Declaración de amor a la lectura o, mejor, al libro

Aprendí a leer de corrido, a punta de “los cocotazos” que, cada tarde, me daba Ma. Caamaño, mi madre, al volver de “la escuelita” de la cuadra donde me había matriculado, a pesar de que en las mañanas asistía a la escuela pública del barrio “Gerleín y Villate”.  Mi madre, sentada frente a la ventana que daba a la calle, abría un ejemplar de coquito, libro de tapa dura y letras grandes, y comenzaba su labor de maestra intensa. por cada silencio mío, un coscorrón.

Desde entonces, y gracias al interés de “La Mona” Caamaño, como la llamaban, siento una atracción o fascinación por los libros de papel, ya que cuando aprendí a leer comencé a cuidarlos, a coleccionarlos. Tanto que una forma de “castigo materno” era esconderlos para que no saliera a patear balón a la calle, pues intuía que prefería leer o estudiar que ir a jugar bajo el sol del mediodía. Me encariñe con los libros.

Recuerdo que, en una ocasión, cuando vivíamos en otra casa grande, los escondió en un balde de pintura. No los encontré en la búsqueda temprana. En la noche, sonámbulo, dormido y con los brazos tendidos-cual zombie-, salí a buscarlos a lo largo y ancho de la casa, hasta que, de un grito, (muy suyo) en la oscuridad nocturna, me desperto. Compasiva me llevó a donde los tenía. Creí que los había dañado, pero el balde estaba limpio con mis libros escolares en el vientre.

Así, con esas experiencias infantiles, de escuela en escuela e inolvidables nació, no lo dudo, en el inconsciente mi amor declarado a los libros…a su lectura, que es otra gran herencia, además del tono grave de voz, que le debo eternamente a mi corajuda madre, sin cuya tenacidad porque estudiará, yo habría terminado siendo un pésimo ayudante de albañilería, el oficio de mi padre quien, silencioso y profético, me descubrió el deseo que su hijo mayor fuera abogado. Además, penalista, de esos que iban al foro, a las audiencias en el Centro Cívico. deseo que le cumplí, ¡Creo!

Los libros son una de mis grandes compañías. Los busco y los encuentro. Desde muy joven los “cargaba” a mano para leer en el bus urbano. Otras veces, sábado o domingo, en una mochila arhuaca de color pastel, los “invitaba” a ir a visitar el mar de Salgar y comer mojarra frita con patacón. También los he llevado en mis mejores noches alrededor del Mar Caribe y del Fin del Mundo. No duermo ni viajo solo. tengo siempre un libro de compañía.

Ese amor declarado, con-sentido, consumado de día o de noche, preferiblemente en la aurora y bien con-vivido me ha acompañado siempre, desde la adolescencia, la juventud, la madurez intelectual y, ahora, en plena vejez enamorada. Es persistente. Puedo dormir sin el ronquido seductor de una generosa dama en mis almohadas. Pero no concilio el sueño sin el olor coqueto de la tinta impresa de un libro conmigo. es mi mejor somnífero. La lectura de un libro escogido me vence más rápido que unas rodillas femeninas. siempre soy vencido.

En ese sentido, personas que me quieren bien, mujeres u hombres, asumen como mis cómplices en la realización de ese confesado amor. Me regalan y buscan libros, a donde vayan, para mis gustos de lector. Así mismo, algunas de ellas han acogidos, en sus hogares o espacios posibles, bibliotecas especializadas, por mis lecturas diversas, que he obsequiado como expresión de conservación y utilidad de los mundos que se conquistan con estudio y lectura de buenos libros.

También he vivido situaciones con quienes no aman los libros. Los rompen por celos a los atractivos del papel biblia o entregan a basuriegos para que los vendan como papel inútil. Me sucedió con una biblioteca de literatura japonesa que hice cuando la internista, amiga mía, me ordenó reposo absoluto bajo el temor de una afección cardíaca. Murakami o Kawamata fueron mis acompañantes de aquellas delicadas noches. Un domingo al llegar un joven basurero a la puerta de la casa con patio y un largo corredor, descubrí que mis libros “japoneses” habían sido regalados como basura.

La lectura en mi vida me ha mantenido encantado. En el Bachillerato leí a los autores del boom de la literatura latinoamericana. Todo Neruda. El teatro europeo de la post-guerra. Toda la poesía colombiana del siglo XX. A Lorca, a Hernández, a Albertí. Y por cada disciplina de estudios superiores, en Educación, Derecho y Periodismo, fuí formando bibliotecas. La actual ya desbordó el espacio del closet donde la adopte. Pero sus libros son mis compañeros perennes en el tiempo y la libertad submarina. no me abandonan, crecen con cada mesada

Y bien. Los libros son una de mis grandes compañías. Los busco y los encuentro. Desde muy joven los “cargaba” a mano para leer en el bus urbano. Otras veces, sábado o domingo, en una mochila arhuaca de color pastel, los “invitaba” a ir a visitar el mar de Salgar y comer mojarra frita con patacón. También los he llevado en mis mejores noches alrededor del Mar Caribe y del Fin del Mundo. No duermo ni viajo solo. tengo siempre un libro de compañía.

En fin, el pan nuestro de cada día no me lo ha ganado, como mi padre, con el sudor en la frente, sino por ese declarado amor a la lectura de libros selectos. Ese aprendizaje, productos del amor materno, me ha servido para toda la vida, ya que no nacemos leyendo. A leer se aprende y es, “mucho mejor”, en las páginas olorosas de los libros de papel, como a amar se aprende en la piel olorosa, limpia y fresca de la mujer: pura química. vivir es aprender leyendo.

La próxima: Rectores y la rectoría de Uniatlántico en mi memoria.

2 thoughts on “Declaración de amor a la lectura o, mejor, al libro

  1. Buenos días bendiciones mi primo hermano, soy testigo de toda esa verdad que relatas, la mona Caamaño dejo muchas enseñanzas a todos sus hijos, sobrinos y hermanas

  2. Una declaracion de amor a los libros, expresada maravillosamente en este escrito, me recordo las canciones de Pablo Milanes. De acuerdo el mejor libro es el impreso.

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