¿qué vamos a leer hoy?
- ¿Con quién hablas, Sofía? – es la voz de su madre, intrigada, desde afuera, tocando suavemente la puerta.
- Con nadie mamá, sólo leo en voz alta, imitando a los personajes de las historias – contesta, guiñándole un ojo al ángel, que la mira abrazando un libro contra su pecho en un rincón, suspendido en el aire con su vuelo nervioso y silencioso.