Según Maturana, para saber cómo vive cualquier ser vivo es necesario observar las emociones en las que fluye, y viceversa; al conocer cómo vive un ser vivo, es posible distinguir las emociones que sustentan su existencia.
Toda acción se sustenta en una emoción. Toda biopraxis humana es gratificante debido a la emoción. Lo que provoca emoción no es lo que hacemos, sino precisamente la emoción con la que actuamos.
Maturana piensa que no es nuestra razón la que determina en cada instante lo que hacemos o no hacemos, sino nuestras emociones (deseos, preferencias, miedos, ambiciones), y que cada vez que afirmamos que nuestra conducta es racional, los argumentos que esgrimimos en nuestra afirmación ocultan los fundamentos emocionales sobre los cuales esta se apoya, así como aquellos desde los cuales surge nuestra supuesta conducta racional.
Maturana llama conversar al fluir de nuestro emocionar en un curso que ha resultado de nuestra historia de convivencia dentro y fuera del lenguaje, así cambiamos de dominio de acciones y, por lo tanto, cambia el curso de nuestro lenguajear y emocionar.
Según Maturana, si queremos comprender cualquier actividad humana, tenemos que prestar atención a la emoción que define el dominio de acciones en el cual esa actividad se lleva a cabo como una acción y, en el proceso, aprender a ver a las acciones deseadas en esa emoción. De ahí que sea muy difícil comprender el razonamiento de otra persona o una conversación si ambos no están en la misma emocionalidad. Las emociones definen la razón. No hay intelecto sin amor. En este sentido, los seres humanos somos seres emocionales y racionales en un vivir cultural en el que emoción y razón se configuran, y una es inmanente a la otra.
La emoción orienta la vida humana, no es la razón la que guía nuestra actividad. Los conflictos entre los seres humanos se resuelven desde acciones emocionales, desde la cordura y no desde la mirada racional. Los humanos somos seres esencialmente emocionales que hemos utilizado la razón a lo largo de nuestra historia para ocultar o justificar la alta carga emocional de nuestro accionar cotidiano. Y en este sentido no somos seres racionales. De ahí que Maturana nos invita a asumir la responsabilidad por nuestros deseos y emociones y a percatarnos de que en nuestras biopraxis cotidianas se configuran las emociones y la razón en el conversar y que en nuestras decisiones subyace la emocionalidad, no la racionalidad, lo cual no implica desvalorizar la razón, sino reconocer la verdadera esencia y naturaleza del emocionar en la ontología humana, en tanto que determina la acción.
Como se aprecia, según Maturana, el ser humano puede justificar cualquier cosa; nosotros usamos la razón para justificar nuestras emociones. La razón no guía el hacer de la vida cotidiana, sino las emociones. Todas las acciones que un ser humano puede desarrollar en un momento determinado de su vida están determinadas por el emocionar, por cuanto las emociones reorientan el espacio psíquico relacional que se vive en cada momento.
Existe un fundamento emocional de lo racional. En este contexto, una acción es la conducta que un observador distingue con su carácter emocional que la connota. Esto es válido también para el razonar.
Todo argumento racional configura el mundo que las emociones definen y los cambios relacionales que trae consigo tienen consecuencias en nuestro emocionar. De ahí que toda argumentación racional configura el emocionar que surge con él, aunque no lo determina. Por esto, Maturana dice que todo dominio de acción está configurado por una emoción. El razonar surge después del emocionar en la historia evolutiva de los seres vivos. La razón o el razonar, en cambio, surgen mucho después, con el lenguaje en el origen de lo humano.
Las emociones son distintos modos de gustar, de oler, de tocar, de oír, de ver, son distintos dominios de conductas relacionales, distintos modos de estar en el mundo de la vida, en el vivir cotidiano, en las biopraxis humanas.
El modo de comunicarnos y relacionarnos con los demás depende de nuestras emociones. Si cambiamos nuestras emociones, cambiarán también nuestro lenguaje, nuestro razonamiento y nuestro comportamiento. Los seres humanos no somos seres racionales, somos seres emocionales, que utilizamos las coherencias operacionales del lenguaje, a través de la configuración de configuraciones racionales, para explicar y justificar nuestras acciones. De esta manera, la coherencia lógica de una argumentación depende de la racionalidad que se utilice; pero su contenido, su esencia y naturaleza, así como el dominio racional en el cual ocurre, dependen de las emociones, expresado en su escuchar y en su preferencia por uno u otro criterio de validación para su argumentación.
Lo humano se configura en las interconexiones que se dan entre las emociones y las razones. Las biopraxis humanas fluyen en una continua configuración de lenguaje y emociones y como una fluencia de coordinaciones consensuales de emociones y acciones.
Como se aprecia, Maturana ha reiterado en muchas ocasiones que los seres humanos somos seres emocionales como todos los mamíferos, que por existir en el lenguaje y en el conversar, usamos la razón para ocultar o justificar nuestros deseos. Esta afirmación no desvaloriza la razón, por cuanto todo lo que los seres humanos hacemos surge en nuestro ser racional porque lo racional se configura en el operar de nuestras biopraxis en las coherencias en el lenguaje y lo emocional no; las emociones para que aparezcan no necesitan del lenguaje y la razón sí.
Siguiendo junto a Maturana, podemos afirmar que siempre actuamos, consciente o de manera subconsciente, según nuestros deseos e intereses, pero como no siempre somos responsables de ellos, generamos en otros y en nosotros mismos un sufrimiento que no siempre deseamos. Por lo tanto, si queremos actuar de un modo diferente, si queremos vivir un mundo distinto, debemos cambiar nuestros deseos e intereses y, para ello, debemos cambiar nuestras conversaciones, pero tenemos que hacerlo de manera consciente de lo que queremos para reorientar nuestro actuar si este nos lleva en una dirección no deseada. En fin, pienso que las reflexiones que Maturana presenta, relacionadas con la interdependencia entre emociones y razón, muestran que la única salida de esta aparente situación problémica es mediante la recuperación de nuestra conciencia de responsabilidad individual frente a nuestros actos al ver nuevamente que el mundo que vivimos lo configuramos con nuestro quehacer y está determinado por nuestras emociones.
Ya hemos afirmado que en las biopraxis humanas no existen los fines y tampoco existen las decisiones racionales. Todas nuestras decisiones tienen un sustento emocional, no racional. Sin embargo, un abogado, por ejemplo, podría decir: “bueno sí, lo que pasa es que en mi función de magistrado mis decisiones son racionales, por eso se me dificulta la afirmación absoluta”. En este caso, el profesional no se ha percatado de que todas sus decisiones tienen un fundamento emocional y ninguna decisión es racional. Creemos que es racional, pero en el fondo no lo es.
Es cierto que los jueces creen que no pueden decidir con la emoción y los magistrados pensarán que ellos menos podrían decidir con la emoción, porque ellos creen que tienen que elevarse sobre las emociones de los demás y aun sobre sus emociones. Sin embargo, no somos seres racionales, somos seres emocionales. Es imposible decidir sin la emoción porque toda actividad humana, incluyendo la decisión de los jueces y magistrados, se sustenta en una emoción. Y la principal emoción que caracteriza al ser humano en sus biopraxis es el amor.
Es imposible actuar sin emociones porque la emoción es lo que funda la acción. Toda acción, incluida la acción judicial y lingüística, es generada por una emoción. Si no hay emoción, no hay vida. Y los jueces podrían objetar: “pero muchas veces nos toca decidir por encima de nuestras creencias, a algunos jueces les ha tocado decidir un aborto sin estar de acuerdo”. A ellos yo les contestaría: en ese caso, la emoción de fondo los llevó a decidir un aborto. La decisión se sustentó en una emoción, no en la razón, pero lo justifican racionalmente. Por supuesto, aquí debemos aclarar que no es lo mismo creencia que emoción. Lo que sucede es que le ponemos una justificación racional a nuestras decisiones para ocultar nuestra emoción porque creemos que la emoción no vale y que lo que vale es la razón. En este sentido, la razón se convierte en un instrumento para justificar nuestras decisiones y ocultar el carácter emocional de estas.
El abogado podría argumentar que la decisión judicial, por lo general, no dice nada de lo que está sintiendo el juez y que cuando pueden hacerlo, es maravilloso para ellos decidir un aborto por ley y porque hay que aceptar la diversidad, a lo que yo diría que la razón existe porque existe el lenguaje, la emoción no. La emoción no requiere de lenguaje. Por eso el carácter emocional de nuestras decisiones se solapa con la razón expresada mediante palabras. En este caso, él muestra su emoción de aceptar porque él pudiera no aceptar. Nadie lo obliga. Sencillamente él cambia de emoción y decide. No es racional la decisión, sino emocional.
Si está obligado si es juez, creo que eso y la decisión gubernamental generalmente no responden a la emoción, diría el abogado, lo que quiere decir es que la emoción la puso el legislador y los jueces solo la cumplen y hacen lo que pueden, pero en realidad no es así. Lo que sucede es que el juez cambia de emoción y oculta la emoción con la decisión aparentemente racional. Tiene que renunciar, refutaría el abogado. Exacto. Entonces la cumple porque desea cumplirla y el deseo es una emoción. Aunque sea juez, puede cambiar de emoción y negarse. Si lo acepta es porque desea aceptarlo y eso es emocional. Si él no deseara aceptarlo, pues no lo aceptaría.
La emoción no es solo la carrera del abogado, la emoción es la vida misma. Pero en el mundo occidental inmersos en un paradigma racionalista fragmentador no reconocemos el fundamento y sustrato emocional de nuestras biopraxis. Desvalorizamos lo emocional y por eso lo ocultamos, queriendo hacer ver que las decisiones son racionales cuando en realidad no lo son.
De no aceptar las leyes, el juez tendría que renunciar a su carrera. Perfecto. ¡Que renuncie! Si no renuncia, está decidiendo no renunciar. Y la decisión de no renunciar es emocional, no es racional. Ese es su deseo. En todo en la vida actuamos porque lo deseamos así, no porque lo pensamos así. Las decisiones se basan en deseos, no en razones. Es difícil comprenderlo porque hemos sido educados en un paradigma que privilegia lo racional por encima de lo emocional. Y se desvalida a las emociones. Pero si analizamos la ontología de los seres humanos como seres vivos, vemos que toda acción es emocional, no racional. La razón surge con el lenguaje. Y el ser humano surgió antes que el lenguaje. Si reconocemos esto, podemos decidir mejor en la vida porque sabemos que no lo hacemos sustentándonos en la razón, sino en la emoción, y entonces podemos cambiar la emoción para que cambie la decisión. Creer no es lo mismo que emocionar. Eso es lo que nos diferencia de los animales no humanos. Que ellos no reflexionan y nosotros sí. Y con nuestras reflexiones podemos cambiar nuestras emociones y así tomamos otras decisiones.
Lo que sea que hagamos, cualquier decisión, incluyendo las políticas del Gobierno, decisiones oficiales y legislativas, son emocionales, no son racionales. ¿Pero eso no es muy subjetivo?, diría alguien. No existe nada humano en el mundo que sea totalmente objetivo, todo es subjetivo. Para el ser humano no hay objetividad, porque con su observar y con el lenguaje configura un mundo, su mundo, y eso es subjetividad humana. Otra cosa es el subjetivismo, que está relacionado con la doxa, con la opinión.
El derecho es una creación humana. No hay derecho sin lenguaje. Ante todo somos seres vivos, seres humanos, vivimos en el lenguaje. Entonces tenemos que analizarnos desde nuestra configuración biológica. Y desde lo biológico determinamos lo psíquico y lo social. Sin duda, el derecho rige la sociedad, sin él nos mataríamos. Pero el derecho rige la sociedad a través de nosotros como seres vivos y mediante el lenguaje. El derecho es una relación y diferenciación que puedo distinguir al hablar de justicia, convivencia y demás. Es un pacto social. Por eso es que el sustento del derecho es emocional y no racional, porque lo que caracteriza las biopraxis humanas es la emoción, no la razón. Y el derecho como pacto social se funda en la emoción del amor. En efecto, el pacto social se funda en la emoción del amor. No hay sistema social sin amor. Sin embargo, en la escena académica se disfraza la emoción con la razón. Existen muchas personas que las censuran de excesivamente racionales, pero sienten que en su corazón en cada decisión que toman y en toda su vida hay mucho amor. Pueden parecer muy racionales porque ocultan sus emociones y las cambian constantemente y se solapan con la razón, pero en el fondo son muy emocionales. Ahora bien, si no nos movemos en la misma emoción, pues, por supuesto, que no vamos a coincidir en la razón. Por eso, en los diálogos de paz entre seres humanos es muy difícil un acuerdo si pretenden hacerlo desde la razón o desde emociones diferentes. Para que haya acuerdo, debemos saber qué nos mueve. Para que haya paz y comprensión entre los seres humanos, siempre debemos fluir en las mismas emociones, de lo contrario, no hay amor, sino hipocresía, indiferencia, rechazo o incluso destrucción.
Mucha gente se pregunta cómo hacemos para organizar las emociones, si en definitiva hacemos y pensamos lo que sentimos. Las emociones configuran códigos de los cuales no nos podemos librar. No nos podemos librar de nuestras emociones, son inmanentes a nuestra configuración biológica. Las emociones configuran nuestra praxis cotidiana. Sin emociones no hay vida. Solo los muertos no tienen emociones. Y cada emoción determina una acción. Para determinar la acción humana, debes observar la emoción. Y para determinar la emoción, debes observar la acción.
Si hay una emoción que reiterativamente marca mis decisiones y estas no son las mejores, puedo redireccionar y reorientar mis emociones. Puedo cambiar mis emociones y decidir diferente. Lo importante es que reconozca eso, que admita que mis decisiones no son racionales, sino emocionales. Si una persona reconoce eso, entonces puede cambiar o modificar su emoción. Y si cambia su emoción, cambia su vida.
Existen personas que afirman que no pueden jamás tener emociones debido a sus pensamientos. Es exactamente al revés. Tus pensamientos emergen a partir de tus emociones. Son las emociones las que determinan tu actuar y por eso se cambian, no los pensamientos. Los pensamientos solo cambian si cambian las emociones. Nosotros, con nuestra reflexión, modificamos nuestras emociones. Pero la razón depende de la emoción porque es la emoción quien determina la actuación. Los seres humanos actuamos según pensamos, pero pensamos según sentimos. El gran filósofo Descartes estaba equivocado. No existo porque pienso, existo porque me emociono. Y esto es así para todos los seres humanos, sin excepción. Y cuando reflexionamos para cambiar nuestra emoción, eso también es una emoción. Deseas reflexionar para modificar tus emociones y tomas la decisión de reflexionar basada en tu deseo de reflexión. Pero si no deseas reflexionar, no lo haces y entonces la emoción se conserva y determina tu actuación. Por lo tanto, la racionalidad es una herramienta insuficiente para la valoración de las configuraciones humanas que trascienden la condición y experiencias del ser humano como especie y de los principios que operan en un nivel no físico.
No somos racionales, lo que sucede es que vivimos en el lenguaje y con las conversaciones decidimos nuestro curso y por eso pensamos que eso es racional, pero en verdad es emocional, es un deseo. Definitivamente, somos emocionales, creo que hasta la razón es una emoción. Por ejemplo, al decir: “me gusta ser racional y psico-rígida”, ya nadie puede decirte que eso es racional, es emocional, porque dices: “me gusta”, y el gusto y el deseo son una emoción, no una razón.
El gran error de Descartes fue separar la mente y el cuerpo y reducir la existencia humana al “Cogito, ergo sum”, al pensamiento, no a la emoción. Si hubiese dicho: “Emotio, ergo sum”, la sociedad actual sería diferente.
No es que usemos la razón con el propósito de justificar u ocultar algo, no lo hacemos intencional, es que esa es nuestra ontología humana, así somos, emocionales, pero no queremos reconocerlo. Entonces, mediante la razón, sin proponérnoslo, justificamos y ocultamos el carácter emocional de nuestras acciones. Lo negamos, porque creemos que somos racionales, pero en realidad somos emocionales.
Nadie reconoce que sus decisiones tienen un sustento emocional, todos afirmamos que nuestras acciones son racionales, y con la razón ocultamos y justificamos el sustrato emocional de nuestras acciones. Por ejemplo, tú tomas decisiones en tu vida y las justificas racionalmente, para no reconocer que el fundamento de tu decisión es emocional. Y es así porque son los deseos los que te guían, no la razón.
No hay pensamiento sin emoción. Nuestros pensamientos están hechos de emociones, afectos y sentimientos. El sentir determina el pensar y este determina el actuar. Actuamos acorde a nuestro pensamiento, a nuestra razón, pero pensamos y razonamos acorde a nuestras emociones y sentimientos. Dime lo que estás sintiendo y te diré lo que estás pensando, dime lo que estás pensando y te diré lo que eres capaz de hacer y decir. Lo que hacemos y decimos en nuestra cotidianidad depende de lo que sentimos, de nuestras emociones. No hay acción sin emoción.
La reflexión es una emoción; cuando reflexionamos lo hacemos porque hemos tomado la decisión de hacerlo y el acto de tomar la decisión de reflexionar no es racional, sino emocional. Cuando la razón toma conciencia de la emoción es porque hay otra emoción activa, la propia razón es emocional. Ontológicamente hablando, la razón no existe. No existe el pensamiento. La razón y el pensamiento son conceptos creados por los seres humanos para dar cuenta de un acto emocional. La razón es una configuración conceptual. El pensamiento es una configuración conceptual comprensiva. Lo único que en realidad tenemos son las emociones y estas guían nuestras acciones. Es lo que yo denomino biopraxis humanas, eso es lo único que tenemos. Pensar es vivir y vivir es pensar. Y en nuestras biopraxis cotidianas subyace la emoción. La razón y el pensamiento son una configuración lingüística. La conciencia es una relación emocional entre humanos, el “yo” no tiene existencia ontológica. Yo existo porque existe el otro, o porque reflejo otro en mí mismo. El yo es una relación, la mente humana es una relación con otro o conmigo mismo. Conciencia significa “darse cuenta” y nos damos cuenta cuando sentimos, no cuando pensamos o razonamos. Estar consciente es sentir, emocionarse, y a la reflexión que hacemos de esa emoción o sentimiento le llamamos razón o pensamiento, pero en realidad es solo un concepto creado por el ser humano para dar cuenta de una acción “superior” (pensar, razonar).
Los seres humanos somos los únicos seres vivos que tenemos la capacidad de modificar y cambiar nuestro mundo y a nosotros mismos mediante el lenguaje, a través de la reflexión, del discurso, creando una nueva cultura. Y ese acto reflexivo no es racional, es emocional, porque para hacer la reflexión debemos querer hacerla, debemos desearlo, y esa acción de desearlo y quererlo es emocional, no racional. Por eso es que podemos afirmar que los seres humanos no somos racionales, sino emocionales, y utilizamos la razón para justificar u ocultar las emociones que subyacen en nuestras acciones, porque a lo largo de la historia hemos subvalorado las emociones y le hemos dado mayor importancia a la razón.
Lo que debemos hacer es reconocer nuestra ontología humana, reconocer el carácter emocional de nuestras acciones y hacernos cargo de ellas, asumir sin miedo nuestras emociones, no ocultarlas, vivenciarlas, hacer que emerjan y asumir las consecuencia de ello, redireccionarlas, vivirlas a plenitud y no ocultarlas o justificarlas mediante la “razón”. Ese fue precisamente el error de Descartes: subordinar la existencia humana a la razón, y quizá por eso nuestro mundo no es como lo deseamos. Nuestro mundo sería muy diferente si Descartes, en vez de decir “Cogito, ergo sum”, hubiese dicho “Emotio, ergo cogito, ergo sum”, o mejor: “Emotio, ergo sum”, y mucho mejor: “Amo, ergo sum”.
Los seres humanos utilizamos la razón para ocultar o negar nuestro fundamento emocional y es por ello que somos seres eminentemente emocionales. Cada vez que alguien te diga que debes ser racional, lo que te está diciendo es: debes hacer lo que yo digo. A veces no conversamos para ponernos de acuerdo con los demás y llegar a un consenso porque queremos tener la razón, dominar y controlar. Los seres humanos tenemos teorías para todo, creamos teorías para justificar todo, incluso la negación, el rechazo, la discriminación y la exclusión, y así no puede haber acuerdos ni consenso, porque no podemos conversar desde teorías contrarias, debemos estar dispuestos a conversar, poniendo entre paréntesis nuestras teorías y creencias, y no negar al otro antes de conversar con este. Esto demuestra el fundamento emocional de la racionalidad humana. En última instancia, la verdadera comprensión de estos asuntos solo es posible por medio de la experiencia personal, es decir, no desde la razón, sino desde las emociones, que son las que nos permiten comprendernos y sacar a flote nuestro temperamento, a través de la convivencia humana.