Juancho Polo

Crónicas de un puerto sonoro (5)

Por: Erudino Alma

Desde su más tierna infancia Manuel era un niño frágil, todo fresita, enfermizo, vulnerable y presa fácil de la maldad de otros niños.  Pero se mandaba un carácter para pararse en la raya cuando algo no le cuadraba. Berraquito el pelado. Eso propició que muchas veces lo maltrataran. No obstante, era muy consciente de su lugar en el mundo. Reconocía perfectamente sus distancias, sus aficiones y desprecios. Además de sensible e inteligente, tenía una capacidad excepcional para encontrar belleza en las más oscuras situaciones.

Se le veía a veces estático, como en trance, escuchando aquellas canciones que sonaban en el traganíquel de la cantina que había en su casa y se dejaba arrobar por un sentimiento demoledor. Entonces era “un pájaro tristecito, ese tiene algún misterio, cuando rompe palo con su pico” que se le metía por los poros. El colmo de la poesía vernácula era cuando el cantor exclamaba “Pero déjenlo que cante, déjenlo que alegre, déjenlo que turbe el silencio en la montaña”. Y Manuelito lloraba. Su mamá lo regañaba, que qué boberías eran esas.

Otro día se sorprendió, conmovido, por un verso de otra canción que decía “Aunque todo el mundo me quiere, Alicia murió solita, donde quiera que uno muere, ay hombre, toda la tierra es bendita”. Empezó a interesarse entonces por Juancho Polo Valencia, cuando le dijeron que era el autor de las dos letras. La primera, El Pájaro carpintero, grabada por el propio autor y la segunda, Alicia Adorada, por Alejandro Durán, que era la versión que más se había popularizado.

Pero resulta que Alicia no murió solita. En una segunda canción grabada por Durán, de la autoría de Duque Palomino, puso a dudar y a llorar de nuevo a Manuelito, cuando aclara:

“Alicia/ no murió solita/ porque sus amigos estaban presente(s) en su despedida”. Y da una pista que hasta entonces no se sabía:

“Una mañana de invierno/ que el sol no salió/ estaba de luto el pueblo/ donde ella vivió”. Y los versos más tristes que le daban a la historia un misterio profundo, eran estos:

“Allá en Flores de María / junto a la quebrada/ quedó la casa cerrada/ donde ella vivía”.

Y empezó la leyenda: ¿Qué había pasado con Juancho Polo Valencia? ¿En qué parte de la tragedia aparece? ¿Por qué la casa donde ella vivía quedó cerrada? La historia cuenta que Alicia Hernández, de 16 años, se enfermó y su marido salió para Remolino a buscar unas medicinas, pero en la emoción de las parrandas, en las que iba participando de pueblo en pueblo, regresó a su casa tres días después, solo para encontrar las flores marchitas del velorio y unas caras de recriminación entre los vecinos.

Además de sensible e inteligente, tenía una capacidad excepcional para encontrar belleza en las más oscuras situaciones.

¿Será que Juancho Polo dice que “Alicia murió solita”, porque él no estaba ahí? ¿Qué mecanismos pulsan el alma de un hombre para crear poesías musicales, pero no le alcanzan para ver lo obvio? De Juancho empezaron a tejerse leyendas y anécdotas inverosímiles. Que se había ido para Barranquilla y andaba en el Boliche, una zona deprimida del centro, aunque llena de expertos que arreglan hasta un helicóptero (y queda como original), donde pululan las cantinas y las bandidas, y era la terminal de buses de los pueblos del suroriente. Que otro día lo contrataron para que cantara en una caseta y el tipo vio que al frente había otra caseta con mucho público mientras donde él iba a tocar estaba vacía y dijo “Yo canto es acá” y se metió en la del frente. Alguna vez, unos amigos que iban para Puerto Colombia, a las 7 de la mañana, lo vieron sentado en el sardinel del parque de los músicos reposando una borrachera y se lo llevaron para la playa a continuar la parranda. El único pago era el ron que se tomaba.

Pero volvamos a Manuelito, que a veces su papá le ordenaba que recogiera las botellas de cerveza vacías tiradas en el piso de la cantina. Ahí empezó a ver a un viejo mal vestido, más bien grueso, de sombrero “voltiaó” y abarcas, maloliente, con la oreja izquierda más pequeña y enroscada, liso, eso sí, irrespetuoso, porque andaba detrás de Saturia, una cuarentona quedada, hermana de Manuel, ofreciéndole un reloj como pago de quién sabe qué negocio. Alguien dijo que ese era Juancho Polo. ¡Qué va a ser Juancho Polo ese viejo!

Para ese tiempo el disco que más sonaba era Lucero espiritual, que era más alto que el hombre. Si bien la gente cantaba la letra, nadie entendía.  Era incoherente lo que decía. Más bien surrealista.

“Yo no sé dónde te escondes/ en este mundo historial”

“Yo pensando en esa estrella/tiene figura de un globo/

Yo siempre soy Juancho Polo/ en mi tierra y fuera de ella”

“Pero yo no sé donde te escondes/ en este mundo historial”

Una tarde, Manuel y sus amigos lo vieron durmiendo en un sardinel del mercado, con el sombrero tirado en un costado. Y después se quejaba de que Le robaron el sombrero /Y yo sé quién me lo tiene/ hombrecito majadero/como si fuera mujeres.

 Otro día lo vieron montado en un carro e ‘mula con la “Raya” Blanquicet, y la gente enseguida dijo, de ahí no sale nada bueno. Sabían de la fama de arbitrario que cargaba la “Raya”, y sus bromas memorables por crueles, y ahora juntándose con ese tipo. ¡Agárrense!

En esas épocas los discos de 78 revoluciones no tenían carátula, venían solo envueltos en una bolsa cuadrada de papel rustico marrón con un hueco circular en el centro para que se pudiera ver el sello disquero y el nombre de la canción y el cantante. Así que nadie estaba seguro de si era Juancho Polo el verdadero.

Hasta que en una ocasión montaron una parranda en la cantina de Julio Fango, en el mercado, y ahí fue cuando se supo que Juancho había estado sin acordeón, porque tuvo que empeñarla en una juerga (era el único objeto de valor que cargaba) y apenas había podido recuperarla hasta ese día. La borrachera fue proverbial, la parranda exquisita, la voz de Juancho retumbaba en los bajos del mercado y las paredes se estremecían con su voz poderosa, cantando historias como un juglar, aunque a veces no pronunciara bien las palabras, porque no “Tiene diente ni tiene muela/ pero al cantar es la ciencia” y ahí estaba Manuelito, completamente despabilado, viendo cómo  los remolinos del río arrastraban las flores de batatilla, mientras una lagrima bajaba por su rostro y le mentaba la madre a Juancho en voz baja.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *