Industria farmacéutica y ética médica

Teobaldo Coronado, Medico anestesiólogo, columnista.

Recuerdo en conversación que alguna vez tuve, joven galeno aun, con un “visitador médico” que me enrostró, atrevido, que si no fuera por ellos los médicos no sabríamos de medicamentos y afirmaba que era   en gracia a la información que nos suministraban en su visita. Con solida argumentación le demostré que estaba muy equivocado. No podía confundir la información sobre los medicamentos con el saber de una ciencia tan compleja como la medicina que amerita rigurosos siete años de estudios solo de pregrado. El expendedor de la droguería, por ejemplo, le repliqué, conoce en su totalidad la información contenida en un vademécum, de pronto hasta mejor que un médico, pero, su ignorancia farmacológica y su incompetencia terapéutica y diagnostica, no le permite el uso clínico adecuado, mucho menos legal, de los fármacos.  Es dable entre el común de la gente confundir información con conocimiento. Confunden estar enterado de la actualidad noticiosa periodística, de las  tendencias de la moda con ser culto,  instruido o sabio.

Esta vanagloria del visitador médico, de marras, tiene su explicación por el enorme poder que tiene la industria farmacéutica, de la cual se considera un fiel representante. Este negocio es la más rentable del mundo. Según la Revista Forbes en el 2018 obtuvo márgenes de ganancia cercanos al 30% por encima de los bancos, industria tecnológica, automotriz, del petróleo y el gas, entre otros sectores.

La empresa farmacéutica con su avalancha publicitaria, manipulación y control del mercado de los medicamentos pretende marcar la pauta terapéutica que deben seguir los médicos. Para esto se vale de toda clase de medios desde llamativa propaganda litográfica, lluvia de bolígrafos y llaveros que reparten a granel en consultorios y congresos, viajes a eventos científicos con todo pago, hasta la perversa compensación económica por la prescripción médica. Que inducen, sin duda, todos estos elementos, a la falta de objetividad terapéutica por parte de un facultativo a la hora de prescribir el fármaco indicado. Dadivas o beneficios, estos, proscritos por la Ética profesional. “Está prohibido al médico en ejercicio recibir beneficios comerciales de farmacias, laboratorios, ópticas, establecimientos ortopédicos y demás organizaciones o instituciones similares encargadas del suministro de elementos susceptibles de prescripción médica”. Artículo 40, ley 23 de ética médica.

Es posible, sin embargo, que la “cortesía” de las casas farmacéuticas no contenga ningún impedimento ético si sus obsequios son un símbolo, un reconocimiento a la labor del profesional de la salud, desprendido del mínimo interés comercial y no sea utilizado como un mecanismo de coacción.

Principio de autonomía. La práctica clínica actual, ha llevado a un límite mínimo el viejo modelo de relación médico – paciente caracterizado por un absorbente “paternalismo médico”. Lo que ha traído consigo el desplome de la autoridad que antaño gozaba el profesional de la medicina.  Por su categoría científica, social y moral tenía capacidad decisoria casi absoluta sobre la vida y salud de sus pacientes.

 El “modelo responsable” de relación médico paciente imperante permite que este último, el paciente tenga, en ejercicio de su dignidad como persona, la posibilidad de decidir sobre lo que mejor le convenga a sus intereses en relación con su salud y su vida, en observancia del principio bioético de “Autonomía”. Por sujeto autónomo, el informe Beltmon considera “al individuo capaz de deliberar sobres sus objetivos personales y actuar bajo la dirección de esta deliberación”.

Es posible, sin embargo, que la “cortesía” de las casas farmacéuticas no contenga ningún impedimento ético si sus obsequios son un símbolo, un reconocimiento a la labor del profesional de la salud, desprendido del mínimo interés comercial y no sea utilizado como un mecanismo de coacción.

Paternalismo financiero. En el patrón económico que caracteriza nuestro neoliberal sistema político a la par que desaparece el viejo “paternalismo médico” en la prestación del servicio de salud lo que se logra observar   es el surgimiento de un “paternalismo tecnológico y farmacéutico” más prepotente y peligroso.  No solo atenta contra la autonomía del paciente, lo más grave, viola la necesaria autonomía del médico en la toma de decisiones clínicas, diagnósticas y terapéuticas. “Paternalismo financiero”, a la postre, expresión de la codicia capitalista de las grandes multinacionales que explotan la prestación del servicio de salud. Sin escrúpulos buscan imponer sus ambiciosos valores mercantilistas, con desmedro de los valores éticos, que han inspirado una larga tradición de la profesión médica. Valores entronizados para proteger los intereses de los pacientes y de quienes están llamados a hacerlos efectivos en su ejercicio profesional como particulares o a través de las instituciones públicas o privadas que la sociedad les ha encargado este fin, en cumplimiento del principio bioético de “Beneficencia”. En el Informe Beltmon el Principio de Beneficencia se aparta de la virtuosa caridad cristiana para adquirir el concepto jurídico de obligación, lo que quiere decir la responsabilidad de “no hacer daño”, de maximizar los beneficios y disminuir los daños”

En las consideraciones sobre la relación del médico con la industria farmacéutica me atrevo a formular los siguientes interrogantes:

 ¿Hasta dónde el ánimo de lucro de la industria farmacéutica es compatible con el ánimo de lucro de los miembros de la sociedad médico – científica?

¿Hasta dónde la sociedad médico – científica puede justificar su razón de ser sin ningún ánimo de lucro?

 Para responder estos interrogantes habría que distinguir entre médicos dependientes y no dependientes de la industria farmacéutica.

  1.  Médicos dependientes de la industria farmacéutica. Están impedidos, por un franco conflicto de intereses, para la práctica clínica

La vinculación laboral a una empresa comercial que produce medicamentos con ánimo de lucro los inhabilita, además:

  1.  Para intervenir en campañas de salud pública. Por estar comprometidos con unos intereses particulares en contra vía de los intereses colectivos, de la comunidad, por los cuales propugna la salud pública.
  • Para el ejercicio docente. En las escuelas de medicina su participación en la docencia sería, francamente, sesgada, carente de objetividad, a favor de unos tratamientos que promocionen la venta de los productos de la empresa con la que está comprometido.

En las campañas de salud pública como en la docencia la defensa y protección de los intereses del paciente no serían su prioridad.

  • Médicos no dependientes de la industria farmacéutica. Que en ejercicio privado de la profesión o mediante contrato de prestación de servicios están vinculados a empresas prestadoras de servicios, EPS, o a instituciones prestadoras de servicios, IPS. Pero expuestos a la influencia que ejerce la industria farmacéutica, directa o indirectamente, a través de las mismas instituciones que compran los medicamentos debido a los beneficios económicos que de ellos derivan. Aquí son directivas hospitalarias o jefes de servicios los que obligan, muchas veces,  a formular determinado tipo de medicamentos para complacencia de los proveedores y así obtener comisiones o porcentajes monetarios sobre las ventas.

Trabajos científicos. No creo exista impedimento ético para los médicos si el resultado de las investigaciones realizadas, bajo el patrocinio de la empresa farmacéutica para la cual trabaja, sean publicados en sus órganos de difusión. Como también de acuerdo con los protocolos de investigación de las asociaciones científicas reconocidas, para divulgarlos a través de sus propias publicaciones.  

Además de que la educación continua, tan necesaria para la actualización científica, se sustenta en distintos tipos de eventos: cursos, simposios, seminarios, congresos etc., que tienen como patrocinadores a la industria farmacéutica.

Conclusión

La relación médico – industria farmacéutica es útil y necesaria. Se complementan los unos con los otros en la procura de la indispensable calidad en la prestación del servicio de salud, en el bienestar de la gente.

Lo deseable para su acción armoniosa es que los médicos conserven su autonomía en la toma de decisiones, en sus criterios clínicos y terapéuticos. Influencias y presiones indebidas que atenten contra su independencia lo exponen a quebrantar los mas sagrados principios que demanda el ejercicio de la profesión. Principio general de la ética médica ordena “no anteponer intereses personales sobre los del paciente”.

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