¿Quién soy? Después del trabajo

Wensel Valegas

“De todas esas formas, ¿quién soy?

Las Olas. Virginia Wolf.

Hubo un tiempo en que no se hacía esta pregunta. Cada mañana tenía su propósito, cada tarde una tarea, cada noche un cansancio que lo justificaba todo. El tiempo no le pertenecía y, sin embargo, intentaba darle un sentido. Trabajó años con la convicción —tal vez heredada, tal vez impuesta— de que en el trabajo residían la dignidad, el deber, la identidad. Ahora los días llegan sin urgencia. Ya no hay campanas que marquen el inicio de clase, ni voces juveniles que reclamen su atención. Solo el silencio. Y el balcón. Y la brisa.

Es entonces cuando la pregunta comienza a tomar forma. Primero como un murmullo, luego como un eco que no se va: ¿Quién soy?, después del trabajo.

Este relato no es una queja ni una celebración. Es el diario sin fechas de un hombre enfrentado a la vastedad del tiempo libre, a la libertad inesperada, al inquietante ocio absoluto. Sentado entre recuerdos y estaciones del año, entre caminatas interiores y árboles en flor, busca resignificar sus días, no con respuestas definitivas, sino con una nueva forma de estar en el mundo: sin prisa, sin deberes, sin espectáculo.

Lo que viene a continuación es la crónica silenciosa de esa búsqueda: íntima, serena, honesta. Un espejo para quienes intuyen que la vida —cuando deja atrás el agobio de las tareas— aún puede llenarse de sentido. Lo observé de cerca. Fui testigo de sus silencios, de sus preguntas, de sus pasos nuevos. Nunca me pidió contar esta historia, pero muchos otros, que se hacen esta misma pregunta, me lo han pedido en su nombre.

…..

Sentado en el balcón, el hombre contempla, además del paisaje natural de árboles, pájaros y ardillas zigzagueando entre troncos y ramas, burlándose de los depredadores, las evocaciones de la memoria que le llegan a ratos como un golpe de nostalgia. Es junio, con sus mañanas frescas y la suave brisa viniendo del río. Como en la novela La Tregua, se pregunta: ¿Qué haré con tanto ocio? Toda una vida apegada al trabajo; mañanas, tardes, noches, usufructuándole el tiempo de familia. Piensa, “el trabajo se llevó buena parte de mi vida”.

Y es en esa conciencia del tiempo perdido donde resurgen imágenes de otro tiempo, de una vitalidad lejana, pero que no se olvidada. La memoria le devuelve los años juveniles, llenos de vigor, de proyectos para la familia que crecía. Era el mismo entusiasmo de no arredrarse ante el trabajo a cualquier hora; y si alguna vez lo sorprendía el cansancio, la sonrisa de los hijos y el ánimo de su mujer, disipaban todo síntoma de fatiga. Sonríe.

Ahora, en contraste con ese pasado bullicioso, el presente se le ofrece como una pausa, un espacio en blanco donde hace balances. Balances de los saldos de vitalidad y cuánto le queda para seguir adelante. Se pregunta si el trabajo lo hizo feliz, si valió la pena tanto esfuerzo. Siempre meditando en el balcón cada mañana.

Las preguntas lo remiten no solo a su experiencia, sino a pensamientos más universales. Se acuerda de las lecturas de Séneca y parafrasea en sus pensamientos. De aquí en adelante, mi vida será solo de instantes y presentes, nada de futuro, ¿para qué?, se interroga. Responde a los saludos de los vecinos de manera automática, sin que le impidan el disfrute matinal, ni la interrupción de sus cavilaciones.

La brisa matinal lo ancla al presente. No hay afán, no hay ruido. Solo él, sus pensamientos, y una inquietud persistente. ¡Qué delicia esta brisa!, habla consigo mismo, entrecerrando los ojos se pregunta: ¿cómo enfrentaré los días venideros cuando mi vida sea solo tiempo libre total, sin tiempos parciales, ni obligaciones, un tiempo a mi entera disposición, de eso no hablan los franceses, me refiero a Robert Boullon, en su libro?

El pensamiento del ocio absoluto, antes deseado, ahora se le presenta como un terreno desconocido, incluso desafiante, angustioso e incierto. Sin embargo, – se dice – intentaré recuperar la libertad que me quitó el trabajo, aunque sienta un poco de miedo, quizás en eso tenga razón Eric Fromm en El Miedo a la Libertad. Un miedo confuso, palpable en el cuerpo, también percibido por los demás.

Ante el inminente retiro, los amigos cercanos se impresionan con lo que dice de sí mismo, acaso esta fue la vida que quise y los sueños que deseé; quizás los sueños se cumplieron solo con el trabajo magisterial, pero, ¿acaso fue suficiente? ¿La vida sólo es trabajo? ¿Cuánto tiempo me usufructuó el trabajo y qué saldos me dejó para la familia? ¿De qué momentos me perdí? Como buscando una respuesta, una lectura del pasado aparece en sus recuerdos.

Recuerdo una lectura dominical del periódico diario El Espectador, hace años, en que William Faulkner, viendo la majestuosa ciudad de Manhattan, reflexiona sobre cuántas muertes costó ese progreso y terminaba diciendo que el trabajo, al final, solo traía enfermedades y muerte. No es una queja amarga la que lo envuelve, sino una aceptación serena del curso que ha tomado su vida. Hablaba sin rencor, sin estar molesto, con la serena lucidez que anticipa el ocio creativo y el descanso, sin lamentarse, ni mirar atrás, con la firme convicción de vivir el presente y renunciar a los recuerdos y búsqueda del tiempo perdido, como Proust. De aquí en adelante su vida estaría anclada en una sumatoria de presentes.

Este relato no es una queja ni una celebración. Es el diario sin fechas de un hombre enfrentado a la vastedad del tiempo libre, a la libertad inesperada, al inquietante ocio absoluto. Sentado entre recuerdos y estaciones del año, entre caminatas interiores y árboles en flor, busca resignificar sus días, no con respuestas definitivas, sino con una nueva forma de estar en el mundo: sin prisa, sin deberes, sin espectáculo.

Al mirarse en el espejo, ese pensamiento toma forma concreta, visible. Sus ojos le devuelven el paso del tiempo, sus imperceptibles recaídas. Las cicatrices flácidas de la vejez, la mirada de tenues brillos luchando insistente contra la tristeza, el cabello gris tornándose blanco con los días, el leve temblor de los labios, una expresión que interroga sin saber si es asombro o melancolía, un vacío que no se llena, un estado de quietud y la soledad de los días venideros.

El espejo, como un segundo balcón, le devuelve no el mundo exterior, sino el interior. Eso recuerda sentado en el balcón, viéndose a diario ante él, devolviéndole su propia mirada, su propia tristeza; un testigo mudo que lo contempla y da testimonio de sus miedos, siendo el único sincero que le cuenta la verdad con su silencio reflejada en el alter ego de la imagen, como una sombra que lo inquieta y lo sigue a todas partes, aunque deje de verlo.

Y, aun así, en medio de esa introspección, hay una complicidad con su cuerpo, una tregua silenciosa. Observa su cuerpo en los recovecos de la memoria, acompañándolo a lo largo de su historia en una fuga constante y él fugándose en un gesto de complicidad.

Y entonces llega la pregunta inevitable, la que repiten amigos, familiares, incluso su propia conciencia. Ahora que te llegue el retiro, ¿Qué harás con tanto ocio?, le preguntan. Su respuesta no es inmediata ni convencional. Es una declaración de principios.

Llenarlo de aburrimiento y ejercer la libertad de aburrirme o no, alejándome del entretenimiento publicitado. Reivindicaré el placer de hacer nada y vivir a ratos el recuerdo de un verso de Whitman, en estado de inacción. Me alejaré del ocio consumista y tomaré decisiones propias, seré dueño de mi esparcimiento, sin payasos que animen mi alegría.

Recurre a la caminata, convirtiéndola en un ritual, en una forma de meditación. Haré largas caminatas y observaré las riquezas del verano, el otoño, el invierno y la primavera, evocando las lecturas de Thoreau. No serán caminatas dedicadas a la salud del cuerpo, pero si trayectos dedicados al espíritu. La naturaleza, como espejo generoso, le ofrece un diálogo sin prisa. Y en ese peregrinar veraniego, me preguntará, recordándome una frase de Thoreau: “¿Eres virtuoso? Entonces puedes contemplarme”, porque la caminata no se enfocará en los latidos del corazón, pero sí en los del espíritu, al contemplar bellezas, fragancias, música, dulzura y alegrías del verano, solo observadas por virtuosos.

Los recuerdos del pasado se enlazan con el presente que se imagina: el otoño vivido, sentido, respirado. Todavía siento en la extensa memoria del cuerpo, el otoño de octubre, caminando en el bosque, alrededor de un lago, en las afueras de Baltimore: con la vista en alto, observo la belleza otoñal de los olmos, “grandes masas de un amarillo amarronado, recién salidas tibias del horno de septiembre, cuelgan por sobre la carretera”.

Y aunque el invierno es duro, ofrece un tipo de belleza, más contenida pero igualmente viva. Él no impide caminar, el frío y la nieve proponen caminos diferentes: su blancura y su frío incisivo es un puñal que busca donde clavarse. Pero frío y nieve no son obstáculos para el poeta el goce de un estado de ánimo mesurado: “… aun en invierno mantenemos una alegría moderada y una vida interior serena, no nos falta calidez y melodía”.

Y finalmente, la promesa: la primavera, que siempre vuelve, como si fuera la primera vez, avanzando con lentitud, esperada por los habitantes del bosque y los caminantes, con sus colores y su alegría: “Tenemos un encuentro acordado con la primavera. Ella viene a la ventana a despertarme, y yo salgo una o dos horas antes de lo habitual…me despierta con suavidad, como se despierta a un niño pequeño”, evoca el poeta en esta nueva estación.

Sin buscar aplausos ni productividad, su andar solitario es una forma de vivir el mundo. De recordar lecturas realizadas caminando las estaciones con sus bellezas particulares, evocando versos y frases que acuden a su memoria. Quienes lo acompañamos, lo recordamos como un animal incierto, aburrido de certezas, inadaptado, imprevisible, gozándose la finitud de la existencia, formándose y deformándose, incansable como un aprendiz. Al final de los largos paseos, viendo nuestra incredulidad, nos dice:  a diferencia del trabajo acumulado de años, ahora siento que no encajo; que estoy extraviado, un poco quizás, inconforme, pero feliz. Lo escuchamos. Nos interroga con una frase – pasaje, usufructuada de Las Olas, de Virginia Wolf: “De todas esas formas, ¿quién soy? Depende mucho de la estancia en que me encuentre”. Una estancia donde resurge a la vida con una nueva forma de ser, dejando atrás al fatigado Homo Faber y explorando el bosque incierto de la existencia como un Homo Ludens extasiado ante la selva mágica descrita por Neruda, evocando su infancia y el intento de recuperar el niño perdido que lleva por dentro y que tanta falta le hace.

En el balcón continúan sus evocaciones, sin dejar de preguntarse, ¿quién soy? 

Julio 19. 2025. Wencel Valega Ruiz


BENEDETTI, Mario. La Tregua. Editorial. Alianza Editorial. Barcelona. 2011

SENECA, Lucio Aeneo. La brevedad de la vida. Sin fronteras Grupo Editorial. Colombia. 2024

BOULLON, Robert. Actividades turísticas y recreacionales. Editorial Trillas. 2010

FROMM, Eric. El miedo a la libertad. Paidos. Barcelona. 2008

Proust, Marcel. En busca del tiempo perdido. Alianza Editorial. Barcelona. 2010

WHITMAN, Walt. Hojas de hierba. Espasa libros. Editorial. España. 2019

THOREAU, Henry David. Verano. Artes Gráficas Cofás. Madrid. España. 2022. Pág. 13

THOREAU, Henry David. Otoño. Artes Gráficas Cofás. Madrid. España. 2022. Pág. 59

THOREAU, Henry David. Invierno. Artes Gráficas Cofás. Madrid. España. 2023. Pág. 10

THOREAU, Henry David. Primavera. Artes Gráficas Cofás. Madrid. España. 2023. Pág. 33

NERUDA, Pablo. Confieso que he vivido. El bosque chileno. Seix Barral. Barcelona. 2018

2 thoughts on “ ¿Quién soy? Después del trabajo

  1. Interesante interrogante ¿Quién soy? Después del trabajo al que intenta dar respuesta en este articulo, considero que es tema importante a reflexionar sobre todo porque a veces no damos la debida importancia al trabajo que hacemos, también porque podemos caer en el extremo de que el trabajo es lo mas importante de la vida, cuando es una esfera necesaria solamente. El trabajo como sensación de estar ocupado o ser útil a otros, el autor analiza en este articulo como se enfrenta en el mismo, el reto propio del ocio y la desocupación propia de múltiples situaciones como la jubilación o el desempleo.

  2. Qué hacer con tanto ocio? Qué voy hacer con mi vida? Hay tanta gente muerta por quedar en el aire, y desconociendo que hay un vacío creativo. El problema es este, que el trabajo era tristemente el que les daba sentido a sus vida. Dormían pensando en el día siguiente para volar al trabajo. Y ahora en qué pienso o qué hago ahora si nunca me preparé para la nueva vida.
    Se siente un vacío indescifrable y desesperado, hasta que llega la depresión y muere.
    Dónde carajo está la felicidad, se pregunta y el diablo le cuenta al oído: no existe.
    Este texto debería ser discutido largo y tendido por los que están casi listos a jubilarse.

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