INSPIRACIÓN

Agustin Garizábalo

Algunos amigos nos preguntan qué es lo que vemos cuando hacemos nuestro trabajo. Por qué elegimos a éste y no a aquél otro jugador. Les decimos que todo pasa por una sensibilidad visual enriquecida por el arte y esas aficiones ligadas a la estética: La literatura, la música y el cine. Y nuestros aciertos, sin duda, le conceden cierta dosis de misterio al asunto.

¿Cuáles son las fuentes de esas imágenes inspiradoras?…Por supuesto que se necesita de cierta disposición personal interna, pero también de un universo macondiano necesario, de un entorno mágico, de unas vivencias significativas. Tratamos, con este artículo, de hacer una aproximación a esa entelequia, con la técnica de “Anécdota mejorada”, que suele usarse en estos casos.

Somos hijos del río con todo el imaginario de fábula que supone un hábitat de tal naturaleza. Nacimos en la primera calle del municipio de Soledad (Atlántico) a orillas del rio Magdalena.

En nuestra cuadra había cinco cantinas abiertas cada día, porque al mercado público llegaban los pescadores y agricultores y luego de vender sus productos intensificaban sus tomatas hasta emborracharse. Así que nuestro entorno estaba  plagado de rancheras, vallenatos, boleros, merengues y sones cubanos. La cuadra entera era una caja de música. Los hombres resolvían sus pleitos a golpes, excitados por la cizaña etílica. Algunos venían a caballo acompañado de perros bravos y sucios de barro, se metían a los tumultos como héroes de películas mexicanas, exhibiendo sus torsos fuertes y semidesnudos, para luego terminar vencidos por la bohemia traicionera.

En la madrugada de un ocho de diciembre, como la casa estaba inundada y no había forma de poner las velitas sobre el sardinel, una hermana tuvo la feliz idea de recortar unas tablitas de madera de balsa, a las cuales les amarramos unas finas  cuerdas y allí pusimos las velas encendidas y las lanzamos a flotar en el río. Un lindo espectáculo creado por nuestra magia infantil, que se gozaron, esa madrugada desde el mercado, los vendedores y parroquianos, porque era una alfombrilla de estrellas errantes titilando sobre la oscuridad del agua.

Como vivíamos muy cerca del río, cuando llegaba el invierno el agua se nos metía en la casa y la inundaba -por cierto, allí teníamos una de las cantinas de la cuadra-. Cualquiera podría pensar que eso era una tragedia y seguro que para mamá lo era, pero para nosotros no. Era muy bello lo que ocurría entonces: pescábamos y nadábamos en nuestro propio patio, perseguíamos serpientes entre las piedras colocadas en la sala para poder caminar sin mojarnos los pies y salíamos en canoa por el barrio o atravesábamos puentes de madera para visitar a los tíos y vecinos. Todo se convertía en un juego, el universo entero estaba allí a nuestra disposición.

En la madrugada de un ocho de diciembre, como la casa estaba inundada y no había forma de poner las velitas sobre el sardinel, una hermana tuvo la feliz idea de recortar unas tablitas de madera de balsa, a las cuales les amarramos unas finas  cuerdas y allí pusimos las velas encendidas y las lanzamos a flotar en el río. Un lindo espectáculo creado por nuestra magia infantil, que se gozaron, esa madrugada desde el mercado, los vendedores y parroquianos, porque era una alfombrilla de estrellas errantes titilando sobre la oscuridad del agua.

Ya éramos unos adultos asalariados cuando falleció nuestro padre, en la madrugada de un 23 de diciembre. Entonces les propusimos a los hermanos que hiciéramos la velación en una funeraria donde teníamos una póliza exequial. Además, mirábamos cuanto nos economizaríamos al desestimar lo que el resto de la familia quería, que era hacer el velorio tradicional en la misma casa, con nueve noches en vela, lo cual significaba la invasión de otros parientes y amigos venidos de remotos lugares…y la consabida parranda mortuoria con visos de bacanal.

Aunque acogieron mi idea, el resto de familia ni mis hermanos se presentaron a la funeraria y, para mi consternación, a las diez de la noche solo tres curiosos se habían acercado a dar el pésame. En cambio, la casa a la orilla del río estaba atestada de gente y el resto del barrio hervía en la calle.  Algunos, refiriendo chistes, tomando tintos o calentillos, comiendo yuca con suero, bocadillos dulces, jugando dominó, bebiendo ron; otros, recitando décimas o cantando rancheras, como le gustaba al viejo; todos, esperando al cadáver tardío.

A esa hora me llamó un hermano, que nos trajéramos el muerto para la casa porque ya mis tíos, borrachos, habían dado un ultimátum: o se traían el cuerpo o ellos iban a buscarlo a las buenas o a las malas. Tuvimos que diligenciar con el administrador de la funeraria que permitiera, casi a la media noche, que nos lleváramos el difunto. Conociendo a los tíos, le dijimos, no tardarían en cumplir sus amenazas. “Ruegue mejor que venga un tornado”, le comentamos con preocupación.

Cuando la carroza fúnebre hizo su arribo en la calle donde se celebraba el velorio, la explosión de júbilo fue providencial: habían ganado. Esa victoria se tradujo en gritos, desmayos, nuevos cantos, nuevas décimas, más botellas de ron, más comida, más café hirviendo, más llanto desgarrado, más escenas inverosímiles.

Ahora sí, se cumpliría con la voluntad de nuestro padre: un velorio como Dios manda, como él lo merecía, como todos querían gozarlo. Porque venir a romper la tradición y velar al viejo en una funeraria pomposa y artificial era definitivamente una herejía. Eso dijeron. Cosas de familia.

Tiempo después apareció el fútbol.

Alguna vez, como andábamos nadando en el caño y no le hacíamos caso a mamá, mi hermano mayor pidió para él el placer de castigarnos. Entonces nos llevó al Romelio Martínez porque sabía que no nos interesaba ese deporte. Nos apostamos en la tribuna de Corea desde las nueve de la mañana, como era obligatorio en aquellos tiempos porque el escenario se llenaba desde muy temprano. El aburrimiento estaba garantizado. El sol, el desorden de la gente, el fogaje que recibíamos por tanto público apretujado. Hasta cuando empezó el partido y vimos a Juan Ramón La “Bruja” Verón. Nos dimos cuenta de que ese tipo no era un futbolista, sino un mago. Hacía cada jugada, cada finta, cada exquisitez, con su cabeza levantada y una elegancia suprema. Y salimos fascinados de allí. Tanto que le pedíamos con frecuencia a nuestro hermano mayor que nos volviera a castigar de esa manera.

Y desde entonces buscamos la posibilidad de repetir esa experiencia estética en las canchas de fútbol. Día a día, torneo tras torneo. Con esa suma de factores es que andamos metidos en este deporte, porque ese es el tipo de jugador que nos seduce, que seguimos buscando y que a veces encontramos.

2 thoughts on “INSPIRACIÓN

  1. Dios le pagué profe por permitir a todos conocer mucho de su vida personal, empieza uno a leer y viaja de inmediato a sitios parecidos a los de su relato

  2. Saludos profesor…..una persona integral al servicio del deporte del futbol….un adelantado hace muchos años de la tactica del futbol que hoy vemos….felicidades profesor…que el Dios de la vida lo guarde y lo proteja siempre.

  3. Buenas profe su gran admiración y el espíritu de sabiduría el futbol hoy en día tiene otra visión en Colombia y tambien nosdios a conocer más en el mundo por. Esos deportista que usted hoy en día le dio la proyección para poner en alto este bonito deporte en Colombia bendiciones que mi Dios lo siga visionando en su vida .

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