El siglo XXI ha traído una gran preocupación por el cuerpo. Además de la medicina, el cuerpo estético es parte de los imaginarios de la sociedad. Los barrios, municipios y ciudades abren escenarios para acoger el cuerpo y promover el ejercicio, la actividad física: escenarios deportivos, gimnasios; también entrenadores personalizados, monitores deportivos. En romerías, los escenarios se ocupan en la mañana por adultos y viejos, en las tardes por niños y jóvenes, en las noches algunos centros deportivos nocturnos y gimnasios acogen las fatigas del mundo laboral y escolar, física y nerviosa.
El cuerpo pasa por diversos itinerarios, desde la infancia hasta la vejez. Itinerarios que al final se reducen en dos grandes tendencias descritas en el enfoque deportivo de José María Cajigal: Deporte esparcimiento y deporte rendimiento. El primero se enfoca en el juego, escenario donde el cuerpo se vuelve lúdico en la riqueza recreativa; donde la alegría del momento no tiene precio y donde surge la conciencia de que la vida es posible y vale la pena vivirla. En esta tendencia no hay estrés, la ansiedad nerviosa del estudio y el trabajo se transforma en una ansiedad lúdica. El cuerpo recupera su tono normal, se relaja y encuentra la conciencia de sí en la vivencia de la corporeidad, en la construcción de un cuerpo propio, subjetivo.
Por otra parte, el segundo se enfoca en características opuestas. El cuerpo es exigido más allá de sus límites, se le establecen marcas, desafíos; la medición del espacio y el tiempo es lo que cuenta; la eficacia y la eficiencia expresada en los resultados, en las habilidades, algunas veces sucumben bajo las secuelas del estrés. Las ciencias del deporte conjuran buscando la relevancia corporal haciendo ajustes a la precisión sensorial, a perfeccionar el sentido cenestésico como si fuese una máquina de producción. Aquellos momentos del cuerpo propio y subjetivo dan paso ahora al cuerpo máquina, al cuerpo objeto, que debe ser tratado como tal, bajo el riguroso peso de la técnica perfecta y la táctica impecables
En el cuerpo se evidencia el desarrollo físico, el nacimiento de la corporeidad, el juego y la especialización deportiva. A través de esta área de conocimiento – vivida desde que se nace hasta el final de los días – hay la necesidad de aprender y apropiarse en una praxis consciente del lenguaje contextualizado en el cuerpo, el cuerpo vivido, el cuerpo que se mueve. Desde que se nace hay una vivencia corporal instintiva y refleja evolucionando hacia una conciencia de sí mismo. Eso se logra siendo el cuerpo el espacio inmediato de conocimiento viviendo el dentro, fuera, arriba, abajo, atrás, adelante; siendo referente del mundo vivido en las categorías temporales aquí, ahora, antes, después, lento, rápido.
Desde la vivencia corporal, llámese educación física o motricidad cotidiana, danza o deporte, se construye el lenguaje corporal asociado al glosario específico de las actividades físicas, recreativas y deportivas, ejercitándose en el caminar, correr, saltar y lanzar, patrones básicos estos. La personalidad se construye, además de los factores genéticos, bajo la influencia de la cultura vivida y el re – conocimiento del cuerpo a través del desarrollo humano de la persona. La imagen que me devuelven el espejo del cuarto y el colectivo social permiten ese diálogo interno que me obliga a aceptar mi cuerpo como una carga que detesto, o como un don preciado que exhibo.
La imagen que se tiene de sí mismo está empobrecida por las redes sociales y el impacto publicitario de las revistas de los modelos, los atletas y deportistas. El cuerpo ideal que habita en nuestros imaginarios no es el cuerpo propio, es el cuerpo de los campeones. Casi nunca en un gimnasio se entrevista al usuario en torno a su autoestima, en el concepto que tiene de sí, en cómo anda su autoconfianza y su autoeficacia para desenvolverse en el mundo de la vida, es decir en sus habilidades físicas, emocionales, psicológicas y, ¿por qué no?, artísticas.
Mucha gente asiste a los gimnasios por ese descontento que tiene que ver con el cuerpo y que se evidencia en su obesidad, o un pretexto de salud, o algún resentimiento con una parte específica del cuerpo que no acepta y que le causa cierto malestar, que la hace aparecer como insociable y una amargura permanente. La imagen que se tiene de sí mismo está empobrecida por las redes sociales y el impacto publicitario de las revistas de los modelos, los atletas y deportistas. El cuerpo ideal que habita en nuestros imaginarios no es el cuerpo propio, es el cuerpo de los campeones. Casi nunca en un gimnasio se entrevista al usuario en torno a su autoestima, en el concepto que tiene de sí, en cómo anda su autoconfianza y su autoeficacia para desenvolverse en el mundo de la vida, es decir en sus habilidades físicas, emocionales, psicológicas y, ¿por qué no?, artísticas.
Muchas veces el cuerpo se concibe como el referente más inmediato de los apodos causantes de hilaridad, seguro que usted conoce muchos en su barrio y en su ciudad. El cuerpo está en la primera línea cuando de violencia se trata, siempre el cuerpo violentado por el otro, o por sí mismo en el ejercicio trágico del suicidio; también el cuerpo bello exhibido en la cultura griega fue ocultado, en la actualidad, bajo el vestido de la vanidad en hombres y mujeres, movilizando conceptos de moral y pudor. El cuerpo, siempre el cuerpo sacando la cara por las personas. Durante mucho tiempo, la radio hizo sentir la voz sonora de los locutores y los personajes de radionovelas: todavía resuenan las voces de Marcos Pérez Caicedo en la emisora radial; las Edgar Perea en las tardes dominicales del Romelio Martínez. La voz perfecta y serena de Kalimán en las novelas radiales.
El siglo XXI ha irrumpido y se manifiesta con el cuerpo en movimiento. En el Monólogo de la Bailarina, el poeta pide comprensión por la mujer que baila y no concibe un mundo estático, cuando su cuerpo ha alcanzado la plenitud del movimiento en una trascendencia espiritual:
Si abajo de mis zapatillas
hay un mundo estático, lo ignoro.
¿Me entenderán si les digo
que las gotas de sudor son más preciadas
También como sujetos que andamos por caminos inciertos, alguna vez nos interrogamos ante el movimiento de las manos, cuyos dedos se abren y cierran. A través de las manos nos asimos al mundo, nos prendemos de él, lo acariciamos, lo lanzamos y recibimos cuando una vez fue pelota entre los juguetes de la infancia. Las manos nos acompañaron en el ejercicio de ser humano, desaprendieron la férrea prensión sobre los árboles y se liberaron ante la mirada inquisitiva de su dueño con los pies firmes en el suelo. Ese interrogarse en torno a las manos, permitió ver el mapa delineado en la palma, que sirvió de página a las primeras lecturas de la gitana errante:
Leí mis propias manos
y vi la muerte paseando
entre dos senderos imprevistos.
En el cuerpo también se ahogan, no sólo las voces del silencio impuesto en forma represiva, sino también la de aquellos que claman su angustia, sustentada en la genética y promovida en la actitud de rendición de los médicos. Diomedes, el Mudo de mi barrio, fue el terror en la infancia de muchos niños. De lunes a viernes pasaba desapercibido, pero los fines de semana el alcohol le obnubilaba la razón y nunca fueron suficientes diez policías para calmarle la rabia y su impotencia porque, aunque no escuchaba y hablaba tenía la sospecha que era diferente entre los demás, y eso lo frustraba. Con el paso de los días y el salto a la adolescencia, Diomedes se convirtió en héroe, hasta llegar a compararlo con Lotario, el ayudante de Mandrake, el Mago. Una vez doblegado por la policía, el Mudo tendido sobre un “carro de mula” me miró con su mirada apagada y pude ver en él el dolor que llevaba por dentro:
Hormiguean las preguntas
En la patria del silencio…
Soy aquel
Que tiene sigilo en la garganta.
Por eso, del cuerpo me encanta toda la poesía que puede brotar de una mujer acompañada de sus manos. Unas manos que son cuerpo y que sienten desde la dimensión de la corporeidad que también son alma y espíritu. Manos incorregibles que ya no destejen para entretenerse por la espera de un hombre que no llega. Manos cómplices que saben que su dueña está sola, por eso se apresuran a peinar sus cabellos en las noches como si tuviesen vida propia. Manos que hablan a su ama, diciéndole que ese hombre no volverá, que cada día se aleja y pensar en su regreso es una utopía. Hasta que la mujer entiende la autonomía de sus manos y comprende la razón de acicalarse y termina odiando al que partió, diciéndole con su voz en murmullo, olvídate de quién se quedó en estas tierras, no pienses en regresar, mi paciencia se agotó, dile a Calipso que ha ganado, no me importa. Entonces la mujer se mira en el espejo y ve como sus manos, con vida propia, la peinan con entusiasmo. Sintiendo los dedos en sus cabellos, la mujer alcanza escucha la voz animada que sale de sus manos: así se hace, Penélope.
Roca, Juan Manuel. Biografía de nadie. Monólogo de la bailarina. Visor de poesía. Madrid. pág. 93
Ibid, Monólogo de la gitana. Visor de poesía. Madrid. pág. 94
