La ética como sabiduría que emerge y se genera desde el amar

Según Humberto Maturana, lo que llamamos valores, virtudes sociales, o sentido ético, “son modos de convivir que se fundan en el amar y surgen como aspectos espontáneos de nuestro vivir sólo si aprendemos a vivirlos y cultivarlos en la intimidad de una convivencia amorosa infantil y juvenil con adultos que nos acogen y conviven con nosotros de esa manera”  

La ética siempre tiene que ver con lo que yo hago y con las consecuencias que tienen mis actos en los demás. Es muy parecido a lo que dice Heinz von Foerster; toda ética debiera basarse no en un “tú debes” sino en un “yo debo”.

Maturana pensó que el fundamento de la pregunta ética es que a uno le importe lo que le pasa al otro. Eso tiene un fundamento biológico y el fundamento biológico es el amor. De manera que aceptando al otro y reflexionando sobre esta aceptación nos damos cuenta que nos importa lo que le pasa al otro, pero si no nos importa lo que le pasa al otro, entonces no hay problema ético.

La ética está relacionada directamente con la emoción, no tiene nada que ver con la razón. Los seres humanos en la cultura occidental negamos u ocultamos nuestras emociones a partir de utilizar la razón con el fin de validar y legitimar nuestras acciones como si no se sustentaran en nuestra emocionalidad. Maturana dijó que “lo mismo ocurre con la ética y la experiencia espiritual, donde generamos cegueras frente al otro y nuestro ámbito de pertenencia social y cósmica con argumentos racionales que justifican nuestras cegueras ante los otros y nosotros mismos”

Para profundizar en esta comprensión es necesario que lo emocional, que nos caracteriza, continúe desplazando a lo racional. La primera afirmación que es necesario hacer para comprender la imagen que Maturana nos propuso de los seres humanos, es que para el autor, el hombre es un animal humano, y que como tal el nivel adecuado para su estudio es el biológico. Maturana se preguntó por lo que caracteriza biológicamente a los sujetos de la especie homo sapiens. La respuesta a este interrogante, aunque simple de formular, refleja varios de los ejes principales de la teoría maturaniana que se han desarrollado anteriormente: el ser humano se distingue en el lenguajear.

De manera recursiva, es el lenguajear el que permite al ser humano autoconfigurarse como un observador, es decir, alguien que reconoce en otros y en sí mismo, su participación en dominios consensuales que se han configurado en configuraciones secuenciales de conversaciones, es decir, de interacciones recursivas entre sujetos que lenguajean y se emocionan. En este sentido, el modelo que dejó Maturana nos ofrece de ser humano es el de observador, que reflexivamente pone la objetividad entre paréntesis. Sin embargo, Maturana fue más allá y se pregunta por el fundamento biológico del surgimiento de esta posibilidad de lenguajear, para ofrecer como respuesta que todo dominio de acciones encuentra su condición de posibilidad en un emocionar particular, y el emocionar en el cual surge filo y ontogenéticamente el lenguajear es el amor.

Amar, como ya hemos expresado, definido en lenguaje maturaniano como reconocer al otro como legitimo otro, emerge como el fundamento de las biopraxis humanas, es la configuración psíquica que permite la distinción de la especie como tal.

A juicio de Maturana, a veces buscamos justificaciones para aquellos actos en que vamos en contra del amor como emoción fundante y nos negamos a seguir nuestra tendencia a la cooperación y a la aceptación, pero los seres humanos somos seres éticos por esencia, por cuanto nuestra génesis y evolución se sustenta en el amor y la preocupación por el otro. Para Maturana, las preocupaciones éticas no tienen una fundamentación racional, sino que tienen una fundamentación emocional, ya que no puede importarme el otro si no lo veo, y no puedo verlo si no lo amo, y es por ello que el amor es el fundamento de la ética.

Esta aceptación radical, que podría leerse desde la mirada posmodernista como una validación irreflexiva y de antemano de las acciones del otro, fue planteada de un modo muy distinto por Maturana.

Para Maturana no se trataba de una aceptación “por decreto” o por conveniencia estratégica, no corresponde a un desarrollo de la filosofía, las leyes o las sociedades humanas, no es siquiera un aprendizaje que la humanidad haya realizado sobre la base de los desastres que ha vivido como producto de la intolerancia masiva y generalizada. Por el contrario, se trata de una condición que, estando en el origen filogenético del homo sapiens no termine en la extinción o en la transformación en otras especies distintas.

Para Maturana, la ética no tenía su basamento en la racionalidad sino en las emociones, en su biología, en el lenguajear, en el conversar y reflexionar sobre nuestras experiencias emergentes en nuestras biopraxis. Es en este sentido que se puede afirmar que la teoría de Maturana encerró una ética natural.

Los seres humanos en la cultura occidental negamos u ocultamos nuestras emociones a partir de utilizar la razón con el fin de validar y legitimar nuestras acciones como si no se sustentaran en nuestra emocionalidad.

Lo peculiar de nosotros, los seres humanos, en criterios de Maturana, es que, “en tanto existimos en el lenguaje todo nuestro vivir humano, sea como quiera que sea en sus dimensiones conscientes e inconscientes, lo vivimos en un lenguajear que surge desde un trasfondo inconsciente de origen tanto evolutivo como ontogénico”. En estas circunstancias lo fundamental de nuestras biopraxis humanas es que, como seres que existimos en el lenguaje, podemos reflexionar. Es decir, podemos liberarnos de la certeza de que sí sabemos lo que decimos que sabemos, y observando lo que decimos saber podemos preguntarnos por la validez de los fundamentos que supuestamente cimientan nuestro saber. Es decir, podemos preguntarnos por lo que queremos hacer, para luego preguntarnos si queremos en realidad nuestro querer hacer lo que decimos que queremos hacer. En fin, “los seres humanos podemos vivir en la conciencia de ser libres al vivir sabiendo si queremos o no queremos lo que decimos querer, y escogiendo el curso de nuestro hacer desde un sentir inconsciente que surge espontáneamente en nuestro vivir desde la biología del amar”.

La gente habla con frecuencia de que hay distintas éticas. Maturana pensaba que no, que la ética ocurre, “la preocupación ética ocurre cuando te importa lo que le pasa al otro con tu conducta; al otro como ser humano, como un ser que tiene legitimidad en su existencia”. Este tipo de preocupación ética genera creatividad, pensamiento configuracional, sabiduría e inteligencia, al reconocer que no somos la panacea del mundo y comprender el verdadero alcance de la espiritualidad humana y la sabiduría.

Según Maturana, la experiencia espiritual se genera cuando ampliamos la conciencia de pertenencia en un campo relacional mayor que el propio entorno, y en el que la propia vida hace sentido. La situación educacional se puede vivir como una experiencia espiritual tanto para los estudiantes como para los profesores. Si esto ocurre, lo que allí se vive se vive sin esfuerzo como una transformación de vivir que amplía el entendimiento, tanto la capacidad de acción y reflexión, y hace posible la libertad creativa. En fin, tanto la organización educativa como la vida en general se asemejarán al reino de Dios si la experiencia cotidiana se vive como experiencia espiritual tanto por los profesores como por los estudiantes. Y aquí la expresión ‘reino de Dios’ Maturana la entendió como “la alegría y el encanto de vivir donde el propio vivir hace sentido”.

En el parecer de Maturana, lo más sorprenden­te es que la sabiduría sea un aspecto central de nuestro vi­vir humano en coherencia con las circunstancias que lo ha­cen posible, y que “cuando la sabiduría no está o se pierde, surjan en nuestro vivir y convivir el sufrimiento y, eventualmente, la desintegración. Los seres humanos desapa­recemos si desaparece la sabiduría en la convivencia”.

La coherencia operacional con las circunstancias que se viven es el resultado del ser componente y partícipe en las coherencias configuracionales del entorno, la biosfera, cultura, o cosmos a que se pertenece, y es esa coherencia operacional la que hace posible la sabiduría como un modo de convivir en armonía con el presente sistémico a que se pertenece. En otras palabras, la conciencia de nuestra aceptación o rechazo de las consecuencias de lo que hacemos configura nues­tra responsabilidad sobre las consecuencias de lo que hacemos porque, según Maturana “nos hace conscientes de que hacemos lo que hacemos porque queremos las consecuencias de lo que hacemos”

Para Maturana, “en el pensar analógico sistémico lo concreto desaparece y lo que queda es una abstracción relacional”. El pensar analógico es un pensar poético cuya génesis no es otra que aceptar el carácter legítimo de la inclusión de la vida humana en el ámbito natural, configurando en el universo las armonías configurativas existenciales. En cambio, el pensar lineal de racionalidad causal, determinista y reduccionista está hipnotizado ante la configuracionalidad holística, la conectividad sistémica y las interconexiones configuracionales, precisamente porque consiste en mirar sólo las armonías operacionales locales que son las que configuran los elementos de la racionalidad causal.

Los problemas humanos se resuelven desde el emocionar en la comprensión que surge de la sabiduría, llevando a un cambio de mirada y de pensamiento, y no desde algún ámbito racional o intelectualizado. En fin, Maturana consideraba que “los problemas huma­nos sólo se resuelven desde la sabiduría”, en la compren­sión que acoge el emocionar humano como lo central en el vivir humano y como el fundamento para el reflexio­nar y actuar que acoge e integra el pensar analógico sistémico y el pensar causal lineal, de cuya integración emerge el pensamiento configuracional. Y en este sentido la sabiduría emerge y se genera sólo desde el amar.

En palabras de Maturana, la emoción que hace posible el mirar sistémico en el que se da la sabiduría en la reflexión y la acción, es el amor. Los seres humanos actuamos siempre, de manera subconsciente o consciente, haciendo lo que queremos hacer desde nuestros deseos, ambiciones, intereses, envidias, preferencias y miedos, aunque afirmemos que hacemos lo que no queremos hacer desde alguna argu­mentación racional. Y es así, según lo dicho por Maturana, “porque son nuestros deseos, preferencias, ambiciones y miedos, lo que determina nuestro argumentar racional al determinar, de manera consciente o inconsciente en cada momento de nuestro reflexionar, que aceptamos premisas a priori como fundamento de nuestro razonar cuando explicamos nuestro actuar”.

Maturana afirmó que las preocupaciones éticas no dependen de la razón, la reflexión ética surge sola y exclusivamente en el espacio de preocupaciones por el otro. “Las reflexiones éticas nunca van más allá del dominio social en que surgen. Por eso, es que una argumentación sobre el respeto, sobre la ética, sobre los respetos humano, no convence a nadie, sino al convencido. Porque no es la razón la que justifica la preocupación por el otro, sino la emoción.” Si yo estoy en la emoción de aceptación del otro, lo que le pasa al otro tiene importancia y presencia para mí, pero si no amo a esas personas, si esas personas no pertenecen a mi espacio de aceptación mutua, no pertenecen al dominio social en el cual yo estoy, lo que les pase, no me interesa, no me preocupa, porque no me afecta. Entonces no hay preocupación ética.

Lo que Maturana dijo es que uno puede hacer reflexiones éticas, pero si no se da cuenta de las condiciones constitutivas de la ética, si no se da cuenta de la ontología de la ética (el amor), simplemente va a hacer discursos maravillosamente académicos que no tienen nada que ver con lo humano.

Maturana creía que lo que sucede es que en este ámbito social los seres humanos no queremos tener la responsabilidad por la presencia del otro junto a uno, no queremos decir que el otro está junto a mí y vive porque yo lo acepto, uno no quiere hacerse responsable de eso. Uno prefiere proyectarse a algo superior que es Dios, la sociedad, el Estado, la obligación de coexistencia con otros, y no partir de algo que está dentro de mí que yo decido aceptar. En el fondo la ética que propuso Maturana es una ética personológica, muy individual y personalizada, pero con una extraordinaria consecuencia social. De ahí que, sería interesante reflexionar sobre la actitud ética, comprender su ontología, hacernos cargo de ella y asumir la responsabilidad que tenemos por el otro. Es decir, aprender la ética, llevarla al plano cognitivo, intelectualizarla, configurarla.

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