Cerebro, felicidad y amor

Temperamento

Durante siglos y siglos, los padres han sabido que los niños vienen a este mundo con un temperamento innato. Las neurociencias han confirmado esta intuición popular. El científico Jerome Kagan fue el primero en demostrarlo. El temperamento humano es un concepto complejo y multidimensional que hace referencia al modo particular como cada persona responde emocional y conductualmente a los sucesos externos. Estas respuestas son bastante fijas e innatas y puede observarlas en su bebé poco después de su nacimiento.

Con frecuencia confundimos el temperamento con la personalidad, pero, desde una perspectiva científica, no son lo mismo. Los psicólogos experimentales suelen describir la personalidad en términos mucho más cambiables, como la conducta configurada fundamentalmente por factores familiares, sociales y culturales. El temperamento influye en la personalidad tal como los cimientos influyen en la construcción de una casa, pero no son la personalidad. Esta se relaciona más con el carácter. Temperamento y carácter no son lo mismo. Con el temperamento se nace, con el carácter no. Este se forma, se desarrolla, se configura y le da sentido y dirección a la personalidad.

A Kagan le interesaba especialmente uno de los aspectos del temperamento: la reacción de los bebés al verse expuestos a cosas nuevas. Y descubrió que la mayoría percibe las cosas nuevas con tranquilidad; miran los juguetes nuevos con calma, curiosos y atentos a la nueva información. Pero algunos son más nerviosos, más irritables, y Kagan quería encontrar algunas de estas almas más sensibles para seguirlas a medida que crecían. Los bebés 1 a 18 encajaban en el primer modelo; estos bebés tranquilos tienen un temperamento de baja reactividad. La bebé 19 era completamente diferente. Ella, y los bebés como ella, tienen un temperamento de alta reactividad.

Kagan descubrió en su prestigiosísima investigación que el temperamento se mantiene sorprendentemente estable con el paso del tiempo. En el experimento participaron quinientos bebés, empezando a los cuatro meses de edad, y fueron catalogados como de alta o baja reactividad. Kagan volvió a evaluarlos a los cuatro años, a los siete, a los once y a los quince; algunos incluso después. Y descubrió que los que habían sido catalogados como de alta reactividad eran cuatro veces más propensos a manifestar una inhibición conductual a los cuatro años, con la conducta clásica de la bebé 19. Hacia los siete años, la mitad de estos niños había desarrollado alguna forma de ansiedad, frente al 10 % del grupo de control. En otro estudio, realizado con cuatrocientos niños, solo el 3 % cambió de comportamiento después de los cinco años. Kagan llama a esto “la larga sombra del temperamento”.

En el momento en que escribo estas líneas, agosto del año 2022, tengo dos hijos colombianos pequeños, Alejandro Luis, de 7 años de edad, y Alexander Manuel, de 10 años. Sus temperamentos refrendan los hallazgos de Kagan. Alejo es el príncipe de la felicidad: socialmente intrépido, desmedido y enérgico, muy dado a la conversación, a la broma, la risa, el baile, el juego. Es muy seguro y extraordinariamente efervescente. Al entrar en una sala de juegos llena de niños desconocidos, Alejandro comienza varias charlas simultáneas, observa el lugar en busca de los juguetes y después juega durante horas con todos sus nuevos amiguitos. Su hermano es todo lo contrario: temeroso, vacilante, entra de puntillas a la sala de juegos después de haberse apartado de su mamá a regañadientes y, una vez allí, encuentra un rincón seguro donde quedarse jugando solo. No explora y se asusta cuando algún niño trata de decirle algo. Alex es como la bebé 19 que describe Kagan.

Los niños de temperamento de alta reactividad componían el 20 % de la población de los estudios de Kagan. Sin embargo, cómo evolucione un bebé de temperamento de alta reactividad depende de muchas cosas. Cada cerebro tiene su propio cableado, de modo que no todos los estados cerebrales despiertan los mismos comportamientos. Además, la alta o baja reactividad es solo una dimensión del temperamento. Los investigadores estudian todo, desde el tipo de angustia, la capacidad de atención, la sociabilidad, el nivel de actividad y la regularidad de las funciones corporales. Estudios como el de Kagan no pronostican en qué se convertirán estos niños, sino más bien en qué no se convertirán, es decir, no llegan a conclusiones sobre destinos, sino sobre tendencias. Los niños de temperamento de alta reactividad no serán exuberantes ni extrovertidos ni efervescentes ni temerarios. Alexander nunca será como Alejandro. Y con esto no quiero decir que un niño es peor o mejor que el otro. Sencillamente, son diferentes. Esto es muy importante para los padres que comparan a sus hijos y los educadores que comparan a los seres humanos y les exigen que uno debe ser como el otro. Fatal.

Ahora bien, tener un temperamento de alta reactividad no siempre es una condición negativa, esto tiene su lado positivo. Kagan advirtió que, a medida que se abrían camino por entre la vida escolar, la mayoría de estos niños eran exitosos académicamente, aun cuando fueran un manojo de nervios. Tenían muchos amigos y eran menos propensos a manejar de manera imprudente, consumir drogas o quedar embarazada. Medina cree que esto se debe a una necesidad de adquirir mecanismos de compensación, impulsados por la ansiedad.

Las investigaciones sugieren que los niños nerviosos tienen más probabilidad de cumplir los deseos de sus padres, sacar mejores notas y socializar mejor, porque son más sensibles a su entorno, incluso si se quejan de que tenemos que guiarlos a lo largo de toda su vida. Siempre y cuando sus padres y educadores jueguen un papel amoroso y activo en la configuración de la conducta de sus hijos y seres humanos, hasta los más susceptibles desde el punto de vista emocional crecerán y se educarán muy bien.

Kagan solía contratar a personas con temperamento de alta reactividad durante su carrera investigativa. En una entrevista con The New York Times, expresó sus razones: “Son compulsivos y no cometen errores; son muy cuidadosos al codificar los datos”.

Como se aprecia, es posible estudiar y observar el temperamento desde el nacimiento y se mantiene estable con el tiempo, pero esto no significa que los genes lo controlan totalmente. Como vimos con los niños de la tormenta de hielo, es posible configurar un niño estresado con el simple hecho de aumentar las hormonas del estrés de la madre.

La participación de los genes en la conducta humana no es un hecho científico, sino una pregunta científica de larga data. Y lo seguirá siendo por muchos años más. Felizmente, está en proceso de investigación. Hasta el momento, los estudios realizados con gemelos han mostrado que no hay ningún gen responsable del temperamento. Las investigaciones genéticas empiezan casi siempre con gemelos y el modelo por excelencia son los gemelos separados en el nacimiento y criados en hogares diferentes. Es decir, el temperamento no es una configuración biogenética, sino una configuración neuropsicológica, o sea, no tiene un origen genético, sino cerebral, por lo tanto, su cimiento no son los genes, sino las neuronas. No obstante, se han aislado unos cuantos genes que podrían explicar uno de los fenómenos más desconcertantes de toda la psicología del desarrollo: el niño resiliente.

Algunos investigadores han dedicado toda su vida y su carrera científica a tratar de desentrañar los secretos de una personalidad resiliente. Los genetistas se han unido hace algunos años a estudiar la resiliencia y los sorprendentes resultados representan lo más avanzado en la investigación actual sobre la conducta, ya que han descubierto tres genes de la resiliencia.

Así como lo lees. Si bien es cierto que el comportamiento humano es gobernado por la acción colegiada y mancomunada de cientos de miles de genes (aproximadamente 34 mil genes), existen genes dominantes y genes auxiliares.

Existen niños que nacen con sensibilidad al estrés y otros con resistencia al mismo. Y el hecho de que los neurocientíficos vinculen estos hallazgos con una secuencia del ADN significa que podemos afirmar, de manera responsable, que tiene una base genética. Esto significa que los padres o educadores no pueden cambiar esta influencia sobre la conducta de sus hijos o seres humanos, así como tampoco pueden cambiar el color de sus ojos o de su piel. No obstante, sin lugar a dudas, el ambiente sociocultural también influye en la configuración de nuestra personalidad. Es sabido que un escenario psicológico positivo es estimulante para sostener relaciones emocionales estables basadas en la empatía.

Empatía

En el año 1972, los sociólogos Edward Jones y Richard Nisbett argumentaron la hipótesis de que la asimetría perceptiva es la base de la mayoría de los conflictos, de ahí que estos deben resolverse a partir de construir un puente sobre esta asimetría. Según estos autores, la gente ve el origen de las conductas de los demás en rasgos inherentes e inmutables de su personalidad, pero asigna el origen de sus propias conductas a limitaciones situacionales solucionables. Por ejemplo, si un educador llega tarde a una reunión, atribuye su tardanza al tráfico, es decir, una situación fuera de su control, pero su jefe se la atribuye a la irresponsabilidad del educador por no tener en cuenta el tráfico. Esta es la asimetría perceptiva: el educador se sustenta en una limitación situacional, mientras que el jefe se basa en las particularidades de la persona. Asimismo, cuando discutimos con alguien, creemos que siempre tenemos la razón, que somos totalmente objetivos y no tenemos ningún tipo de sesgo y asumimos que la otra persona es totalmente subjetiva, está llena de prejuicios y no tiene ni idea de lo que está hablando.

Estas asimetrías perceptivas tienen su génesis en la introspección y la extrospección, dos procesos muy bien estudiados por las neurociencias cognitivas. La introspección nos permite acceder a la información detallada sobre nuestro interior psicológico, nuestras motivaciones e intenciones. Es decir, todos los seres humanos sabemos lo que pretendemos decir o comunicar en un momento determinado. Pero nadie más tiene la posibilidad de acceder a dicha información. Nadie puede leernos la mente. La extrospección es el mecanismo que les permite a los demás obtener información sobre nuestros estados internos y nuestras motivaciones, a partir de lo que dicen nuestras palabras y lo que demuestran nuestros cuerpos y rostros.

Todos los seres humanos vivimos ajenos a los límites de la información extrospectiva, ya que sabemos cuándo nuestras acciones no se corresponden con nuestros pensamientos y sentimientos, pero olvidamos que los demás no tienen esa información. La mayoría de los conflictos humanos está dada en la tensión entre la información introspectiva y la extrospectiva. Para disminuir el conflicto entre los humanos, es esencial lograr mayor simetría entre la introspección y la extrospección, es decir, lograr que coincidan lo más posible lo que yo pienso de mí mismo y lo que los demás piensan sobre mí. El puente o viaducto que conecta la vía introspectiva con la vía extrospectiva es la empatía.

La empatía es un proceso neuropsicológico muy asertivo ya que no busca una solución, sino una comprensión. Cada año se publican decenas de estudios sobre la empatía. Medina sintetiza su definición con tres ingredientes clave:

  • Detección afectiva

En primer lugar, la persona debe detectar un cambio en la disposición emocional del otro. Esto se relaciona con la expresión externa de una emoción o un estado de ánimo, usualmente asociada con una idea o una acción. Los niños autistas no suelen llegar a este paso, es muy raro que manifiesten empatía.

  • Transposición imaginativa

Tan pronto una persona detecta un cambio emocional, transpone lo que observa a su propio interior psicológico, es decir, se pone en el lugar del otro, se coloca en sus zapatos, o sea, asume los sentimientos percibidos como si fuesen propios, luego reflexiona sobre su reacción en circunstancias similares.

  • Formación de vínculos

Las personas empáticas siempre son conscientes de que la emoción le sucede a la otra persona, nunca al observador.

Debido a lo anterior, la empatía es poderosa, pero también tiene límites, debido a que la emoción nunca es de quien observa. Es imposible que usted pueda sentir lo que está sintiendo el otro. Puedes consolarlo, ayudarlo, brindarle colaboración, mas no sentir como esa persona. No es posible pensar o sentir los pensamientos y sentimientos de otra persona. Pero sí es posible sentir dolor o felicidad a causa del sufrimiento o alegría de los demás. No sientes el dolor de ellos, sientes tu propio dolor.

Como se aprecia, la capacidad de percibir las necesidades de otra persona y responder con empatía juega un papel importante en las habilidades sociales y la felicidad de los seres humanos. La empatía hace buenos amigos. Para tener empatía, es preciso cultivar la capacidad de escudriñar en los interiores psicológicos de las demás personas, es decir, comprender con precisión los sistemas de recompensa y castigo de las personas, para responder con amabilidad y comprensión. La empatía ayuda a unir a las personas, proporcionando a sus interacciones una estabilidad a largo plazo.

La empatía es un tipo específico de actividad neuronal que puede medirse fácilmente. Las neurociencias han constatado que todos los niños no tienen el mismo grado de empatía. Los niños autistas, por ejemplo, carecen de la capacidad de detectar cambios en los estados emocionales de los demás. No pueden decodificar los interiores psicológicos de otra persona al mirarla. No pueden descubrir las motivaciones o predecir las intenciones de los otros. Algunos investigadores consideran que carecen de la actividad reflexiva de las neuronas. No obstante, esta ausencia de empatía no es una cualidad solo de los niños autistas. La empatía no es un atributo altamente desarrollado en todos los seres humanos. Existen personas muy empáticas por naturaleza y otras que tienen una comprensión emocional mínima.

En el proceso de manifestación de la empatía, subyace una configuración neurobiológica, incluso biogenética. Recuerdo la primera vez que vacunaron a mi hijo Alexander Manuel. El pequeño se percató de que estábamos en la clínica no solo para que el médico lo observara, sino que algo más se estaba tramando en aquel lugar. Me abrazó fuerte y empezó a enroscarse entre mis brazos. Yo sabía que los siguientes minutos iban a ser terribles, no solo para él, sino para mí también. Su dolor es el mío. Me duele mucho cuando mis hijos lloran. No me gusta verlos sufrir. Sin embargo, en esos momentos debía sostener a Alex con firmeza entre mis brazos para mantenerlo quieto mientras el doctor lo inyectaba. “¿Me van a puyar papá?”, me pregunta el niño casi con lágrimas en los ojos. No sabía qué responderle en esos momentos. Sus ojos se quedaron fijos mirando los míos cuando la aguja entró en su bracito indefenso, se sentía traicionado por su héroe, su papá lo había engañado, y así me lo hizo saber con cara de decepción. Su frente se arrugó y comenzó a gritar. A mí también me dolió el brazo. Es culpa de mi cerebro.

Sin lugar a dudas, al observar el dolor en el brazo de mi hijo, las neuronas que gobiernan la capacidad de experimentar el dolor en mi brazo cobraron vida de manera repentina. No me habían puesto ninguna inyección, pero esto no le importó a mi cerebro, que estaba reflejando el hecho, experimentando y vivenciando, literalmente, el dolor de alguien que me importa muchísimo: mi pequeño hijo. No tenía nada de raro que me doliera el brazo. Esto es la empatía, resultado de las neuronas espejo, que se activan al unísono cuando nos encontramos con la experiencia de otra persona, cuando dicho evento nos duele y no somos indiferentes a dicha situación.

Los neurocientíficos creen que estas neuronas con propiedades reflexivas tienen muchas formas. En mi caso particular, ese día experimenté los espejos más íntimamente relacionados con el dolor en las extremidades. También activé neuronas motoras que controlan el deseo de mi brazo de salir de una situación muy dolorosa. Es como tener un vínculo directo con la experiencia psicológica de otra persona. Es evidente que la empatía no es solo un simple fenómeno sentimental, sino que tiene profundas raíces neurofisiológicas y podría ser la base de la felicidad humana.

Felicidad

Lo anterior es muy importante para la psicología, para la pedagogía y para la didáctica, por cuanto las actividades de interacción con los seres humanos deben estar encaminadas precisamente a crear emociones positivas en dichos sujetos.

Davidson afirmó que la felicidad es algo que podemos cultivar deliberadamente por medio del entrenamiento mental que afecta al cerebro. Una persona puede lograr, intencionalmente, impactar en las zonas cerebrales que controlan los afectos, emociones y sentimientos, provocar transformaciones físicas allí, crear y/o modificar redes y circuitos de comunicación afectiva entre las neuronas, mediante sinapsis de felicidad.

¡Sí, así como lo lees!, la felicidad se educa, de ahí que el ser humano puede aprender a ser feliz, es decir, puede entrenarse en la felicidad, con atención, concentración, esfuerzo, práctica, persistencia, voluntad, puede constreñir a su cerebro para que este, a su vez, fabrique, genere y produzca sentimientos de felicidad.

Al igual que lo afectivo regula lo cognitivo, se puede lograr lo contrario con una actividad profunda, amplia e intensa de ejercicio intelectual, se puede lograr que lo cognitivo genere lo afectivo, es decir, podemos rediseñarnos como realmente queramos, podemos ser lo que deseemos si así nos lo proponemos de manera consciente e intencional, y si concebimos, estructuramos, ejecutamos y evaluamos un plan riguroso de entrenamiento mental y emocional. Ahora bien, para comprender a plenitud de una manera satisfactoria el comportamiento humano, su mente y su cerebro.

Podemos ser mejores seres humanos, mejores educadores o ser humanos, podemos cambiar, podemos automodelarnos, automodificarnos, autoconfigurarnos como queramos.

Para lograr cambios físicos significativos en la actividad cerebral, es necesario que el ser humano muestre un alto desarrollo de sus procesos volitivos. La neuroplasticidad y la capacidad del cerebro para cambiar como resultado del entrenamiento mental cuestionan el papel de los genes en la conducta.

Todos los seres humanos queremos ser felices. Independientemente de lo que asumamos como felicidad, sabemos que es lo contrario a estar tristes o sufrir o sentir dolor. Es más fácil definir la felicidad por lo que no representa que por sus rasgos distintivos. Es muy difícil definir qué es realmente la felicidad. Es un término muy polisémico, ambiguo, engañoso e incluso resbaladizo. La felicidad es lo contrario a la desdicha, la desgracia o la adversidad. Es muy difícil encontrar a una persona deseosa de que su vida sea un infortunio. Ninguna persona psicológicamente apta desea ser un fracasado o sufrir o sentirse mal. La felicidad implica estar bien, sentirse bien, vivir una vida plena, agradable y placentera. Es por ello que el anhelo común de todos los seres humanos, independientemente de su diversidad, es la felicidad.

La mayoría de los seres humanos nos referimos a la felicidad como una emoción: deseamos ser felices, es decir, deseamos experimentar en nuestra cotidianidad un estado psicológico positivo. Otros desean ser emocionalmente estables. Algunos se refieren a la seguridad o la moralidad, desean conseguir un buen empleo o un buen esposo o esposa.

A la mayoría de las personas se les dificulta definir la felicidad. A los neurocientíficos también. Daniel Gilbert, notable psicólogo de la Universidad de Harvard, propone tres definiciones de la felicidad:

  • Felicidad emocional

Este tipo de felicidad es un sentimiento (emocional) afectivo, una experiencia subjetiva, un estado mental pasajero, incitado por algo, pero no atado necesariamente a algo objetivo en el mundo real. Usted se deleita con ver una película, disfruta el color rojo, goza montando patines, se emociona con las aguas cristalinas de un río o se siente satisfecho con un vaso de jugo. La mayoría de las personas se refiere a este tipo de felicidad.

  • Felicidad moral

Este tipo de felicidad se entrelaza con la virtud, está más cerca de un conjunto filosófico de actitudes que de un sentimiento subjetivo espontáneo. Si usted vive una vida buena y correcta, llena de significado moral, es probable que se sienta profundamente satisfecho y contento. Para describir esta idea, Gilbert usa la palabra griega eudaimonia, que Aristóteles definió como “vivir y actuar bien”. Eudaimonia significa, literalmente, “tener un buen espíritu guardián”.

  • Felicidad sentenciosa

Este tipo de felicidad está seguida por las palabras “de”, “por” o “porque”. Usted es feliz de ir al cine, es feliz por un amigo al que le acaban de regalar una moto, es feliz porque aprobó una entrevista laboral o el examen de ascenso en el trabajo. Este tipo de felicidad implica una sentencia sobre el mundo, no en términos de un sentimiento subjetivo efímero, sino como una fuente de sentimientos potencialmente placenteros, ya sean pasados, presentes o futuros.

¡Sí, así como lo lees!, la felicidad se educa, de ahí que el ser humano puede aprender a ser feliz, es decir, puede entrenarse en la felicidad, con atención, concentración, esfuerzo, práctica, persistencia, voluntad, puede constreñir a su cerebro para que este, a su vez, fabrique, genere y produzca sentimientos de felicidad.

Según el investigador Martin Seligman, uno de los psicólogos más respetados del siglo XX, existe una tendencia genética a la felicidad o a la tristeza. Seligman fue uno de los primeros en vincular directamente el estrés con la depresión clínica. Sus investigaciones anteriores estuvieron relacionadas con perros sometidos a electrochoques, hasta el extremo de desarrollar la impotencia aprendida. Años después, quizá en reacción a esto, dio un giro en sus investigaciones y su nuevo objeto de estudio fue el optimismo aprendido.

Luego de investigar el optimismo aprendido durante varios años, Seligman concluyó que todos venimos al mundo con una especie de “punto de ajuste” de la felicidad, algo así como un termostato conductual. Es una noción basada en las ideas del fallecido David Lykken, de la Universidad de Minnesota. El punto de ajuste de algunos niños está programado en alto: son felices por naturaleza, sin importar las circunstancias que les arroje la vida. Mientras que el de algunos niños está programado en bajo y son depresivos por naturaleza, sin importar las circunstancias que les arroje la vida. Los demás están en la mitad.

Puede que esto suene un poco determinista, y lo es. De hecho, Seligman cree que podemos mover la aguja un par de grados, pero, en general, tendemos a mantenernos alrededor del centro que Dios o mamá Natura nos haya dado, incluso tiene una fórmula, la “ecuación de la felicidad”, para medir cuán feliz es una persona. Se trata de la suma de ese punto de ajuste más ciertas circunstancias de la vida y los factores que están bajo nuestro control voluntario. No todo el mundo está de acuerdo con Seligman, la ecuación de la felicidad ha suscitado una férrea crítica. Si bien las evidencias predominantes sugieren que la idea va por buen camino, hay que trabajarla más. A la fecha, no se ha descubierto ninguna región neurológica que esté dedicada exclusivamente al termostato o a ser feliz, en general. En el plano molecular, los investigadores aún no han aislado ningún “gen de la felicidad” o sus reguladores termostáticos, pero están trabajando en ambas cosas.

De cualquier manera, todos estos hallazgos sugieren que las influencias genéticas cumplen un papel activo en nuestra capacidad de experimentar una felicidad sostenida, pero las relaciones sociales e interculturales también contribuyen a que nos sintamos felices. Así lo refrenda el experimento más antiguo y extenso en la historia de las neurociencias que develó la fuente principal o génesis de la felicidad, independientemente de su característica distintiva. George Vaillant es el neuropsicólogo que dirige este proyecto de investigación durante más de cuarenta años. Desde el año 1937, los investigadores del Estudio de Harvard sobre el Desarrollo Adulto han recopilado, de manera exhaustiva, datos íntimos sobre varios cientos de personas. Esta investigación se conoce con el nombre de Estudio Grant, por W. T. Grant, que financió el trabajo inicial. La pregunta que están investigando es: ¿existe una fórmula para la “buena vida”?, ¿qué hace feliz a la gente?

Los coinvestigadores neurocientíficos del proyecto, todos ya fallecidos, estudiaron a casi 300 seres humanos de pregrado de la Universidad de Harvard para llevar a cabo este estudio. Se trataba de jóvenes blancos, aparentemente equilibrados, muchos de ellos con un futuro brillante por delante (entre ellos, el presidente John F. Kennedy y Ben Bradlee, legendario editor del Washington Post). Los antropólogos, trabajadores sociales, psicólogos e incluso fisiólogos les siguieron la pista a todo lo que les sucedió durante años.

Esta investigación es probablemente la más meticulosa que se haya desarrollado. Durante más de 70 años le han realizado a estos hombres entrevistas personales cada quince años, formularios cada dos años, revisiones médicas exhaustivas cada cinco años, aplicación de test psicológicos, etc.

En una entrevista con The Atlantic, Vaillant expresó: “Lo único que realmente importa en la vida son las relaciones con las otras personas”.Es decir, después de casi 75 años, el único descubrimiento sistemático es que las amistades exitosas es lo que predice la felicidad de la gente en el trascurrir de su vida. Los seres humanos no podemos vivir solos. Nos mata la soledad. Cuantas más amistades tengamos, más felices somos. Entonces la educación debería dedicarse a formar en los niños y jóvenes la capacidad de crear vínculos sólidos, conseguir amistades y conservarlas, desarrollar la habilidad de establecer relaciones estables. Y cuanto más íntima sea la relación, mucho mejor.

Se han realizado más investigaciones que han confirmado y ampliado estos sencillos descubrimientos. Además de las relaciones satisfactorias y duraderas, Medina describe otras conductas que predicen la felicidad:

  • Novedad y sorpresa: compartir experiencias nuevas y positivas con un ser querido.
  • Gratitud: cultivar una “actitud de gratitud” general, que produce sentimientos de felicidad a largo plazo.
  • Perdonar: emplear un “reflejo del perdón” para cuando un ser querido nos desprecia, rechaza o causa algún daño.
  • Agradecer: hacer una lista de cosas por las cuales estamos agradecidos, que producen sentimientos de felicidad a corto plazo.
  • Altruismo: una dosis continua de actos altruistas.

Una vez satisfechas nuestras necesidades básicas, lo que necesitamos para ser felices es tener muchos familiares y amigos cercanos, tener mucho dinero no es un indicador de felicidad. Según The Journal of Happiness Studies, una revista de estudios sobre la felicidad, las personas que ganan más de cinco millones de dólares al año no son sensiblemente más felices que las que ganan cien mil. El dinero solo aumenta la felicidad cuando hace que pasemos de la pobreza a unos cincuenta mil dólares anuales. Más allá de los cincuenta mil dólares anuales, la felicidad y la riqueza no tienen ninguna relación. De ahí que lo más importante para ser felices es tener una noble profesión y un empleo seguro que nos permita satisfacer nuestras necesidades básicas y esenciales. No tenemos que ser millonarios para disfrutar una vida plena.

La base de la felicidad son las emociones. Los niños pueden y deben aprender a vivir felices. Esto es posible a partir del conocimiento y redireccionamiento de sus emociones. Los niños que aprenden a regular sus emociones tienen amistades más profundas, y ya hemos expresado que el mejor predictor de la felicidad es tener amigos.

Por otro lado, la felicidad es un proceso biogenético y neuropsicológico, reside en el cerebro y también se basa en los genes. Es evidente que las emociones son increíblemente importantes para el cerebro, actúan como notas adhesivas, ayudando al cerebro a identificar, filtrar y priorizar. Es cierto que no hay ningún área específica del cerebro que procese todas las emociones, ya que casi todas las áreas desempeñan funciones importantes, conectando redes de configuraciones neuronales distribuidas en todo el cerebro, sin embargo, puede que haya un componente genético que determine cuán feliz será su hijo.

Si los hijos están rodeados de personas que pueden hablar de sus emociones y sentimientos, ellos también podrán verbalizar los suyos, lo cual les resultará inestimable a los padres cuando esos hijos lleguen a la adolescencia. Esto es educar con amor, para lo cual es necesario conocer a fondo el funcionamiento neuronal.

Utiliza tu propia oscuridad para encontrarte, no para evadirla. Todos los seres humanos sentimos miedo, ansiedad, dolor, depresión, ira, etc. La pregunta que debes hacerte es esta: ¿utilizo mi propia oscuridad para evadirla y dejar que me consuma diariamente o la uso para entrar en ella, liberarla y, posteriormente, descubrir quién soy?

Hay emociones tan profundas que ni siquiera somos conscientes de que residen en nuestro interior. Solo podemos experimentarlas cuando las mismas ya están cercanas a la superficie, a punto de ser libres, a punto de salir de la prisión interior, salir de ti. La verdadera oscuridad está adentro de ti, no afuera.

El que está afuera te muestra una emoción reprimida, que no has sanado, que no has entrado en ella, que no has querido experimentar.  ¿Quieres sanar? Entonces entra en esa oscuridad que no quieres ver. Atrévete a sentir ese dolor que has llevado por mucho tiempo. Atrévete a sentir esa rabia generada por las injusticias que has vivido. Atrévete a llorar. Atrévete a dejar ir esa oscuridad, para luego conocerte realmente, tu verdadero ser, más allá de las formas.

Es difícil comprender esto. La gente cree que los demás molestan, que los demás le causan daño. Y no es así. Las acciones de los demás develan nuestras fisuras internas, nuestros miedos y traumas. ¿Cómo dejamos ir esa oscuridad luego de haberla descubierto? Observándola. Cuando observas fijamente una emoción, la disuelves. La gente hace exactamente lo contrario, huye.

Tú decides cómo hacerlo: las verbalizas, conversas con ella, la visualizas. Y luego pasas a otra, y así sucesivamente. Hazlo 10 o 15 minutos diariamente. Eso es meditar: la técnica de la configuración compasiva para disipar el estrés, la tristeza, la depresión, la angustia y la ansiedad:

  1. a) Observa-contempla tu estrés, tristeza, depresión, angustia y ansiedad. Mira tu depresión y ansiedad, obsérvalas fijamente. No dejes de mirarla.
  2. b) Siente-vivencia tu estrés, tristeza, depresión, angustia y ansiedad. Penetra tu tristeza y depresión, acercarte a ellas, en vez de alejarte, vive tu angustia y ansiedad. ¡Disfrútalas! Acoge tu tristeza y estrés con alegría y bondad amorosa. Convive con ellas.
  3. c) Acepta-reconoce tu estrés, tristeza, depresión, angustia y ansiedad. Resígnate y renuncia a no sentir esa tristeza y depresión. Siéntelas. Ríndete. Tienes estrés y tristeza. Goza con tu angustia y ansiedad. Coquetéale a tu estrés. Sé compasivo con tu tristeza. No las rechaces.
  4. d) Disfruta tu bienestar, paz, sosiego y alegría. Ya no sientes estrés, tristeza, depresión, angustia ni ansiedad. Se disipó tu tristeza. Ya no hay angustia. Nada que temer. Se disolvió tu estrés. Ya no hay ansiedad.

Es muy sencillo de hacer. Con la práctica. Con la voluntad. Suspira. Respira. Inhala. Exhala. Así disuelves tu estrés, tristeza, depresión, angustia y ansiedad. Contempla tu existencia. Es bella la vida. Y observa tu respiración. Nada más. Así disipas tu angustia, tristeza y ansiedad.

Cuando contienes tu mente difusa, oscura y dudosa, emerge tu propio ser, tu verdadero yo, con el ego amordazado. Este es el primer paso para la liberación. Solo logras paz y tranquilidad en tu vida cuando le pones límites profundos y rigurosos a tu mente parlanchina, que es la raíz de tu sufrimiento cotidiano: pensar. Si dejas a tu mente libre para que dude y piense lo que ella quiera, estás generando tú mismo la ansiedad, el estrés, la depresión, la angustia y la intranquilidad. Estos atributos del sufrimiento humano son engendrados por ti mismo, por tu pensamiento. Sin dudas, pensar es sufrir.

Precisamente, mi crisis depresiva fue por pensar demasiado. La mente es un enemigo grande si se la deja suelta. Aun ahora cuando me descuido me aterroriza. Pero cuando me doy cuenta, enseguida la enfrento. Lloro un poquito, pero ya no con desespero y descontrol como antes. Apenas me doy cuenta, respiro y dejo de llorar.

Los seres humanos siempre estamos esperando el día para ser felices. Ese día esperado debería ser ahora mismo. No dejárselo al tiempo, sino lograrlo con el despertar, conciencia, atención plena. Toda la vida hemos vivido con nuestro peor enemigo y no lo sabíamos: nuestra propia mente. Hizo con nosotros lo que quiso y lo sigue haciendo todos los días.

¿Por qué sufrimos los seres humanos? Porque nos sentimos separados del mundo en que vivimos. Construimos nuestra individualidad. Pero no existe una realidad separada de nuestro cuerpo y nuestra mente. Nuestra única realidad son nuestras vivencias y experiencias del aquí-ahora. Sufrimos porque configuramos en nuestra mente una realidad que no existe. Nuestra mente está separada de nuestro cuerpo, nunca está en el presente, siempre está en el pasado o en el futuro, y esto causa sufrimiento. Vivir en el pasado causa depresión y tristeza. Vivir en el futuro causa angustia, estrés y ansiedad. Sufrimos porque no vivimos la experiencia del aquí-ahora, porque pensamos en una realidad que no existe, solo existe en nuestra mente. Sufrimos porque no vivimos el presente, no disfrutamos el maravilloso aquí-ahora. Un aplauso para esas personas que son coherentes con lo que piensan, sienten y hacen. Ese es el secreto de la felicidad, pero respetando los derechos de los demás. Hay algunos que, como no son felices, quieren también crucificar a otros. Todas las emociones negativas (odio, resentimiento, envidia, culpa, etc.) nos restan vida y nos quitan la posibilidad de ser felices. Recuerda que toda enfermedad tiene una emoción oculta.

Para ser felices, debemos dejar de pensar tanto. Los seres humanos pensamos demasiado. Y por eso sufrimos tanto. Nuestra mente es muy parlanchina y terrorista. Genera pensamientos nocivos que nos causan mucho dolor. Para ser felices, debemos dejar de pensar tanto y dedicarnos solo a sentir y vivenciar nuestro momento presente aquí-ahora, conscientes, atentos, observando nuestras emociones nocivas, porque al observar el dolor y el sufrimiento de manera consciente, estos se disuelven, desaparecen.

Para ser felices, debemos configurar una mente aterrizada, enganchada con nuestro cuerpo, que no esté volando en el pasado ni en el futuro, porque ambos, pasado y futuro, generan angustia, estrés, dolor, ansiedad y sufrimiento, aunque sean experiencias positivas. Las únicas vivencias que pueden generar felicidad son las presentes, las cuales podemos configurar con nuestra mente. La felicidad solo existe en nuestro presente mental, solo existe en nuestra mente presente: aquí-ahora.

¿Cómo ser feliz? Es muy sencillo ser feliz: trascendiendo el ego, dominándolo, hacer que se rinda, doblegarlo. El ego nos causa dolor y sufrimiento, se oculta a través de sus máscaras: ira, soberbia, arrogancia, orgullo, vanidad, codicia, ignorancia, prepotencia, altanería. Hay que unir la mente al cuerpo, para vivenciar el aquí-ahora. Las emociones de la alegría, tranquilidad, paz y felicidad solo emergen de la unión mente-cuerpo, lo que implica que la mente viva en el presente corporal, no en experiencias pasadas ni en un futuro desconocido.

Solo vivimos felices en nuestra experiencia mental anclada al cuerpo, porque esa es la única realidad que existe. El pasado no existe como realidad, porque es una experiencia que ya no es. El futuro tampoco existe como realidad, porque es una experiencia impredecible. No es posible ser feliz en el pasado ni en el futuro, solo podemos ser felices en el presente, en las biopraxis, en el aquí-ahora, en este momento, en este fragmento de vida, en este instante, en este suspiro que ya no existe.

No olvides lo que estás haciendo. Casi siempre nos conducimos en la vida sin pensar en lo que estamos sintiendo, diciendo o haciendo. Andamos distraídos, olvidamos lo que estamos experimentando en ese preciso momento. Nuestro cuerpo va por un lado y nuestra mente por otro. Esto es imperceptible, no nos percatamos, no nos damos cuenta de ello. Incluso aunque alguien nos lo diga, no le hacemos caso, nuestro ego nos lo impide. Creemos que estamos actuando bien, que todo está perfecto. Pero es una falsa creencia.

Mente y realidad están separadas. El cuerpo siempre está presente en la realidad, pero la mente siempre anda dispersa. Esta dicotomía entre cuerpo y mente genera dolor y sufrimiento. Nuestro cuerpo está en el presente pero nuestra mente está desenfocada, nunca está en el presente; siempre vaga en el pasado o en el futuro. Cuando la mente está en el pasado, sentimos depresión, y cuando la mente está en el futuro, sentimos ansiedad. Solución: estar en el presente mentalmente y no solo corporalmente. Nunca olvides lo que estás haciendo y sintiendo en estos precisos momentos, aquieta tu mente, detenla ya.

Cuando vemos más la pantalla de la mente que la de la propia vida, es cuando se empiezan a manifestar la ansiedad y la depresión en nuestras vidas. La pantalla de la mente se interpone en la pantalla de la vida. Esto no es que sea malo. Lo malo realmente es cuando vivimos más en la mente que en el presente. Allí es cuando surge el desequilibrio. Necesitamos utilizar nuestra mente para poder desenvolvernos en las distintas áreas de la vida. Pero el problema no es ese, el verdadero problema es que la mente nos utiliza a nosotros, estamos poseídos sin saberlo.

Cada vez que tu mente se proyecte al futuro y te coloque imágenes catastróficas de algo que te podría “suceder”, entonces tráela de vuelta al presente, haz que vuelva. Cada vez que tu mente se vaya hacia el pasado y te coloque imágenes de culpabilidad y decepción, de algo que ya pasó, entonces tráela de vuelta al presente, haz que vuelva. Todo se trata de volver a este lugar y a este momento, al aquí-ahora.

La conciencia es una configuración de configuraciones. La conciencia se manifiesta a través del entrelazamiento de seis configuraciones: visual, auditiva, táctil, olfativa, gustativa y mental. Las configuraciones visual, auditiva, táctil, olfativa y gustativa proporcionan el acceso a la experiencia presente. No es posible acceder al pasado ni al futuro mediante la vista, el oído, el tacto, el olfato y el gusto. Solo la configuración mental permite acceder a la experiencia del pasado y del futuro. No podemos observar la luna del viernes pasado. Tampoco podemos escuchar una canción que aún no ha sonado. Cuando parece que recordamos una experiencia pasada o imaginamos una experiencia futura, por ejemplo, al observar la luna del viernes pasado o escuchar una canción que aún no ha sonado, es porque se manifiesta la conciencia mental, a través de la acción del pensar.

El recuerdo y la imaginación son el contenido del pensamiento. Pensar recuerdos nocivos causa depresión y tristeza por algo que ya ocurrió (conciencia mental del pasado). Pensar imaginaciones nocivas causa angustia y ansiedad por algo que aún no ha ocurrido y no sabemos si ocurrirá o no (conciencia mental del futuro).

El acceso a la paz y el sosiego solo es posible a través de la experiencia sensorial directa, que es la única que se manifiesta en el presente, ya que el relato mental discurre del pasado al futuro sin detenerse en el presente. Para vivir tranquilos y alegres, debemos detener, aquietar y vaciar la mente, llenando los sentidos con experiencias visuales, auditivas, táctiles, olfativas y gustativas.

No podemos vivenciar el pasado, el presente y el futuro al mismo tiempo. El pensar y el vivenciar nunca son simultáneos. Si hay un pensamiento, no hay cognición sensorial, pero en un instante de cognición sensorial, no hay pensamientos.

El pensar nos remite al pasado (recordar) y al futuro (imaginar) y nos llena de tristeza, depresión, angustia, ansiedad y desesperación. La cognición sensorial nos mantiene en el presente. La felicidad se configura en la atención plena del ver, oír, olfatear, gustar y tocar.

La conciencia genera depresión, ansiedad o felicidad. La conciencia mental del pasado nos llena de tristeza y depresión. La conciencia mental del futuro nos llena de angustia y ansiedad. La conciencia sensorial nos proporciona alegría, paz y tranquilidad. Solo la atención plena genera felicidad.

La conciencia puede ser nociva cuando se concentra solo en la mente. Porque la mente nunca está atenta en el presente, siempre anda deambulando hacia el pasado (recuerdos) y hacia el futuro (imaginación).

La paz, la alegría y el sosiego solo se logran mediante la atención plena de las configuraciones sensoriales (vista, oído, olfato, gusto y tacto), que son las únicas que se manifiestan en el presente.

Vivir es muy sencillo. Pensamos que es difícil, pero no es así. Ser feliz es muy fácil. Pero nos cuesta mucho trabajo porque los seres humanos complicamos nuestra existencia y lo complejizamos todo. Los árboles, los niños y los animales no humanos viven eternamente felices, no complican nada, nunca tienen ansiedad y no se preocupan ni se deprimen por nada. Para ellos todo está perfectamente bien, nada los angustia. ¿Será que los seres humanos, para vivir tranquilos y felices, deberíamos vivir como los árboles y los niños?

La felicidad no es otra cosa que la esperanza del sosiego, la autopromesa de la alegría, la paz y la tranquilidad. Somos infelices y sufrimos cuando vivimos en el pasado. La esperanza es la certeza de un presente que vendrá, lo deseamos con nostalgia, aquella que surge por no ser nuestro presente inmediato, pero finalmente lo esperamos. Entonces, si la infelicidad es nostalgia por el pasado, la felicidad por lo menos debe ser cercana a la nostalgia por ese futuro, por nuestra esperanza.

Mucha gente me comenta que viven una vida en paz y tranquilidad, pero no son felices. En algún momento afirmé que esto no es posible, dado que consideraba que paz, tranquilidad y felicidad conforman una configuración tríadica, por lo tanto, si vives en paz y tranquilidad, entonces también eres feliz, y si sientes felicidad en tu vida, entonces también vives en paz y sosiego.

Hay otra mirada sobre la paz, la alegría y la felicidad, la perspectiva de considerarlas estadios del estado de conciencia. Es decir, cuanto más consciente vivas tu vida, más feliz eres. De ahí que la paz, la alegría y la felicidad pueden ser consideradas como procesos, niveles o grados de concienciación. Son configuraciones inmanentes al estado de conciencia, en el que la paz es el punto medio, en cambio el dolor y el sufrimiento constituyen el estadio más bajo y limitado de la conciencia humana.

Cuando vives la vida de manera distraída e inconsciente, te sumerges en los estadios más bajos y limitados de la conciencia humana: el dolor y el sufrimiento. Pero si vives una vida atenta, consciente del momento presente, concentrado en el aquí-ahora, podrás ser alegre y feliz sin límites.

Cuando observas de manera atenta y profunda una emoción de dolor y sufrimiento, comienzas a disolverla. Desde esta mirada, puedes ser feliz incluso en el sufrimiento, porque tu dolor se convierte en alegría cuando lo miras atentamente y eres consciente de tu sufrir. Al observar tu sufrimiento, suspirar, expirar y sonreír, de manera atenta, concentrada y consciente, emerge la felicidad, disipando el dolor con tu autoconciencia y atención vigilante.

Es irónico, pero no es la felicidad ni la prosperidad las que unen a las personas; me he dado cuenta de que es el dolor, el sufrimiento y las injusticias lo que las acerca y une aún más, ya sea para lamentarlo juntos o para solidarizarse con el otro por ese dolor. Por eso, valora a las personas que están contigo y te apoyan en la adversidad, porque gente para ir de fiesta sobran, pero amigos leales y sinceros son muy pocos.

En la vida, todas las situaciones que nosotros llamamos buenas o malas forman parte del aprendizaje; el vivir humano no es estático, es dinámico; no es sólido, es líquido; no es rígido, es flexible; cambia a cada segundo, somos nosotros los que convertimos los momentos y experiencias en dolorosas, cuando nos negamos a aceptar que todo va cambiando, todo fluye, en un continuos de paz-angustia-alegría-dolor-sosiego-tristeza-tranquilidad-sufrimiento-felicidad.

Los seres humanos nos negamos a aceptar las nuevas situaciones porque nos sacan de nuestra zona de confort y por eso sufrimos, rechazamos los cambios emocionales y nos sentimos morir cuando no suceden las cosas como eran antes. Para ser felices y disipar el dolor y el sufrimiento, debemos vivir en el presente sin añorar un pasado que no volverá, ni un futuro incierto, pues el futuro se configura con unas buenas bases del presente y dejando atrás lo que dolió, solo conservando lo que nos aportó a ser una mejor persona. Las personas queridas siempre estarán en nuestro presente, aun después de su desaparición física.

Para ser eternamente felices, debemos trascender nuestro ego, pero esto no se logra de un día para otro, es un proceso largo, complejo y tortuoso. Hay que pasar por el sufrimiento primero y estar conscientes del aprendizaje que nos dejó el dolor, para querer y poder cambiar y transformarnos, de lo contrario, no es posible. Trascender el ego es un proceso muy sencillo y a la vez no es fácil, pero se puede lograr con voluntad de cambio y, ante todo, con mucha sumisión y humildad. Solo hay que hacer una cosa en cada acción nuestra: poner la otra mejilla.

Por otro lado, solo existe el presente, que es lo único que podemos controlar. El pasado y el futuro no existen. El pasado es un presente que ya no es, ya expiró, murió, no vuelve más, no existe. Por eso no debemos preocuparnos por el pasado. Porque no existe. ¿Qué sentido tiene preocuparse por algo que no existe? El pasado fue un presente que ya pasó. El futuro tampoco existe. El futuro es un presente que aún no ha nacido, aún no ha llegado. Por eso no debemos preocuparnos por el futuro, porque no podemos controlarlo, no existe, no podemos decidir sobre él. Tampoco podemos decidir sobre el pasado. Sobre lo único que podemos decidir es sobre el presente, que es lo único que tenemos y lo único que existe. El ayer ya no existe, el mañana tampoco. Lo único que existe es el hoy. El ayer es un hoy que ya pasó. El mañana es un hoy que aún no ha sido. Por eso debemos disfrutar el presente, debemos disfrutar el hoy y no pensar tanto en el ayer porque ya no es y ya no podemos cambiarlo. Lo que fue ya fue y no tiene marcha atrás. Tampoco debemos pensar tanto en el mañana, porque aún no es. Vivir el presente es lo que nos queda, vivir el hoy. Porque el tiempo no existe, es solo un concepto, un invento humano que trae dolor y sufrimiento, pero si comprendo que no existe, entonces puedo ser feliz de manera infinita, porque vivo el hoy eternamente. Tu vida no es lo que ya viviste, ya eso no existe, no te quedes atrapado en el tiempo, el pasado no existe, es una invención humana.

Tu vida es lo que estás viviendo, sintiendo y haciendo en estos momentos, día a día, minuto a minuto, segundo a segundo, tu vida es cada instante, cada momento, cada suspiro, cada sentir y emocionar.

Introduzcamos entonces una cita un tanto lapidaria en la que se resume esta cuestión de manera rápida, precisa, fascinante y esperanzadora: “Confiemos y esperemos con paciencia que el conocimiento preciso y completo de nuestro supremo órgano, el cerebro, sea un día nuestro patrimonio, para convertirse en la base principal de una sólida felicidad humana” (Pavlov). Ahora bien, no insistiremos nunca lo suficiente en la importancia y trascendencia que tiene esta idea de relacionar la felicidad con el funcionamiento del cerebro humano, no obstante, esto no se debe magnificar. He aquí la complejidad del ser humano y su principal atributo: el amor.

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