La estampa del fracaso

Wensel Valegas

“Hay días extraños en los que, no sé por qué motivo, la gente me mira”.

La Tentación del Fracaso. Julio Ramón Ribeyro.

Transita por los centros comerciales de la ciudad, merodeando, como hacen los perros callejeros, buscando sin saber qué. Sus amigos, viejos como él, muy condescendientes, mueven la cabeza de un lado a otro en un gesto compasivo, que les permite evocar recuerdos alegres compartidos años atrás. “Ahora es la estampa viva del fracaso”, murmuran, viéndolo partir a diario, en los últimos tiempos, a la soledad de su apartamento sin despedirse, con una plena convicción de autosuficiencia. Se reúnen todas las tardes, de lunes a viernes, con la tácita justificación de que la vida social hace bien a la salud mental en ese epílogo de la vida en que se encuentran. Chistes, bromas, recuerdos, anécdotas, comentarios de la vida nacional en términos de política, les convencen de que ese torrente de alegrías evocadas no se puede perder. Solo González es la nota triste que quiebra la tarde en un instante, haciendo que se pierda el entusiasmo. ¿Con quién vive ahora? ¿Qué fue de sus hijos y su esposa? Son preguntas que se hacen todos, a pesar que a nadie del grupo se le pregunta quién es, de dónde viene, qué hizo en su vida de juventud; los interrogatorios jamás fueron considerados. En las reuniones vespertinas, es suficiente que alguien exprese espontáneamente: “Recuerdo cuando era joven…”; o “Bueno, hablando de mujeres, les cuento que mi segunda esposa hizo que me olvidará de la primera…”; “Es cierto, los hijos y los nietos llenan este espacio de vida que nos queda…”. Atentos toman notas de cómo surgen y fluyen los retazos íntimos de las biografías que el grupo interpreta y así cada uno arma su collage personal. Sin embargo, González se volvió un misterio en los últimos años. Lo que se sabe de él son fragmentos esporádicos que se le escapaban en lapsus incontenibles, que los allegados recogen con agudeza. Pero, ¿Quién es González y cómo era su vida?

Dicen que no toma sus alimentos en casa. Desayuna, almuerza y cena, en los restaurantes de los centros comerciales. Se extrañan de que no cuente con alguien que lo atienda. Te fijaste que últimamente anda con la ropa arrugada, creo que se ha descuidado. Los rumores se deslizan en el grupo cuando él no está. Pero es qué González ha sido muy parco, hasta buena persona es, pero cuando los recuerdos le llegan de golpe lo perdemos, se nos va, llevándose su silencio y dejándonos con la palabra en la boca. Nunca ha sido muy conversador, pero se mide diciendo lo justo. Lo recuerdan, alto y elegante, de tez blanca con tendencia a ruborizarse a causa de las emociones; la blancura de sus dientes es un indicio leve de su tímida sonrisa.  Sus pasos son rápidos, seguro de sí mismo. El vientre abultado desentona un poco con su elegancia, sobre todo en los últimos tiempos: “¿te has fijado, que a González el abdomen le ha crecido de un mes para acá?, suelen comentar, como si una pesadez lo consumiera hasta la inacción. ¿Qué secretos guarda González?

Hay días en que él es el que se queda solo en el café. Nos vamos porque en casa nos espera la familia, o una visita está por llegar. En la soledad de la cafetería, su mirada triste le ensombrece su rostro blanco. Ha tomado el café y baja la cabeza sobre la mesa, como un estudiante castigado. Así dormita con sus fantasmas hasta que un empleado le toca sus hombros a ver qué tan vivo se encuentra. Los sábados, ante la ausencia del grupo, solitario, toma su americano en silencio; los pensamientos lo absorben hasta que su barbilla vencida descansa en el pecho y una ligera cifosis cervical se acentúa con el peso de la cabeza, dormitando horas y horas una profunda tristeza. Con los codos apoyados en la mesa, se sumerge en el desvarío y desasosiego del sin sentido de la vida. De vez en cuando, el sueño intermitente lo sobresalta, se despabila, mira extrañado a su alrededor, sabiendo que es indiferente, invisible tal vez; nadie lo determina, asombrado de continuar con vida. De nuevo, el cansancio le trae el aliciente del sueño. ¿Cuál es la imagen que se tiene de González?

Están convencidos de que en el ejercicio de morirse cada uno selecciona su opción preferida. González ha escogido la negación y la resistencia a la vida, blindando el acceso a los secretos que lo mortifican, mostrándolo implacable y duro consigo mismo.

Dicen que su esposa lo abandonó, marchándose al exterior. Sus hijos, también fuera del país, lo llaman diez y doce veces al día, pero González hace caso omiso y las llamadas perdidas se acumulan en su celular como un triste testimonio. Él, que nunca fue un hombre extrovertido, se hunde en el suave silencio del suicidio. El grupo contempla su decadencia con respeto, manteniendo en los recuerdos su alegría mesurada, la prudencia del silencio, la palabra precisa, respetuosa y amable. Están convencidos de que en el ejercicio de morirse cada uno selecciona su opción preferida. González ha escogido la negación y la resistencia a la vida, blindando el acceso a los secretos que lo mortifican, mostrándolo implacable y duro consigo mismo. No obstante, aseguran que tuvo una vida feliz y son esos saldos de felicidad lo que aún lo sostienen, aunque persista en suicidarse lentamente. ¿Qué le pasó a González?

Ya no es aquel hombre elegante, de tez blanca y ojos grises, que atraía la atención con su paso firme y seguro. Su vida se diluye ahora en una silla de ruedas, que recoge sus pasos perdidos. Una cuidadora lo asiste día y noche – contratada por los hijos en el exterior, al enterarse del estado del padre, por alguien del grupo que no dio a conocer su nombre –. González insiste en su visita diaria a los centros comerciales, reunirse con los amigos que le respetan su silencio y la parquedad de su personalidad. En medio del grupo, sonríe con las anécdotas, las bromas y los chistes. Celebran su regreso y observan de reojo que la tristeza de su mirada es remplazada por el brillo de la alegría que le provocan los relatos y las historias ampliadas, nutriendo así las biografías incompletas de cada uno. Al final, sólo queda la inquietud dentro de los amigos al preguntarse, ¿Qué estará pensando González?

González sabe, aunque no lo exprese, que los amigos siempre estarán ahí, para él, a su entera disposición. No se siente juzgado por ellos. Su mirada gris naufraga en medio de la amargura y la decepción por la vida, dando la impresión de haber llevado una vida equivocada. Su actitud ambivalente entre la escucha atenta y los episodios profundos de la memoria que captan su atención, lo muestran derrotado, incapaz de continuar su lucha por la existencia. En su silla de ruedas la vida se ha vuelto más insípida aún. Parece que hablara desde su silencio y el abandono de su mirada: ¿Quién imaginaría que este hombre aquí sentado un día tuvo una ilusión, que viajó a sitios remotos, conoció las estaciones del planeta, sus fríos y calores; que fue empresario de su propia vida, edificando también la de su familia? Que ha perdido el entusiasmo por la vida en medio del abandono y la soledad, sucumbiendo a la impotencia inhibidora contra ese desasosiego que día a día le conduce al suicidio? ¿Por qué no me interesan los míos, y los dejé partir sin importarme sus súplicas? A veces no entiendo porque actúo así. Siento que no está en mí, que no depende de mí. Sólo fluyo en este letargo donde la memoria ha borrado todo recuerdo a los que no tengo acceso, aliviándome. ¿Acaso esto es el fracaso, o la derrota, o la antesala de una despedida para no regresar jamás? La gente me mira y no sé el motivo, están extraño, me siento extraño…

De vez en cuando, el grupo escucha la prudencia de su silencio, que habla por él y lo desmiente. Su vida es un diario íntimo, que explica el desconcierto de la existencia; de las contradicciones sin resolver que lo agobian y que el sueño mitiga y alivia, mientras dormita en la silla de rueda, empujada por la enérgica cuidadora, camino a casa, llevando consigo una soledad que se alarga más cada día. Una vez más, se ha marchado sin despedirse.

One thought on “La estampa del fracaso

  1. Este articulo es un retrato de la llegada a la tercera edad, todos los que estamos en los años jubilares y mas cercanos a la patria celestial, nos sentimos cercanos a González y su grupo de contertulios. Considero que al pasar la barrera de los 60, las complejas sociedades actuales han olvidado la sabiduría y enseñanzas de los adultos mayores.

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