“Habanidad de habanidades, todo es habanidad.
La Habana es una fijación en mí mientras ella nunca fue mi movimiento perpetuo. Dos desmadres tengo yo, la ciudad y la noche“.
La Habana para un Infante Difunto.
Guillermo Cabrera Infante y Leonardo Padura son dos célebres escritores cubanos. El primero murió exiliado en Londres. El segundo vive y escribe en la misma casa donde nació, en el barrio Mantilla al sur de La Habana, ciudad que es, para ambos, el centro neurálgico de las historias relatadas, con fluido lenguaje isleño, en sus reconocidas novelas, como en sus reportajes periodísticos y en trabajos cinematográficos.
Cabrera, también usó el seudónimo G. Caín, nació en el Oriente de la isla, en Gibara en 1929. Sólo descubrió La Habana a los 11 años de edad. Desde entonces vivió deslumbrado por las luces de la ciudad y de sus gentes, a las que se dedicó a describir con amor y humor en la mayoría de sus obras. Siendo las novelas “Tres Tristes Tigres” y “La Habana para un infante difunto“, las más connotadas.


Padura, a la vez, nació en 1955, pocos antes que la guerrilla de Sierra Maestra derrocará al dictador Fulgencio Batista e implantará la revolución cubana, como el hecho político de la segunda mitad del Siglo XX. La mayoría de la novelística del vecino de Mantilla, se desarrolla en La Habana, siendo las recientes narradas en “Personas Decentes“, las historias más habaneras de todas, según el autor.
Tanto las obras literarias de Padura y Cabrera Infante han sido reconocidas por académicos y monárquicos de la Madre España. En 1997, Cabrera fue ganador del Premio Cervantes. Y Padura recibió, en el 2015, el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Es ciudadano español, condición que le fue negada a Cabrera que, en 1964, ganó el Premio Biblioteca Breve con la novela tres tristes tigres, que sólo se publicó en 1967 al superar la censura franquista.
Villa de San Cristóbal de la Habana, el nombre original, en las novelas “Tres Tristes Tigres” y “Personas Decentes” no es un escenario más, según sus autores como de la crítica literaria e histórica. la ciudad es un personaje. Un personaje con historia y vestuario propio.
“El hombre que amaba los perros“, la novelada historia de Leonardo Padura, sobre el asesinato de León Trosky en México, le dio reconocimiento internacional. Cabrera Infante en “Tres Tristes Tigres“, contó “La muerte de Trosky referida por varios escritores cubanos, años después -o antes“, parodiando a autores como: José Martí, José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Lydia Cabrera, Lino Novás, Alejo Carpentier y Nicolás Guillen.
Villa de San Cristóbal de la Habana, el nombre original, en las novelas “Tres Tristes Tigres” y “Personas Decentes” no es un escenario más, según sus autores como de la crítica literaria e histórica. la ciudad es un personaje. Un personaje con historia y vestuario propio. Desde esa perspectiva lectora, voy a compartir un aparte de cada novela para demostrar, sin presunción, como la Habana es novelada en esas páginas. La de la pre como la de la post revolución.


Primera.
“Veníamos bajando Silvestre y yo en mi carro por la calle O, viniendo del hotel Nacional y atravesamos 23 y pasamos como un pedo por frente al Maraka y Silvestre me dijo las luces y yo le dije qué? y él me dijo las luces, Arsen, que te meten una multa porque ya eran más de las siete y nada más que en bajar la lomita de O y atravesar 23 había oscurecido y en un convertible no es fácil darse cuenta si es de día o de noche (…), de manera que lo digo solamente para aquellos que nunca han paseado en un convertible por el Malecón, entre cinco y siete de la noche, el 11 de agosto de 1958 a cien o a ciento veinte: esa regalía, esa buenavida…”(Pág. 139).
Segunda.
“Las calles de la ciudad parecían un hormiguero alterado. Cientos de personas de todas las edades y fachas imaginables avanzaban por las avenidas, entorpeciendo el tráfico de vehículos que a duras penas conseguía organizar y hacer fluir el ejército de policías, también de todas las fachas y edades posibles. Desbordados por el gentío convocado solo por la música y el júbilo, los agentes canalizaban los ríos humanos, siempre oteando con suspicacia hacia un lado y otro, como nerviosos ventiladores giratorios. Sin embargo, los vigilantes uniformados y los cientos de cancerberos mal disfrazados de civiles solo conseguían ver carteles con fotos de los músicos, con la imagen de la lengua irreverente que los identificaba, pancartas con corazones y símbolos de la paz, y el amor sesentero, y banderas de decenas de orígenes(…). Carteles mejores o peor hechos que proclamaban la simpatía por el diablo, que todo era solo rock and roll y, sobre todo, que tú nunca consigues lo que quiere. Bienvenido a Cuba socialista, compañeros Rolling, proclamaban otros”(Pág. 424).
La próxima: ¿Cómo defenderse de los abusos de air-e?