Uno de los conceptos más polémicos en la historia de la psicología contemporánea es el de inteligencia, incluso no existe un concepto unívoco, único y uniforme sobre la inteligencia humana.
Según Humberto Maturana, la palabra “inteligencia” hace referencia connotativa a este fenómeno que no es directamente observable, y que resulta de la historia de interacciones de los organismos, revelándose en sus articulaciones configuracionales. También propone que todo lo que es observable en relación a la inteligencia son momentos de adaptación al entorno en forma de comportamiento inteligente. De este modo, Maturana, al hablar de comportamiento inteligente, se refiere “al comportamiento de un organismo que implica el establecimiento, la expansión o el operar dentro de un dominio de acoplamiento estructural ontogénico ya establecido”.
Maturana empezó a prestarle atención a este tema en una ocasión particular: un día, el profesor Hermann Niemayer, de la Facultad de Ciencias, le dijo a Maturana que él se quedaba con los mejores alumnos; con los alumnos más inteligentes. Maturana sintió esto como una acusación y en su vanidad le dijo que los estudiantes se volvían inteligentes con él. En este momento Maturana se puso a pensar si eso era cierto o no. Uno puede, en su entusiasmo y en su audacia, decir algo así. Pero ¿cuál era el fundamento para que Maturana hiciese tal afirmación? Y desde entonces se preguntó si en realidad se vuelven inteligentes o no.
El fenómeno o proceso llamado inteligencia surge en las interacciones de los seres vivos a través de su vivir en el proceso de su biopraxis. Decimos que un animal es inteligente cuando “lo vemos moverse en relación al medio con plasticidad conductual de modo que conserva su congruencia operacional con su ámbito de existencia bajo un rango amplio de cambios de éste” (Humberto Maturana).
La inteligencia es la capacidad de participar en la creación y/o ampliación de dominios consensuales de coherencias conductuales con otro o consigo mismo. En tantos seres que existimos en el lenguaje, todos los seres humanos, a menos que haya un daño del sistema nervioso por alguna circunstancia patológica, como ya hemos afirmado, somos igualmente inteligentes. La única emoción que amplía el vivir inteligente porque lo hace posible en todas las dimensiones relacionales en cada circunstancia, es el amor. Desde esta mirada podemos afirmar que todos los seres humanos somos inteligentes, y si existen algunas diferencias se deben a modificaciones traumáticas, de nutrición o genéticas, que alteran el funcionamiento neuronal y el normal desarrollo del sistema nervioso. Asimismo, en criterio de Maturana, la inteligencia tiene que ver con la capacidad de consensualidad en la participación con otro en la creación, expansión o accionar en un dominio de conductas consensuales, que son aquellas que se establecen como coordinaciones conductuales en el fluir de la convivencia. “Las conductas consensuales son, para decirlo sucintamente, coordinaciones conductuales no instintivas, esto es, surgen en las contingencias de la convivencia y no como resultado del mero desarrollo del organismo. “Una prueba de CI puede, a lo más, estimar un subdominio del dominio de consensualidad entre el observador y el sujeto” (Humberto Maturana).
Por tanto, ya que el fenómeno de la inteligencia no se puede observar directamente, cualquier procedimiento diseñado para medir la inteligencia en un ser humano necesariamente fallará y resultará sólo en una estimación de la frecuencia comportamiento inteligente del sujeto en un dominio cultural particular.
Como se aprecia, Maturana pensaba que, lo que genera el comportamiento inteligente, es el juego de aquellos procesos que participan en el establecimiento de un dominio de articulación configuracional ontogénica entre los seres humanos que interactúan (dominio consensual), o entre éstos y su entorno de interacciones (adaptación ontogénica), y aquellos procesos que participan en la biopraxis de los seres involucrados dentro de tal dominio de articulación configuracional.
Debe ser obvio que cualquier intento de medir la inteligencia humana penderá necesariamente de la cultura en que tiene lugar, no sólo porque la cultura es la red de dominios consensuales en que un ser humano existe como un organismo social, sino también porque la cultura define el contexto en que éste se realiza como ser inteligente, participando en dominios consensuales y dominios de adaptaciones ontogénicas especificados culturalmente. Por tanto, ya que el fenómeno de la inteligencia no se puede observar directamente, cualquier procedimiento diseñado para medir la inteligencia en un ser humano necesariamente fallará y resultará sólo en una estimación de la frecuencia comportamiento inteligente del sujeto en un dominio cultural particular.
Según detalló Humberto Maturana, “no sería legítimo considerar la inteligencia como un fenómeno biológico de simple determinación genética o ambiental”, por cuanto la estructura del organismo en general, y de su sistema nervioso en particular, está determinada plásticamente durante la vida de cada organismo a lo largo de su ontogenia mediante una dinámica de interacciones específicas entre el organismo y su medio. Es más, teniendo en cuenta que el comportamiento inteligente es la expresión de la aplicación de operaciones de modo repetitivo y recursivo que conducen al establecimiento de un dominio consensual o de un dominio de adaptación ontogénica, y puesto que estas operaciones son independientes de las circunstancias de su aplicación, la dependencia genética de las configuraciones que hacen posible estas operaciones funciona sólo cuando no exista interferencia ni ambiental ni genética, tanto en el establecimiento de estas configuraciones como en la aplicación de su accionar. “Inteligencia tiene que ver con la capacidad de establecer consenso, de poder ir en coderiva, en dominios de consenso con otros seres. La resolución de problemas, todas esas cosas son posteriores a esta capacidad de consenso. Y la incapacidad de establecer consenso es fundamental en el lenguaje” (Humberto Maturana). En consecuencia, aunque sea obvio que para cualquier ser humano la inteligencia es una función de su configuración genética, el “hablar de la herencia de la inteligencia no sólo no tiene sentido en términos fenomenológicos, sino que es también una trampa semántica que lleva a la falsa idea de que las jerarquías establecidas a través de las diferencias del comportamiento inteligente tienen bases biológicas” (Humberto Maturana).
Humberto Maturana dijo que la pregunta ¿Qué es la inteligencia? debe cambiarse por la pregunta ¿Cómo se genera el comportamiento inteligente?, y así de esta manera la respuesta estaría encaminada a identificar los procesos que se aprecian en las relaciones entre sistemas vivos, que el observador denomina comportamiento inteligente. En este enfoque no se considera la noción de resolución de problemas por cuanto no sólo se tiene en cuenta la acción del ser vivo hacia un objeto sino que el comportamiento inteligente se define como la expresión de un tipo específico de interacción que involucra la historia de las interacciones de los seres vivos que participan.
Para Maturana, la inteligencia se evidenciaba en la capacidad de modificar la propia conducta de adaptación a un mundo que a su vez es cada día más cambiante. O sea, un ser vivo inteligente es resiliente, aquel que es capaz de transformar su actuar de manera adecuada, sin dejar de ser él mismo (el sentido cerrado que Maturana implica en cualquier estructura sistémica).