Mucho se habla y escribe, tanto en redes como medios, sobre la felicidad, pero poco se estudian en casas, escuelas y universidades cuales son los presupuestos básicos, naturales y/o animales para ser feliz. Esa carencia se debe, presumo, porque en los currículos educativos colombianos poco interés se presta a las enseñanzas, siempre vigentes, de Epicuro sobre los placeres de la vida. Entre ellos el buen comer: nutrición y dietética hacen felices.
En ese sentido, el del “bon vivant” que soy, me hace feliz habitar Barranquilla, ciudad donde nací y aspiro, muy tarde, despedirme. Aquí aprendí, viendo a Ma. Isabel cocinar, que comer es un placer. No aludo al arte gastronómico. No. Sólo al del buen comer que se alimenta con las viandas que, desde la Fundación de Sabanilla o Barlovento, nutren las mesas de la más tradicional Barranquilla. La ciudad del Barrio Arriba (Rébolo) y la del Barrio Abajo, lugares ribereños.
Confieso ser amante declarado de las comidas de fogones. Los que viven encendidos en los patios caseros bajos las sombras de nísperos, ciruelos y limones; o arden en las esquinas de los barrios populares protegidos por mataratones o almendros. O de aquellos fogones que se prenden en las casetas de la plaza del mercado público o en los andenes de cualquier calle cubiertos por láminas de zinc. La cocina de esos lugares comunes y abiertos es la que más me gusta. Es marca curramba.

Cuáles son esos “platos”. Sin ser taxativo y con ayuda de la memoria adolescente, algunas de esas comidas son:
-Arroz De Lisa Seca,
-Bocachico En Todas Sus Preparaciones (Frito, Guisado, Frito-Guisado, Viuda, Cabrito, Etc.)
-Chicharones Con Yuca Playa.
-Arepae’huevo.
-Cayeye Y/O Cabezae’gato.
-Sancochos De Costilla, De Guandúl O Gallina Criolla.
-Motée’queso.
-Arroz De Frijol Cabecita Negra Con Bistec De Carabela Y Tajada De Plátano Maduro.
-Caribañolas De Carne O Queso Criollo.
Confieso ser amante declarado de las comidas de fogones. Los que viven encendidos en los patios caseros bajos las sombras de nísperos, ciruelos y limones; o arden en las esquinas de los barrios populares protegidos por mataratones o almendros. O de aquellos fogones que se prenden en las casetas de la plaza del mercado público o en los andenes de cualquier calle cubiertos por láminas de zinc.
-Arepita Dulce Con Anis.
-Buñuelo De Frijol.
-Patacón Con Queso.
-Mazamorra De Plátano.
-Pasteles De Gallina.
-Hayacas De Cerdo.
-Tamales Cuadrados.
-Guarapo.
-Butifarras Con Bolloe’yuca.
-Tinto De Café Almendra En Pocillo.
-Cucayo.
-Carne Asada Con Arroz Blanco.
-Cocadas De Coco Con Panela.
-Gelatina De Tuétano.
Otros que no recuerdo o no he saboreado.
Estos platos fueron o son el menú habitual en la mesa de los barranquilleros de pura cepa. Los he de-gustado desde cuando tengo uso de razón. Preparados por la sazón de la abuela Ma. Isabel o de la Sra. Ofa, abuela de mis hijos. O por el esfuerzo culinario de Ma. Caamaño, mi madre. Algunos los aprendí a cocinar y cuando el paladar me obliga los buscos en los fogones de la Calle Treinta, del Centro o en el patio de la casa de Josefina Cassiani en el Barrio Abajo.

Pero Barranquilla, considerada de buena manera “El mejor vividero del mundo”, no se quedó siendo una villa de dos barrios: El de Arriba y el de Abajo. Urbanísticamente no ha parado de expandirse en los límites de la rosa de los vientos, mejor de las brisas. Y en los actuales tiempos del Internet y los rappis, en casi todos sus espacios urbanos existen restaurantes de múltiples tenedores y sabores.
En los albores del siglo XX por el Mar Caribe y el Muelle de Puerto Colombia, llegaron inmigrantes del oriente, el cercano y el lejano; también del Mediterráneo. Y nos abonaron sus costumbres culinarias. Y cuando estalló la violencia fraticida, que no termina, nuestros hermanos del Interior y la profunda Costa, fueron llegando por el Magdalena, por el Puente, por las carreteras. Vinieron con su propia gastronomía para quedarse. Enriqueciéndonos el paladar.

Hoy, resultado de la renovación urbana que se desarrolla en Barranquilla, no hay barrio, tanto del Norte, Centro o del Sur, que no tenga su propia zona gastronómica. Y tales zonas se ha popularizados con la promoción y disfrute de los platos del menú currambero-acá enlistado-, que ahora se puede saborear en cualquier punto de la ciudad, convertida en una gran mesa criolla e internacional.
Y bien para ser un feliz cocinero y buen comelón fue indispensable, además de observador de los fogones, ser un buen lector, no sólo de libros de recetas, sino de literatura culinaria. Leí con gusto “como agua para chocolate” de Laura Esquivel, pero ante me deleité con “gargantúa y pantacruel” de Francois Rabeleais. También asisto a la Cinemateca Distrital a saborear el cine francés o italiano, que siempre tiene historias de cocina. No olvido “la gran comilona“, comer hasta morir, de Marco Ferreri.La próxima: El libro de Morin
