Rescate del mercado de granos y museo barrio bajero cielo abierto

Decidí ir a conocer al restaurado, remodelado y pintado de amarillo azafrán Mercado de Granos, ubicado en el; por rescatar sector de “Barranquillita”, con el único interés de re-alimentar la memoria del hijo orgulloso de la tierra natal. La decisión fue inmediata, luego de escuchar y ver la video-noticia sobre su reciente “inauguración” por parte de la Alcaldía Distrital. Nunca dude. Era volver a la osada juventud.

Me encanta visitar los mercados públicos de ciudades que, afortunadamente, he conocido. Encanto del que me contagió Ma. Caamaño cuando, de adolescente, me pedía la acompañará “hacer mercado“.  Desde El Santuario y en bus urbano íbamos, sábado o domingo, hasta la calle 30 con “Veinte de Julio, en los alrededores del Mercado Público, inmediaciones del caño de la ahuyama, a comprar vituallas, verduras, arroz, sal y otros insumos. Nada de carnes, pues en esos tiempos no había nevera en casa.

Así que encantado por las costumbres de mi madre cordobesa, Chinuana para más señas, aprendí a distinguir alimentos criollos que tenían, para entonces, su mejor y única exhibición en el mercado público, al que está integrado el denominado Mercado de Granos. Allí, como ahora, se comercializaba con productos del campo: machetes, sombreros, abarcas “tres puntá”, totumas, hamacas. Ma. Caamaño gustaba comprar queso criollo duro y mantequilla en vigao.

Tan cotizado era el mercado de granos que, en época de Carnavales, los grupos folclóricos para su indumentaria se abastecian allá. De garabatos, franelas “amansa-locos”, sombreros de paja y tela de dril.  Era una despensa maravillosa, no solo de alimentos VIVOS sino de origen campesino. La tierra llama, dice la canción. Para entonces, años 70s y 80s, lo neurálgico de Barranquilla estaba, aún, en el Paseo Bolívar pá bajo.

Cuando adquirí la condición de padre de familia, no perdí la costumbre “heredada” de ir al Mercado. Al de Granos iba a comprar bocachicos que traían de las compuertas de repelón o gallinas “emplumadas”, para los respectivos sancochos de la prole. Y cuando tuve casa con patio me “escapaba” a buscar pajaritos “enjaulados” para que cantarán en las madrugadas. Tuve canarios, sinsontes, turpiales y uno que otro mochuelo de los Montes de Ma.

En días recientes, regresé como dije al renovado mercado de granos de Barranquillita, pintado de azafŕan. Y realmente está como nuevo en su interior, lleno de colores, pinturas alusivas a la mercancía y vendedores jóvenes. Todavía tiene locales desocupados. Pero lo que se requiere es que sus alrededores sean descongestionados de vendedores (hay que ordenarlos) y que las calles contiguas se mantengan limpias, para que esa joya, de 1.913, luzca atractiva en ese rincón nutricio de Barranquilla, mi ciudad.

Convencido que se me había arreglado el domingo patrio, cancelé “la carrera” y me dispuse, mente y cuerpo, a darme gusto del bueno. Pero mientras avanzaba fui descubriendo, a pleno sol, que estaba en un museo a cielo abierto, pues sobre las altas paredes de la fábrica y sus alrededores existen murales coloridos de personajes y paisajes de nuestra querida ciudad que vive un rescate de sí misma. “El bajo manhattan” estaba iluminado.

Museo a cileo abierto

El pasado domingo 20 de julio, luciendo la camiseta amarilla de la Selección Colombia de fútbol, como homenaje a La Patria, y con el deseo de almorzar un sancocho de “ave de corto vuelo”, me enrumbe, como veces anteriores, hacia el Barrio Abajo en búsqueda de un anunciado Festival Gastronómico de manjares criollos. Al taxista no le fue fácil encontrar el lugar indicado, con dirección en manos, pues está ubicado entre La Vía 40 y bajando el Puente de la Calle Murillo.

Cuando estábamos por regresar, observamos unas serpentinas con los colores de la bandera de Barranquilla: verde, amarillo y rojo, que indicaban que la fiesta era por ahí. Y efectivamente. Detrás de las paredes de la fábrica de aceites Gracetales, entre calle 41 y 41B, estaban ya prendidos los fogones y bajo carpas de plástico, algunos comensales disfrutaban de los “fritos” recién hechos, como arepas de maíz con huevos, caribañolas de queso, pasteles, hayacas y otras delicias al paladar barranquillero.

Convencido que se me había arreglado el domingo patrio, cancelé “la carrera” y me dispuse, mente y cuerpo, a darme gusto del bueno. Pero mientras avanzaba fui descubriendo, a pleno sol, que estaba en un museo a cielo abierto, pues sobre las altas paredes de la fábrica y sus alrededores existen murales coloridos de personajes y paisajes de nuestra querida ciudad que vive un rescate de sí misma. “El bajo manhattan” estaba iluminado.

Instalado bajo la sombra generosa de un árbol, disfrute de una gran arepa de huevo, saliendo del caldero, con un jugo de corozo, mientras observaba, con ojos de hijo de albañil, la silueta derruida y abandonada de un pequeño edificio de la vieja barranquilla, situado en el vértice de las calles. Y gozaba viendo al público que paulatinamente iba llegando con hambre declarada: -la mamá tirando del coche con bebe a bordo, el abuelo con bastón, la anciana de paseo, las chicas con short exhibiendo “la punta de las nalgas”, el periodista filmando. Todo acontecía en tranquilidad, hasta el pick- up a todo volumen. Nadie se fijaba en los murales, obras artísticas de los jóvenes de la Escuela Distrital de Arte y Tradiciones Populares, también situada en el Barrio Abajo. Ver arte a pleno sol, no es lo mismo que ir a bailar al barrio San José. ¡Aja!

Hay que valorar el esfuerzo de rescatar costumbres y sitios de identidad de la ciudad llamada “Puerta de Oro de Colombia“. Pero dicho esfuerzo requiere mayor divulgación ciudadana. Y dotar a esas zonas de esparcimiento y comercio a granel de mayor seguridad. Ver renacer a la vieja killa me entusiasma de verdad.

La próxima: La rectoría de la Universidad del Atlántico.

One thought on “Rescate del mercado de granos y museo barrio bajero cielo abierto

  1. Este escrito evoca con gran viveza gratos recuerdos de mis visitas al mercado. Leerlo me transportó a esos días llenos de colores, aromas y voces familiares. Me parece una excelente iniciativa su restauración, y ojalá todo ese sector pueda ser recuperado y revitalizado. Sin embargo, es fundamental que este proceso no borre su esencia: sus vendedores ambulantes, sus locales tradicionales y, sobre todo, los precios accesibles que han permitido que tantas personas lo disfruten a lo largo del tiempo. Que la modernización no signifique exclusión, sino una renovación con respeto por su historia y su gente.

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