Mejor que Messi

“Soy mejor que Messi”, dice el titular en la nota escrita en Semana, quizás con el propósito de que el lector se pregunte, ¿cómo así que hay alguien mejor que Messi?, y además colombiano. Veinte años después, esta frase contundente conduce al jugador Rodallega, que en el 2005 se consagró como máximo goleador del torneo sudamericano sub – 20. En ese momento, la historia nos muestra los resultados de la eficacia del delantero oriundo del pacífico: Rodallega, 11 goles; Messi, 6 tantos. El fútbol influenciado por la sociedad de consumo, el dinero circulante en las transacciones, y las estadísticas señalan al colombiano con un alto sentido de autoeficacia y motivación de logro.

Cuenta el colombiano, evocando la entrevista veinte años atrás con el periodista argentino: “Hugo, te felicitamos desde Argentina porque eres el goleador”. Ese día me dice: “¿Te crees mejor que Messi?”, y yo le dije: “No, yo soy el goleador, pero no me creo mejor que Messi”, una respuesta sabía que evidencia el respeto y la prudencia del jugador colombiano. ¿Por qué entonces no creer en lo fidedigno de su respuesta? Entonces el rumor deambula entre la afirmación del periodista y la aseveración del jugador, no solo ha viajado de boca en boca, sino que ha permanecido latente en el tiempo, expuesto a una multiplicidad de interpretaciones. Un caso típico de clínica del rumor que ha configurado las representaciones sociales desde una perspectiva psicosocial. Después de veinte años cada uno de los lectores amantes del fútbol ha tenido tiempo para sacar sus propias conclusiones, o avivarlas.

En el mundo de la vida, el fútbol es un fenómeno social incierto e impensado como afirmara Dante Panzeri en su libro. Eso se observa a diario en las calles – cuando se podía jugar en ellas – y en los escenarios deportivos abiertos a la comunidad: muchachos talentosos, con un potencial que llama la atención, “con proyección”, dicen los entrenadores, veedores y cazatalentos del fútbol. Incluso, en los recreos escolares los niños exhiben sus antagonismos y asumen la confrontación vociferándose unos a otros: “yo soy mejor que tú”; otros demuestran sus habilidades emulándose a jugadores famosos del planeta e inconscientemente asumen una identidad nueva, perdiendo la autenticidad del sí mismo.

Cuenta el colombiano, evocando la entrevista veinte años atrás con el periodista argentino: “Hugo, te felicitamos desde Argentina porque eres el goleador”. Ese día me dice: “¿Te crees mejor que Messi?”, y yo le dije: “No, yo soy el goleador, pero no me creo mejor que Messi”, una respuesta sabía que evidencia el respeto y la prudencia del jugador colombiano. ¿Por qué entonces no creer en lo fidedigno de su respuesta?

Cuántos jugadores talentosos han desfilado por los barrios, en los equipos de Liga, en las selecciones departamentales. Pero, al final, después de unas cervezas, o entre trago y trago, muchos terminan recurriendo a la memoria nostálgica y señalando a jugadores estrellas, diciendo: “y pensar que yo jugué con él y fui mejor”, “¿y qué pasó?”, le preguntan los oyentes entre trago y trago. “Debo reconocer que faltó disciplina”, terminan diciendo los frustrados jugadores con amargura.

El fútbol es un camino que se elige, o nos elige – como bien afirma Barthes, refiriéndose a los libros exhibidos en las vitrinas de las librerías que terminamos comprando – y donde se ponen a prueba emociones, sentimientos, valores; donde el talento y las habilidades técnicas explicitan una vocación recreativa, en palabras de Ortega y Gasset, que con el tiempo termina convirtiéndose en trabajo.

Además, la polémica no se olvida, los argentinos les cuesta reconocer que haya otro mejor que su ídolo de turno, así sucedió con las disputas entre quién fue mejor, si Maradona o Pelé. El juicio crítico permite hacer algunas consideraciones desde la racionalidad antes que las emociones. Tanto Maradona como Pelé tuvieron su propio historial de pobreza, pero sin duda alguna el tipo de personalidad aunado a variables sociales y culturales, les fue conformando una manera de afrontar el fútbol, los viajes, el dinero, las relaciones, incluso, los caminos para ser un ejemplo de ciudadano global admirado por todos, o criticado por su personalidad que desentonaba con las habilidades exhibidas en los famosos escenarios futbolísticos del mundo.

Sin embargo, hay que reconocer que en la historia de Argentina el fútbol es vivido intensamente por aficionados, directivos, padres de familia y jugadores; es un negocio que beneficia a todos. Se aprovechan las oportunidades a través del marketing, los cazatalentos y transferencias. Seguro que Messi y su familia se beneficiaron de tales oportunidades, y el camino al éxito también estuvo lleno de baches, como fue la adaptación desde niño a un mundo que no era el de él, el desarraigo.

“Eso es lo que más me duele, que aquí en Colombia es donde más se habla de eso…”, continúa diciendo Rodallega, refiriéndose a lo que dicen sus compatriotas. Vivimos en un país que tiene premura por ganar en el deporte, donde cuentan los resultados obtenidos, los puntos, los goles, los triunfos; donde no se perdonan las derrotas. Considero que el jugador colombiano nada tiene que envidiarle a Messi, ya que también ha tenido un vasto recorrido por países como México, Inglaterra, Turquía, Brasil.

Y si fuera verdad que Rodallega dijo que fue mejor que Messi, eso no es malo, además, la evidencia de once goles en el sudamericano sub – 20 demostró su contundencia en las redes. Hay imágenes que no se olvidan, que permanecen con uno siempre, latentes, pero que se manifiestan en cualquier momento. Desde la racionalidad productiva Rodallega fue mejor en ese momento, aunque desde lo cualitativo sus estilos de juego fueran diferentes. Estoy convencido que Hugo todas las noches, antes de dormir, en sus evocaciones recuerda sus once goles, y eso le automotiva para continuar en el trajín del fútbol. “Tuve la oportunidad de hablar con Lionel y se aclaró todo”, termina diciendo el jugador valluno. Lo hizo con el objetivo de hacer un cierre donde ambos están convencidos que merecen respeto mutuo. Lo demás queda en las habladurías, las distorsiones, las inexactitudes de rumores intencionales o inconscientes, donde nadie asume la culpa.

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