vejez, sexo y pensión…¿Cómo despedirse del padre?

“Un día te despiertas y ERES VIEJO. Así no más, sin aviso. Es abrumador”. Gabo.

Situaciones o acontecimientos reales, concatenados uno a otro, me llevaron a pensar y luego atreverme a escribir esta nota para los lectores de solo/proposiciones.com. Sucesos ocurrieron, así:

1. Una noticia publicada en el tabloide Al Día, de fecha del otro día, cuenta la muerte de un varón, de 63 años de edad – edad de pensión de vejez -, en la habitación de un motel de Sabanalarga (Atlántico), cuando pretendía tener sexo con una amante desconocida y con tarifa sufrió un paro cardiaco provocado, al parecer, por la ingesta de una “pastilla azul” (el demonio blue) para la erección   y licores de ocasión. La noticia es ilustrada con la fotografía del cuerpo vestido del fallecido sobre una cama arreglada. No hubo faena alguna, es lo que demuestra el lecho alquilado. También cuenta que los dolientes del difunto, amante frustrado, indagaron a la dama, creyendo que era la causante de la muerte fulminante, pero ella serena explicó que no pudo prestar, eficientemente, el servicio contratado por física “sustracción” de materia: El macho murió con su deseo de erección provocada. Hasta ahí se quedó la noticia. Más nada se ha conocido de aquella muerte de alguien que había “pagado por amor“.

2. En una clandestina visita a  libros que “escondo” en un closet contiguo a la ventana por la que contemplo, a la lejanía de día, las olas del Mar Caribe golpeando el Tajamar Oriental, encontré  amor y vejez (Acantilado), del poeta francés François-René De Chateaubriand, considerado por la crítica “el prototipo del erotismo moderno”.

Portada del libro proporcionada por el autor de la columna.

De ese pequeño texto, en prosa, de Chateaubriand comparto unos párrafos del inicio de su meditación sobre el  amor (sexo) por  una joven en la vejez, como el post-facio del crítico Marc Fumaroli. Esta edición es del 2008 y es una traducción del francés de José Ramón Monreal. He aquí tales párrafos de una publicación que es un “bocatto dí cardinalli”:

Chateaubriand: “En toda mujer hay una emanación de flor y de amor.

No parecía movida por los sonidos, sino que semejaba la melodía misma vuelta visible y en el acto de cumplir sus propias leyes.

No, no soportaré nunca que entres en mi mísera casa. Me basta con reproducir tu imagen, con envejecer como un insensato pensando en ti. ¿Qué pasaría sí te sentaras sobre la estera que me sirve de yacija, si respiraras el aire que respiro de noche, si te viera en mi hogar, compañera de mi soledad, mientras cantas con esa voz que me enloquece y me lastima?”.

Y una página después, el poeta sentencia: “¿Te debería otra cosa que la más viva gratitud por haberte detenido un instante con el viejo viajero?. Todo ello es justo, verdadero, pero cuentes con mi virtud. Si fueras mía, solo tu muerte y la mía podrían alejarme de ti. Te perdonaría si fueses feliz con un ángel. Con un hombre, jamás.“(págs. 9 y 11).

Fumaroli: “Los biógrafos detectives no han dejado de sacar de la sombra a otras varias jóvenes que, después de Cordelía, y con fecha distintas, sumieron a Chateaubriand anciano en unos violentos estados de deseos y de frustración, haciéndole “Delirar”, tal como había delirado el joven René “Abrumado por su exceso de vida“, con el “Corazón recorrido por ríos de una lava ardiente” y versión masculina y cristiana de Fedra o Safo, sin poder fijar esa impaciente sede de unión amorosa más que un objeto inaccesible y prohibido por adelantado.

Ya no es ahora la prohibición del incesto, como fue para el joven René, sino la prohibición de la juventud del objeto codiciado que se opone al deseo siempre tan “excesivo” de un anciano decrépito: el viejo René debe sacrificar por sí mismo las “supremas delicias que reserva la vida“, las únicas que serían capaces de aliviar, aunque fuese momentáneamente, su hastío incurable de sobrevivirse a sí mismo y su horror a la muerte. Es el infierno en la vida, el suplicio de Tántalo de una sombra condenada entre los vivos”(págs. 31 y 32).

Sería que el “amante inconcluso”(robo un título de una columna de Gabo dedicada al “affaire” del Presidente Clintón en el salón Oval de la Casa Blanca. Lo recuerdan?) de Sabanalarga era un personaje francés: muere por amar y aman hasta morir. Los franceses inventaron el amor como sexo y al sexo como amor. Eso lo dijo Sigmund Freund!

Gabo murió calladamente, embelesado con la figura homérica de su mujer, La Gaba, pero ilusionado que “Pudo tirarse a todas“, las mujeres que le rodearon siempre, como rodean a un niño cuando hace travesuras. Al morir volvió, lúcido y demente, a la infancia que vivió al lado del abuelo, al que mató en la novela que escribió.

3. El otro acontecimiento sucedió el jueves 20 de Mayo, cuando apareció en las librerías, la fina y primera edición del libro Gabo y Mercedes, una despedida (Random House). Escrito por su hijo mayor, el director de cine, Rodrigo García. Corrí, esa tarde de ese Mayo agotado y agotador, repleto de muertes por la peste, a la librería de la esquina. Y lo leí, con un plumero de tinta negra, en un par de horas vespertinas y en la  aurora. Su lectura me sacó unas buenas lágrimas, pues es la crónica de la lenta muerte de seres queridos: La del Gabo y la de la Gaba, su eterna “viuda” (término que a la difunta no le agradaba.). 

Gabo y Mercedes, una despedida es, en el fondo, el relato, casi clínico, de una historia de amor juvenil, bondadoso, generoso y cómplice de un hombre y una mujer “hasta que la muerte los separe“. También tiene otras lecturas. Una la historia bien contada de una familia: la de un mago de la palabra.

De mi lectura comparto las siguientes frases del inolvidable difunto, acorde con el motivo de “meditación”, sobre vejez, sexo y pensión. Léelas acá:

– “Todos me tratan como si fuera un niño. Menos mal que me gusta“(pág. 19).

-“Esta no es mi casa. Me quiero ir a la casa. A la de mi papá. Tengo una cama junto a la de él“.

Al respecto Rodrigo, el hijo dice: “Sospechamos que no se refiere a su padre sino a su abuelo, el coronel (y que inspiró al coronel Aureliano Buendía), con quien vivió hasta que tuvo ocho años y quien fuera el hombre más influyente en su vida“(pág. 19).

En la página 26 me encuentro con esta anécdota: “En una de esas ocasiones estoy en el cuarto de al lado, cuando escucho al grupo de mujeres riéndose a carcajadas. Entro y pregunto qué pasa. Me dicen que mi padre abrió los ojos, las miró con atención y dijo tranquilamente:

No me las puedo tirar a todas.

Un momento después, cuando mi madre entra, su voz y presencia lo embelesan“.

O sea, Gabo murió calladamente, embelesado con la figura homérica de su mujer, La Gaba, pero ilusionado que “Pudo tirarse a todas“, las mujeres que le rodearon siempre, como rodean a un niño cuando hace travesuras. Al morir volvió, lúcido y demente, a la infancia que vivió al lado del abuelo, al que mató en la novela que escribió. Y cuando mató al coronel Aureliano Buendía. Ese día Gabo lloró. Había matado al padre. El libro que García Márquez cargo desde los 20 años fue: Edipo rey. Coincidencia de la ficción o la verdad. 

Mi especulación. Presumo que el fallecido por amor frustrado en un motel de Sabanalarga era recién pensionado y había salido a disfrutar de la mesada de Mayo con  “Ron, Mujeres y Parrandeando”, como dice la canción de “El Cacique”. Y eran tanta, pero tantas las ganas como las canas que se murió en el intento. Tan entusiasmado iban con trago y “Diamond Blue” que el corazón en-amor-ado le falló a causa de una tormenta eléctrica, como bien la describe el cardiólogo de Belgrado: un infarto fulminante. Pero el hombre, a mi modo, murió feliz: buscando amar morir por puro amor. El sexo le llevó la vida, como al anciano Chateaubriand o al Presidente Clintón escondido en una cortina. Gabo ni moribundo dejo de reír ficcionando sexo. El que anhela todo anciano no claudicado, con ímpetu adolescente. Por eso a muchos pensionado le llaman: “¡Viejos Mandarina!”. Los “pelan” con una uña como una mandarina arrugada, fácil, deliciosa y jugosa, como toda fruta madura.  ¡Juventud, Dí-Vino Tesoro!. Sor Inés de la Cruz.

Próxima: La educación en o de la primera infancia. La ley chancleta.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *