Cuando uno se equivoca en realidad no se equivoca

Humberto Maturana afirmó que en el momento en que uno acepta que la biología participa en el proceso de aquello que él llamó “operar como observador”, uno no puede evitar la imposibilidad de diferenciar entre percepción e ilusión en la experiencia cotidiana de nuestras biopraxis.

Lo anterior Maturana lo destacó haciendo referencia a cierto experimento que fue hecho a comienzos de la década del 40 por un distinguido biólogo norteamericano, Roger Sperry, el cual consistió en rotar el ojo de una salamandra. Las salamandras son anfibios con cola, urodelos, que tienen la capacidad de regenerar el nervio óptico. Pero no sólo eso, las salamandras tienen tal capacidad de regeneración y restitución tisular que es posible sacarles completamente un ojo y reponérselo girado en cualquier ángulo. Si hacemos eso, ese ojo se reinstala en la órbita, cicatriza su conexión con ella y el nervio óptico se regenera conectándose nuevamente con el cerebro. El animal recupera la vista y, si no sabemos que la operación fue hecha, no notamos diferencia entre un animal normal y uno ope­rado. No hay modo de detectar que fue hecha la operación cuando se sacó el ojo y se repuso en la misma posición que tenía al comien­zo. Dijo Maturana:  “Pero si uno saca el ojo y lo rota en 180°, también se reconstituye su conexión con la órbita, se regenera el nervio óptico, y el animal recupera la vista. Pero, ¿recupera la vista?, ¿qué es lo que recupera?”

Según afirmó Maturana, ciertamente recupera un espacio de respuestas frente a perturbaciones que podríamos llamar «visuales»: uno mueve la mano frente al animal, frente al ojo que ha sido rotado, y el animal reacciona; uno pone un gusano en el espacio normalmente accesible a este animal para comer y reacciona, pero reacciona de una manera nueva, reacciona con una desviación de 180°. Así, si pongo un gu­sano al frente, el animal gira y tira su lengua hacia atrás; si pongo el gusano atrás, el animal tira su lengua hacia adelante. Lo que sucede parece sorprendente: el animal se equivoca. ¿Sí?, ¿se equivoca?

Maturana repitió este experimento cuando era estudiante en Inglate­rra, en 1955, y se hizo las mismas preguntas que Roger Sperry se había hecho. Estas preguntas son de dos clases: algunas son anatómicas, en relación con la regeneración del nervio óptico y la recuperación de su proyección central, y otras tienen que ver con el aprendizaje. Maturana, como muchos otros, se preguntó: ¿Aprende la salamandra a corregir la puntería? La respuesta fue: ¡No aprende! Pero más tarde, mucho más, casi diez años después, estudiando la visión de colores, Maturana se dio cuenta de que esa era una pregunta engañadora, porque presupone que lo que la salamandra hace al tirar su lengua al comer, es apuntar a un objeto externo. En otras palabras, se dio cuenta de que al preguntarse por la corrección de la puntería aceptaba implícitamente que la salamandra, al tirar su lengua, apuntaba al gusano, y ocultaba lo que el experimento de hecho revelaba. Y lo que el experimento revelaba es que lo que ocurre en la salamandra desde el momento en que ella tira su lengua en la captura de un gusano, es una correlación interna entre la actividad de una parte de su retina y la parte del sistema nervioso motor o efector que genera el movimiento de lanzamiento de la lengua. Para el operar del sistema nervioso de la salamandra es indiferente que se haya rotado o no el ojo después que se res­tablece la conexión retina-cerebro; para el operar del observador, no. Dice Maturana: “Es para el observador que el mundo ha sido girado al rotar el ojo de la salamandra. Es para el observador que la salamandra apa­rece apuntando con una desviación de 180°, ella no apunta. La salamandra hace exactamente lo mismo que hacía antes”. Se muere de hambre si uno no la alimenta de manera forzada, ciertamente, pero ella en su operar hace exactamente lo mismo que hacía an­tes: una correlación sensomotora entre actividad de un área particular de la retina y el sistema motor de la lengua y el cuerpo.

Cuando Maturana cambió la pregunta sobre el operar de la salaman­dra, cuando dejó de preguntarse por el aprendizaje y la correc­ción de la puntería, y reconoció que el sistema nervioso operaba haciendo correlaciones internas, surgió para él la pregunta por el conocer.

Lo que sucede con la salamandra sucede con todos nosotros los seres humanos. Según dijo Maturana, “no­sotros, Homo sapiens sapiens, en un sentido estricto, no somos distintos de la salamandra, salvo en que disponemos de un espa­cio de correlaciones sensomotoras mucho más grande y más diversificado”. Es decir, somos seres configurados por un sistema nervioso y un cerebro más grande que el de la salamandra, pero en lo esencial igual, lo que permite hacer otras correlaciones in­ternas que resultan en otras correlaciones sensomotoras que dan origen a otras conductas que un observador ve. Pero, en estas circunstancias, ¿cómo se contesta la pregunta por el conocer? Maturana se hace cargo de lo que este experimento de la sala­mandra revela y se da cuenta de que aunque el observador dice: «La sala­mandra se equivoca, la salamandra está apuntando a un gusano ilusorio; la salamandra está confundiendo ilusión con realidad», el cerebro de la salamandra en su operar no se equivoca, hace lo único que puede hacer y en su operar no tiene sentido lo que el observador llama equivocación. La salamandra no tiene cómo dis­tinguir en su experiencia visual entre un gusano real y uno iluso­rio, y nosotros tampoco. Tal distinción es externa a la salamandra o, mejor, tal distinción se hace con referencia a otra experiencia distinta de aquella calificada como ilusión o percepción.

Maturana señala que una condición constitutiva de los seres vivos es que no podemos distinguir entre ilusión y percepción en la experiencia. Lo argumenta afirmando que tenemos palabras en el uso corriente del castellano, que implican esta incapacidad de distinción, y éstas son las palabras: error y mentira. Ejemplifica diciendo que cuando uno le dice a otro “Mientes”, lo que le dice es, “en el momento en que decías lo que de­cías, tú sabías que lo que decías no era válido”. Pero cuando uno dice: “Me equivoqué”, lo que uno dice es, “en el momento en que dije lo que dije, yo tenía todos los motivos para pensar que lo que decía era váli­do”, es decir no sabría que lo que decía no es válido, pero lo sé a posteriori; lo sé en referencia a otras experiencias distintas de aquéllas bajo la cual yo hacía tal o cual afirmación. Dice Maturana: “Cuando uno se equivoca en la experiencia, uno no se equivoca. Pero cuando uno miente, en la ex­periencia, miente. Interesante, equivocación es siempre a posteriori. Nosotros no podemos distinguir en la experiencia, entre verdad y error. El error es un comentario a posteriori sobre una experiencia que uno vive como válida: si no la ha vivido como válida, es un mentiroso”

Esta afirmación de Maturana no es trivial. Los seres humanos en nuestra experiencia casi nunca somos conscientes de nada. O sea, sabemos algo y frente a algún evento nuevo se prende el bombillo y ahí adquirimos conciencia de eso. La configuración entre nuestras categorías conceptuales y los eventos con los que nos relacionados nos hace conscientes. Es que en nuestra cotidianidad nos acercamos a ciertos enunciados, pero los aplicamos a otros, no a nosotros. Por ejemplo, el error es el comentario que hacemos acerca de algo que no se corresponde con lo que alguien o nosotros mismos pensamos, pero que lo distinguimos después que ocurre el evento y reflexionamos sobre él, no antes, porque en nuestras biopraxis, en nuestra experiencia, no podemos diferenciar entre realidad e ilusión.

En mi experiencia yo no puedo distinguir el error en el momento en que lo cometo sino después de cometido; cuando uno se equivoca en realidad no se equivoca, porque yo no puedo en el acto, in so facto, distinguir si lo que observo es una ilusión o en realidad es una percepción de algo real y válido, sino que después de mi actuación es que distingo si lo que observo es real o no. De esta manera estoy en mejores condiciones de configurar un conocimiento más factible y pertinente.

En realidad sí nos equivocamos, pero sólo a los ojos de otro observador, sin embargo no tenemos como controlarlo o evitarlo y es por eso que nunca cometemos el error, porque si supiéramos como evitarlo no lo cometeríamos. En nuestra auto-observación sólo vemos el acto actual, por lo que el error cometido ya no existe, ya no es, y pertenece a una biopraxis anterior a la que estoy experimentando en ese preciso momento.

Cuando el ser humano comete un error en realidad no lo cometió, y en este sentido el ser humano nunca identifica cuando se equivoca en su experiencia, porque sólo puede darse cuenta a través de otra experiencia diferente a la experiencia en la que cometió el error. Nadie se equivoca porque quiere, porque el ser humano no tiene opción de ver el error en su primera experiencia sino después. Entonces no se equivoca nunca porque ya esa es otra experiencia, ya no es la misma.

Por otro lado, no tenemos la posibilidad de controlar si nos equivocamos o no; no podemos preverlo, por eso digo que el ser humano nunca se equivoca, porque cuando se da cuenta de la equivocación, la analiza desde otra experiencia, no desde la misma experiencia en que ocurrió el error; son  biopraxis diferentes.

Cuando se es consciente, esos errores nos ayudan a que esa nueva experiencia se vea enriquecida por la experiencia del error, porque el impulso en las emisiones de respuestas se hace en forma inmediata, sin permitir un momento de reflexión. Se actúa muchas veces, por no decir siempre, irreflexivamente. Entonces, ¿por qué castigamos los errores de los demás? Lo hacemos en la casa con nuestros familiares, con los vecinos, y en la escuela con los estudiantes, con los niños y niñas, que en realidad nunca se equivocan, porque no tienen como saber que se están equivocando, sólo lo saben si se percatan después de haber cometido el error, o si alguien se los dice.

Desde esta mirada, nunca el ser humano se equivoca, porque el momento de la acción en que se detecta el error es una experiencia diferente, posterior, es una biopraxis diferente, que configura las experiencias anteriores. Pero al configurarla ya asume una nueva y más compleja capacidad debido a la experiencia aprendida, ya conoce la experiencia que le permite una comprensión y resolución más avanzada. Y ese aprender diario enriquece y madura nuestro pensamiento y nos brinda oportunidades para mejorar nuestro desempeño ante la responsabilidad que nos exige la vida en cada uno de sus diferentes aspectos en forma positiva.

En realidad sí nos equivocamos, pero sólo a los ojos de otro observador, sin embargo no tenemos como controlarlo o evitarlo y es por eso que nunca cometemos el error, porque si supiéramos como evitarlo no lo cometeríamos. En nuestra auto-observación sólo vemos el acto actual, por lo que el error cometido ya no existe, ya no es, y pertenece a una biopraxis anterior a la que estoy experimentando en ese preciso momento. El acto en el que se detecta el error cometido ocurre después de cometido el error, aunque esta biopraxis anterior queda configurada en la nueva biopraxis, en la nueva experiencia.

Desde esta óptica, nadie ha cometido errores, porque si supiera que su experiencia es un error, no lo cometería, sólo podemos darnos cuenta que la acción ejecutada es un error, desde otra experiencia posterior, desde otra biopraxis diferente, o por la observación de otra persona. Ontológicamente hablando, el error en realidad no existe, es un concepto. El error es una distinción que hace un observador cuando compara una experiencia actual con una anterior e identifica diferencias entre éstas, y a esa diferencia le llamamos error, pero eso es inevitable porque no podemos cambiar o modificar nuestra experiencia en acción, de ahí que sólo vemos el error desde una experiencia posterior, y la experiencia del error cometido ya no es, ya no existe, aunque queda configurada en la nueva experiencia.

Esto es un cuento encantador, se requiere dar un salto conceptual para comprenderlo y asumirlo, pero analízalo, haz la reflexión y verás que tiene lógica, armonía y coherencia lo que digo. Para ello me sustento en Heráclito, Kant, Bateson, Capra y Maturana, además de mis biopraxis cotidianas, las de mis familiares, amigos, colegas y estudiantes. Pero para comprenderlo debemos salirnos de nuestra tradición epistémica, debemos modificar nuestro paradigma mental, abrir las manos y soltar nuestras creencias, para que podamos hacer la reflexión y comprenderlo.

En fin, el error lo ve la otra persona y te lo dice, pero, desde una mirada ontológica, tú no tienes como darte cuenta del error en la misma experiencia en que lo cometes sino después, porque si nosotros los humanos pudiéramos prever el error no lo cometeríamos, y cometemos los errores precisamente porque no tenemos como controlarlos ni evitarlos, sólo nos damos cuenta de ellos cuando otro observador lo identifica y nos lo dice, o cuando nosotros, desde una experiencia posterior, la comparamos con la anterior y ahí sí nos percatamos del error. Esto es muy importante para la vida y las relaciones interpersonales en general y para la Pedagogía y la Didáctica en particular, porque entonces cuando un niño o tu hijo se equivoque ya tú sabes que no se equivocó porque desde su esencia y naturaleza humana no tiene como percatarse de su error sino en otra experiencia posterior, entonces eres tú quien lo orientas hacia una dirección correcta pero no lo críticas por el error cometido que es lo que siempre hacemos, y así estamos castigando dos veces a la persona injustamente. Se trata de cambiar la mirada y hacer una modificación de concepciones para poder comprenderlo y actuar en consecuencia.

Aunque así parece, nótese que yo no he dicho que no cometemos los errores, lo que he dicho es que sólo nos percatamos del error después que lo cometemos y no en el propio acto, o cuando otra persona nos alerta del error, y en ese sentido no nos pueden juzgar ni castigar por un error cometido porque no tenemos como controlarlo ni evitarlo ya que nos percatamos del error después en otra experiencia, en una biopraxis diferente. Sólo cuando comparamos la experiencia actual con la anterior podemos identificar algún error en nuestra actuación, pero en el momento de actuar en nuestras biopraxis cotidianas el ser humano no puede distinguir entre percepción correcta y error perceptivo.

Sé que muchas personas no están de acuerdo con estas concepciones. Pero existen personas que no aceptan el debate, ese es nuestro problema: no nos gusta conversar y enseguida cortamos al otro y hacemos silencio. Lo que utilizo son metáforas y paradojas, porque cuando yo digo que nadie ha cometido errores, hay que leer la frase en el contexto de la reflexión y no aislada; ahí lo que quiero decir es que cuando cometemos el error en ese momento es imposible que lo evitemos, porque sólo nos percatamos que es un error después, y en ese sentido no lo estamos cometiendo y no nos pueden castigar por eso. Se trata de modificar nuestro concepto sobre el error. Por ejemplo cuando un niño escribe que 2×3=5, tu no debes criticarlo ni castigarlo, porque en el momento que él hizo eso no podía evitar el error, no puede controlarlo, los humanos en nuestras biopraxis cotidianas no podemos distinguir entre un error y una adecuada percepción, sólo nos percatamos de eso después de cometido el error, entonces desde esta mirada cuando una persona se equivoca no se equivoca, porque sólo se percata que se equivocó después de haberse equivocado, porque en el preciso momento del error no se da cuenta del error cometido sino después de que ocurrió dicho error. Parece una contradicción pero no lo es, o al menos es una contradicción dialéctica, más no antagónica.

Los errores son imprevisibles e imperceptibles, es cierto que la experiencia adquirida cuenta, pero nuestra configuración biogenética y neuropsicológica lo impide. Los humanos no podemos percatarnos de nuestros errores, es nuestra ontología humana, es nuestra configuración biogenética y neuropsicológica, hay que aceptarlo, nada podemos hacer para modificarlo, quizá una solución parcial podría ser cultivar un pensamiento configuracional.

Algunas personas hablan de la experiencia y el autoconocimiento que el ser humano va adquiriendo en su proceso se formación y desarrollo, y afirman que en los niños es válido mi planteamiento por su escasa madurez mental y pocas experiencias pero en el adulto insisten en que no siempre actúa desconociendo que está cometiendo errores o hechos que están por fuera de lo aceptado socialmente. Pero eso no es lo que yo digo, lo que yo digo es que en nuestra experiencia no podemos identificar entre un error y algo correcto hasta que no fluyamos en otra experiencia de vida, en el mismo acto no sabemos si lo que hacemos es correcto o no, sólo lo sabemos en una biopraxis posterior. En fin, es imposible evitar un error, de lo contrario el mundo fuera perfecto. Cuando tú haces algo no sabes si eso que hiciste es correcto o no hasta que otra persona te lo dice o tú mismo te das cuenta comparando esa experiencia con otra anterior u otra posterior.

En la primera vez que se vive la experiencia y se comete el error, la persona no sabe que es un error porque es una experiencia determinada que él tiene y el error uno lo identifica en otra experiencia posterior. Es decir, el acto de cometer el error y el acto de darse cuenta que eso es un error son dos actos diferentes, dos experiencias distintas, y por eso en la primera experiencia no es posible identificar dicho error cometido, sino en la otra experiencia en la que te percatas que eso es un error, y eso puede demorar un segundo apenas. Eso es precisamente lo que te permite configurar el conocimiento para poder vivir una vida plena.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *